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El capítulo “La ancestralidad” (Después de la finitud) señala lo problemático que resulta considerar los enunciados ancestrales propios de la ciencia en el contexto de una filosofía pos-kantiana que ha dado acogida al correlacionismo. Allí Meillassoux considera ancestrales aquellos enunciados que refieren a acontecimientos previos a la aparición del hombre en la Tierra, o incluso previos a toda vida. El correlacionismo es, por su parte, toda doctrina filosófica que sostenga la originariedad de la correlación entre conciencia y mundo. Es decir, asegura que no tenemos acceso más que a una conciencia(de)mundo, y no a la conciencia o al mundo por separado o “en sí”. En el contexto de una filosofía semejante se ha abandonado la verdad como adecuación. Dado que no hay un mundo “en sí” (independiente de mi relación con él) con el que pueda adecuarse mi enunciado, la verdad deberá fundamentarse a partir de la intersubjetividad: es el acuerdo al interior de una comunidad científica lo que otorga valor de verdad a sus enunciados.
Meillassoux se pregunta entonces, en estas coordenadas, qué sentido tiene decir que el origen del universo ocurrió hace 13,5 millones de años. Inmediatamente la respuesta correlacional aparece como un contra-sentido: si la primacía la tiene la correlación, la donación (el darse del mundo a la conciencia) debe ser previa al acontecimiento, y no viceversa. Pues no hay nada que pudiera ser previo a una conciencia a la cual fuera correlativa. Esto no significa que el enunciado ancestral no sea verdadero para el correlacionismo, ya que está fundado en una experiencia presente y es universalizable por una comunidad científica. Pero si no puede asegurarse que el acontecimiento del origen del universo preceda a toda donación, el sentido verdadero de tal enunciado supone una retroyección (desde la donación presente a un pasado) que funciona al modo de un “como si”: «es lo dado presente que retroyecta un pasado que parece ancestral» . Así, a manos del correlacionismo, el enunciado ancestral no hace sino perder enteramente su sentido.
En “La revancha de Ptolomeo” se muestra que la supuesta revolución copernicana hecha por Kant en la Crítica de la razón pura no es sino una contrarrevolución ptolemaica a la verdadera revolución copernicana. Porque mientras que el sentido original de esta era el descentramiento del observador en el sistema solar, el movimiento kantiano fue exactamente inverso: poner al sujeto de conocimiento en el centro del proceso de conocimiento. Así, mientras que la ciencia moderna instaba con Galileo a descubrir un mundo independiente del pensamiento vía las matemáticas, la filosofía instauraba y comprimía cada vez más el círculo correlacional. Según Meillassoux, esta es la catástrofe kantiana, cuya trampa central proviene de una mala comprensión de lo esencial de la revolución copérnico-galileana. Si bien la ciencia moderna era capaz de hacer colapsar los saberes antiguos y mostrar que toda forma de absoluto metafísico estaba ya perimida, también ordenaba pensar otro modo de absolutidad en el pensamiento mediante la matematización de la naturaleza que permitía el descentramiento copernicano. Sin embargo, Kant vio en el despertar humeano de su sueño dogmático que al tiempo que debía abandonarse el absoluto metafísico, debía abandonarse todo tipo de absoluto.
Gastón Ricardo Rossi, Quentin Meillasoux, Después de la finitud. Ensayo sobre la necesidad de la contingencia, Éndoxa nº 40, 2017, pp. 397-403, UNED, Madrid