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El que més palesa la debilitat és que no cal que la discussió s'enfili: a la primera de canvi proposen etzibar:A mesura que una discussió a la xarxa creix, la probabilitat que es doni una comparació amb els nazis o Hitler tendeix a u.
Tan hàbils que havíen estat en arravatar a l'esquerra mots com llibertat, tolerància o inclús liberal!Qualsevol que se m'oposi (PAH, independentisme ...) és un nazi.
16-3-13 |
Entre los exámenes y correcciones, apenas queda tiempo para mucho más, entre lo que se incluye actualizar la bitácora. No es muy distinto para los alumnos, algunos de los cuales se afanan estos días en preparar la P.A.U. Más de uno estará ya pensando en relajarse un poco en las noches de verano… y qué mejor que una disco “filosófica”, en la que no olvidar que “el agua es el principio de todas las cosas” (y no deja resaca, por cierto)
P.D: Como en los últimos tiempos, agradecemos a Cruz el envío de la foto. Se está convirtiendo en la reportera gráfica oficial de boulesis…
Empecé a estudiar Filosofía en la UNED hace 3 años. Me gustaba la Filosofía y quería profundizar en ella, y si era con una ruta de aprendizaje, con apoyo y con la obtención de un título que se adaptara a mi ritmo (trabajo, casa, pareja, mascotas, amigos, aficiones…) mejor que mejor.
Hace un tiempo alguien (con muchos años de filosofía a sus espaldas) me preguntó “¿Por qué estudias Filosofía?“, iba a responderle en el acto cuando empecé a pensar un poco en mi discurso, a dudar sobre mi típica explicación de estos estudios tan alejados de la moderna epidemia de productividad laboral capitalista de la que la clase media tenemos que hacer gala y conseguir méritos para nuestro propio INRI, y cuando me dí cuenta llevaba como medio minuto callado, y tuve que responderle “No estoy seguro“.
Una cosa es leer filosofía, otra es filosofar, y otra estudiar filosofía. Cuando me realizaron esa pregunta comencé a reflexionar sobre mi experiencia con el estudio de la Filosofía, que en mi caso es a través de la UNED, y en ese momento me di cuenta de que mi propia experiencia solo me daba potentes réplicas a ese discurso sobre lo bonito de estudiar filosofía.
No me voy a andar con rodeos, os traspaso algunas de las contradicciones que me hicieron pensar:
Igualmente os enumero algunas de las cosas que no me gustan de la UNED, y de su planteamiento del estudio:
Aquí van otras concretas del estudio de Filosofía en la UNED:
“Hemos introducido varias asignaturas […] para cubrir esas lagunas que se suelen traer de bachillerato, como suele pasar mucho hoy en día […] con lo que perdemos horas que luego el alumno puede cubrir más adelante en nuestro máster […]”.
Y algunas de las cosas que sí que me gustan de estudiar filosofía en la UNED:
Cierto es que parece que rezumo pesimismo con este post, y eso que lo escribo en frío, pero el trasfondo real son las ganas de cambio. Igual que algunos políticos son los que ensucian el nombre y la utilidad de la política, parece que quienes hacen pervivir la Filosofía hoy en día la alejan de lo que debería ser, y ha sido siempre; una escuela de vida, libertad, reflexión y espíritu crítico.
Hacen que la Filosofía siga encerrada en su torre de marfil.
En lo que respecta a mí, un estudiante más y una opinión como otra cualquiera, a pesar de todo ahí sigo, en la carrera, que pese a ser muy contraria a lo que pienso que debería ser la Filosofía y la educación, y representar muchas ideas con las que soy contrario, todavía no me han empujado del todo a salir, y es que, finalmente, si uno trabaja con cosas que le gustan, los medios y las condiciones parecen pasar a un segundo plano.
by Zhan Linhai |
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Los conflictos diplomáticos pueden resolverse de muchas maneras: a tiros, negociando, o con imaginación. Argo nos pone un ejemplo de esto último. Pero esta película es más que una simple “americanada”. Es más, sabemos que la manera de presentar los hechos puede estar un poco dulcificada, y buenso conocedores de Irán como Rafael Robles ya nos han dado pistas sobre el asunto. No es difícil imaginar que la historia real no fuera exactamente tal y como se cuenta en la película. No estamos ante cine histórico, aunque es más que posible que en el espectador norteamericano la película pueda despertar un cierto patriotismo desnochado. A mi entender, Argo habla de dos cosas: de ficciones y de cine. De cómo las ficciones son reales, tan reales que pueden cambiar las cosas, ser determinantes a la hora de que la realidad tome un rumbo u otro. El ser humano, creador de realidades: podemos transformar a diplomáticos y funcionarios en actores y personal técnico de una película. El teatro y el cine nos recuerdan que podemos dejar de ser quienes somos, transformarnos y revestirnos de nuevas identidades. No hemos de olvidar que el arte, aquí, no hace más que apuntar una de las posibilidades de la vida humana, de este teatro del mundo o, si queremos, de esta película del mundo, en la que cada cual representa un papel, que bien puede cambiarse en función de las circunstancias y necesidades.
Pero Argo es también, de un modo latente, una película sobre las películas, sobre el hacer cine. Deja retazos de un mundo que se nos presenta caracterizado por la belleza, el entretenimiento, la majestuosidad, pero que en realidad esconde tras de sí un fondo de miseria moral, de envidias y recelos, de zancadillas y juegos de poder. Sacar adelante una película que jamás se llegará a filmar: incluso para esto hay que mantener complejas reuniones, superar revisiones y burocracias, invertir una suma nada despreciable de dinero. Hollywood es la fábrica de los sueños, pero si nos fiamos de lo que apunta Argo es en realidad una auténtica pesadilla. Valga aquí el análisis nietzscheano: las cosas nunca son lo que parecen. Debajo de la alfombra roja hay algo que se está pudriendo, y quien desfila por ella tiene que mantener un difícil equilibrio. Este tipo de enfoque nos deja jugar con las palabras: Argo es una película en la que la ficción logra cambiar la realidad, a la vez que se nos muestra la repugnante realidad del fantástico mundo de la ficción. Un doble juego de conceptos que está bailando permanentemente durante toda la película, que nos recuerda sin cesar que las apariencias engañan.
Recopilando todo lo dicho, Argo juega a dos bandas: la complacencia y el triunfo propio de los americanos se mezcla con la crítica al mundo al que pertenece. La película que critica cómo se hacen las películas, que apunta las debilidades de una industria que pretende simbolizar como ninguna otra una serie de valores alejados de la realidad. Quien sabe si puede ser esta también la lectura adecuada en lo que toca a la propia película: si aplicamos la “tesis Argo” a Argo, puede que descubramos que tampoco en sus intervenciones internacionales sea E.E.U.U. tan de película como quiere mostrar la película. Incluiría entonces una lectura nada patriótica para un espectador dispuesto a darle vueltas al asunto: al final, el tono crítico terminaría invadiéndolo todo. Lo que has visto, se nos vendría a decir, no deja de ser una película. Una forma de “embellecer” y adornar unos hechos históricos que bien podrían resltar vergonzantes si se conocieran en profundidad. Así es E.E.U.U: hace películas para reparar conflictos, pero también para contarse la historia. Para reinventarse a sí mismo y su pasado, y para esconder errores, meteduras de pata y miserias propias. Un país de película, en todos los sentidos de la palabra. Quizás sea este el mensaje de la gran triunfadora de los últimos Óscar. Una posibilidad nada disparatada y muy sugerente si queremos buscarle dobles significados a Argo.
Bajo el lema “Piensa. Aliméntate. Ahorra” se celebra hoy, 5 de junio, el Día Mundial del Medio Ambiente.
Esta efeméride fue instituida en 1972 a raíz de la creación del PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) en Estocolmo. Su objetivo es concienciar a los ciudadanos hacia una interacción sostenible con el medio ambiente y reaccionar, dentro de sus posibilidades, a cuidarlo y protegerlo.
Este año la ONU persigue un claro objetivo: concienciar sobre una alimentación responsable, reducir la huella alimentaria sobre el medio ambiente, consumir productos que generen el menor número de desechos y promover el consumo de productos que provengan de agriculturas respetuosas con el entorno y cuyo proceso productivo sea eficiente.
Este día es para reflexionar sobre qué productos compramos, qué productos consumimos y qué desperdiciamos. Según el PNUMA “nuestro planeta trata de ofrecer los recursos necesarios para sus 7 billones de habitantes (9 millones en 2050), sin embargo, FAO estima que un tercio de la producción alimentaria se pierde o es desechada. Ese hecho es altamente perjudicial para los recursos naturales y genera consecuencias negativas en el medio que nos rodea”. Por este motivo, el día de hoy proporciona un espacio donde detenerse y observar nuestra intervención en estas estadísticas.
Hay muchas formas de ser un consumidor responsable:
Según el PNUMA “Si desperdiciamos comida, significa que todos los recursos empleados para producirla también lo son.” Por este motivo tenemos que centrarnos sobre todo en el primer punto de consumidor responsable.
¿Quieres celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente?
En este enlace encontrarás una serie de pasos que te ayudarán a pensar en algún tipo de actividad para realizar con tus alumnos, hijos, amigos, etc.
¿No se te ocurre ningún tipo de actividad? Aquí encontrarás algunas ideas.
Durante este último trimestre, hemos abordado en clase las éticas materiales y las formales. Surgía la cuestión de la felicidad y su conexión con la dimensión social del ser humano. Preguntado de manera directa: ¿Se puede ser feliz en un mundo en el que ocurren injusticias que condenan a miles de millones de seres humanos al sufrimiento y la infelicidad? En un primer momento, son mayoría los alumnos que contestan afirmativamente, pero no tardan en aparecer las dudas. Rodeados de dolor, de hambre, de enfermedad o de pobreza, difícilmente podemos alcanzar la felicidad. Si el hombre lleva consigo una cierta sociabilidad, por muy insociable que sea como advertía Kant en su día, parece razonable aceptar la imposibilidad de una felicidad plena. Lo que sería tanto como afirmar que en toda la historia de la humanidad nunca ha habido un ser humano feliz, pues no podemos encontrar ni un solo momento en el que no existieran condiciones sociales, políticas o económicas que afectaban a otros hombres de una forma tan dura que impedía el desarrollo de una vida feliz. Parece que la conclusión es un tanto exagerada. De hecho, alguna alumna planteaba una cierta crítica. ¿Qué culpa tengo yo o qué puedo hacer yo para solucionar el hambre de miles de millones de personas? Si mi acción está limitada, si no puedo hacer que todos los que me rodean sean felices, ¿me obliga eso a ser desgraciado?
La pregunta puede parece egoísta, pero no era esa la intención. Profundizando en el debate, se venía a establecer una relación entre la felicidad y la responsabilidad. Ningún ser humano puede cargar sobre sus espaldas el peso de toda la humanidad. Nadie puede (ni debe) martirizarse con un dolor que ocurre lejos, y cuya solución no está a la mano. Si miramos hacia atrás, hace tan sólo unas décadas era impensable conocer tan de cerca la situación de tantos millones de personas. En este sentido los medios de comunicación y las nuevas tecnologías han hecho el mundo más pequeño, y han deformado lo que significa la responsabilidad. Los argumentos de los alumnos continuaban: si yo trato de cumplir con mis obligaciones académicas, dedico incluso parte de mi tiempo o de mi dinero a ayudar a los demás, y mi vida personal funciona, tengo amigos y demás, ¿por qué voy a ser infeliz si en la otra punta del mundo ha ocurrido un terremoto? ¿Qué puedo hacer yo para evitarlo o solucionar el desastre más allá de enviar una aportación de dinero? De alguna forma, este tipo de argumentos vienen a señalar que la felicidad depende directamente de la responsabilidad y de la capacidad de actuar. Y siguiendo el argumento, seríamos felices si “hacemos felices” a aquellos que dependen de nosotros, si colaboramos en su realización, siendo conscientes de hasta dónde podemos llegar desde el lugar concreto que todos y cada uno ocupamos. Valga el ejemplo: las malas noticias de un telediario no pueden impedir que sea feliz quien hoy amó y fue correspondido. O tomándolo por el otro lado: ¿Puede un desastre humanitario anular la felicidad personal de quien estima que a lo largo de su vida hizo y hace todo cuanto está en su mano por ser feliz y que los demás lo sean?
Este tipo de enfoque tiene parte de razón, pero en todo es posible ir estableciendo grados. Podríamos hablar del “diámetro de la desgracia”: el tsunami de Indonesia o el 11M no impidieron que las parejas se besaran ese día en el retiro o que los amigos quedaran para charlar ante un café. Cerremos un poco el círuclo. Qué ocurre si la noticia afecta a tu país. Me temo que no demasiado: las estadísticas mensuales del paro y los desahucios no silencian las risas por las calles, ni neutralizan los gestos de amistas. Achiquemos entonces el compás: qué ocurre si la desdicha llega a tu región: ¿Hubo quien sonreía en Murcia el día del terremoto de Lorca? Me temo que sí. En consecuencia, tenemos que achicar más el diámetro: el infortunio tiene que cebarse con tu ciudad. ¿Tomamos entonces conciencia de la perspectiva “social” de la felicidad? Pues habría que pensarlo: tengo mis dudas que quen acaba de vivir un momento especialmente intenso en su vida, abandone su felicidad debido a un derrumbe de una casa, al aumento del paro, o a la presencia intermitente pero creciente de mendigos que nos recuerdan que nuestro bienestar podría ser efímero, o incluso descansar sobre la miseria de otros. ¿Qué ocurre entonces? ¿Hemos de dar crédito al egoísmo y pensar que, efectivamente, podemos ser felices rodeados de infelicidad? ¿O hemos de aceptar que la felicidad va ligada a la responsabilidad y a la capacidad de acción? Aceptando esta última opción, tendríamos que preguntarnos entonces si no podemos hacer más, mucho más, por nuestros vecinos, por nuestras calles, por todos esos seres humanos que sí pueden depender de nosotros, pero a los que no prestamos atención. Aquellos de los que sí podemos ser responsables. No vaya a ser que con esa distinción de felicidad, responsabilidad, capacidad de acción, estemos en realidad ocultando un egoísmo salvaje: ser feliz yo. Y ya.
El susto és una malaltia (o si ho voleu dir més tècnicament, és un ‘desordre’) emocional molt habitual a Mèxic, i Amèrica Central i del Sud -i específica dels latinos als USA- que té com a símptomes el fet de viure perpètuament esgaiat, la torbació, l’insomni, etc. És provocat per una visió esgarrifosa, un mal presentiment o una situació davant la qual hom pot perdre fàcilment el control. A Mèxic en diuen també: espanto, pasmo o pérdida del alma. En llengua maia l’anomenen xibriquil (que es tradueix per “por súbita”, perquè arriba a la impensada). Per curar aquesta malaltia, el guaridor ha de fer el xikbal, el ritual de la “crida de l’ànima”. Però cal fer-lo molt aviat. D’altra manera el malalt té risc de morir, perquè sense ànima (des/animats) els cossos no sobreviuen.
Això és un post per a catalans: o cridem de pressa l’ànima o l’ensurt se’ns pot menjar.