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su -ahora expareja- le había llevado a aquella situación. Nunca abandonada por nadie ni por nada se encontraba con ese no saber que hacer con su vida, su trabajo, su casa, su mascota, su realidad.
Era una persona optimista pero en aquella ocasión le superaron las circunstancias. Miro en su bolso si encontraba la dirección de su amigo Pérez , un hombretón bonachón que le había tirado los trastos varias veces . Pensó que un lugar para pasar la noche le vendría bien pero antes pasó por el super para visitar la zona de
Interesante artículo sobre la importancia de la escritura par desarrollar el pensamiento.
Sostiene el autor, y yo estoy completamente de acuerdo con él, que escribir te ayuda a pensar mejor, con más claridad y de manera más convincente. Es un poco como las matemáticas, en el sentido de que no importa cuánto las utilicemos como adultos, porque cuanto más aprendemos a usarlas, mejores analistas y pensadores seremos.
Una de las características que se suele atribuir al capitalismo es su capacidad fagocitadora. Como si se tratara de un agujero negro, todo lo que se aproxima a sus dominios es engullido, pero también descompuesto, por la fuerza incontrolable de su gravedad. Incluso la luz acaba formando parte de su oscuridad. Los ejemplos son infinitos y de los más diversos ámbitos. Y especialmente significativos cuando nos referimos a aquellas llamaradas que surgieron como posibles alternativas al propio capitalismo.
La escala social, por tanto, ya no se muestra como radicada en nuestro origen social y en la naturaleza -la sustancialidad- de nuestro linaje, fundamento del orden social del Antiguo Régimen. En la sociedad burguesa nuestro ser social se identifica con la capacidad de acumular objetos que son entendidos como constituyentes de nuestro ser individual, el cual deberemos construir a partir de nuestro nivel adquisitivo. Un estatus que –consecuentemente con la mentalidad meritocrática del capitalismo– dependerá de nuestro trabajo y esfuerzo.
Tal concepción la encontramos, por ejemplo, en la última campaña de una famosa marca de ropa cuyo eslogan –“que nada ni nadie te defina”– invita a la autodefinición –la definición es en la metafísica clásica donde se manifiesta el ser de lo real– a través del consumo de sus productos. Un eslogan que, además, nos remite a otra de las ideas recurrentes en la publicidad: la del acto de consumir como supuesta forma de rebeldía frente a la autoridad y el orden establecido.
Una vez –al menos desde el punto de vista de la descripción de la lógica del consumo– se ha identificado el ser con el tener, el individualismo propio del capitalismo busca ocultar su propia naturaleza aborregante invitando a la construcción de nuestra identidad a través de un tener que nos hace, supuestamente, diferentes y ajenos a la normatividad establecida.
Por un lado, el objeto de consumo se convierte no solo en el símbolo de nuestra identidad, sino de aquello que nos diferencia y nos hace superiores a los demás: aquellos y aquellas que, en su mediocridad, cumplen con las normas establecidas. Un punto de vista en realidad tan paradójico como sorprendente: la identidad específica de cada uno y cada una se alcanza no solo a través del consumo, sino del consumo de aquello que la marca del producto en cuestión pretende vender al mayor número posible de consumidores y consumidoras.
Por otro, esa supuesta diferencia la construye el individuo –como en el caso del superhombre– al margen de la sociedad y sus normas. El acto supremo del consumo se muestra así como acto de libertad y rebeldía contra lo establecido, a pesar de que –segunda paradoja– el consumo sea precisamente pilar fundamental de lo establecido. El producto –como ocurre de manera recurrente en los anuncios de coches– se convierte en fundamento de una vida en auténtica libertad. Una libertad que se ejerce en la propia decisión de comprar como acto propio de aquel “que no acepta las normas establecidas” (todo un leitmotiv en los anuncios publicitarios).
Sergio de Castro Sánchez, El Superhombre se va de compras: Nietzsche y la construcción del sujeto consumista, El Salto diario 19/06/2018 [https:]]«Si alguien pregunta por qué hemos muerto
diles que fue porque nuestros padres mintieron».
Tras constatar que el ADN de los chimpancés difiere del nuestro en apenas un dos por ciento, Jane Goodall concluye que «estas criaturas nos han enseñado lo arrogante que ha sido el ser humano al pensar que era diferente de los chimpancés y del resto del reino animal».
¿Pero por qué es arrogante reconocer una diferencia?
Los escolásticos decían, con razón, que donde no hay diferencia no hay claridad. La diferencia es el ser del límite.
En ese dos por ciento de diferencia genética se encuentra la posibilidad de un Newton, un Bach, un Velázquez, un Cervantes, un Platón... una Jane Goodall.
- En busca del tiempo en que vivimos.- El primer paso del saber es saberse.
- La más ventajosa superioridad es la que se apoya en la adecuada noticia de las cosas.
- No se acreditan los vicios por hallarse en grandes sujetos.
- Siempre filosofar, entristece, y siempre satirizar, desazona.
- La verdad es una doncella hermosa, pero tan vergonzosa que anda siempre tapada.
- Se cree mal aquello que no se desea.
- La vida de cada uno no es otra cosa que una representación trágica y cómica. Ha de hacer uno todos los personajes a sus tiempos y ocasiones.
Dos aforismos de Gracián:
“Toda ventaja en el entender lo es en el ser”.
"No vive vida de hombre sino el que sabe".
... el primer apunte de reseña: AQUÍ.
Observó Jacobi (Sobre una profecía de Lichtenberg) que para el animal la madre tiene solamente pechos, por eso a medida que olvida el pecho olvida a la madre. Sin embargo, para el hombre la madre tiene rostro. El niño desplaza su mirada del pecho materno y la dirige hacia el rostro de su madre en busca de su amor y de su reconocimiento. Podría limitarse a llorar, pero también sonríe. Ahora, con 67 años cumplidos, puedo añadir yo que el rostro de mi madre está cada vez más vivo en mí. Comprendo muy bien lo que le ocurrió a Susana Sainz, neuróloga del Hospital Universitario Ramón y Cajal, cuando le pidió en su consulta a un anciano de 85 años con deterioro cognitivo que le escribiese en un papel lo primero que le viniera a la cabeza. Lo que el anciano al borde de la desmemoria escribió fue «Mamá, yo no te olvido»
- En busca del tiempo en que vivimos.Existe una tendencia general al enaltecimiento de «lo concreto» frente a «lo general» o abstracto. Impera la filosofía del «dejarse de filosofías e ir al grano». Y se extiende la teoría de que «lo que importa no es la teoría sino la práctica».
¿A qué viene tanta incongruencia? ¿Qué es «lo concreto» sino una abstracción más? ¿Cómo podríamos saber cuál es el grano (ese al que «hay que ir») sin una filosofía que nos lo aclare? ¿Y habrá precisamente algo más práctico que una buena teoría?
No es sencillo delimitar las causas de este dislate. Algunas son de raíz religiosa. En la versión más ultraortodoxa del cristianismo la salvación se lograba con una mezcla de fe ciega y trabajo duro («Ora et labora»). Para la ideología moderna, igualmente imbuida de fideísmo luterano, la felicidad se logra con voluntarismo ciego y emprendimiento entusiasta. En ambos casos el pensamiento no es más que un vicio pecaminoso o (en lenguaje secular) una obsesión patológica.
Si a este pragmatismo anti-intelectualista, tan yanqui y evangelista él, le unimos el capitalismo de consumo, con su culto a las emociones y su moralina de carpe diem (no dejes para mañana lo que puedes comprar hoy), y añadimos el culto la tecnociencia y sus soluciones mágicas, tendremos el caldo de cultivo perfecto para que prolifere el espíritu anti-espiritualista de nuestro tiempo, es decir, la falsa idea de que la vida es algo radicalmente distinto de las ideas (¡la de románticos vitalistas que habrán dado su vida por esta idea!).
Al «concretismo» actual tampoco le es ajeno el descrédito de los viejos ideales (políticos, religiosos, estéticos, filosóficos…) ni la correspondiente banalización de la existencia. Esto se deja ver en la estética minimalista vigente, en la jerga fragmentaria de las redes, en el hedonismo sensualista al uso, y en esa suerte de ética de lo efímero, cotidiano, diverso, abierto, líquido y otras denominaciones de la más emperifollada nadería, con la que comulgamos hoy todos. Reina así el politeísmo más republicano y ramplón, y el Dios (muerto) de Nietzsche se transfigura en el dios de las pequeñas cosas infinitamente infinitas, es decir, de las cosas que, en el límite, no se dejan concretar (más que) en nada.
Toda esta fe en la minucia irrelevante se deja ver también en el mundo educativo. Una buena facción de las tendencias pedagógicas institucionalizadas (y ojo que digo tendencias, y no pedagogías, que son cosa más seria) insisten en que a la hora de educar hay que dejarse de abstracciones y enseñar en y para lo concreto, reducir el peso de lo teórico y abundar en lo práctico, cambiar las cosas y no andar dando vueltas a entelequias intelectuales.
¡Error garrafal! Pues si se piensa un poco se comprenderá que la educación consiste justamente en lo contrario: en liberar a la gente de su entorno concreto para lograr que dejen de atender (durante un rato siquiera) a lo inmediatamente práctico. La escuela no es (como) la «vida», sino aquello que permite entenderla, y justo por eso ha de distanciarse y extrañarse de ella.
Para entender es, además, imprescindible la inteligencia, y esta consiste en abstraerse, es decir: en tomar distancia con respecto al mundo concreto para, en ese espacio abstracto, delimitar, relacionar y comprender de forma unitaria y estable lo que en su contexto parece diverso y cambiante. Por eso, no hay mejor «situación de aprendizaje» (término opresivamente de moda) que la que te permite entender las cosas fuera de toda situación, condición esta sine qua non para poder pensar esas cosas en todo contexto y momento posible.
Lo mismo podríamos decir con respecto a lo teórico y lo práctico. No hay forma de enseñar cosas prácticas sin un profundo conocimiento teórico. Para cambiar las cosas (que es el objeto de toda praxis) hay que saber antes qué y cómo deberían ser esas cosas. Además: nadie aprende simplemente haciendo, sino a través de ese tipo sutil de acción que, antes o después del hacer, llamamos reflexión (y el más sabio solo con ella). Solo el lerdo aprende a base de ensayo y error.
Y ojo que estas tendencias educativas son, además, enormemente peligrosas. Si el espacio abstracto de las ideas promueve por su propia naturaleza la reflexión, el diálogo y la apropiación crítica de las ideas, el lenguaje más concreto del juego, la imagen, el ejemplo práctico o las emociones (todo con lo que se tiende hoy a educar al alumnado, incluso al de más edad) fomenta, si se abusa de él, la asunción dogmática y acrítica de ideas y valores; ideas y valores de los que ni siquiera es consciente a veces el educador.
Así que ya saben: déjense de menudencias y vayamos a lo que de verdad son las cosas, es decir, a aquello en lo que trabajosa, pero también gozosamente se dejan comprender. Al fin, no hay una forma más concreta de poseer algo que comprenderlo en su más profunda y abstracta esencia.
Oli London es un influencer británico que se considera una persona no binaria transracial y se ha sometido a 18 operaciones de cirugía estética para parecer coreano, porque asegura que ha estado viviendo durante toda su vida en «un cuerpo equivocado». «Soy un ser humano que vive en mi verdad», declaró a Sky News. El problema para él es que ha sido acusado de apropiación cultural.
- En busca del tiempo en que vivimos.
Eterna, un pueblecito de unos diez habitantes de la comarca de Montes de Oca, es como la síntesis de la Sierra de la Demanda. Está casi cercado por un extenso acebal destinado a adueñarse de sus calles. El reloj de la torre, dando la hora eterna, está parado.
La vegetación avanza y el pueblo se encoge a medida que sus habitantes se refugian en las comodidades legítimas de las gran- des ciudades. Desde lejos sobresale la torre de la iglesia, el hito referencial de una comunidad que desaparece. Ya nadie echa en falta sus campanas, porque nadie tiene una vida que regular con la agenda de sus tañidos. Pero ahí resisten, firmes y en silencio, cumpliendo su indeclinable misión de unificar las miradas de la comunidad y dirigirlas hacia el cielo en busca de raíces. Siempre sorprende en estas iglesias un capitel provocador, la piedra finamente tallada de un canecillo bajo la cornisa, o una arquivolta que mantiene su elegancia a pesar de la carcoma del tiempo. Pero la fe que talló estas piedras ya no está a su lado para sustentarlas.
Lo humano se va, pero aún no se ha ido, y lo natural vuelve, pero aún no del todo. Entre medio, el turista ve sin comprender. Y hace fotos.
Cada casa tiene su poyo junto a la puerta principal, que es, naturalmente, el elemento doméstico que más resiste el colectivo desmoronamiento. No hay nada más resistente a la obsolescencia que un poyo. Ni nada más humilde. Ni nada más ajeno al forastero que ha olvidado el arte de sentarse a pegar la hebra.
¡Qué humilde es todo: el poyo, la torre de la iglesia, las campanas, el capitel! Pero su humildad resume un mundo.
En "En busca del tiempo en que vivimos",
Los días pueden ser largos, y algunas horas son interminables, pero los años... los años se han ido acortando a medida que he ido envejeciendo y últimamente caen en alud. No deja de parecerme increíble que ya estemos en el 2023 si parece que fue ayer que...
Si alguien con poderes para hacerlo me ofreciese volver atrás, a alguna época de mi vida que haya quedado sepultada en el tiempo, le diría que me quedo en el presente. No es que no añore determinadas cosas del pasado, es que no estoy dispuesto a renunciar a mis ilusiones del presente. Quiero verlas crecer y desarrollarse y sentirme, de una u otra manera, partícipe de su desarrollo.
Este libro se comenzó a escribir en el autobús que me llevaba, la prometedora mañana del 25 de junio del 2021, de Córdoba a Hornachuelos. Durante el trayecto tomé apresuradamente las primeras notas que aquella misma tarde comencé a desarrollar en mi habitación de la hospedería del monasterio trapense de Santa María de las Escalonias, a donde me dirigía sin comprender muy bien el impulso que me guiaba, pero sintiendo nítidamente su fuerza y su empuje. Decidí seguir el horario de los monjes y levantarme a las cuatro de la mañana para acompañarlos en sus cantos con mi escucha atenta. En aquellos días, de los que recuerdo especialmente la serenidad de la noche profunda, con una luna inmensa, bruñida, que lucía su hierática majestad sobre los altísimos eucaliptos que aromatizaban de esperanza la avenida del monasterio, fui añadiendo más anotaciones. La impaciencia de las palabras que se arremolinaban en la punta del bolígrafo me forzaba a mantener la moleskine siempre abierta.
De las Escalonias me trasladé, caminando con mi bastón, la mochila a la espalda, mi sombrero de paja y mis sesenta y seis años, a Hornachuelos, punto central de mis caminatas radiales por los senderos de Sierra Morena, explorador caprichoso de límites, horizontes e instantes. Como se sabe, el horizonte es lo que dota de figura a un paisaje y permite interrogarlo por la contrafigura de lo indefinido que esconde la distancia, allá donde no alcanza la vista. ¿Y el instante, qué es, sino el hito del tiempo?
«Ser hombre», escribí aquella noche, «es tener la capacidad de fijarse límites» y, por lo tanto, de orientarse y errar. El errático es el que da la espalda a los límites y anda extraviado. Con razón un discípulo de Platón, Jenócrates, definía la sabiduría como la facultad de poner los límites —o mojones— adecuados a las cosas. Como un mojón, en griego, es un horos, la prudencia era para él una horística.
Caminar por Sierra Morena a primera hora de la mañana es atender a los límites de las últimas penumbras y al barrunto de la luz que cantan, impacientes, las avecillas, habitantes naturales del entrambos. En uno de sus tan sugerentes comentarios de los textos mesiánicos, escribe Emmanuel Lévinas: «Todo el mundo es capaz de saludar a la aurora. Pero distinguir el alba en la noche oscura, la proximidad de la luz antes de que resplandezca, en eso consiste tal vez la inteligencia». Ésa es, precisamente, la inteligencia que posee la alondra y le falta a la lechuza de Minerva.
Caminar cuando apunta el alba es sentirte teórico del cielo y del infinito, de esa íntima e inquietante lejanía de las estrellas. Schelling, siguiendo a los clásicos, decía que en el hombre la Naturaleza se contempla a sí misma y, al observarse a través de nuestros ojos, toma conciencia de sí. Efectivamente, sin el hombre, la naturaleza permanecería muda, ilegible, sin hitos ni horizontes ni fronteras. Nadie entendería la inteligencia de la alondra. Cuando despierta el rumor germinal de la naturaleza, caminar es un ejercicio de hitología —de «hito», dado que son hitos o mojones los que suelen marcar los límites— y una horística. En el Llibre de meravelles de Ramon Llull, un padre da este consejo a su hijo: «Ve per lo món e meravella’t» [Ve por el mundo y maravíllate] . Esto es lo que me decía a mí mismo cada noche al meterme en la cama.
Se trata de no contentarse con ser morales fragmentariamente y de aspirar a buscar en nosotros mismos el principio capaz de ordenar nuestra conducta. Este principio podría tener esta forma:
«Tú debes proyectar sobre tu futuro la unidad posible de lo mejor que ya has sido fragmentariamente, de forma que se convierta en principio ordenador de tu vida».
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura y en el diario El día.
Hubiera podido ser pedagoga, antropóloga o experta en
derecho, como lo son hoy sus hijas. O ingeniera agrónoma y trabajar en un kibutz, como soñaba de joven. No le
faltaban ganas, perspicacia, y un afán obsesivo por leer alimentado desde chica
por aquellas novelas de quiosco que, en su infancia pobrísima, apenas alcanzaba
a comprar e intercambiar mil veces por otras igualmente desvencijadas y
maravillosas…
Pero mi madre no solo tuvo la mala suerte de nacer pobre de solemnidad, sino también la de ser mujer en la tenebrosa España de los años cuarenta. Así que, por más ganas y talento que tuviera, hubo de cambiar rápidamente la escuela por el desabrido mundo del trabajo. Para ayudar en casa y para que su hermano pudiera, él sí, seguir acudiendo a esa escuela que a ella se le cerraba.
No digo que fuera la única: millones de mujeres se vieron forzadas, antes y después al enorme sacrificio de privarse de educación y proyección profesional para beneficiar al hermano, al marido, a los hijos… Un sacrificio enaltecido en cátedras y púlpitos con la mística de la maternidad y justificado desde tiempos inmemoriales por los más ruines prejuicios misóginos…
No he podido evitar recordar a mi madre al toparme estos días en los medios con el llanto desconsolado de una niña afgana a la que las medidas de su gobierno impedían volver a la escuela. Se la ve en un vídeo casero, con su ajada ropilla escolar y la carita (aún) descubierta, llorando a lágrima viva mientras su padre intenta en vano consolarla y, al fondo, los chicos entran y salen del aula que hasta hace unos días era también la suya.
La historia de esta niña es la crónica de una barbaridad anunciada pero no por ello menos odiosa. Porque es un odio igualmente inconsolable el que uno siente por esa turba de fanáticos analfabetos que en Afganistán (y en otros lugares del mundo) han decidido que las niñas no tienen derecho a recibir más educación que la imprescindible para entender las órdenes de sus amos. Unos amos que, seguramente, han visto las barbas de su vecino iraní pelar, o al menos peligrar, por una revuelta de mujeres, muchas de ellas con estudios superiores, hartas de vivir aplastadas bajo la doble tiranía del patriarcado y de los clérigos que gobiernan su país a golpe de jaculatoria y horca.
Es curioso que nos escandalicemos con toda justicia ante las guerras que asolan el mundo, exigiendo la intervención frente a aquellos que las provocan, y no sepamos ver en toda su dimensión global e histórica la violencia que se ejerce secularmente sobre la integridad física, moral e intelectual de las mujeres (es decir, sobre la mitad o más de la población del mundo). Una violencia ante la que no caben ya componendas ni subterfugios, sino el enfrentamiento directo y un ejercicio todo lo feroz que haga falta de intolerancia.
Frente a lo que repite retóricamente (¿Cómo si no?) el discurso oficial, las distintas culturas y creencias morales que nos rodean no son «igualmente válidas». Es cierto que el buen sentido político nos obliga a tolerar mucho de lo que no nos resulta moralmente respetable, pero incluso esa tolerancia carece de sentido si no es en relación con los límites que permiten, precisamente, definirla y legitimarla.
Frente a esa retórica oficial, y contra el prejuicio inconsistente de que no hay valores ni verdades universales (salvo el de ese mismo prejuicio, claro, que se pretende él mismo valioso y verdadero urbi et orbi), las protestas de mujeres en todo el mundo demuestran que el relativismo moral tiene una validez muy relativa. A poco que se le concede a alguien, sea de la cultura o época que sea, el lugar, el tiempo y los conocimientos suficientes para formarse y pensar por sí mismo, surge universalmente el ansia de libertad y justicia, esto es, el anhelo de vivir según tu propio criterio, y el prurito de que se te reconozca (a ti y a los demás) el derecho de hacerlo. Como decía Sócrates, una vida sin reflexión (es decir: sin el cultivo del propio pensamiento) y sin aspirar a la justicia, no merece la pena ser vivida. Es por ello que, para desesperación de sus verdugos, las mujeres iraníes o afganas le están perdiendo el miedo a la lapidación o la horca…
Mi madre murió con la espina clavada de no haber podido seguir acudiendo a aquella escuela que ella intuía como el lugar desde el que como mujer podía aspirar a una vida plenamente libre y digna, pero le dio tiempo a ver como sus hijas y nietas, ellas sí, lo conseguían. Que el sacrificio hoy de las iraníes o afganas no sea totalmente en balde, y que las repugnantes creencias culturales y religiosas que justifican la sumisión de las mujeres al poder y la violencia de los hombres sean vencidas gracias, precisamente, a esas escuelas que, aunque cerradas hoy para ellas, les han inoculado ya ese veneno liberador al que, una vez probado, nadie puede renunciar.
a) Compara humans amb mamífers salvatges.
b) Compara humans amb vaques.
c) Per què hi ha tantes vaques i porcs, (i no es compta l'aviram) si resulta que ens els mengem? Perquè ens els mengem. Assolem els boscos per produir vegetals per alimentar els ramats per menjar-nos-els .
d) No fóra millor menjar-nos directament allò que cultivem?
La muerte es lo más precioso que le ha sido dado al hombre. Por esa razón hacer un mal uso de la misma constituye una impiedad suprema. Morir mal.SIMONE WEILL
Els senyors de la creació, qui són?
Yuval Noah Harari: Crec que la nostra responsabilitat arriba tan lluny com el nostre poder, i un dels problemes a què ens enfrontem és el desequilibri entre el nostre poder i el nostre coneixement. Durant milers d’anys, el poder de l’ésser humà ha augmentat de manera considerable, però el nostre coneixement no hi està a l’altura. Per exemple, és molt més fàcil construir una presa sobre un riu que entendre totes les conseqüències que tindrà per als peixos, els ocells, els arbres, el clima i, en definitiva, per a nosaltres. Això és doblement cert en el terreny individual. Ara estic connectat per mitjà de cadenes causals a tot allò que passa al món. Però si volem investigar fins i tot una cosa ben simple, com ara d’on prové aquesta camisa i quins humans o animals poden haver patit en el seu procés de producció, literalment tardaria anys a conèixer realment les conseqüències d’haver-la comprada.
Singer: També hi ha límits clars en el grau de preocupació que hi podem destinar. Tots tenim les nostres prioritats. Quan he adquirit experiència, he mirat de fer certes coses relacionades amb el tracte als animals i les conseqüències de menjar-ne, i també amb què podem fer per ajudar qui viu en situació de pobresa extrema per mitjà de donacions a organitzacions benèfiques eficaces, però simplement no tinc temps per informar-me degudament de cada producte que vesteixo, compro o utilitzo.
Harari: Aquest és un problema bastant recent de la història. El tipus de vida que duien els humans no implicava aquestes qüestions ètiques. Un caçador-recol·lector coneixia la majoria de les conseqüències del que feia, perquè eren molt locals. Era molt estrany que pogués fer alguna cosa que tingués un impacte significatiu en un lloc distant o en persones i animals desconeguts. Per tant, des d’una perspectiva evolutiva, el nostre sentit ètic o els nostres instints ètics no han evolucionat per abordar el tipus de qüestions ètiques que ens plantegem al segle xxi.
Singer: Això no obstant, heu assenyalat que els nostres avantpassats o els pobles indígenes no sempre coneixien les conseqüències del que feien. Us parlo des d’Austràlia, i, quan els humans van arribar-hi, van acabar amb prop del 90% dels grans mamífers del país. Estic segur que no sabien que, amb el nombre d’animals que mataven, els seus descendents tindrien menys animals per caçar. Però, així i tot, ho van fer.
Harari: És absolutament cert. Evidentment, això va tenir lloc durant milers de generacions. Crec que la principal diferència amb l’actualitat és que no estaven en condicions d’entendre les conseqüències del que feien a llarg termini. Almenys col·lectivament, nosaltres estem en condicions de fer-ho. Tenim capacitat per entendre el que estem fent al planeta, al clima i a d’altres animals. Només que, per entendre-ho, depenem d’institucions col·lectives que compilen i analitzen el coneixement. Èticament tendim a confiar en nosaltres mateixos, però per gestionar problemes d’aquesta magnitud depenem d’aquestes grans institucions, cosa que provoca un sentiment d’alienació. Això és part del motiu de la profunda crisi ètica a la qual ens enfrontem.
Peter Singer i Yuval Noah Harari, A qui li importa aquest món? Sobre el poder de la responsabilitat, Metropolis. Barcelona octubre 2022, nº 124
La lucha por el poder no da cuartelillo. Y si alguien creía que la cúpula judicial estaba al margen de ella es que vivía en lo más alto de un guindo. De hecho, la cuestión no es si el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial deben participar o no de la «maraña de la política» (parece inevitable que así sea), sino si esa participación ha de tener algún límite, y si ese límite está más o menos relacionado con los propios a la arquitectura del sistema político. Veamos.
La presente guerra proviene directamente del «secuestro» del Consejo General del Poder Judicial por parte del Partido Popular, que se ha negado reiteradamente a cumplir con la obligación constitucional de facilitar la renovación de sus miembros, algo que hubiera cambiado su composición (ahora de mayoría conservadora) y, por ende, la del propio Tribunal Constitucional (que también mantiene de forma anómala una mayoría de jueces conservadores). En este sentido, la estrategia del PP ha consistido en chantajear recurrentemente al gobierno, exigiendo cambios legislativos imposibles, a cambio de facilitar la renovación de los jueces y obligando, mientras tanto, a prorrogar sus mandatos de forma artificiosa.
Hasta aquí, los golpes de la lucha política afectaban – pero solo afectaban – de modo inusualmente enérgico a uno de los pilares del sistema: el de la rotación del control del ejecutivo sobre el poder judicial (equivalente al que el poder judicial tiene sobre el ejecutivo). El problema es que en el asalto visto estos días la pelea ha llegado a quebrar, no sabemos hasta qué punto, al propio sistema.
Este segundo y peligroso asalto ha comenzado con la acción, desesperada e insensata, por parte del gobierno, de intentar romper el control del PP sobre el poder judicial con una artimaña legal poco ortodoxa y por la vía de urgencia; algo que, dada la trascendencia de lo que se pretendía reformar, no parece que fuera lo más procedente. Pero esto, que podría quedar expuesto, con toda normalidad democrática, a una reprobación posterior del Tribunal Constitucional, ha dado pie, sin embargo, a una reacción aún más explosiva del PP, que ha pedido a un TC bajo su control que emprenda una medida tan democráticamente inconcebible (jamás vista, de hecho, ni aquí ni en la UE ) como la de suspender cautelarmente la discusión y votación de una propuesta de ley (ya aprobada, además, en el Congreso) por parte de los representantes públicos, «no fuera a ser» que estos acabaran votando enmiendas poco constitucionales…
Con esta medida, el Partido Popular ha escalado hasta un extremo peligrosísimo la lucha por destruir a un gobierno que, contra todo pronóstico, se muestra más correoso, unido y resistente de lo que se preveía. La escalada consiste en utilizar el control de la cúpula judicial para generar una inestabilidad política e institucional tan grave que Núñez Feijóo pueda relanzar su imagen como la alternativa moderada que necesita imperiosamente el país. Si el valor distintivo de la «marca Feijóo» (frente al extremismo de VOX y el populismo chocarrero de Ayuso) es el orden y la moderación, no hay más que crear la necesidad de tales cosas y, para ello, nada mejor que colocar el país al borde de un colapso que quepa atribuir al «radicalismo de izquierdas».
¿Por qué esta estrategia? Dado que el malestar por la crisis económica o la (escasa) contestación social son insuficientes para dar del todo la vuelta a las encuestas, el PP habría optado por explotar la bronca institucional permanente. No queda otra. Pese a quien le pese, el gobierno de Sánchez ha logrado, sin un excesivo desgaste, gestionar una pandemia nunca vista, afrontar los efectos demoledores de una guerra, apaciguar la situación en Cataluña y mantener la situación económica bajo control (incluso en mejor estado que los países vecinos). Además, afrontará el próximo periodo electoral desde la presidencia de la Unión Europea, algo en lo que la imagen de estadista internacional de Sánchez supera con creces a la del provinciano y escasamente carismático Feijóo...
Ahora bien, lo malo de provocar una gravísima crisis (como la de estos días) para adelantar y/o ganar unas elecciones, es que supone poner en jaque (o en tablas) al sistema entero. Y esto, lo haga quien lo haga, es sumamente peligroso e irresponsable. Y una prueba no menor de que la lucha política ha traspasado los límites democráticos tiene algo que ver con lo que los filósofos llaman «reductio ad absurdum». Cuando el proceso de legítima confrontación política conduce al absurdo de ver a los magistrados del TC decidiendo de forma indigna sobre su propia recusación, o bloqueando, ellos mismos, la votación en el Senado que podría forzarlos a renovar sus cargos, es que hemos llegado al límite mismo de la sensatez. Y hay que rectificar, antes de que salgamos perdiendo todos.
Horari d’atenció al públic
Una persona pot constrïr-se com un subjecte ètic, és a dir, un subjecte feliç, digne i lliure?
Vivim en un món incert i confús. Però tots aspirem a la felicitat i a viure amb llibertat i dignitat.
Aquestes paraules estan desgastades i banalitzades, certament, però hem de fer un esforç per donar-les un sentit real i que estigui lligat a un projecte ètic possible. La qual cosa vol dir que hem de buscar un sentit que sigui a la vegada desitjable i possible.
Farem tres sessions per tractar una manera de recòrrer els camins per abordar aquests tres temes. No es tracta de dir quin és el camí, sinó de donar una caixa d´eines conceptuals per que cadascú la utilitzi de la manera que consideri més convenient.
TEMARI:
Hi ha l’opció de fer el curs en tres modalitats diferents:
INSCRIPCIONS
La civilització occidental apareix a partir del creuament d´aquesta tradició clàssica grecoromà amb una altra que arriba de l´Orient pròxim : el cristianisme. Durant segles el cristianisme serà l´unificador del pensament occidental i d´Europa. A partir del renaixement, i sense qüestionar la religió, apareixerà un nou humanisme. Els segles XVII i XVIII seran els que donaran lloc a las grans conceptualitzacions i argumentacions sobre els nous fonaments del saber, l´ètica i la política. Com a rerefons, la gran revolució científica del segle XVII a Europa, la instauració progressiva de la economia-món capitalista i la legitimació de l´Estat modern. I l´aparició del subjecte individual com a referent.
En aquest segon bloc estudiarem la constitució del pensament modern, des de la seva formació al segle XVII a partir de la filosofia del subjecte de Descartes fins a la crisis provocada per les corrents irracionalistes del segle XIX ( representades per Kierkegaard i Schopenhauer). Analitzarem les teories del coneixement racionalistes i empiristes, que intentarà superar amb la seva teoria crítica. Les noves teories polítiques del contracte social i l´Estat de dret, amb l´aparició de la il·lustració i el liberalisme. El debat entre la teoria moral dels principis i de les conseqüències y la filosofia de Shopenhauer com crisis del valors il·lustrats moderns.
Horari d’atenció al públic
Este es el verdadero significado político que tuvo este término en la Atenas clásica, una expresión que cuando empezó a circular estaba muy lejos del glamour académico que terminaría adquiriendo en las famosas lecciones de Foucault del Collège de France. No hay más que leer las comedias de Aristófanes para comprobarlo. La parresía, para no andarnos por las ramas, era en primera instancia la garrulería que se le atribuía a la forma de hablar de los pobres, las mujeres y los esclavos (Ar. Th. 540-543). Lo que sucedió es que después de la batalla de Salamina los pobres tomaron conciencia de que gracias a su papel como remeros de la flota se habían convertido en el principal baluarte de la ciudad, y a partir de entonces empezaron a caminar con la cabeza más alta y a exigir que en las asambleas se escucharan sus intervenciones con el mismo respeto y dignidad con el que se atendía a los oradores de rancio abolengo. En este sentido, es muy sugestivo que Judith Butler haya dedicado una de sus últimas intervenciones públicas a la parresía (conferencia impartida en el Hebbel am Ufer de Berlín, y publicada en Sin miedo. Formas de resistencia a la violencia de hoy, 2020), porque lo que hicieron los pobres con esta palabra fue un ejercicio de resignificación similar al que hicieron los activistas del movimiento queer con la palabra que adoptaron de nombre (en español, «rarito»). Butler, sin embargo, no se adentra por este camino, porque su punto de arranque son las lecciones que Foucault impartió en la Universidad de California en Berkeley (cf. Discurso y verdad en la Antigua Grecia, 2004; y también sus lecciones en el Collège de France: La hermenéutica del sujeto, 2002; El gobierno de sí y de los otros, 2009; y El coraje de la verdad, 2010), y aunque estas lecciones son tan jugosas que siguen dando que hablar (y lo seguirán haciendo en el futuro, como demuestra la propia contribución de Butler), el punto de vista de Foucault no refleja el sentido de la parresía histórica. Esto no le quita a su reflexión un ápice de su valor, ni tiene por qué socavar el rendimiento político o filosófico de su conceptualización de la parresía. Simplemente, deja más espacio para pensar un concepto que a diferencia de lo que supuso Foucault no trata de la valentía que tienen los grandes oradores o filósofos cuando se ponen en pie para cantarle las cuarenta al pueblo, sino de la dignidad de la forma de hablar de los pobres y del asombroso acontecimiento de que esta dignidad se convirtiera en uno de los principios políticos más importantes de la ciudad. Esta reconceptualización de la parresía histórica, como espero aclarar en este artículo, tiene muchas cosas que aportarnos a los desafíos del presente y a los debates que han sido abiertos por la propia Butler (entre otros, su intento de repensar la parresía de Foucault en el contexto de los cuerpos, las resistencias y los movimientos sociales).
David Hernández Castro, Sin chusma no hay 'parresía', elsaltodiario.com 16/12/2022
–Cuando yo utilizo una palabra –dijo Humpty Dumpty en un tono más bien desdeñoso– significa lo que
yo quiero que signifique: ni más ni menos.
–La cuestión –dijo Alicia– es si puedes hacer que las palabras signifiquen tantas cosas distintas.
–La cuestión –dijo Humpty Dumpty– es saber quién manda.
Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas.
La noción de género es una noción de diagnóstico clínico que surge en un contexto médico psiquiátrico. No es por azar que mi libro se llame Dysphoria mundi. Hasta ahora, el ámbito de la sexualidad ha sido definido desde un lenguaje médico patologizante y que interpreta cualquier forma de disidencia respecto a la norma como disforia, como patología. Pero la noción de disforia no es médica, es política. Y no solamente no se refiere a mí, sino a cualquier cuerpo vivo que resiste a esta forma de imposición salvaje de la norma.
Las técnicas de muerte con las que se gestionaba a los cuerpos supuestamente subalternos se han expandido a la totalidad de la población (con la excusa del COVID). Me sentía como un médico de urgencias que de repente llega a casa de los normales y les dice: “Ojo, que ahora sois vosotros la carne de cañón”. También tiene que ver con el hartazgo de separar constantemente hombres, mujeres, heterosexuales, homosexuales. ¿Pero de verdad creéis que somos tan distintos? ¿De verdad creéis que, frente a lo que está sucediendo, el poder tendrá algún reparo en comeros y trituraros exactamente de la misma manera? Por eso digo que cualquiera de vosotros sois tan queer como yo porque estáis en el centro de esta pandemia. Si eres un cuerpo vivo sometido a regulaciones de vigilancia, control y tecnologías de la muerte, te conviene leerte esto, por si acaso.
Cualquier espacio se ha convertido totalmente en disfuncional y, por tanto, genera dolor, porque es imposible experimentar con tu propia subjetividad sin ser constantemente acosado. La cuestión es cómo posicionarse frente a eso. Una opción es pensar que estamos abocados a una especie de destrucción apocalíptica: sálvese quien pueda. La otra, y es lo que denomino dysphoria mundi, sería pensar que quizá por primera vez en la historia estamos en una situación límite y excepcional al mismo tiempo, porque tenemos la posibilidad de llevar a cabo un cambio de paradigma, una transformación radical de todos los modos de producción y de reproducción. La producción fósil o a través del trabajo, la reproducción heterosexual habitual, la taxonomía jerárquica que distingue entre humanos y animales... Ya sabemos que todo ese sistema está obsoleto. Y, desde esa postura, tendríamos la posibilidad de inventar colectivamente otra forma de vivir.
Cuando te haces consciente de tu posición excéntrica o disidente con respecto a la norma, hay muchas maneras de afrontarla. Una de ellas, claro, es desde la posición de la víctima. Y otra manera es entender ese pequeño espacio como un lugar de experimentación, como un lugar desde el que empezar, aunque sea de manera muy tímida y microscópica, a inventar prácticas de libertad. No estoy romantizando ni idealizando la falta de acceso a ciertos derechos políticos, que puedo compartir con gente que vive situaciones de discapacidad, trabajo sexual o inmigración, pero a veces pensamos que la norma es fácil y la disidencia es muy difícil. Y mi experiencia es que la norma es un lugar muy, muy duro, porque uno está siempre con una sensación de frustración, de fallo o de incompetencia. Sugiero que estar fuera de la norma puede ser un excelente lugar desde el que mirar lo que está sucediendo y desde el que establecer otras alianzas con otra gente, y empezar a disfrutar de la posibilidad de inventar otra forma de vida.
Carlos Primo, entrevista a Paul B. Preciado: "Estar fuera de la norma puede ser un excelente lugar para mirar lo que está sucediendo", Icon. El País 15/12/2022
Se trata en esto de una cuestión de jerarquía: ¿interesa la naturaleza en sí misma, o interesa la naturaleza porque interesa ese raro ser natural que es el hombre? O aún: ¿la causa de la naturaleza como instrumento para la causa del hombre, o más bien el saber del hombre al servicio de la preservación de una naturaleza de la que eventualmente el hombre ni siquiera formaría parte? Sin duda la respuesta a favor de la naturaleza resulta como corolario de toda relativización del peso del ser humano por homologación de nuestras facultades a las de otros animales.
Pero el peso ontológico (el peso en el conjunto de los entes) que se le da al ser humano es también rebajado cuando se homologa nuestra inteligencia a entidades del tipo Deep Learning soslayando la variable clave de que tales entidades son resultado de la existencia del hombre y no a la inversa. Ambas posturas se unifican en un discurso (incontestable desde el punto de vista fenomenológico) sobre el cosmos que cabe sintetizar así: enriquecida la naturaleza inanimada con la emergencia de la vida, y enriquecidos los sistemas de señalización e información con la aparición de un código complejo como es el lenguaje humano, el despliegue de las potencialidades de este último condujo a su reproducción en entidades que ya no tienen la vida como soporte, pero obviamente sí las leyes de la física. Las diferentes etapas sólo se diferenciarían gradualmente, siendo absurda la idea de erigir una de ellas en referencia o foco de significación.
Como ya he señalado nada cabe objetar a tal discurso…mientras nos atengamos a lo que la ciencia puede testimoniar. Pero la coherencia se rompe si nos permitimos introducir la pregunta: ¿qué da soporte al discurso de la ciencia? Pues es obvio que la ciencia es una manifestación del lenguaje refiriéndose a cosas que no son el propio lenguaje. La ciencia es fruto del hombre, y por ello el hombre mismo no puede ser homologado a nada de lo que la ciencia explora, no cabe por así decirlo una ciencia del hombre.
Una persona a la que exponía la idea que sustenta estas reflexiones, al apercibirse de la relativización (cuando no desvalorización) del ser humano que se desprende de las tesis reduccionistas, exclamó: ¡Y tan contentos! Y efectivamente algo en estas posturas llama poderosamente la atención: decimos que el hombre es un pasajero momento del orden natural, como si esto aboliera el sentimiento de que ese pasajero momento es el testigo incluso de tal pasar, de tal manera que fuera del mismo, fuera de lo que él describe (sea o no científicamente), lo seguro es nada. Y una vez más la pregunta:
¿Por qué esta rebaja en nuestro entorno cultural del peso de la variable lenguaje? ¿Por qué se niega la primacía del ser que es principio de toda afirmación como de toda negación? La respuesta es quizás que ello evita (al menos en estado de vigilia) la confrontación inevitable con la tremenda realidad de lo que somos. Y decididamente esta forma de denegación de la certeza (esta necesidad de imposible fusión con anímales, máquinas y eventualmente árboles) ha ganado la partida, empujando a los arcenes a todo aquel que dé signos de no comulgar y obligando incluso a plegarse a otras formas de religión, que en el pasado defendieron su “certeza” de la singularidad humana pero sólo en base al dogma de que una inteligencia creadora había querido que así fuera. ¡Sin duda era este segundo aspecto lo que confería la firmeza para conducir a la pira a quien sostuviera una tesis contraria!
Víctor Gómez Pin, ¡Tan contentos!, El Boomeran(g) 12/12/2022
Si la consciencia es un fenómeno emergente que generó la evolución tras agrandarse los cerebros y aumentar el número de neuronas, no sería descartable que lleguemos a la IAG (inteligencia artificial general) por la vía de modelos del tipo de ChatGPT de mayor tamaño. GPT-4 está a la vuelta de la esquina y se espera que tenga 500 veces más parámetros que GPT-3. Si ahora estamos con la boca abierta, no estamos preparados para el siguiente nivel.
Nuestra capacidad para predecir los efectos de una tecnología transformadora es muy limitada. Ya hemos discutido que una IA parezca que consciente sin serlo basta para cambiar nuestra visión del asunto por completo. Cuanto mejores resulten las versiones del modelo, más plausible será que podamos cederles las riendas en ciertas situaciones. Lo que parece más probable, de momento, es que vayamos hacia una creatividad asistida por inteligencia artificial. Dibujando, escribiendo o programando tendremos atajos, sugerencias de nuevas ideas o indicaciones de por donde deberíamos seguir. Una suerte de “autocompletar para todo” que aumentará la productividad, pero que, de momento y como mucho, solo nos aligerará las tareas de más bajo nivel del proceso creativo. Habrá cada vez más valor en la ideación, y menos en la técnica para implementar esa idea o solución.
Antonio Ortiz, ¿Puede ChatGPT amenazar el negocio de Google?, Retina. El País
Llegiu més en Marta Peirano
En el encuentro Año Cero organizado por Retina, Mark O’Connell, autor de Cómo ser una máquina, presentó esa idea de resurrección perdurable, de neo-humanidad desvestida de la pesada carga de la parca. El transhumanismo, resumido fácilmente en cómo “subir nuestra mente a una máquina”, en palabras de O’Connell, no es un grupo de frikis-viciados al WOW, con ritualística ciencióloga, adoradores de la máquina como el Ministerio Post Natural Valenciano y sus Advenimientos Sónicos. El movimiento transhumanista cuenta entre sus filas con cabecillas de la talla de Peter Thiel, Elon Musk y Ray Kurzweil, verdaderos coroneles de Silicon Valley (EEUU). Un oasis de ricos, riquísimos, en todo lo que importa; ambición y dinero, inteligencia y dinero, contactos y dinero, locura y dinero… Los titanes del Valle de Silicio poseen tanto de todo ello que hasta algunos se pueden permitir la bizarrada, como contaba O’Connell, de montar instalaciones criogénicas en Phoenix (EEUU), donde ya hay unos cuantos visionarios metidos en el congelador a la espera de un futuro en el que se pueda extirpar su cerebro, escanearlo y subirlo a un terminal robótico. Algo muy similar a Ghost in the Shell o a los, ahora no tanto, delirios ficticios de Arthur C. Clarke.
Ya lo decía Aquiles en Troya: “Te contaré un secreto, algo que no se enseña en tu templo: los dioses nos envidian. Nos envidian porque somos mortales, porque cada instante nuestro podría ser el último, todo es más hermoso porque hay un final. Nunca serás más hermosa de lo que eres ahora, nunca volveremos a estar aquí…”.
Desear la eternidad es el síntoma de una élite demasiado acostumbrada a tenerlo todo. Incapaz, como son los poderosos, de someterse a nada, incluso a los designios de la muerte. A esa muerte que expulsa a los muchachitos obscenos que somos y nos deja con lo que queda de nosotros. Algo inerme. Algo, en cierto sentido, puro. O también puede ser un reto. Un pulso egómano a la creación. El escupitajo definitivo a la cara de los dioses. Como bien apuntó O’Connell durante la charla, un ejercicio de sublimación freudiana; la reconducción de las pulsiones hacia objetivos más allá de lo sexual que en estos gerifaltes de la eternidad se materializa en deificarse.
Galo Abrain, Mercaderes del apocalipsis y el oscuro negocio del transhumanismo, Retina. El País