En un sentido más amplio, aceptar el marco del nacionalismo económico es creer que los trabajadores de diferentes países están obligados de forma inevitable a competir económicamente entre ellos, por lo que las ganancias obtenidas por los trabajadores de un país solo se consiguen a costa de las pérdidas de otros. En esta época de rechazo popular contra los fracasos de la globalización, esto podría parecer plausible, pero los socialistas y la izquierda en general no deberían dar cabida a este tipo de posturas.
La lógica del nacionalismo económico resulta fatídica para las perspectivas de revitalizar la izquierda. Es precisamente la lucha compartida contra la depredadora plutocracia mundial, que está acumulando más riqueza que nunca, lo que debería unir a los trabajadores más allá de las fronteras nacionales. Los trabajadores de Estados Unidos y de otros países ricos tienen más en común con los trabajadores de China y de otros países en vías de desarrollo que con sus propios jefes. Esas son las brasas que arden bajo la superficie de la competición nacional, más incandescente con cada huelga salvaje en China o con cada huelga de cientos de miles de trabajadores en las plantaciones de té de India. Oponernos a ellos es perder de vista el hecho fundamental de que es la élite internacional súperrica de estos países la que nos está robando descaradamente, y no la masa trabajadora de China, México o, como le gustaría a Trump, hasta de la UE y Canadá.
Algunas personas de la izquierda podrían objetar que el nacionalismo Trumpista es retrógrado y xenófobo, pero que un nacionalismo de izquierda no tendría por qué serlo. Algunos, impresionados por el poder que tiene el resurgir del nacionalismo, hasta lo ven como una fuerza que la izquierda debería incorporar, y defienden un “patriotismo inclusivo”. Esa idea es descabellada. Si observamos lo que sucede en otros lugares, la creciente defensa nativista del Estado del bienestar en las socialdemocracias nórdicas sugiere que, bajo las actuales condiciones, el nacionalismo económico está destinado a adoptar una forma reaccionaria. Dinamarca, por lo general considerada por la izquierda estadounidense el patrón oro de la socialdemocracia, está marcando el camino en cuanto a las draconianas medidas represivas contra los inmigrantes, motivadas por una presunta necesidad de defender su Estado del bienestar de los “parásitos” que se aprovechan. Aunque se vista con ropas progresistas, impulsar una “soberanía” económica desencadena una profunda enemistad contra los trabajadores en el extranjero y contra los inmigrantes en nuestro país. Además, aunque la izquierda consiguiera ganar con una plataforma de este tipo, proporcionaría una ventaja estratégica fundamental a la derecha en las luchas venideras, en especial porque establecería una distinción inmutable entre los merecedores de aquí y los que no se lo merecen de fuera, que sirve para hacer prosperar a la derecha.
Jamie Merchant,
Las trampas del 'patriotismo inclusivo', ctxt.es 31/10/2018
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