La expresión Carpe diem significa algo así como “captura el día”, no lo dejes pasar. Se dice como un consejo. Si se lo decimos a un joven, parece que le estamos diciendo que lo mejor que puede hacer es disfrutar ahora que es joven, que haga ahora lo que no podrá hacer más tarde. O sea, que esté, siempre que pueda, de fiesta.
La verdad, un poco ramplón como consejo. ¿Es esto el carpe diem?
Horacio es el autor de la expresión. Pero en la medida en que Horacio era y se sentía como un epicúreo, el carpe diem se ha convertido en un perfecto resumen de la doctrina epicúrea.
Su significado es “vive el presente”. Nuestros oídos se han acostumbrado a interpretar esta frase como otras muchas que parecerían estar diciendo eso mismo. Cuando decimos “¡a vivir que son dos días!” o “aprovéchate ahora, no siempre tendrás 20 años”, aparentemente estamos en sintonía con el carpe diem.
Sin embargo, no es así. Carpe diem es una forma de vivir, no es el espíritu de trivialidad, de fiesta con el que se interpreta normalmente. La película El club de los poetas muertos, con Robin Williams en el papel de profesor, es un buen ejemplo del sentido epicúreo del imperativo.
El profesor de esa película enseñaba a sus alumnos a vivir de otra forma, a reconocer sus deseos, a realizarlos y gozar de ellos placenteramente, aquí y ahora en el presente. Y esos deseos, esos placeres son no sólo corporales sino también mentales.
Ahora bien, vivir el presente no es fácil, es una conquista. Porque somos animales que conjugamos no sólo el presente, sino también el pasado y el futuro, lo que implica que nuestro presente está casi siempre trufado de pasado y de futuro. Recordamos y tenemos nostalgia. Proyectamos y tenemos una mezcla de temor y esperanza. Y esos son sentimientos tristes. Si lo pensamos bien, cuando alguien vive la realización placentera de sus deseos pensando en que lo que tiene ahora, ni es lo mismo que antes tenía, ni será lo mismo que tendrá más adelante, la alegría se empaña.
¿Cómo superar el pasado y el futuro y saber vivir el presente?
La respuesta del cristianismo consiste en señalar lo efímeros que son los placeres vinculados a nuestra vida material en este mundo, y lo eternos y duraderos que serán los placeres en el mundo del más allá. Cuando Dante baja al infierno, se encuentra allí a Epicuro, es evidente.
Epicuro piensa que hay que aprender a encontrar una medida propia que permita entender cómo se puede vivir los placeres plenamente en el presente, de manera que se despeje toda nostalgia o temor. Elige como modelo el estómago. Cuando sentimos la necesidad natural de comer o beber y la satisfacemos, sentimos placer por ello. El estómago tiene una medida, no comemos hoy por lo que no comeremos mañana.
Si aplicamos el modelo del estómago a todos nuestros placeres, podemos satisfacerlos de una forma mesurada, sentirnos felices por ello y vivir un presente pleno: una buena comida, una conversación con los amigos, un libro, un trabajo interesante, etcétera, pueden llenar nuestro día y convertirlo en una fiesta. Una vida llena de calma y voluptuosidad, nos dice Epicuro.
No hace falta ir de fiesta para que todos los días lo sean. ¡Carpe diem!
Maite Larrauri, Para todos la filosofía (9): 'Carpe Diem', fronteraD, 23/01/2015