Duran Lleida, boxador contra la lona, respira per la boca, panteja buscant un aire que no troba i mira d’activar contactes que no se li posen al telèfon. Els serveis secrets a punt de fer amb la CUP el mateix que els van fer a través d’algunes escissions d’ERC, convençuts que serà fins i tot més fàcil (ja han donat una pasta a algun filosofet perquè tregui la pols a la suada tesi de la democràcia directa i el paio ni s’adona de qui li paga). Especialistes en contrainformació que s’havien quedat sense feina al País Basc i que ara creen empreses de comunicació a Barcelona. Socialistes meditant sobre la diferència entre amistat i complicitat. La bona gent carregada d’emprenyament són considerats bombes en potència i tots els polítics professionals miren de defensar-se’n. Ahir, un acte sobre l’Holocaust a Barcelona omple l’Ateneu Barcelonès. Ja sabeu la maledicció de la gitana: Tant de bo visquis temps interessants.
José Luis Pardo |
Como hemos visto en estas semanas en clase, el mundo moderno, del que René Descartes fue el autor que inauguró una de las dos grandes corrientes filosóficas del momento, fue un mundo mecánico. Tanto los filósofos como los científicos (en muchas ocasiones los intelectuales eran ambas cosas) estaban maravillados con el progreso científico y veían el cósmos como una perfecta pieza de relojería.
Un buen ejemplo de la relación de los autores de esta época con las máquinas es el caso de Leonardo da Vinci, inventor, dibujante, músico, escritor, etc. Todo un intelectual. Diseñó una bicicleta, una nave voladora, un tornillo aéreo e incluso un tanque.
En línea con el gusto por lo mecánico, Descartes llegó a pensar que los animales eran como máquinas porque no tenían “alma” (en esto es contrario a Aristóteles) ni eran capaces de hablar. Hoy en día, sin embargo, la reflexión sobre los animales como seres merecedores de respeto y buen trato es una de las que están sobre la mesa entre los temas filosóficos candentes.
Estos ejemplos os pueden ayudar a entender mejor la ambición racionalista por el conocimiento verdadero y evidente, así como la cantidad de veces que Descartes se refiere a las máquinas en sus textos. Si queréis profundizar en este tema, os dejo este estupendo enlace a un artículo de Francesc Llorens: Descartes y el mecanicismo.
Por otro lado, las dos obras principales de Descartes pueden ser consultadas en línea:
Para consultar la presentación que vimos en clase, pulsad aquí.
Como colofón, aquí tenéis los primeros minutos de la película de Rosellini “Cartesius“. Veréis en ella a un simpático e imberbe Descartes que estudia en La Flèche y parece más fascinado por las nuevas ciencias que por la filosofía escolástica. Son las inquietudes iniciales de una de las grandes mentes del siglo XVI.
Quienes queráis incrementar la nota de la evaluación podéis escribir unas cinco líneas explicando qué ocurre en el video y aportando vuestra opinión sobre los temas que se discuten en él. Publicaré las respuestas el día 3 de Febrero de 2013. (Si hay problemas para visualizar el video, aconsejo probar con otro navegador). ¡¡Animáos a participar!!
Maquiavelo |
font |
Afirma el artículo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos lo siguiente:
- Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten.
- Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora.
Este artículo, aparentemente, inocuo, cuenta hoy con una innegable actualidad, ya que es un intento de proteger la cultura desde dos puntos de vista: el productor y el receptor. Y es posible que en este sentido no hayamos progresado mucho en los más de sesenta años de derechos humanos: siguen existiendo obstáculos para acceder a la cultura, y los derechos de los productores están menos protegidos.
El primer epígrafe del artículo da por supuesto varias cosas. Lo primero y más importante: el deseo de participar en la vida cultural de la sociedad. Lo cierto es que incluso en los países que se dicen avanzados hay una parte importante de la población que no manifiesta interés alguno por la cultura. El motivo es bien sencillo: el aprecio de la cultura pasa necesariamente por un sistema educativo que desarrolle una especial sensibilidad hacia la misma. Y esto hoy, como ayer y como mañana, brilla por su ausencia. Es triste reconocerlo, pero hoy muchos alumnos logran el título de bachillerato sin ningún interés por la música, el teatro, la literatura o el arte. De nada sirve tener un derecho si no hay una sociedad que lo fomenta, que le soporta y da sentido. Algo de esto es lo que ocurre con un derecho a disfrutar de la cultura en una sociedad que no valora la cultura. Algo que no es, ni mucho menos, exclusivo de España, sino que ocurre en muchos otros países, y se puede constatar en el sistema educativo, pero también en los grandes medios de comunicación, espectáculos de masas, etc. La ausencia de voluntad es fácil de explicar: una sociedad culta es una sociedad menos manipulable. Y esto no interesa a nadie. Algo muy similar ocurre con el progreso científico: el acceso al mismo no es, ni mucho menos igualitario: el nivel económico marca la diferencia y la generalización de la ciencia y la tecnología es sólo una consecuencia, no necesariamente prioritaria, de otros intereses económicos superiores.
El análisis de este artículo se termina de complicar con el segundo epígrafe: la protección de los derechos de los creadores. Y es aquí donde se produce un choque peculiar: mientras que en Internet abundan las páginas que defienden los derechos humanos, son muchísimas más las que promueven la violación de estos derechos de propiedad intelectual. Podemos considerarlos o no, abusivos o inaceptables, pero lo cierto es que, estemos o no de acuerdo, la declaración de los derechos humanos recoge entre los mismos los “intereses morales y materiales” que correspondan a la creación de la que se trate. Algo que no puede quedar al arbirtrio de un internauta o de una asociación, ni mucho menos de quienes decidan lanzar una página de almacenamiento on-line con triquiñuelas técnicas para eximirse de responsabilidades. Internet ofrece hoy una plataforma de creación cultural muy amplia. Los escritores, artistas o cineastas del más diverso pelaje pueden decidir si comparten o no su material en la red. Pero una vez tomada esa decisión, la decisión de aquellos que opten por intentar cobrar por sus creaciones debe ser respetada. Podemos discutir cuánto tiempo han de estar vigentes estos derechos o si quizás sean preferibles formas de distribución alternativas a las tradicionales. Pero que alguien desee crear ciencia, arte, y literatura, y quiera también arriesgarse a vivir de esas creaciones son iniciativas que están protegidas por la declaración de derechos humanos. Y respetar esos derechos implica respetar las obras y a las personas que las crean. No vaya a ser que al final seamos muy activistas con algunos derechos y no tanto con otros que nos puedan resultar mucho más molestos.
Irenäus Eibl-Eibesfeldt |
Discutimos en estos días algunas de las ideas del empirismo de Hume. No sin cierta perplejidad: parece difícil de aceptar que quien se sentía fascinado por la ciencia termine desarrollando una filosofía escéptica. Es más que posible que esta perplejidad derive de una falsa concepción de la ciencia, que quizás se nos inculca desde bien pequeños: la imagen del laboratorio, del experimento y del contacto permanente con las cosas se impone sobre cualquier otra concepción. Hume representa muy bien esta concepción y también las arduas dificultades que la rodean: si queremos ser coherentes con ese apego a la experiencia empírica, tendremos que renunciar incluso a la posibilidad de hacer ciencia. Al buscar su lugar a lo largo de la historia, la ciencia ha ido desplazando a otras formas de pensamiento, entre ellas la filosofía, acusándola de incluir demasiados conceptos abstractos, de elaborar discursos vacíos. Hume, desde el centro de la Ilustración, debería servirnos de recordatorio de que también la ciencia necesita para su elaboración de este tipo de conceptos.
Esto de que la ciencia es experimental y se puede demostrar genera equívocos graves en la gente de a pie, que confunde ciencia con verdad. Y si de algo sirve ese empirismo coherente que representa la filosofía de Hume es precisamente para desenmascarar la actividad científica, y descubrir que en el fondo está construida sobre abstracciones que nos obligan a ir más allá de la experiencia. Que al dejar caer una tiza al suelo alguien vea actuar la fuerza de la gravedad no deja de ser significativo: es la mejor muestra de la efectividad de más de diez años de enseñanza que se pretende científica. Pero no le resta ni un ápice de valor a la crítica de Hume: por más vueltas que le demos y repitamos la experiencia miles de veces, jamás lograremos ver concepto abstracto alguno. Algo parecido ocurre con cualquier experimento: intervienen tantos conceptos abstractos que orientan la mirada del experimentador que se hace prácticamente imposible separar lo teórico, esa parte abstracta inasumible desde un empirismo radical como el de Hume, de lo práctico y experimental. La llamada a la experiencia que se realiza desde el pensamiento científico es incompatible con su propia manera de proceder y trabajar.
Todo esto nos puede llevar un paso más allá: si revisamos por encima la historia de la filosofía, nos damos cuenta de que hay un rasgo común a muchas teorías del conocimiento, en ocasiones tan opuestas como el racionalismo y el empirismo: todas ellas valoras el conocimiento científico y pretenden jsutificarlo. Así lo hizo Descartes desde la orilla racionalista, o el mismo Kant. Locke o Russell son buenos ejemplos de partidarios de la ciencia desde el empirismo. La cuestión es hasta qué punto estos empiristas, y otros tantos que en el mundo han sido, no están obligados a abrir la puerta a conceptos abstractos que son imprescindibles para desarrollar la ciencia. Y podemos pensar que la rendija para la abstracción sea en el caso de la ciencia lo más pequeña que podamos pensar y que queramos incluso controlar todos y cada uno de los conceptos que se utilicen en cada caso. Pero por pequeño que sea ese espacio, resurgirá como un ave fénix un viejo problema filosófico: por qué hemos de dar validez a las abstracciones científicas y no a otras abstracciones, como las filosóficas. Por más vueltas que le demos no encontraremos solución alguna. Este es el motivo central de que los críticos de la filosofía que emplean argumentos de inspiración positivista o empirista resulten tan divertidos: queriendo recortar tanto la abstracción terminan minando el suelo que ellos mismos pisan.