Nunca he sido una buena narradora de chistes; se me olvidan, los digo al revés y, sobre todo, a medida que avanzo me voy desinflando: mientras los cuento pierdo la convicción en la historia y la confianza en mí misma… Y el resultado, claro está, suele resultar penoso: la típica sonrisita de circunstancias del oyente amable a quien el chiste no le ha hecho la menor gracia.
Sin embargo, me encanta escucharlos. Me maravilla el ingenio de los buenos chistes, la sabiduría que encierran en su modesta apariencia, la elegancia de su brevedad. Con pocas palabras pueden decir mucho.
(Este) chiste me lo contó mi amigo Nicolás Belmonte, quien a su vez se lo había escuchado al historiador Paul Preston, y dice así: El entrenador del Liverpool CF viaja a Kabul para ver jugar a un futbolista afgano; impresionado por sus dotes, le ofrece un contrato y se lo lleva a Gran Bretaña. Dos semanas más tarde, el joven afgano juega su primer partido en Liverpool; cuando sale al campo, el equipo está perdiendo por 2 a 0. En veinte minutos, el muchacho mete tres goles y le da la vuelta al marcador. Cuando termina el partido, el afgano corre a llamar por teléfono a su madre y le dice: “Mamá, ¿sabes qué? ¡Jugué hoy veinte minutos, metí tres goles y gracias a eso ganamos, todo el mundo me adora, los fans, los periodistas, los compañeros del equipo, todos!”. “Estupendo”, le contesta la madre, “déjame que te cuente yo mi día: a tu padre le han pegado un tiro en la calle; tu hermana y yo fuimos asaltadas y a ella estuvieron a punto de violarla, menos mal que pasó un coche de policía; tu hermano se ha unido a una banda de saqueadores y ha incendiado unos edificios, ¡y mientras tanto tú me cuentas que te lo estás pasando en grande!”. El chico se queda estupefacto y acongojado: “¿Qué puedo decir, mamá? Lo siento mucho”. “¿Que lo sientes? ¿Que lo sientes?”, vocifera la madre: “¡Es por tu culpa por lo que nos hemos venido a vivir a Liverpool!”.Rosa Montero, Un puñado de chistes, El País semanal, 08/12/2013