Roiphe es una periodista estadounidense que en el número del pasado marzo de la revista Harper’s describía las amenazas e insultos recibidos mientras preparaba un texto crítico con la circulación anónima de listas de shitty men, u hombres señalados como acosadores o abusadores sexuales, en internet. A su juicio, Twitter ha movilizado a los “extremos iracundos” del feminismo, igual que pasó con los defensores de Trump: las voces más ruidosas y simplificadoras de cada tribu moral. Y Roiphe se pregunta: “Con este nivel de vigilancia del pensamiento, ¿quién va a atreverse a decir algo mínimamente provocativo u original?”.
... no podemos separar tajantemente razón y emoción, sino que por lo general nuestra cognición es una “cognición caliente” influida por nuestros afectos. Y ello hasta el punto de que nuestra percepción de la realidad está saturada de afectividad. Somos, si se quiere, animales afectados. Pero también, rasgo decisivo aquí, individuos con propensión al gregarismo y el tribalismo: equipados de serie con una inclinación a la pertenencia agresiva a un grupo social o ideológico. En el caso de las redes sociales, se trata, tomando el término que empleara
Benedict Anderson para referirse a las naciones, de “comunidades imaginadas”; en su interior nos alineamos con, y rivalizamos contra, personas que jamás conoceremos.
En suma, el poliálogo digital otorga protagonismo a quienes usan expresivamente las redes para satisfacer sus necesidades emocionales o se encuentran políticamente fanatizados, y por eso, participan más intensamente: una vieja paradoja democrática. Así que más que de estructuras deliberativas, hablamos de espacios de convergencia emocional donde los lazos afectivos y el deseo de hacer prevalecer la propia identidad pesan más que la persuasión racional: quizá inevitablemente. El público se fragmenta en “públicos afectivos” que atesoran, por emplear la expresión de
Peter Sloterdijk, sus particulares “bancos de ira”. En esas condiciones, las pasiones adversativas –una de cuyas más preocupantes manifestaciones es el linchamiento digital– adquieren un relieve indeseable.
Ahora bien: en última instancia, la digitalización de la esfera pública es la historia de su democratización súbita y, por ello, de su vulgarización. Que podamos hablar de una “democracia de enjambre” que actualiza digitalmente aquellas “masas de acoso” teorizadas por
Elias Canetti obedece, ante todo, a la superpoblación de un mercado desregulado de la opinión. Todos hablamos con todos; pero no todos sabemos hablarnos. No sería así descabellado sostener que las redes sociales tienen algo –o mucho– de opinión pública en estado de naturaleza. Y como tales esperan, sin saberlo, su paulatina civilización.
Manuel Arias Maldonado,
Pasiones adversativas: para una psicopolítica del enjambre digital, Letras libres 01/06/2018
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