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Es otoño. El clima se atempera y el paisaje va poco a poco recuperando color y vida tras el largo y abrasador estío. Es tiempo para el ocre y el amarillo, para roncas y berreas, para setas y castañas, para caminar, hacer deporte, observar las aves o sentarse a comer en familia sobre el verde nuevo de la tierra. Lo que quiera. Pero no olvide nunca llevar un chaleco reflectante y un teléfono cargado con conexión a emergencias.
Porque es otoño y sucede que los señores cazadores (pocas cazadoras hay) tienen copado el campo con la práctica de su deporte favorito, este de acosar, acorralar y disparar a animales, y tan entusiasta es su entrega a tan noble empeño que algunos no se privan de invadir a tiros parques, terrenos comunales, caminos públicos, vías pecuarias y aledaños de zonas habitadas.
Es otoño y el que escribe no habla de oídas. Cada día festivo le hacen saltar de la cama los tiros de los cazadores, algunos a escasos metros de su cama, disparando a troche y moche junto a viviendas, viandantes, ciclistas y quien se aventure a pasar por allí – un camino público, acondicionado y señalizado como cañada real, y en el que, además de casas, se encuentran reconocidos parajes naturales como el complejo lagunar de Mirandilla, en cuyos rústicos bancos de picnic se paran los cazadores a cargar las escopetas y echar un tentempié –.
Es otoño y aunque el cronista tiene ya más de cincuenta primaveras, mantiene una fe insobornable en la razón humana, así que, ni corto ni perezoso, se acerca al cazador más próximo a recriminarle su actitud e invitarle al escrupuloso cumplimiento de la ley, gesto que no provoca más efecto que un encogimiento de hombros y una mirada cómplice con otro montero (hay uno cada veinte metros) que, en la misma cañada, acecha conejos escopeta en ristre sin levantar apenas la cabeza.
Como el asunto parece que va de civismo, el articulista llama entonces a la Guardia Civil, pero allí le dicen que sí, que es otoño, y que a la sola y atribulada patrulla que recorre la zona no le da la vida, porque – le dice una telefonista muy amable – hay otros cazadores pegando tiros allí donde no deben.
El columnista se queda, pues, esperando melancólicamente (es otoño, creo que dije) y, mientras el estruendo de los tiros le estruja el alma, se imagina el día en que uno de esos tiros se incruste por accidente en la sesera de un pastor, de un niño saltarín o de un desprevenido ciclista o caminante. Ya cree oír y ver los llantos, gritos y titulares, las solemnes promesas de las autoridades competentes, las indignadas invocaciones a la ley en curso (tan inútiles como las que se hacen a los santos) para, a los dos días, mirar de soslayo, irse y no haber nada. El articulista vuelve a pensar entonces que este es sin remedio un país de pícaros cervantinos, de sainetes de Berlanga, de La Escopeta Nacional, de La Caza, de As bestas y de Los Santos Inocentes y, agotados el repertorio cinéfilo y la paciencia, coge a la familia y se va a tomar una caña lo más lejos posible.
I
Arequipa es una muy interesante ciudad asentada en el extremo norte del desierto de Atacama y rodeada por tres imponentes volcanes que tuvieron la bondad de ponerse penachos de nieve para recibirnos. Es, aparentemente, una ciudad árida sometida a los caprichos geológicos, que frecuentemente toman la forma de terremotos. Sin embargo hay algo en ella que atrapa. Dejando de lado que en cada cruce de una calle te juegas la vida, la ciudad es generosa en su amabilidad, ofrece una gastronomía estupenda, y dispone de un centro urbano en el que la presencia española está rotundamente marcada. La plaza de armas es una joya y a su alrededor abundan los monumentos arquitectónicos que van desde el singular barroco peruano a la severidad de los conventos. Dispusimos de un hotelito encantador y nos movimos por la ciudad con seguridad. En la universidad me acogieron con los brazos abiertos y dejamos en el aire, al despedirnos, la promesa de un retorno.... lo que se constata es que los muros rompen las reglas de la democracia que los erige. El actual régimen restrictivo de las democracias en materia migratoria tiene consecuencias en esa forma de vida que supuestamente quieren defender. Si la Unión Europea limita los derechos en sus fronteras exteriores, erosiona también los valores que dice defender; el hecho de enviar a los migrantes a otros países que no respetan los derechos humanos dice muy poco de los estándares que considera compatibles con la dignidad humana. ¿Quién nos asegura que lo que es considerado aceptable para otros no termine siendo considerado inevitable para nosotros? ¿Qué proyecto de sociedad tiene valor cuando se consigue fomentando o tolerando un ejercicio de violencia sin ley en la frontera? No es compatible la violencia en la frontera con la imagen idílica de una democracia liberal en el interior. “Nosotros” somos afectados por el trato que damos a “otros”. Wendy Brown lo formula de la siguiente manera: cuanto más militantes son los límites de los Estados al defender un interior bueno y ordenado frente a un exterior malo y caótico, tanto más entra el caos en esas sociedades.
Si hay violencia, racismo y exclusión en las fronteras, también los habrá dentro de ellas. La seguridad de las fronteras exteriores conseguida a través de la violencia se convierte en violencia en el interior. Se podría decir que de algún modo la frontera se extiende hacia dentro. El racismo en las fronteras implica también racismo dentro de ellas, sobre todo contra quienes comparten raza o religión con quienes vienen de fuera. La discriminación en las fronteras se reproduce dentro de ellas. No hay exclusión hacia fuera que no tenga efectos de exclusión también hacia dentro.
La suspensión de derechos en las zonas limítrofes se traduce en normalización de la violencia policial y los comportamientos autoritarios. Los muros disciplinan también el interior de las sociedades. Se genera dentro de las fronteras una opinión pública que o no se entera de la violencia ejercida sobre civiles inocentes o que la acepta y apoya. Todo esto no deja de tener repercusiones en el Estado de derecho, la calidad de la conversación pública y la cultura política. El problema comienza en el momento en el que se justifica que haya un grupo de seres humanos que no tienen derechos.
De este modo, además de hacer un daño a los pertenecientes a ese grupo, se erosiona el mismo principio de universalidad de los derechos. Con el rechazo a la migración comienza un deterioro progresivo que consigue, en primer lugar, instalar el marco de que los amenazados somos “nosotros” y, en segundo lugar, continúa estableciendo que hay más grupos sociales que constituyen una amenaza para quienes somos “normales”. Cuando se intercambian los papeles de víctima y victimario acaban siendo objeto de la violencia no solo los migrantes y quienes les apoyan, sino también quienes son identificados como “extraños”, las personas trans, los sin techo, etcétera.
Detrás de esta manera de actuar en las fronteras hay una idea cerrada de la sociedad y una concepción homogénea de la nación que tiende a infravalorar su propia pluralidad. Las operaciones en la frontera son rechazos inmunitarios de un cuerpo que reacciona ante las amenazas exteriores ejercidas contra una nación que se supone indefensa. Con el discurso de la nación impermeable se pierde de vista el hecho de que las culturas y las identidades, lejos de ser inmutables, son de naturaleza histórica y se transforman constantemente por la incorporación de nuevos elementos. Por eso la exclusión en las fronteras, que se justifica por una idea homogénea del nosotros, suele venir acompañada por una represión de la diversidad interior.
Una de las consecuencias más inquietantes de este modo de operar en los límites exteriores es la legitimación de la desigualdad. El rechazo a la migración pone de manifiesto hasta qué punto hemos renunciado a la incondicionalidad de los derechos, en este caso en función de la nacionalidad.
Hay un núcleo de incondicionalidad en la idea misma de tener unos derechos (el “derecho a tener derechos”, según la expresión de Hannah Arendt), que se neutraliza cuando son considerados como una concesión en función de las propiedades personales (nacionalidad) o el comportamiento (meritorio). El lugar común que afirma que no hay derechos sin sus correspondientes deberes es una obviedad que en ocasiones implica pensar que los derechos no son propiedades de las personas, de cualquier persona, sino concesiones de la autoridad o recompensas que solo merecen quienes se han esforzado. Esta manera de pensar suele venir acompañada de hacer depender los derechos, en lo que se refiere a las prestaciones sociales, del buen comportamiento o de la disponibilidad de recursos. Los derechos ya no se dan por supuestos, sino que hay que merecerlos. Se establece una división entre quienes los merecen y quienes no. Aquí se inscribe la lógica meritocrática que postula que las desigualdades no son injustas cuando sancionan la pereza o recompensan la creatividad. La extrema derecha realiza a este respecto una nueva legitimación de la desigualdad: obtiene los votos de ciertos desfavorecidos porque consigue convencerles de que las desigualdades que padecen no provienen de una dominación injusta, sino de una desigualdad entre los territorios o por culpa de los que han venido de fuera. El deterioro de los servicios públicos no se debería a los recortes de los gobiernos sino a la presión migratoria. El lugar completamente desproporcionado que ocupa hoy la cuestión migratoria en el debate político se explica por la estrategia de imponer este marco mental.
Los años de políticas de la austeridad han conseguido convencernos de que el bien común es un bien concurrencial y de que en un contexto de limitaciones presupuestarias no hay para todo el mundo. El debate sobre cómo financiar la solidaridad se ha deslizado hacia imponer el marco mental de que se trata de algo condicionado al comportamiento de quienes la reclaman y a que haya recursos, es decir, a negar su carácter incondicional y universal. Una de las tareas intelectuales y políticas más acuciantes es combatir este lugar común que ha conseguido instalarse en la mentalidad y en las prácticas políticas. La paradoja inquietante es que la extrema derecha sea más convincente quitando las ayudas médicas a los extranjeros que la izquierda cuando promete revertir los recortes sanitarios. ¿Cómo es posible que en aquellos lugares donde se ha producido un mayor deterioro de los servicios públicos aumente el voto a la extrema derecha (que no propone ningún programa en la materia) y no a la izquierda (que es quien se presenta como defensora de lo público)? Si la extrema derecha puede presumir hoy de alguna victoria cultural es de haber convencido a muchos de que no hay futuro sin recortar los derechos de algunos, de “otros”, ocultando el hecho de que nosotros también podemos convertirnos en otros y que la dinámica de reducción de derechos termina inevitablemente por afectar a aquellos que se pensaban protegidos. Cuando alguien asegura que no hay para todos y que primero hay que proteger a los de aquí, puede uno estar seguro de que está pensando en desproteger a los de aquí.
Daniel Innerarity, La democracia de la migración, El País 22/10/2024
Soy simplemente un sociólogo de la religión, muy feliz de disponer de un indicador preciso para situar el paso de la religión de un estado zombi a un estado cero. En mis libros anteriores, introduje el concepto de estado zombi de la religión: la creencia ha desaparecido, pero las costumbres, los valores y la capacidad de acción colectiva heredados de la religión permanecen, a menudo traducidos a un lenguaje ideológico: nacional, socialista o comunista. Al comienzo del tercer milenio, sin embargo, la religión ha alcanzado un estado de cero (un nuevo concepto), que yo entiendo en términos de tres indicadores -siempre estoy buscando indicadores estadísticos para evaluar fenómenos que son tanto morales como sociales: soy admirador de Durkheim, el fundador de la sociología cuantitativa, incluso más que de Weber.
En el estado zombi, la gente ya no va a misa, pero sigue bautizando a sus hijos; hoy en día, la desaparición del bautismo es evidente, se ha alcanzado la etapa cero. En el estado zombi, seguimos enterrando a los muertos, obedeciendo así al rechazo de la Iglesia a la cremación; hoy en día, la difusión masiva de la cremación se está convirtiendo en la práctica más extendida, práctica y barata, se ha alcanzado la etapa cero. Por último, el matrimonio civil de la época zombi tenía todas las características del antiguo matrimonio religioso: un hombre, una mujer, hijos que criar. Con el matrimonio entre personas del mismo sexo, que no tiene sentido desde el punto de vista religioso, hemos salido del estado zombi, y gracias a las leyes sobre el matrimonio para todos, podemos datar el nuevo estado cero de la religión.
Alexandre Devecchio, entrevista a Emmanuel Todd: "Estamos asistiendo a la caída final de Occidente", lahaine.org 28/01/2024
Mi valoración de la derrota de Occidente se basa en tres factores.
En primer lugar, la deficiencia industrial de EEUU, con la revelación del carácter ficticio del PIB estadounidense. En mi libro, desinflo este PIB y muestro las causas profundas del declive industrial: la insuficiencia de la formación en ingeniería y, más en general, el descenso del nivel educativo, que comenzó en 1965 en EEUU.
A un nivel más profundo, la desaparición del protestantismo estadounidense es el segundo factor de la caída de Occidente. Mi libro es básicamente una secuela de La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber. En vísperas de la guerra de 1914, Weber creía con razón que el ascenso de Occidente era en el fondo el ascenso del mundo protestante: Inglaterra, EEUU, Alemania unificada por Prusia, Escandinavia.
La buena suerte de Francia fue estar geográficamente cerca del pelotón de cabeza. El protestantismo había producido un alto nivel de educación, sin precedentes en la historia de la humanidad, la alfabetización universal, porque exigía que cada fiel pudiera leer por sí mismo las Sagradas Escrituras. Además, el miedo a la condenación y la necesidad de sentirse elegido por Dios condujeron a una ética del trabajo y a una fuerte moral individual y colectiva.
En el lado negativo, esto condujo a uno de los peores racismos que jamás hayan existido, antinegro en EEUU y antijudío en Alemania, ya que, con sus elegidos y condenados, el protestantismo renunció a la igualdad católica de los hombres. El avance educativo y la ética del trabajo produjeron un considerable avance económico e industrial.
Hoy, simétricamente, el reciente colapso del protestantismo ha desencadenado un declive intelectual, la desaparición de la ética del trabajo y la codicia masiva (nombre oficial: neoliberalismo): el auge se está convirtiendo en la caída de Occidente. Mi análisis del elemento religioso no es nostálgico ni moralista: es una observación histórica. Además, el racismo asociado al protestantismo también está desapareciendo y EEUU ha tenido su primer presidente negro, Obama. No podemos sino felicitarnos por ello.
El tercer factor de la derrota de Occidente es la preferencia del resto del mundo por Rusia. Rusia ha descubierto discretos aliados económicos en todas partes. Un nuevo poder blando conservador ruso (anti-LGBT) estaba en pleno apogeo cuando quedó claro que Rusia estaba a la altura del desafío económico. Nuestra modernidad cultural parece en gran medida demencial para el mundo exterior: una observación de antropólogo, no de moralista retro. Además, como vivimos del trabajo mal pagado de los hombres, mujeres y niños del antiguo Tercer Mundo, nuestra moralidad no es creíble.
(Los rusos) Son conscientes no sólo de su actual superioridad industrial y militar, sino también de su futura debilidad demográfica. Sin duda, el presidente Putin quiere alcanzar sus objetivos bélicos economizando en mano de obra, y se está tomando su tiempo. Quiere preservar la estabilización de la sociedad rusa. No quiere remilitarizar Rusia y desea que continúe su desarrollo económico. Pero también sabe que están llegando clases demográficamente huecas y que el reclutamiento militar será más difícil dentro de unos años (¿tres, cuatro, cinco?). Por tanto, los rusos deben derribar a Ucrania y a la OTAN ahora, sin darles tregua. No nos hagamos ilusiones. El esfuerzo ruso se intensificará.
Fue al observar el aumento de la mortalidad infantil en Rusia entre 1970 y 1974, y la suspensión de la publicación de estadísticas sobre este tema por parte de los soviéticos, que en mi libro La Chute finale (La caída final) (1976) juzgué que el régimen no tenía futuro. Es un parámetro que ha sido probado. EEUU está rezagado aquí respecto a todos los países occidentales. Los más avanzados son los países escandinavos y Japón, pero Rusia también está por delante. Francia lo hace mejor que Rusia, pero aquí sentimos los signos de una recuperación. Y, en cualquier caso, aquí estamos por detrás de Bielorrusia. Esto significa simplemente que lo que se nos dice sobre Rusia es a menudo erróneo: se nos presenta un país fracasado, haciendo hincapié en sus supuestos aspectos autoritarios, pero no vemos que se encuentra en una fase de rápida reestructuración. La caída fue violenta, pero el rebote es asombroso.
Esta cifra puede explicarse, pero en primer lugar significa que tenemos que aceptar una realidad distinta de la que transmiten nuestros medios de comunicación. Rusia es ciertamente una democracia autoritaria (que no protege a sus minorías) con una ideología conservadora, pero su sociedad está cambiando, volviéndose altamente tecnológica con cada vez más elementos que funcionan perfectamente. Decir esto me define como un historiador serio y no como un putinófilo. Cualquier putinófobo responsable debería haberle tomado la medida a su adversario. Además, señalo constantemente que Rusia tiene un problema demográfico, igual que Occidente, al que creía decadente. La legislación anti-LGBT de Rusia, aunque probablemente resulte atractiva para el resto del mundo, no está llevando a los rusos a tener más hijos que nosotros. Rusia no ha escapado a la crisis general de la modernidad. No existe un contramodelo ruso.
Sin embargo, no es imposible que la hostilidad general de Occidente esté estructurando y dando armas al sistema ruso, al suscitar un patriotismo aglutinador. Las sanciones han permitido al régimen ruso lanzar una política de sustitución proteccionista a gran escala, que nunca habría podido imponer a los rusos solos, y que dará a su economía una ventaja considerable sobre la de la UE. La guerra ha reforzado su solidez social, pero la crisis individualista también existe en Rusia, con los restos de la estructura familiar comunitaria actuando como moderador. El individualismo que muta plenamente en narcisismo sólo se desarrolla en los países donde reinaba la familia nuclear, especialmente en el mundo angloamericano. Nos atrevemos a utilizar un neologismo: Rusia es una sociedad de individualismo controlado, como Japón o Alemania.
Mi libro ofrece una descripción de la estabilidad rusa, luego, avanzando hacia el oeste, analiza el enigma de una sociedad ucraniana en descomposición que ha encontrado en la guerra un sentido a su vida, para pasar después a la naturaleza paradójica de la nueva rusofobia en las antiguas democracias populares, luego a la crisis de la UE y, por último, a la crisis de los países anglosajones y escandinavos. Esta marcha hacia Occidente nos lleva paso a paso al corazón de la inestabilidad mundial. Es una zambullida en un agujero negro. El protestantismo anglonorteamericano ha alcanzado el estadio cero de la religión, más allá del estadio zombi, y ha producido este agujero negro. En EEUU, al comienzo del tercer milenio, el miedo al vacío está mutando hacia la deificación de la nada, hacia el nihilismo.
Es necesario salir de la dicotomía entre "democracia liberal" y "autocracia loca". Las primeras son más bien oligarquías liberales, con una élite desconectada de la población: a nadie fuera de los medios de comunicación le importa la remodelación de Matignon. Por otra parte, necesitamos utilizar otro concepto para sustituir a los de "autocracia" o "neostalinismo". En Rusia, la mayoría de la población apoya al gobierno, pero las minorías -ya sean homosexuales, étnicas u oligarcas- no están protegidas: se trata de una democracia autoritaria, alimentada por los restos del temperamento comunitario ruso que produjo el comunismo. Para mí, el término "autoritario" tiene tanto peso como el término "democracia".
Alexandre Devecchio, entrevista a Emmanuel Todd: "Estamos asistiendo a la caída final de Occidente", lahaine.org 28/01/2024
No voy a hablar de la magnífica ciudad colonial de Barichara, sino de su curioso cementerio. Cada difunto tiene sobre su tumba una escultura que da fe del oficio que ejerció en vida. Por eso me sorprendió esta de un hombre, en la tumba más próxima a la entrada del cementerio, que parecía tener como oficio el entretenimiento de la espera, con una parsimonia infinita, acompañado de su radio y de su puro... ¿Pero qué esperaba? Lo pregunté y me contestaron que esa era la tumba del último enterrador.
III
No tengo manera de conciliar razonablemente el sueño por las noches. No caigo en brazos de Morfeo hasta que se anuncia el alba y claro, esta no es una manera sensata de vivir. Suena el teléfono y me pilla dormido y perezoso. Y así ando acumulando descortesías e incumplimientos.
El respeto por la dignidad humana solo se demuestra ante el rostro de un desconocido. Cuando quien implora ayuda, cobijo o protección es alguien próximo, es muy probable que sea la semejanza o la afinidad común la que motive nuestro afecto. Pero la dignidad universal, el inalienable valor inherente a toda vida humana, se expresa en nuestro compromiso con un dolor que no nos pertenece. Tal vez por eso, un texto antiguo del Mediterráneo oriental, al que debemos no poco, quiso hacer del extranjero —junto con el huérfano y la viuda— un sujeto preferente con el que ejercer la responsabilidad moral.
El Gobierno de Italia, país llamado a ser uno de los pulmones culturales y espirituales de Europa, ensayó la semana pasada una infame estrategia de deportación de migrantes a Albania, donde se busca establecer un régimen semicarcelario y uniformado que sería insoportable en nuestro territorio. La medida es singularmente aviesa, por cuanto externaliza la violación de derechos humanos elementales en suelo extranjero, y lo hace, para mayor vergüenza, a cambio de dinero. La primera experiencia de este ominoso experimento ha sido un fracaso y, gracias a la acción de un juez, las 16 personas que fueron internadas forzosamente en Albania ya están en Italia. Europa agoniza, pero la ley, afortunadamente, todavía fiscaliza el proceder de los malos gobernantes. Por fortuna, el gobierno de las leyes, y no de los hombres, es otro de los patrimonios políticos esenciales de la tradición europea.
Giorgia Meloni no está sola, y Ursula von der Leyen llegó a ponderar este experimento deshumanizador, calificando la medida de “innovadora”. El adjetivo no es casual: una sociedad en la que la innovación es un valor absoluto es, obviamente, una sociedad consagrada al absurdo. El problema, además, no es solo que quienes hacen gala de la insolidaridad se comporten conforme a sus principios deteriorados. Lo dramático es que quienes aspiran a liderar moralmente la acogida lo hacen usando argumentos de utilidad igualmente infames. La dignidad de las personas migrantes no puede depender de las necesidades del capital ni de nuestra crisis demográfica. No debemos gestionar responsablemente los flujos migratorios porque sea rentable, sino porque el compromiso moral y civilizatorio del que Occidente presume solo será real si se ejerce incluso en contra de toda rentabilidad. Europa debe elegir si quiere ser un refugio aislado de prosperidad y fortuna, o si verdaderamente aspira a ser algo parecido a la luz del mundo.
Diego S. Garrocho, La dignidad de Europa, El País 21/10/2024
II
Me emocionaba, aunque ellos no lo supieran, cuando para mostrarme lugares de interés, mis amigos colombianos me llevan a pueblos que presentan una muy marcada influencia española, desde Cartagena a Barichara, posiblemente las dos ciudades más bellas del país. Paseando por sus calles se ven perfiles de España que no se observan con claridad en este lado del Atlántico. Es cierto que siempre hay alguien que te saca a relucir el Imperio español. Yo suelo contestar, con la mayor amabilidad posible, que incas y aztecas también se rigieron por lógicas imperialistas y que ninguno de ellos tuvo piedad con los pueblos a los que no podía someter pero que, en cualquier caso, los llamados "liberadores" estaban más cerca genéticamente de los conquistadores españoles que yo.
III
Me he puesto a limpiar el jardín (4 metros cuadrados, no se vayan ustedes a creer). Malísima idea. Me ha mantenido ocupado toda la tarde. Tengo una ampolla en un dedo y un corte en una mano. Pero hay cosas que uno no tiene más remedio que hacer (muy) de vez en cuando.
IV
Alguna vez he hablado por aquí del filósofo pamplonés Juan David García Bacca. Un grande, sin duda. Estoy leyendo un libro suyo publicado en 1987 titulado «Elogio de la técnica». que me está abriendo numerosas perspectivas nuevas para pensar la esencia de la técnica. Y esto es muy de agradecer. Decía Hannah Arendt que la verdad no es lo que encontramos cuando nos ponemos a razonar, sino lo que, cuando lo descubrimos, no tenemos otro remedio que ponernos a pensar y con frecuencia lo hacemos muy por debajo de la verdad motriz.
La Constitución otorga a cada uno de los 50 Estados un número de electores en el Colegio Electoral equivalente a la suma de su representación en el Congreso (dos senadores por Estado y un número de miembros de la Cámara de Representantes en función de la población, entre 1 y 52). Con las excepciones de Maine y Nebraska, el candidato que vence en un Estado se lleva todos sus votos electorales, sin importar que gane por un voto o por tres millones. Para salir elegido presidente hay que lograr 270 de los 538 votos electorales. Pese a lo obsoleto y potencialmente antimayoritario de la figura, el Colegio Electoral tiene sus defensores. Como la personalidad de la derecha estadounidense Dennis Prager, para el que más que un obstáculo se trata de una “idea brillante” de los fundadores, que “no querían una democracia, querían una república”. Según Levitsky y Ziblatt, la idea de que el Colegio Electoral forma parte de un sistema de controles y contrapesos calibrados con minuciosidad “no es más que un mito”. Fue una solución de compromiso ante la falta de mejor acuerdo.
Colomer explica que el sistema se diseñó cuando no se esperaba que existiesen partidos. Se contaba con que, al no alcanzarse la mayoría suficiente en el Colegio Electoral, la elección del presidente pasase a la Cámara de Representantes. “Eso muestra el desconocimiento de cómo funcionaría la democracia en un país nuevo, sin experiencia, sin precedentes, sin referencias de otros países para consultar”.
La regla de que el ganador de un Estado se lleva todos sus votos, unida a la sobrerrepresentación de los menos poblados, permite ganar las elecciones a un candidato que pierda en el voto popular. Hoy por hoy, eso favorece a los republicanos, más fuertes en los Estados sobrerrepresentados en el voto popular. En la mayoría de los Estados hay un claro favorito y solo siete están realmente en juego: Arizona, Georgia, Míchigan, Pensilvania, Wisconsin, Nevada y Carolina del Norte. “La presidencia se dirime según los deseos de entre 150.000 y 200.000 votantes indecisos de unos pocos condados clave, en un puñado de Estados bisagra. Ellos serán los que decidan el próximo presidente”, advierte David Schultz, editor de Presidential Swing States (Estados péndulo presidenciales, sin edición en español).
Iker Seisdedos, Miguel Jiménez, Por qué estados Unidos es una democracia defectuosa, El País 20/10/2024
Lo imprescindible no cuenta. El relato dominante deja fuera a quien decide cuidar lo interior. La palabra “economía” proviene del griego oikos, “casa”; en su origen remoto, describía la administración del hogar. La gran paradoja es que, a lo largo del tiempo, la economía se ha mostrado displicente con el espacio hogareño. Nadie duda del beneficio de actividades como criar a los niños, limpiar, lavar la ropa o cuidar enfermos. Sin embargo, salvo que contratemos a alguien para ocuparse de ellas, no computan en la contabilidad productiva, no son relevantes ni crean riqueza o derechos. Incluso la profesión carece de reconocimiento y se paga mal. Arrinconamos esa esfera íntima que, más que una esfera, vendría a ser la cuadratura del círculo. Poco valoradas, excluidas de los grandes indicadores, las tareas domésticas y los cuidados subsisten en el subsuelo social. Parece que no respondiesen a una lógica económica, sino solo amorosa. La economía, nacida en el hogar, no quiere decir su nombre.
Contemplamos los cuidados como un asunto privado, olvidando su dimensión colectiva. Cada cual debe resolver sus necesidades como pueda, con sus solos recursos. Mientras algunos multimillonarios investigan cómo lograr una inmortalidad de élite, los sistemas públicos sufren recortes, y quienes cuidan caen en un desamparo cada día más asfixiante. En la tragedia griega Alcestis, de Eurípides, el dios Apolo concede al corrupto rey Admeto el don de la vida eterna. Para lograrlo, alguien debe acceder de manera voluntaria a morir en su lugar. Obsesionado, el monarca ofrece grandes sumas de dinero a los más pobres de su reino, pero nadie acepta. Al final, su esposa Alcestis, enferma, asume el pacto mortal y asegura así el futuro de sus hijos. Esta muerte canjeable ofrece una metáfora distópica de las sociedades donde el dinero compra la salud —cada vez más negocio y menos derecho—. A medida que gana terreno la lógica del sálvese quien pueda, una parte creciente de los esfuerzos recae en la red de afectos, sin apenas apoyos ni facilidades, y así emerge la soledad del cuidador de fondo.
Las personas que deciden acompañar a un ser querido enfermo afrontan renuncias constantes, agotamiento y aislamiento. Para todas ellas la entrega está penalizada: dejar el trabajo, reducir su jornada, salarios mermados, sueños enterrados, reproches, ansiedad, bregar tensas y demacradas de un sitio a otro. La sociedad entera descansa sobre esos trabajos no remunerados, pero a la vez condena a quien pretende conciliar profesión y cuidados.
En esa bóveda de amparo mutuo, todos podemos contribuir a hacer más leve el peso, también desde la periferia de la enfermedad. El filósofo estoico Epicteto, contemporáneo de Marco Aurelio, sabía que no es fácil acercarse a esas tierras de penumbra: ante el dolor ajeno, experimentamos torpeza, desconcierto y desazón. Escribió en su Enchiridion sobre el arte de ayudar y consolar sin hundirnos y sin tampoco esquivar a quien sufre: “Cuando veas a alguien llorar de pena, procura no dejarte vencer por el mal. Acompáñale en su pena y, si es necesario, comparte sus lamentos. Esfuérzate, sin embargo, por no gemir interiormente”. El contexto de individualismo creciente nos ha desentrenado en la colaboración. Hemos olvidado la pregunta más sencilla: ¿qué necesitas? Esas situaciones requieren sutileza para encontrar palabras simples, para decir: llámame cuando estés abrumada. Si, como suele suceder, la persona que cuida ya no tiene tiempo libre, quizá la única opción es acompañarla en sus tareas cotidianas. Nutrir la confianza, no criticar, no aconsejar, no sermonear. Colaborar no consiste en arengar a los demás explicando qué harías tú para resolver sus problemas, como un oráculo. Se trata de aligerar el peso, disminuyendo en lo posible el estrés y la ansiedad.
En algún momento de nuestra evolución, la carga compartida se afianzó como mecanismo adaptativo, no solo porque la unión hace la fuerza, sino también porque las amenazas parecen menos abrumadoras cuando se afrontan en comunidad. Quienes han tejido relaciones solidarias sufren menos miedo que quienes se sienten solos. Cuando aflora la angustia, es momento de mirar al invisible, alumbrar la penumbra y salvar los destellos. La persona enferma y sus acompañantes forman una unidad: son todas pacientes y reclaman atención.
Irene Vallejo, La soledad del cuidador de fondo, El País 20/10/2024
Auschwitz podría no ser únicamente el acontecimiento único que dejó mudos a los poetas —Theodor Adorno afirmó la imposibilidad de escribir poesía tras la profunda herida de lo allí sucedido—, podría no representar solo la excepción política que marcó un antes y un después en la historia de la humanidad, como se ha venido interpretando con fuerza desde que sucedió. Tal vez hubo un Auschwitz antes de Auschwitz y lo hay también después de él.
La idea de la existencia de un Auschwitz antes de Auschwitz viene sustentada, ya lo sabemos, por las tesis del pensamiento decolonial, de las cuales viene hablándose recientemente en abundancia, y según las cuales muchos procesos coloniales utilizaron técnicas de deshumanización con rasgos muy parejos a los de Auschwitz. Pero, ¿y si Auschwitz, el paradigma, el ejemplo perfecto del campo de concentración, viniese repitiéndose a lo largo de nuestras democracias, adoptando disfraces que nos hacen no reparar demasiado en ello? ¿Y si los estados de excepción, donde hay una suspensión de la norma, como sucedió en los campos de concentración nazis, del que Auschwitz es culmen, no fuesen en realidad una excepción sino la norma misma, la estructura de nuestras avanzadas democracias? ¿Y si Europa no es más que una continua máquina de producción de pequeños estados de excepción?
El filósofo italiano Giorgio Agamben, recordemos, señalaba la existencia en el corazón mismo de nuestras democracias de una estructura de mutua dependencia entre zoés y bíos. Bíos son las vidas que tienen derechos, las vidas ciudadanas, las que tienen biografía, mientras que las zoés representan el vivir común a todos los seres vivientes, las formas de vida que están desposeídas de derechos, las que solo contienen el mero hecho de vivir, y a menudo en un grado tan alto que son matables, es decir, que se puede disponer de ellas sin que siquiera ese acto conlleve una respuesta. Son las vidas nudas. Sin duda el campo de concentración nazi es la culminación de esa suspensión de la norma, el lugar donde pueden suceder los crímenes más abyectos. Pero Agamben trae el modelo del campo a las políticas recientes y reconoce los mismos elementos constitutivos de los estados de excepción en sucesos tales como el del estadio de Bari, en el que en 1991 la policía italiana amontonó a inmigrantes albaneses antes de devolverlos a su país, o el Velódromo de Invierno, en el que las autoridades de Vichy agruparon a los judíos antes de entregarlos a los alemanes, o las zones d’attente de los aeropuertos internacionales franceses, en los que durante cuatro días los extranjeros que solicitan el reconocimiento del estatuto de refugiado pueden ser retenidos antes de que intervenga la autoridad policial. No obstante, también el patrón se reconoce en Guantánamo, o en las medidas que tomó EE UU a propósito del 11 de septiembre, saltándose la Declaración de Ginebra sobre prisioneros de guerra. Estas zonas y situaciones de exclusión son solo algunas muestras, pero si al abrir el periódico fuésemos capaces de tener otra mirada encontraríamos muchos más cada día.
Sin embargo, la tesis que sostiene Agamben es aún más fuerte: estas situaciones no son una excepción, sino, al contrario, una estructura necesaria de inclusión excluyente, una gestión política que necesita siempre la exclusión de algún otro para situarse donde está, un vínculo necesario que une el poder con la vida nuda y que está adornado de modo que resulte invisible sin una adecuada observación. Auschwitz es el paradigma del campo de concentración, del estado de excepción, es su hipérbole. Pero lejos de ser una anomalía en la historia de Europa es la expresión desmedida de lo que sucede una y otra vez. Por eso, Auschwitz no puede gozar del prestigio de la mística. Es cierto que es el epítome terrible, el lugar en el que se produjo el más ignominioso modo de hacer de la vida una vida nuda, de realizar la más absoluta condición de lo inhumano. Pero es también la terrorífica representación de lo que sucede cada día. Es importante que se relea desde esta perspectiva, que el concepto que es Auschwitz se ponga al día, que no quede como el altar del horror, si queremos avanzar en justicia social. Porque Auschwitz es la matriz oculta del espacio político en el que vivimos todavía y donde se suceden pequeños Auschwitzs. Un estado de excepción, un campo, sucederá siempre que encontremos un lugar de indiferenciación, una zona gris en que la vida nuda y la norma entren en un umbral de indiferenciación, independientemente de los crímenes que allí ocurran, solamente con que pudieran ocurrir al amparo de toda impunidad.
Aurora Freijo, El esqueleto de Auschwitz, El País 19/10/2024
I
Tenían los Pekenikes una canción titulada Tren transoceánico a Bucaramanga que parecía en realidad una de esas canciones que Ennio Morricone componía mientras se duchaba para animar la acción de una película del oeste. Pero yo me quedé con Bucaramanga por lo que este nombre me sugería de exótico, aventurero y extraño. En realidad no me sugería nada concreto sino, más bien, era la inconcreción de la sugerencia, que apuntaba a unas experiencias inéditas, lo que me llamaba la atención. Así que cuando una fundación colombiana me invitó a Bucaramanga a inaugurar un congreso sobre lectoescritura dije inmediatamente que sí. Bucaramanga, al fin, estaba a mi alcance.
II
Si eran altas las expectativas, más alta fue la decepción. Fue la ciudad, que quede claro, la que no correspondió a mis esperanzas, porque la gente las sobrepasó: resultó acogedora y entrañable y hasta tuve la inmensa suerte de encontrarme con los amigos de una escuela de Cúcuta a los que dedicó en parte mi libro Prohibido repetir, que hicieron seis horas de coche por aquellas carreteras infernales para poder darme un abrazo. Ese abrazo ha sido de lo mejorico del viaje. Su calor no se desvanecerá fácilmente.
III
Como la ciudad no nos ofrecía perspectivas halagüeñas, mi mujer y yo decidimos adentrarnos por un camino que parecía conducir a la selva, esperando que la naturaleza nos recompensara del desconsuelo urbano. Y por allí nos fuimos, siguiendo un sendero estrecho bordeado de la fogosa y frondosa vegetación tropical.
IV
Estábamos tan a gusto sintiéndonos, al fin, un poco aventureros, acogidos con los brazos abiertos por la Madre Naturaleza, que nos llevamos una decepción terrible cuando descubrimos que el camino conducía a este lugar:
I
Ando sumido en un intento de resintonizarme con la realidad de aquí -lo pueden llamar «trastorno por disritmia circadiana» o simplemente «jet lag»- después de tres semanas de viaje intenso y gozoso por tierras de Colombia y Perú: Bogotá, Bucaramanga, Girón, San Gil, Barichara, Lima, Arequipa, Cuzco, Ollantaytambo, Cuzco, Lima y, de nuevo, Bogotá (incluyendo Zipaquirá y Cajicá). Ha habido días en los que, al despertarme, lo primero que me preguntaba era en qué ciudad estaba.
II
Viajar está muy bien, siempre que asumas que dejas atrás todos aquellos detalles que hacen de una casa un hogar y que no encontrarás en ningún hotel, por muchas que sean sus rutilantes estrellas, porque tu sofá es tu sofá, y tu almohada es tu almohada y tu Petit Cafè es tu Petit Cafè.
III
He visitado lugares fantásticos y me he encontrado con personas amigables, que marcan, sin duda, nuevos comienzos en mi vida. Se suele decir que todo lo que encontrarás en un viaje ya lo llevas metido en la maleta cuando sales de casa. En parte es así, pero no es menos cierto que al abrir la maleta, de regreso en casa, te encuentras con que traes prendidos en la ropa trajinada aromas nuevos y que cada uno de ellos te remite a un paisaje (o sea, a un estado del alma) o a un rostro (o sea a una apertura a una relación).
IV
Y, por cierto, nos vemos el martes:
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
España se convierte, quiera o no el gobierno, en un país de propietarios
ricos vs. desheredados viviendo al límite. Desheredados que irán aumentando
conforme acabe de desinflarse la riqueza acumulada por ese asomo de clase media
que brotó en el último tercio del siglo XX, y de cuyo menguante patrimonio
viven todavía hoy, en un quiero y no puedo, gran parte de nuestros jóvenes.
Esta desigualdad en el acceso a la vivienda no es, por cierto, más que uno de los destrozos del huracán especulativo que cruza la península, dejando paisajes rurales desolados (pese a estar repletos de placas solares) o centros urbanos y costas destruidos por la plaga turística.
Este compendio de desigualdad, desolación y destrucción difícilmente va a perjudicar directamente a las generaciones mayores, la mayoría de ellas con la vida resuelta, casas en propiedad, jubilaciones garantizadas y pocas razones para temer los efectos del cambio climático, pero sí, desde luego, a los más jóvenes, cuyo futuro es la moneda con la que se apuesta en el capitalismo de casino que dirige el mundo.
Sin embargo, y a pesar de lo claro que resulta todo esto, una inmensa proporción de esos jóvenes desheredados está siendo descaradamente embaucada con discursos ultraliberales y populistas. Discursos que, a cambio de baratijas ideológicas e identitarias, abducen a los jóvenes para que presten su apoyo a los proyectos políticos que más peligrosamente comprometen su futuro.
Qué la mayoría de jóvenes desheredados o condenados a serlo vote a las derechas, e incluso adopte (en sus opiniones y poses) el estilismo conservador de los dueños del cortijo, responde a un patrón histórico e ideológico muy viejo: aquel por el que las clases bajas y de medio pelo imitan las costumbres e ideas de las idolatradas clases altas, pero con la salvedad de que los jóvenes de ahora deberían estar lo suficientemente educados como para no dejarse engañar de esta manera. ¿Estaremos equivocados en esto?
Luego está la cuestión del victimismo crónico en que chapoteamos todos. Vale con que, tras cincuenta milagrosos años de democracia en este país, creamos estúpidamente que ese es el estado natural de las cosas. Vale que parte de la izquierda se haya transformado en una troupe de curas laicos obsesionados con la moral sexual o los derechos de las minorías. Vale que se esté muy desencantado de la política. Vale con todo eso y más. Pero eso no justifica la inacción y falta de una ambición política coherente por parte de las nuevas generaciones. No vale con estar todo el tiempo quejándose. Los jóvenes son ya mayorcitos para darse cuenta de lo que se cuece. Porque en esa caldera, la carne destinada al sacrificio es claramente la suya.
¿Cuál fue la vanguardia que realmente supuso una ruptura con el arte tradicional? La crítica del arte coincide en que, de entre todos los ismos, el cubismo fue el movimiento que realmente supuso una ruptura estética más allá de la provocación y la voluntad de crear un nuevo arte que, una tras otra, fueron propugnando todas las vanguardias y, aún más allá, los diferentes movimientos artísticos desde el Romanticismo en el siglo XIX. Al menos en lo que respecta a las artes plásticas.
El cubismo suponía el fin de las reglas que habían marcado el arte occidental desde, al menos, el Renacimiento. Empezando por la perspectiva y acabando por la figuración. Así lo consideraban ya sus propios impulsores, desde Pablo Picasso a Georges Braque y Juan Gris, e incluso Paul Cézanne, quien sin ser nunca un pintor cubista sí exploró otras tradiciones artísticas que le permitieron superar las estéticas imperantes para abrir nuevos caminos.
Ramón Álvarez, En pos de la cuarta dimensión, La Vanguardia 05/10/2024
Lo he intentado. He intentado ponerme en el pellejo de los asesinos porque en el de las víctimas es demasiado fácil y hasta placentero. Allí donde no puedes hacer nada para impedir un crimen, al menos te sientes bueno. No quiero sentirme bueno estos días. He intentado lo contrario. He intentado empatizar con Shimon Zucherman y Yehuda Levinger; y hasta con Kovi Margolis. Desde el aire, vale, porque el aire es abstracción y pirueta; desde cerca no sé, aunque es verdad que a un cuerpo lo podemos deformar de tal modo que acabe por parecernos (lo sabían muy bien los nazis) un piojo o un gusano. ¿Pero los objetos? ¿Puedo empatizar con esos soldados israelíes que desvalijan cajones, rompen platos, manosean ropa interior, roban bicicletas, torturan peluches? Mucho más humanos que los cuerpos, fácilmente deshumanizables, son los objetos que esos cuerpos han tocado en vida; mucho más corporales que los cuerpos mismos son los enseres personales, y ello justamente porque sobreviven a sus usuarios. Hace casi 50 años aprendí de Sánchez Ferlosio lo que es una metonimia; recuerdo aún estremecido que en Las semanas del jardín, en efecto, nuestro genial escritor citaba como ejemplo un haiku japonés en el que se describía, ay, la ropa tendida al viento de un niño muerto. Me impresionó mucho. Tanto que en un poema reciente me atreví a ir un poco más allá y el viento, después de secarla, se llevaba la ropa y esta vez —decía yo— nadie bajaba a buscarla. Y la ropa así volaba y volaba y volaba por el mundo sin niño dentro y sin padres que pudieran al menos recogerla y doblarla y guardarla religiosamente en un cajón.
Santiago Alba Rico, Empatizar con el sargento Blancovich en Gaza, El País 11/10/2024