Los resultados de la pruebas sugerían claramente que no debíamos atribuir su defecto en la toma de decisiones a la falta de conocimiento social, o a un acceso deficiente a dicho conocimiento, o a un deterior elemental del razonamiento, o, todavía menos, a un defecto elemental en la atención o en la memoria funcional en relación al procesamiento del conocimiento factual que se precisa para tomar decisiones en los dominios personal o social. El defecto parecía instalarse en los estadios finales del razonamiento, en o cerca del punto en el que debe darse la elección o la selección de respuestas. En otras palabras, fuera lo que fuera, lo que iba mal, iba mal en la parte final del proceso. Era incapaz de elegir de manera efectiva, o bien no podía elegir en absoluto, o bien elegía mal. (60)
Empecé a pensar que la sangre fría del razonamiento de Elliot le impedía asignar valores diferentes a opciones diferentes, y hacía que el paisaje de su toma de decisiones fuera desesperadamente plano. También podía ser que la misma sangre fría hiciera que su paisaje mental fuera demasiado cambiante y discontinuo para el tiempo necesario para efectuar selecciones de respuesta; en otras palabras, quizá hubiera un defecto sutil, y no un defecto básico, de la memoria funcional que pudiera alterar el resto del proceso de razonamiento requerido para que surgiera una decisión. (61)
Antonio R. Damasio,
El error de Descartes, Crítica, Barna 2001