22384 temas (22192 sin leer) en 44 canales
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
La única razón que se esgrime para justificar este ejercicio «adultocéntrico» del poder es la misma que se emplea para rechazar que se pueda votar desde los dieciséis años (algo que se ha vuelto a debatir estos días en el Parlamento). La susodicha razón es que los jóvenes de dieciséis o diecisiete años son presuntamente inmaduros para participar en política, un argumento completamente capcioso que ya se empleó, siglos ha, para negar el derecho al voto a las clases populares o a las mujeres. De ellas también se decía entonces (igual que de los jóvenes ahora) que eran inmaduras, maleables, poco hechas a asumir responsabilidades y emocionalmente inestables…
El argumento es obviamente falso. Pero conviene desgranar los motivos. El primero es que se funda en una determinación completamente arbitraria de lo que supone ser «moral o políticamente maduro» (una determinación que inexplicablemente se deja en manos de neurólogos o psicólogos, como si estos tuvieran competencia alguna para definir qué sea lo «moral»). Y el segundo es que, independientemente de esta falaz presunción, la inmensa mayoría de los estudios (justamente científicos) coinciden en que los jóvenes entre dieciséis y dieciocho años tienen, como mínimo, la misma capacidad para pensar lógicamente, argumentar y tomar decisiones racionales que los adultos…
Por supuesto, se puede argüir que los jóvenes de diecisiete son más impulsivos y «emocionales» (o incluso «radicales», como he leído por ahí). Del mismo modo que se puede decir que los ancianos son por lo general más conservadores, los ciudadanos sin estudios más influenciables, o los adultos de clase media-alta más moderados… ¡Puestos a hacer generalizaciones! Ahora bien, ¿invalida esto el derecho al voto de los ancianos, las personas sin estudios o los ciudadanos acomodados? De ninguna manera. Se supone que la democracia se funda precisamente en considerar los intereses y deseos de todos, estén influidos por lo que estén influidos. ¿y por qué habría de ser peor estar influido «por las hormonas» que por el afán (no menos emocional) de defender tus intereses de clase?
Frente al pésimo argumento de la presunta “inmadurez” moral de los jóvenes encontramos, sin embargo, un elevadísimo número de razones a favor de disminuir la edad para votar. La primera es obvia: si los jóvenes de dieciséis años pueden emanciparse, trabajar, dar consentimiento médico, casarse o ser penalmente responsables, ¿por qué no van a poder también votar? ¿Por qué motivo vamos a considerarlos «maduros» para formar una familia o trabajar, pero no para elegir a aquellos que les gobiernan?
Otro buen argumento a favor de facilitar el voto a los más jóvenes es el de promover su compromiso con el ejercicio activo de la ciudadanía, evitando o disminuyendo desde su raíz la desafección política (de hecho, en algunos de los países europeos en que se ha instaurado la medida – como Escocia o Austria – ha aumentado notablemente la participación y el compromiso cívico de los jóvenes).
En tercer argumento es que el acceso al voto de un mayor número de gente joven incrementaría su capacidad para defender sus legítimos intereses (en un contexto económico que les es, además, muy desfavorable) frente a los de una mayoría de adultos y ancianos que, por razones políticas y demográficas, acumulan hoy todos los privilegios y resortes del poder.
Hay finalmente otro dato fundamental, al que tengo, por mi oficio, un acceso privilegiado. Después de trabajar veinticinco años con jóvenes (con jóvenes, precisamente, de entre dieciséis y dieciocho años), puedo asegurar que el grado de preocupación por los verdaderos problemas políticos (como la injusticia, la guerra, la desigualdad, los derechos civiles, etc.), o la capacidad para dialogar o evaluar ideas nuevas, son siempre mayores entre mis alumnos y alumnas que entre gran parte de los adultos que conozco, que o bien «pasan ya de todo», o bien solo se preocupan de aquellos asuntos públicos que afectan a sus particulares intereses o que interfieren con sus más obsesivos prejuicios.
Y sí, podemos sonreír con altivez y pensar que esos jóvenes de los que hablo son unos ingenuos. Pero, aunque así fuera, un sistema político también necesita del voto de los más ingenuos e «idealistas» (que no necesariamente «radicales»). Es decir, de aquellos que, a diferencia de mucha gente mayor, aún pueden mirarse al espejo y darse moralmente la absolución sin demasiados aspavientos retóricos.
Sergio Parra, No pensamos como máquinas y por eso las máquinas no pueden pensar (de momento), Sapienciología 01/10/2022 [https:]]Hacemos cosas, pero eso no significa que podamos programar todo lo que hacemos: piensa en escribir un programa que escriba una novela del orden del Ulises de James Joyce. Ese programa carecería de sentido. En su lugar, escribiríamos la novela directamente (si fuéramos Joyce).
La invención de la rueda no se puede predecir. Y es que una parte necesaria a la hora de predecir un invento consiste en decir lo que la rueda es, y decir lo que la rueda es implica inventarla […] La idea de predecir una innovación conceptual radical es en sí misma una incoherencia conceptual.
En el Cultural de esta semana varios de mis antiguos profesores y referentes en filosofía escriben sobre esta realidad distópica que nos abruma y envilece. En concreto Victoria Camps, Manuel Cruz y Adela Cortina. En el trasfondo de sus escritos se sugieren ideas interesantes como las apuntadas por la profesora de la Historia de la ética , cuando indica que el mundo que tenemos es consecuencia de una libertad ejercida contra nosotros mismos de manera equivocada. Esta claro que la profesora pone el acento en la sensación de desazón y incertidumbre que nos atrapa actualmente fruto de una constante repetición de los males que nos aquejan a todos . Esa idea de actuar haciendo un uso de la libertad comprometida con nuestra especie en un devenir posible al que se nos de la opción de cambiarlo y modificar aquello que no nos funciona bien o nos impulsa a ser catastrofistas. Hasta aquí me parece muy sugerente lo que nos dice sin embargo en el inicio de su artículo me ha producido una cierta contradicción . Afirma lo siguiente : " Crecer en un mundo feliz y querer realizarlo a toda costa , como ocurrió con el comunismo, sólo conduce al desastre" . En base a esa creencia parece que el siglo XX ha fundamentado sus discursos neoliberales señalando el beneficio y las ventajas de este consumo neoliberal de productividad ,inflación y organismos internacionales como el FMI . Y me produce una especial repulsión esa insistencia en atribuir los males actuales a ese "comunismo" como incluso la derecha sostiene desde hace tiempo. Ya a principios del siglo XXI en Alemania con la caída del Muro las referencias a esta ideología se habían difuminado y disuelto en el abandono absoluto . Sin embargo en otra de las lecturas , la de la profesora Adela Cortina que fué referente en mi doctorado con su ensayo sobre "Los hábitos del corazón " en el artículo "¿Ciudadanos solidarios o tontos polarizados? continua sosteniendo esta idea de la incertidumbre para combatirla con una visión de la llamada amistad cívica y una mirada cosmopolita. Tesis que I.Kant ya hablaba en el siglo XVIII durante la Ilustración. La opinión continua diciendo que ha desaparecido la idea del "nosotros" en esta España polarizada, sesgada y sin primera persona del plural. Culpa en parte a los medios de comunicación y a las redes sociales , así como a los partidos políticos de esta situación tan radicalizada y polarizada que impide una visión conjunta. Continua diciendo que la llamada "economía de la atención" enfrenta todavía más a la población sembrando odios, venganzas, antagonismos alejados unos de los otros imposibles de vencer. Hasta aquí uno apelando a su sentido común podría estar de acuerdo . A continuación indica que vivimos con una ciudadanía tomada por tonta puesto que no ve nada más que su mundo local, parcial, descontextualizado . Fruto de un miedo a esta situación de incertidumbre" han aparecido los localismos y nacionalismos cerrados , cortos de vista, burriciegos, incapaces de percatarse que vivimos en un mundo de personas y paises interdependientes. Incluidos los supremacistas , que se creen más poderosos....." Nuevamente sin ser un defensor de ciertos nacionalismos patrios en estas palabras creo observar un enorme sesgo excluyente identificando a esos tribalismos como ella indica a diferencia de un nosotros que si está por la labor . La llamada polarización se produce por ambas partes y excluye a quienes tildan de supremacistas erigiéndose en baluartes de la Nación española. Está claro que ese nosotros resulta interesante , como el Mundo común de Marina Garcés sin embargo no deja de ser paradójico que para criticar posturas separatistas o secesionistas se utilicen argumentos que con su lenguaje excluyen otra opción que no sea la suya.
En estos tiempos, cualquier desacomplejado con un cursillo de escasas horas se te presenta como especialista en neuroeducación, mindfulness, psicodiagnóstico, inteligencias múltiples, educación consciente, disciplina positiva, pedagogía de la luz... o educación emocional. Conozco a varios de estos últimos que bien podrían comenzar a educar sus propias emociones, para dar ejemplo. En cualquier caso, frente a la mermelada emocional dominante, suelo plantearles este dilema:
Las emociones o atienden o no atienden a razones. Si no atienden, no hay educación emocional; si atienden, eduquemos la razón.
En mis tiempos en los CV de un profesor lo que se resaltaba era algo tan propio de su oficio como "especialista en matemáticas" o "educación física".
Me he levantado esta mañana con la pierna izquierda ligeramente deflactada.
El verbo deflactar se ha puesto de moda. Deriva del inglés "to deflate" que, originariamente, significada desinflar, y que procede del latín "deflatus", soplar.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
No olviden que a las mujeres iraníes (y a las que viven en otros países islámicos) les toca sufrir una triple opresión: la de ser mujeres en un mundo diseñado por y para los hombres, la de vivir bajo una dictadura, y la de soportar un régimen teocrático en el que la mujer es estigmatizada como propiedad del varón, cuando no como criatura del demonio.
Sin embargo, el clamor de las mujeres iraníes apenas ha generado eco en nuestro país. Yo, al menos, no he visto manifestación o algarada ninguna sobre este asunto, ni en la calle ni en las redes, especialmente desde la izquierda habitualmente autoidentificada con las luchas feministas. De hecho, si uno revisa la prensa militante, apenas encontrará unos pocos artículos al respecto. ¿Por qué?
¿Será la sospecha de que detrás de las protestas existe algún tipo de complot «imperialista» para desestabilizar el país?... Uno se resiste a pensar que se pueda caer intelectualmente tan bajo, pero no sería la primera vez. Si la Guerra y la resistencia de Ucrania es reducible, según parte de esa misma izquierda, a un turbio movimiento de la OTAN en su estrategia de acoso a Putin «el desnazificador», las desesperadas protestas de las mujeres (y de buena parte de la población) en Irán bien podría ser un movimiento instigado por Occidente para meter en vereda a esos rebeldes ayatolas antiimperialistas-entronizados-por-los-imperialistas (y no – ¡por supuesto! – por culturas tan habituadas a la democracia y a la igualdad de género como la persa o la chiita).
¿Pero será todo esto cierto? ¿Será que los americanos y sus secuaces, las viejas potencias coloniales europeas, están subvirtiendo los valores culturales iraníes (tan democráticos como los rusos, los chinos o los de Corea del Norte) para imponer su injusto y etnocéntrico concepto del mundo? ¿O será, más bien, que la gente, que no es imbécil, y sabe cómo vivimos en el «imperio», quiere gozar del mismo nivel, no ya de bienestar (que ese, a veces, no falta), sino de libertad que tenemos aquí?
¿Y qué es esa libertad tan valiosa de la que gozamos los occidentales – preguntarán algunos de los que se han formado en la tradición crítica occidental –? Obviamente no es la de vestir como nos da la gana (aunque ninguno de nosotros soportaría que un «policía de la moral» nos dijera cómo llevar la boina o el pañuelo palestino al cuello). Tampoco se trata de la «libertad»de escoger dónde vamos de vacaciones. La libertad que nos caracteriza es la de poder cuestionarlo radicalmente todo (las ideas, los valores, los dioses, el poder de los poderosos…) sin afrontar, ni de lejos, las mismas consecuencias que en otras partes del mundo. Tal vez no sea mucho. Pero es más de lo que nadie tiene.
¿Y que es esta una reflexión eurocéntrica? Desde luego. Y a mucha honra. No en vano somos la única civilización que yo conozca que ha elevado la autocrítica y la concepción universalista del ser humano tan lejos como para tacharse a sí misma de «etnocéntrica» y reflexionar sistemática (y hasta obsesivamente) acerca de su responsabilidad con respecto a otras culturas.
Y es por ello, y por muchas otras cosas, que Occidente es justo objeto de emulación. El problema está en qué es lo que se imita de él. Así, los tiranos usan la tecnología occidental para violentar los derechos individuales bajo la apariencia del rechazo de los valores del “impuro” Occidente (de los valores, que no de los lujos, claro), mientras que, del otro lado, la gente, buscando librarse de esos mismos tiranos, imitan el modelo occidental de libertad fundado en el pensamiento autónomo, los derechos individuales, la educación laica o la igualdad de hombres y mujeres.
La clave, pues, para ejercer una actitud eurocéntricaadecuada y madura es fomentar este segundo tipo de “imitación” o apropiación de los valores occidentales. ¿Por qué no? Si ya hemos exportado a nivel global el capitalismo y el marxismo, o el paradigma científico-mediático de producción de ideas, tendríamos que hacer lo mismo con lo mejor de nuestra cultura, que no es solo el poder quitarse el pañuelo obligatorio de la cabeza, sino el hábito de cuestionar todo lo que hay dentro de ella. Al fin – insistimos –, no hay nada más occidental que el pensamiento crítico, incluyendo el pensamiento crítico de lo occidental. He ahí por qué se puede ser absolutamente eurocéntrico (y oponerse a todo fundamentalismo y tiranía) y no serlo a la vez en absoluto.
Impartiré un curso en línea sobre LA CONFIANZA. Se trata básicamente de iniciar un trabajo de autoconocimento filosófico. La indagación gira alrededor de la confianza, concretamente, en la confianza incondicional de la realidad, que nos sostiene, acoge y nos lleva a reencontrarnos. Veremos las resistencias, dificultades y creencias que operan en relación a la confianza/desconfianza en nuestra vida, en definitiva, lo que nos une y nos separa del mundo y de los demás.
Hay un artículo que puede facilitar una mayor comprensión sobre el contexto filosófico del que parte y profundiza este curso. Es el siguiente: Sobre la confianza.
El curso es desde el 19 de octubre hasta el 23 de noviembre. Nos reuniremos todos los miércoles (18.30h-20h) a través de la plataforma Zoom.
Más información/inscripción del curso.“Siento que no estemos en el mismo partido político; pero ¿qué remedio? Y lo más tristemente chistoso es que estamos en opuestos partidos, no por ser opuestas nuestras opiniones e ideas, pues yo tengo la evidencia de que pensamos lo mismo en todo, sino por esto que llaman disciplina de los partidos, que nos tienen como alistados en una tropa o pandilla y regimentados a usted, bajo la bandera y mando de Cánovas, y a mí, bajo la bandera y mando de Sagasta, lo cual por mucho que estimemos a los tales caudillos, es incómodo y algo vejatorio”.
- Carta de Juan Valera, siendo embajador de España en Viena, a Marcelino Menéndez Pelayo. 17 de abril de 1893.
Le voy cogiendo cada vez más cariño a Valera a medida que voy conociendo sus debilidades, que son muchas, pero ninguna tan grande como sus virtudes.
Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura
Una de las diferencias más llamativas entre los paisajes del norte y el sur de España son los cercamientos de tierra, escasos en el norte y omnipresentes en el sur, donde la inmensa mayor parte del territorio está habitualmente rodeado de cercas y alambradas. El caso de Extremadura es particularmente llamativo. Con una superficie forestal del 70% o más de su territorio, el 90% de ella propiedad privada, recorrerla (hasta donde se puede, que no es mucho) es como atravesar o circunvalar una inmensa finca salpicada de pueblos y cortijos sin solución de continuidad.
Si no lo cree, intente usted salirse del asfalto o de alguna pequeña población para dar un paseo por las inmensas dehesas y serranías extremeñas. En la mayoría de los casos acabará frente a una verja infranqueable o una alambrada de espino. En muchas ocasiones no hay forma de acercarse a la ribera de un río (que es terreno público) o de visitar ciertos lugares con valor patrimonial (y que deberían ser públicos) sin tener que atravesar terrenos privados.
Hay, desde luego, parajes protegidos, pero son escasos, pequeños y de acceso parcial. Algunos, como el Parque Natural de Cornalvo (el único, que yo sepa, de la provincia de Badajoz), es poco más que un “pasillo” rodeado a ambos lados por kilométricos cotos privados (de caza, la mayoría, lo que hace muy desaconsejable pasar por allí cuando se abren las vedas o se celebran batidas).
Se nos dirá que no es imprescindible meterse en el monte o atravesar dehesas, y que existe una amplia red de caminos por los que recorrer la región. Pero esto, en la práctica, no es cierto. Pese al notable esfuerzo de la administración autonómica por delimitar vías y cañadas, o elaborar catálogos de caminos públicos, una gran parte de estos (cuya gestión corresponde mayormente a los municipios) está en riesgo severo de desaparecer. Algunos se difuminan de una temporada a otra, por falta de cuidados o por usurpación de parcelas o viviendas vecinas, y otros son convertidos de facto en caminos privados, cerrándolos con verjas y candados, y disponiendo junto a ellos del correspondiente cartel prohibiendo el paso.
En relación con esto último no es nada fácil, además, denunciar el hecho. Primero porque cuando uno sale al campo lo último que quiere es perder el día discutiendo o haciendo gestiones (bastante es ya tener que consultar antes de salir los mapas oficiales y la página del catastro para prever el encuentro con las cercas – un trámite casi siempre inútil, pues a menudo los caminos que sobre el papel aparecen como públicos, sobre el terreno están cerrados a cal y canto –). Y, en segundo lugar, porque los trámites para demostrar que un camino público ha desaparecido o ha sido ocupado por los dueños de una finca son tan largos y complejos que solo con mucho tiempo y con asesoramiento jurídico (o con ayuda de plataformas u organizaciones ciudadanas, que alguna hay) podrían dar el fruto esperado.
Y no se trata aquí de hacer ninguna soflama política en favor de la colectivización de la tierra o nada por el estilo, sino solo de reivindicar que el mayor bien que tenemos en Extremadura, y que es su inmenso patrimonio natural y cultural, uno de los más grandes y mejor conservados de Europa, esté al alcance de todos y se pueda acceder a él con normalidad. En otras comunidades se respeta igual la propiedad privada y uno puede recorrer campos y montes a placer, sin vallas, verjas ni guardas. ¿Por qué aquí no?
Para ello es necesario establecer sobre el terreno (y no solo sobre el papel) una buena red de caminos francos, bien señalizados, cuidados y vigilados, de manera que cualquier ciudadano pueda pasear, hacer deporte o senderismo, bañarse en un río, o hacer turismo cultural y medioambiental en general, sin tener que participar en una yincana de obstáculos (incluido el encuentro con guardas más o menos amables), y sabiéndose respaldado y protegido por la ley, algo que no siempre ocurre (prueben ustedes a ser atendidos un fin de semana por el SEPRONA, un cuerpo de la Guardia Civil preparadísimo y servicial como pocos, pero que debe tener unos efectivos absolutamente insuficientes para las necesidades de una comunidad como la nuestra).
Se calcula que en Extremadura existen (o existían) unos 70.000 kilómetros de caminos y vías rurales de uso público. Es hora de ponerse serio con los ayuntamientos y con los intereses particulares de unos pocos, y revitalizar y modernizar esa red de vías de comunicación. El objetivo es promover un desarrollo rural y turístico sostenible, y que Extremadura no siga pareciendo a ojos de nadie, y en ningún sentido, el inmenso cortijo o coto privado para nuevos (y viejos) ricos que todavía era cincuenta años atrás.
Llevo varios días sin aparecer por aquí. Y no es por falta de cosas que contar, sino de tiempo para escribirlas.
El jueves pasado, día 15, conocí, al fin, personalmente, al maestro Benet Casablanca, posiblemente el compositor catalán más relevante en estos momentos y un gran, gran humanista. Hablar con él es un lujo y hacer planes conjuntos para el futuro, una aventura profesional que -ya lo verán- saldrá bien.
Antes de nuestro encuentro en El Auditori, disfruté de una comida pantagruélica y una muy larga sobremesa con cuatro amigos en el 9Nine: Callos con garbanzos de primero y una monumental paella de segundo.
Y antes estuve en la presentación de la editorial Rosamerón en un bar de l'Eixample.
Cuando puedo, voy recopilando documentos sobre Juan Rana, el conde-duque de Olivares y sor María de Jesús de Ágreda. Si cuaja lo que tengo entre manos, ya les contaré. Pero voy muy despacio.
Tengo en mis manos un ejemplar de Mi vida con Marx, de Alain Minc, publicado por Herder. Algo tengo que ver con su publicación y, además, he escrito el prólogo. Satisfecho, sin duda... aunque no me acaba de gustar la portada.
Ayer, lunes, presentación de El eje del mundo en la librería Alibri. Bien rodeado de personas a las que aprecio mucho y de algún desconocido que ha dejado de serlo. Hasta un navarro se coló por allí. Muy emocionantes las palabras de Dani Izquierdo, que hizo un esfuerzo titánico por estar allí. ¡Qué gran tipo! El sabio Andreu Jaume estuvo generoso y amable, incluso cordial. Lo primero que me dijo fue "¡Has citado la Biblia del Oso!" ¡Claro que la he citado! Él, Andreu, ha sido su reciente editor y ha escrito, además, un prólogo luminoso.
He terminado y enviado las respuestas a unas preguntas sobre el Siglo de Oro que aparecerán en el Culturas de La Vanguardia y un artículo para Catalunya Cristiana en el que he cometido la impertinencia de defender la virtud de la obediencia. El artículo que apareció en ACEPRENSA ha tenido un eco considerable. Colaboraré en estos dos últimos medios con una periodicidad bimestral.
Todo está bien y todo es pasajero. Lo único realmente perdurable desde un punto de vista estrictamente biográfico no es el producto, sino la actividad. Y lo más gozoso, el reencuentro con la a mistad.
Para imaginar a futuros ciudadanos y ciudadanas con un buen autogobierno emocional, capaces de crecer a través de las adversidades, de generar vínculos profundos y genuinos; y de dar respuestas justas, creativas, bondadosas, útiles ante la vida, debemos educar con esa finalidad.
Este libro busca acompañar a los centros educativos que desean ser motores del desarrollo emocional de su alumnado, mostrando todo lo que deben tener en cuenta para convertirse en escuelas emocionalmente competentes.
Para ello se abordan los tres grandes factores de cambio: el profesorado, el alumnado y las familias. Y se explican estrategias para que una escuela pueda pasar a la acción y provocar un cambio educativo y social educando a niños, niñas y jóvenes con un buen desarrollo emocional.
Sobre la autora
Laia Mestres Pastor. Con más de veinte años de experiencia como docente, su carrera profesional dio un giro cuando, trabajando con el alumnado de Formación Profesional, se dio cuenta del poder de transformación profunda que la educación emocional suponía para los jóvenes a todos los niveles. Después de un intenso período de formación en el que nunca se alejó de las aulas redirigió por completo su carrera al mundo de la Educación Emocional. Mestres goza de una amplia y dilatada experiencia en la implementación de proyectos integrales de desarrollo emocional dirigidos a la comunidad educativa. Entre otros, ha creado el programa de educación emocional “Look Inside”, destinado a las etapas educativas de Infantil, Primaria y Secundaria. Así mismo, dedica parte de su actividad profesional al ámbito sociocomunitario y sociosanitario. Actualmente dirige «Un cervell inusual”, propuesta centrada en la creación, implementación y evaluación de programas de Educación Emocional.
Primeras páginas de Escuelas emocionalmente competentes.
La entrada Escuelas emocionalmente competentes se publicó primero en Aprender a pensar.
Hace años se difundió a partir de la novela de su autor Comarc McCarthy con el título "La carretera" una road movie donde en una distopia viajaban un padre y un hijo en busca de la salvación. En la adaptación de la película , la situación apocalíptica presentaba la situación en su origen como llena de cataclismos, de terremotos y temblores, de cambio climático, de carestía de alimentos, de epidemias y pandemias que se propagaban. En el viaje se producían muchos elementos que invitaban a la reflexión : la necesidad de salvar un hijo como futuro, la búsqueda de un espacio más lleno de luz, la expiación de las culpas de los padres, la hostilidad de un mundo agresivo, violento, cruel e inhumano... Siempre el mar como esa naturaleza origen de la vida y encuentro de cualquier rio en su final .. En ese viaje se producían situaciones éticas que movían a sus protagonistas a intentar escoger entre salvar su vida y sobrevivir o ayudar a los demás. Especialmente una escena del film donde un hombre negro pide comida y ayuda y la inocencia del niño parece apiadarse en de su situación, aunque luego las buenas intenciones con este hombre acaben en un robo.
En la serie "Hacia el lago" ganadora del primo Golden Eagle, se presenta un modelo similar . Dirigida por Pavel Kostomarov , de producción rusa se mueve en un modelo apocalíptico pandémico . La opulencia de una rusia que frente a la situación de caos hace huir a sus protagonistas por esas carreteras heladas en busca de la salvación. En esta ocasión es un lago el refugio final . Los personajes también diseñados con perfiles que representan un puzle humano representan las historias humanas de miseria, amor, odio, mentira, vergüenza, exclusión, inclusión,... Los hijos de nuevo aparecen juntos a la protección de sus padres , vulnerables ambos por edad y por condición mental , se presentan como inocentes. En el entramado de familias se plantean los encuentros y desencuentros con esa maldad humana que obliga a una sin ética que arrastra culpas y indefensiones . El lago será el fin del viaje donde curiosamente los chinos harán de las suyas . Pero la dosis de espiritualidad ortodoxa , de la buena fe de los médicos salvadores del mundo , de los pragmáticos empresarios venidos a menos , de las prostitutas que intentan sobrevivir o de las psicólogas que planifican y se apropian de las vidas ajenas no devuelve en ningún momento la esperanza. Esta vez con una serie que parece seguir el mismo patrón de la novela muy anterior que hablábamos nos dirige a un vacío, a una desesperación de factores adversos que no permiten creer en nada ni nadie.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Siempre he admirado a los que andan solos, les importa relativamente poco la opinión de los demás, y se mantienen orgullosamente independientes; algo por lo que, paradójicamente, casi nunca les falta la compañía y el aprecio de otros. Casi nunca…
Ahora que andamos (cosas de la edad) en el rito de los encuentros de antiguos alumnos, recuerdo a aquellos compañeros de promoción a los que martirizamos durante años a conciencia (si es que tal cosa como la conciencia es atribuible a los grupos). Recuerdo a tres, ya fallecidos, a los que, por activa o por pasiva, casi todos acosábamos; a uno por afeminado, a otra por “rara” o extravagante, y al otro, simplemente, por no plegarse a los caprichos del más machote de la tribu.
Siento ser tan pesimista, pero creo que, igual que no hay nación sin fronteras, apenas hay grupo humano que no sea, por definición, excluyente, ni que no busque cohesionarse frente (o contra) a los que son “distintos” o no se pliegan a sus creencias y dictados. No hay tampoco asociación humana que no encierre oscuras relaciones de poder, básicamente la que se da entre los que gozan controlando a otros y los que, por pánico a ser excluidos (¡el mayor de nuestros miedos!), se someten dócilmente a los primeros. Todo el resto de la trama, con sus innumerables personajes secundarios (secuaces, pelotas, críticos, bufones, equidistantes conciliadores…), gira alrededor de esa relación principal.
Fíjense también que casi todo lo que cabe reconocer como digno y bello suele ser obra de algún individuo (el arte, las más grandes teorías y descubrimientos, la mayoría de las gestas heroicas o solidarias…), mientras que los actos más execrables y destructivos suelen inspirarlos o perpetrarlos grupos más o menos organizados (mafias, ligas facciosas, sectas, cédulas, manadas – de varones habitualmente –, ejércitos, élites financieras, masas instrumentalizadas…). Ocurre en la vida cotidiana, en la calle, en las redes sociales, en los centros de trabajo, o en las aulas, donde todos los profesores sabemos que la conducta de los chicos varía cualitativamente (casi siempre a mejor) en cuanto se les permite ser y expresarse fuera del grupo.
Es cierto que hay grupos que nos ayudan a desarrollarnos como personas, pero siempre que ese, y solo ese, sea su fin y principio. También es verdad que la unión hace la fuerza, y eso es bueno (si la causa lo es), pero tampoco justifica la trascendencia que damos a lo colectivo. En general, cuanto más instrumentales, flexibles y abiertos sean los grupos, menos peligrosos y más democráticos son. Pues la democracia – al menos en teoría – se funda en el poder de los ciudadanos, y no en el de ninguna asociación o colectivo específicos. Son esos ciudadanos los que, a tenor de su propio criterio, deciden unirse a (o separarse de) otros en cada decisión que toman, sin tener que formar por ello, necesariamente, ninguna asociación (u oposición) estable. Casi la única excepción a esta norma es, a la vez, el principal de los obstáculos para el desarrollo de una democracia plena: los partidos políticos, cuyos intereses fundamentales son, como en todo grupo, el poder y el beneficio propio, y no (o solo secundariamente) el bien de todos los ciudadanos.
Por todo esto, y frente a los cánticos y proclamas en defensa de un colectivismo mal entendido, hay que reivindicar con fuerza el que seguramente sea uno de los más raros logros de la civilización: el del individuo, esto es, el de la idea de que el sujeto al que cabe atribuir identidad, derechos, dignidad y responsabilidad política es, ante todo, cada persona en particular (y no cada familia, partido, secta, nación, género, clase, etnia o pueblo, que la tienen, a lo sumo, por analogía con el individuo). Un individualismo este que no está en absoluto reñido – sino que es sufundamento democrático – con el espíritu comunitario y el interés por lo público y la justicia social.
Y no digo todo esto por nada. El individuo es una flor tan rara como frágil, y que solo surge en la fase culminante (y por ello un tanto decadente ya) de la civilización. Por eso hay que defenderlo con ahínco. Desde la escuela, promoviendo y fortaleciendo el desarrollo personal (no hay fórmula mejor para combatir el acoso), y desde el compromiso con las libertades individuales, conquistadas y amenazadas hoy por dos colosales fuerzas en auge: el populismo y la autocracia. Estas dos fuerzas (perfectamente combinables, como sabemos), tienen como nexo común el desprecio al individuo y la exaltación de lo colectivo, y nos seducen con su promesa de orden, estabilidad política y eficacia económica (véase el espeluznante caso de China o de su secuaz, la Rusia de Putin). Salvarse de ellas requiere de un esfuerzo combinado en muchos frentes, pero también, y sobre todo, de la firme convicción de que la dignidad del ser humano es inversamente proporcional a sus instintos más gregarios.
Escribí recientemente por aquí, de pasada, que la infancia es la única etapa de la vida que no tiene etapas previas. Para la conciencia no hay una preinfancia. Uno llega al mundo sin memoria, vacío de experiencias y con expectativas que versan únicamente sobre lo inmediato. De ahí los caprichos del niño.
En la infancia todo parece estable, fijo, bien asentado. Las cosas son así porque no tenemos conciencia de que pueden ser de otro modo.
El mundo a estrenar por el niño solo es real para el niño.
A medida que vamos creciendo se acumulan las etapas previas al presente en el que vivimos. Y de ahí nace, por una parte, la conciencia de la fragilidad del presente y de lo inestable de las cosas humanas. El viejo tiene pocos motivos para ser dogmático; mientras que el niño los tiene todos.
La virtud del joven es el coraje; la del viejo, la prudencia.
El joven tiene más energía que sentido común para controlarla; el viejo no. Lo que tiene es más sentido común que energía, y de eso, con frecuencia, se lamenta.
El niño vive arrojado al futuro; al viejo todos los aromas del presente le despiertan recuerdos viejos, de ahí que más de una vez se lamente de su insensata prudencia. ¡Ah, si volviera a ser joven!
No hay actividad que me resulte más agotadora y, al mismo tiempo, me cree más inseguridad, que la de corregir galeradas.
La experiencia me dice que mientras corrijo unos errores, con la corrección introduzco otros, que son los que me avergonzarán al abrir el libro recién salido del horno.
Pero esto no es lo peor. Lo peor es que a cada momento tengo la tentación de romperlo todo y tirarlo a la basura. Veo con claridad que esto que acabo de leer se podría decir mejor de otra manera, pero no encuentras esa manera y me pierdo en versiones laberínticas de un párrafo... hasta que decido recuperar la versión inicial.
Me repito que deberían haber consultado a tal y a cual, que esa página sobra y que entre estas dos hace falta una que haga de puente. Quiero más fluidez, más ejemplos, más capacidad sintética al final de cada apartado.
Es agotador.
El pensar autónomo -o crítico, como todo el mundo dice ahora- tiene multitud de defensores, pero lo que yo constato es que, primero, pensar cansa, enerva y frustra. Agota. Y, con frecuencia, confunde.