Fight club es una película vigorizante –sobre todo en las escenas de caos–. Más determinante es la encarnación de Durden por parte de uno de los actores más atractivos de Hollywood. Es cierto que el personaje nació en la novela, con todo y sus frases citables: “hasta que pierdes todo, eres libre para hacer lo que quieras” o, la predilecta de los
incels, “somos una generación criada por mujeres”. Y es coherente que se trate de un personaje atractivo: después de todo, es la forma en que un hombre pusilánime querría verse a sí mismo. Pero no puede minimizarse el alcance de la imagen. A diferencia de la versión cinematográfica de
American psycho –donde Harron y Bale acordaron despojar a Bateman de cualquier rasgo “encantador”–, el psicópata de Fincher exuda carisma, simpatía y energía sexual. ¿Esto basta para validar las lecturas torcidas de
Fight club? En lo más mínimo. La trama presenta a Durden como un personaje unidimensional (es, literalmente, una faceta psicológica) que lleva al protagonista a un callejón sin salida. Más aún, llegado el día en que el Narrador debe elegir entre sus fantasías y sus (pocos) vínculos humanos, se decide por lo segundo. La elección se representa de forma unívoca. En la última escena, el Narrador y Marla están tomados de la mano. No pudo evitar las detonaciones de los edificios pero buscó a la chica para ponerla a salvo. “Me conociste en un momento muy extraño de mi vida”, le dice, asumiendo su disociación.
Aun viéndolas desde otro ángulo –el que deja fuera metáforas y no toma en cuenta contextos–,
American psycho,
Fight club y
Joker cuestionan la masculinidad “tóxica”, no solo de sus protagonistas sino de quienes los rodean. Muestran hombres que se sienten amenazados pero son incapaces de articularlo, no se diga de resolverlo. Estas cintas no defienden el impulso violento; mucho menos lo celebran. Hablan, más bien, de la disociación y sus aberraciones: fantasías homicidas, clubes de golpizas y psicópatas no medicados que disfrutan maquillarse como payasos. Si esto es inspirador para alguien, no es responsabilidad del cine.
Fernanda Solórzano,
A 20 años de Fight club: ¿quién quiere ser Durden?, Letras Libres 01/10/2019
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