Hay tres cosas que se me resisten en las clases de Ética y Ciudadanía de Bachillerato. La primera es que los alumnos dejen de guiarse por lo que “se cuenta” en las redes. La segunda es que se avengan a dialogar – y no a competir como en un torneo de retórica o una trifulca en Twitter – sobre asuntos sensibles (¿Para qué, profe? ¡No nos vamos a poner nunca de acuerdo!). Y la tercera es que no utilicen argumentos falaces, como generalizar a partir de un caso particular (“Pues yo conozco a uno que...”), apelar a las emociones (“Pues si es a tu hijo a quien matan...”) o descalificar a priori al que opina (“Es que tú no eres de aquí, o no eres mujer, o eres un facha...”).
Estas tres cosas volvieron a ocurrir el otro día, cuando algunos alumnos plantearon debatir sobre el “problema de la inmigración”. En cuanto les pregunté por qué les parecía que la inmigración era un problema, empezaron... los verdaderos problemas... Sobre todo esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo
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