Hace unas semanas, a un joven publicista se le ocurrió utilizar a Kant en una campaña contra las conductas incívicas en el tranvía de Barcelona. En un
divertido vídeo, el filósofo prusiano del XVIII, con monopatín bajo el brazo, “rapea” aquello de “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”.
La campaña está muy bien. Pero peca de ingenua. El macarra que pone los pies en los asientos o te atrona con la música en el tranvía dispone de un poderoso argumento con el que replicar a Kant: “¿Qué pasa si soy tan chulo que me puedo permitir hacer a los demás lo que no permito que me hagan a mi (porque si lo intentan les parto la crisma)?” – réplica que no es sino una versión de la “regla de oro” del abusón: “si puedes aprovecharte de la gente sin correr demasiados riesgos (porque no puedan corresponderte con la misma moneda), ¿cómo vas a ser tan tonto de no hacerlo?” – . Esta última regla no solo justifica al pobre macarra de tranvía, sino a todos los potentados de este mundo, para los que presenta, además, una “extended version” conocida como la “ley del embudo”: “¿Qué pasa si soy tan poderoso que me puedo saltar las leyes que no se pueden saltar los otros?”...
¿Entonces? ¿Gana el macarra incívico? No tan rápido. Veamos con detalle lo que tiene que decir a todo esto el bueno de Kant… (De esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo
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