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Mi escena favorita de Matrix (1999) es la de la traición de Cifra. En un lujoso restaurante, uno de los miembros de la resistencia humana en la guerra contra las máquinas, Cifra (interpretado por Joe Pantoliano), conversa con el agente Smith (Hugo Weaving), un programa diseñado, precisamente, para ejecutar inmisericordemente a todo miembro de la resistencia.
— ¿Sabes? Sé que este filete no existe, sé que cuando me lo meto en la boca es Matrix la que le está diciendo a mi cerebro: es bueno y jugoso. Después de nueve años, ¿sabes de qué me doy cuenta? — Cifra saborea gustosamente el trozo de filete — La ignorancia es la felicidad.
— Entonces, tenemos un trato.
— No quiero acordarme de nada. DE NADA ¿Entendido? Y quiero ser rico… No sé… Alguien importante, como un actor.
— Lo que usted quiera, señor Reagan.
— Está bien, devuelve mi cuerpo a una central eléctrica, reinsértame en Matrix y conseguiré lo que quieras.
— Los códigos de acceso al ordenador de Sión.
— No, te lo dije, yo no los conozco. Te entregaré al que los conoce.
— Morfeo.
Cifra está negociando el precio de una terrible felonía: va a entregar al líder de la resistencia a sus enemigos, y lo hace de una forma muy inteligente. Subraya que no quiere acordarse de nada. Él volverá a Matrix sin recordar su malvado acto, regalándonos un bonito juego filosófico: ¿tendría el nuevo Cifra que cree que es un rico actor la culpa de lo que hizo el antiguo Cifra?
A bote pronto, diríamos que sí, pero veámoslo de la siguiente manera: supongamos que ahora aparece Neo en el salón de nuestra casa muy enfadado con nosotros. Le preguntamos que por qué está así y nos dice que nosotros somos Cifra, que nuestra traición tuvo éxito y que Morfeo es ahora rehén de las máquinas. Le respondemos que no sabemos nada de eso, que no recordamos haber hecho algo así, que somos buenas personas que siempre hemos llevado vidas normales…
¿Seríamos responsables entonces de la traición? A lo mejor somos verdaderamente Cifra.
El caso es que Cifra fue muy listo subrayando la petición de no querer recordar nada. Si su maquiavélico plan hubiera tenido éxito, él nunca se hubiese sentido culpable por nada, incluso podría haber muerto feliz pensando que fue una buena persona durante toda su vida de actor famoso ¿Habríamos hecho nosotros lo mismo? ¡No! ¡Por Dios que no! No traicionaríamos a nuestros amigos. Rebajemos entonces un poco el asunto. Supongamos que no tenemos que traicionar a nadie.
El agente Smith nos ofrece gratuitamente el mismo premio. Piensa que no es un mal trato porque al reintegrarnos en Matrix, al menos, se está quitando a un miembro de la resistencia del medio.
Cifra no se cree el rollo del elegido, no cree que se vaya a ganar la guerra contra las máquinas. Además, está enamorado de Trinity pero ésta no le corresponde. ¿Qué sentido tiene su vida en el mundo real? ¿Por qué entonces no elegir una segunda oportunidad en el mundo virtual? Podríamos seguir negándonos: ¡No! ¡Por Dios que no! La vida en Matrix no sería una vida real, sería un simulacro, un engaño… ¡Queremos vivir una vida auténtica!
¿Pero por qué la vida en Matrix no es auténtica?
Pensemos en el filete que Cifra degusta con gran deleite ¿Qué diferencia existe entre comerse un filete real y un filete digital? Si la simulación del sabor está perfectamente conseguida por el programa de realidad virtual, la única diferencia es la causa del efecto. Al comerme el filete real, es ese filete el que causa el sabor, mientras que cuando nos comemos el virtual, no es el filete real, sino un conjunto de bits digitales. La cuestión crucial es: si el sabor, que es lo que realmente nos importa cuando comemos un filete, es el mismo, ¿qué más da cual sea la causa?
Santiago Sánchez-Migallón, El filete de 'Matrix' siempre fue real: reflexiones filosóficas sobre el Metaverso, xataka.com 14/08/2022
Nos hemos olvidado de lo más importante: mi mundo subjetivo, mis estados mentales siguen siendo completamente auténticos aunque viva en un mundo completamente falso. Este era el mensaje de Descartes: cogito ergo sum. Puedo estar durmiendo y que lo que veo con mis ojos sean puras apariencias, pero el hecho de que existo, vivo, siento, pienso… es completamente indudable. Es más, eso constituye lo más importante de mi ser.
Yo seguiría siendo yo si me cercenasen mis brazos y mis piernas, pero no seguiría siendo yo si me quitasen mi forma de pensar, de sentir, si me extirpan mi consciencia de la realidad.
De hecho, gran parte de la filosofía griega y de la oriental, piensan que toda la realidad que observamos mediante los sentidos es falsa. En el hinduismo existe el concepto de Maya para representar esta ilusión que nos envuelve. Detrás de Maya, si conseguimos apartar su velo, está la auténtica verdad. Los griegos definían verdad como aletheia (αλήθεια), que significa "hacer evidente" o "desocultar", con una clara referencia a que la verdad no es lo que tienes ante tus ojos, sino algo que hay que descubrir, el resultado de un proceso de sacar a la luz.
Incluso tenemos una versión actualizada de estas nociones ancestrales: la hipótesis de la simulación del filósofo sueco Nick Bostrom. De forma resumida, dice que si en el futuro nuestra civilización es capaz de tener la suficiente tecnología para realizar una simulación total del mundo al estilo Matrix, lo más probable es que realice muchas. Entonces, por estadística, si hay un mundo simulado y uno real, tenemos un 50% de estar en el simulado. Si hay dos simulados, tenemos un 66,6%, y así sucesivamente.
Santiago Sánchez-Migallón, El filete de 'Matrix' siempre fue real: reflexiones filosóficas sobre el Metaverso, xataka.com 14/08/2022
El cuerpo deja de entenderse como un cuerpo recibido y pasa a concebirse como un cuerpo que si no está a disposición de otros es porque está a disposición propia. La reivindicación de una fluidez en las identidades sexuales y de género es la manifestación más visible de esta evolución; se rechaza toda asignación de un destino particular en razón de unos rasgos corporales, sea el sexo biológico (la mujer no está obligada a engendrar por el hecho de que tenga un útero) o una apariencia sexuada (la heterosexualidad no puede darse por sentada); hablamos de las nuevas masculinidades y de diversos feminismos; los debates en torno al comienzo y al final de la vidarevelan que tenemos una idea de la vida biológica como proyecto y no como destino; pensemos en la resistencia a que el nacimiento como hombre o mujer sea inmodificable, pero también a que pueda “reeducarse” a un homosexual; que una mujer esté embarazada no quiere decir necesariamente que deba engendrar; en virtud de las leyes de eutanasia la muerte ha dejado de ser algo sobre lo que no se puede decidir; las parejas infértiles disponen de tecnologías de fecundación o pueden optar por la gestación subrogada (aunque en este caso la realidad de un vientre de alquiler es una forma cuestionable de disponer del cuerpo de otra mujer); asistimos a una verdadera explosión de las posibilidades de intervención en el propio cuerpo gracias a la cirugía estética, las prótesis, los cuerpos tuneados y tatuados.
Todo este incremento de libertad en relación con el propio cuerpo no deja de plantear paradojas y dimensiones inquietantes. De entrada, constatemos la sorpresa de que se recurra tanto a lo artificial justo en un momento histórico en el que hay más referencias a la naturaleza en nuestras prácticas corporales. Reivindicamos el cuerpo que tenemos y nos hacemos vulnerables a la presión por tener el que otros desean. Se da además la circunstancia de que, si el cuerpo es modulable, cualquier “imperfección” es “culpable”, puede ser vivida como algo que se debía haber corregido y que exige una explicación de por qué no se hizo. Pensemos en el caso de la eugenesia o los trastornos en la percepción de la imagen corporal propia que tienen consecuencias dramáticas en la anorexia o la bulimia. Si el cuerpo es disponible ¿qué significado tiene la peculiaridad que no se ajusta a la “normalidad” y desde qué instancia se define el cuerpo adecuado? Una cierta aceptación de nuestra naturalidad corporal puede ser más emancipadora que el sometimiento a una idea de perfección física que no se sabe quién ha decretado.
Daniel Innerarity, El cuerpo en una democracia, El País 15/08/2022
Toda la sociedad —la política y el periodismo también— parece habitada por lo efímero. Cabalgamos olas que rompen, más allá de nuestra vista, contra los acantilados del hastío. Nuestro pensamiento se ha hecho frágil y discontinuo, tartamudo. Los estantes de nuestras bibliotecas están llenos de libros que ya no nos sentimos capaces de leer, y, como lo superfluo genera a menudo más ruido que lo importante, tendemos a pensar que nada lo es. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que, viviendo en el presente constante, nos volvemos desmemoriados y, por tanto, tampoco nos preparamos para el porvenir.
Marcos Giralt Torrente, Habitantes de lo efímero, El País 15(08/2022
No intentamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo consideramos bueno, sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos, apetecemos y deseamos.
Los algoritmos inteligentes ya se están utilizando, por ejemplo, como instrumentos de espionaje y manipulación, por parte de personas y organizaciones que persiguen diferentes objetivos. Sin embargo, ello no significa que la propia IA aspire a algo parecido a la dominación.
Los filósofos de la tecnología discuten esta cuestión bajo el término de «intencionalidad», es decir, la cualidad de llevar a cabo acciones deliberadas y orientadas a un objeto. Muchos autores consideran la intencionalidad como un componente permanente de la conciencia.
En su libro Psicología desde el punto de vista empírico (1874), Franz Brentano sostuvo que la intencionalidad es la característica esencial de todos los actos de conocimiento: siempre están referidos al objeto, es decir, dirigidos a algo.
Para Brentano, una característica básica de lo mental es dirigirse a un objeto o referirse a él. Por ejemplo, si pienso «la manzana está sobre la mesa», eso se refiere a los objetos manzana y mesa, así como a la relación espacial que guardan entre sí. Con respecto a este estado de cosas, el pensamiento puede ser verdadero o falso. Brentano consideraba por ello la intencionalidad algo exclusivamente psíquico: «Ningún fenómeno físico muestra nada semejante».
Los sistemas de las máquinas no conocen las conexiones mecánicas, ni las comunicativas u otras. El significado de sus reacciones se deriva solo de la intencionalidad humana. En otras palabras: si un vehículo autónomo frena para no atropellar a un peatón, ese «para» procede de los seres humanos. Los motivos y consideraciones legales, sociales o morales solo los conocemos nosotros.
Para Searle, la intencionalidad no se basa únicamente en la comprensión del significado. Más bien, se vincula con determinados «actos de habla». En la teoría de los actos de habla de Searle, los actos comunicativos deben ser interpretados como acciones. El lenguaje humano, más allá de la gramática y el significado, tiene siempre un propósito intencional, ausente en los sistemas de signos de la máquina.
Junto con Paul Grice y otros teóricos, Searle desarrolló la tesis de que la intencionalidad se manifiesta solo en la capacidad para el uso dirigido del lenguaje. Este surge cuando una persona persigue una intención que la hace hablar. Por ejemplo, una madre y Alexa de Amazon pueden responder con las mismas palabras cuando un niño grita «¡Ay!»: «Oh, lo siento, ¿puedo ayudarte?» El contenido significado, sin embargo, difícilmente podría ser más diferente: la empatía y el cuidado, por un lado; una simple fórmula de cortesía programada, por otro.
En vista de las posibilidades técnicas en constante crecimiento, se dice que la IA conquistará en breve el último bastión de lo humano: la intencionalidad. Pero la atribución de esta es el resultado de una necesidad humana primaria. Como seres sociales, dependemos tanto de no perder de vista las propias intenciones como de atribuírselas también a nuestros respectivos compañeros.
Una sociedad sin intencionalidad que le sirva de base no sería solo disfuncional, sino también carente de sentido: solo ella me permite comprender como «yo» a la persona que está en el espejo. Como los psicólogos del desarrollo mostraron en la década de 1970, los bebés reconocen después de pocos meses de vida que un punto rojo en la imagen que se refleja en el espejo procede de un punto igual que está en su frente. Refieren el punto a sí mismos.
Dado que por ahora no hay ningún otro método comparable para demostrar la intencionalidad, es muy difícil «consultarla» en la IA. La inteligencia, en cambio, es más fácil de medir. Un equipo de investigadores chinos desarrolló en 2016 un método que podía hacer comparables los cocientes intelectuales de sistemas artificiales y naturales. La IA del asistente de Google obtuvo así una puntuación de apenas 50 (más o menos el nivel de un niño pequeño). Sin embargo, esta atribución es, en el mejor de los casos, un indicio débil, y de ninguna manera suficiente, para acreditar la intencionalidad de una IA.
Posiblemente esto no es más que otra muestra del modo en que nuestro propio pensamiento influye en nuestra visión de la realidad. Que atribuyamos intencionalidad a la IA es un acto de antropomorfización y, por tanto, de humanización. Los humanos consideramos que la IA es intencional porque nosotros mismos lo somos.
Las dudas relativas a que las máquinas puedan desarrollar alguna vez intencionalidad se alimentan también de otra fuente: la lógica. Dado que calcular y pensar son procesos fundamentalmente diferentes, es de suponer que solo a partir del primero no se llega nunca al segundo. Las operaciones de cálculo no llegan más allá de las premisas establecidas para ellas; la mente humana, en cambio, gracias a la intencionalidad, tiene la capacidad de reflejarse a sí misma.
La intencionalidad constituye una facultad humana original. Crea la posibilidad de reconocer el sentido, al que solo nosotros tenemos acceso como seres pensantes y sociales. Por tanto, el dominio mundial de la IA debería seguir siendo, también en el futuro, una pesadilla hollywoodiense.
Dorothea Winter, Por qué la inteligencia artificial no puede querer nada, Investigación y Ciencia septiembre 2022
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Tras un verano tremebundo, en el que a las catástrofes en curso (pandemia, guerras, crisis energética, inflación galopante…) se han sumado incendios, sequías y salvajes olas de calor fruto del cambio climático, a uno le van faltando fuerzas para imaginar el futuro. No ya el suyo propio (que tampoco es fácil), sino el de las generaciones venideras, algo que se antoja casi imposible, sobre todo si se quiere imaginarlo bueno.
«¿Y a nosotros que nos importa?», podría pensar, sin embargo, buena parte de la ciudadanía. El pesimismo y la sensación de impotencia es tal, que parte de la población ha adoptado una actitud entre evasiva y resignada, entre un «que no me amarguen lo que queda de la fiesta» y un «que sea lo que Dios quiera». Y lo peor es que no les falta razón. Tanto por motivos coyunturales como por otros más estructurales, la situación política global parece impredecible y fuera del alcance de cualquier iniciativa que pueda tomarse a pequeña escala.
Es cierto que el compromiso personal con las medidas que se están tomando (muy tímidamente) para mitigar los dos grandes desastres en ciernes, el climático y el energético, es importante, pero aquí el asunto adquiere otra dimensión aún más decisiva: el de los argumentos éticos. Porque el «y a mí que me importa»de la gente no solo obedece al pesimismo y la impotencia ante una situación aparentemente inmanejable, sino a una ausencia radical de razones para comprometerse con el bienestar de los demás, especialmente el de los demásque han de venir.
La cuestión de por qué han de importarme los demás es la cuestión central de la ética. Sin plantearla e intentar resolverla todo otro debate político o social carece absolutamente de sentido. Pese a ello, nadie o casi nadie la plantea públicamente. Tal vez porque es una cuestión filosófica, es decir, una cuestión tan imposible de resolver como de evitar.
Pero si ya es difícil justificar el altruismo con nuestros contemporáneos (especialmente con aquellos con los que no mantenemos vínculos o proximidad), mucho más lo es con quienes ni siquiera existen todavía. ¿Por qué habrían de importarnos las generaciones futuras? Esta es la gran pregunta que late tras las propuestas y debates sobre ética y política socioambiental. Y si queremos que la población asuma voluntariamente los costes que implica adoptar estilos de vida ecosocialmente sostenibles o incluso decrecentistas (sin esperar a que la situación obligue traumáticamente a hacerlo a los que vengan detrás) toca responder a esa pregunta.
¿Por qué me han de importar, entonces, las generaciones futuras? Los planteamientos hedonistas y utilitaristas, comunes hoy, no ofrecen una respuesta satisfactoria. El imperativo utilitarista de «procurar la mayor felicidad para el mayor número»no parece sostenerse sobre ninguna razón que convenza a todos. ¿Por qué habría de querer la felicidad de la mayoría, sobre todo si eso implica sacrificar o aminorar la de la minoría de la que formo parte (y que en muchos casos depende de la infelicidad de los primeros)? – podría preguntarse alguien –¿Por temor a una rebelión de los infelices? La historia nos enseña que ese riesgo es casi infinitesimal. ¿Para ser buenos? ¿Pero qué significa eso? ¿Y por qué habríamos de ser buenos, así, sin más?
El asunto se complica cuando introducimos la variable temporal: ¿Por qué habría de querer procurar la felicidad (o siquiera la supervivencia) de la mayoría futura(es decir de gente no solo desconocida para mi sino además inexistente)? Tal vez, si uno supusiera que va a reencarnarse una y otra vez (como propone Williams MacAskill, uno de los prohombres de la secta pseudofilosófica del «largoplacismo») la cosa podría tener sentido. ¿Pero quién cree hoy en la reencarnación?
¿Entonces? ¿Por qué debería importarnos lo que les suceda a las futuras generaciones? Ya hemos visto que ni el hedonismo ni el utilitarismo sirven para responder a esta pregunta. Tampoco el voluntarismo ciego del «deber por el deber». Ni el cientifismo, pues aquí la ciencia nada tiene que decir. Solo caben, pues, la religión o la metafísica. La opción racional es, desde luego, esta última. La metafísica busca construir una concepción o imagen racional y armónica de la totalidad del mundo; una concepción en la que sea posible conectar los fines particulares con los generales más allá de circunstancias y coyunturas personales, culturales o históricas (es decir, de modo trascendente, más allá del tiempo y el espacio). Hemos asumido, tal vez atolondradamente (o sin razones de peso), que la posibilidad de erigir esa metafísica de forma convincente no es viable, pero no estaría mal pensarlo de nuevo. Sobre todo, porque en otro caso, me temo que solo nos quedaría rezar.
Cuando en el marxismo se habla de realidad se analizan o disuelven sus estructuras si habla el propio Marx a diferencia de si es un texto que estudia los textos marxistas que lo que hace es integrar el texto como objeto histórico dentro de ese contexto que llamamos <realidad>. Hablar de lo que no funciona o lo que se considera criticable negativamente hablando convertimos precisamente eso en algo positivo. Cuando se habla del mal funcionamiento del Estado en el fondo lo que hacemos es construirnos otro tipo de Estado diferente de aquel que estamos negando. El legado de Marx puede ser violento y activo frente a un Orden actual en tanto al discutir y hablar de ese marxismo lo convertimos en algo que estamos asimilando como tal. Aprender de Marx es no hacerle hablar por lo que queremos que diga sinó que Marx hable por si mismo con su método de análisis . Por tanto no podemos derivar de lo que se dice en su pensamiento lo que queramos que diga . Hacer hablar a un cadáver no puede sinó servir para convertirlo en un exquisito postre placentero.
Marx habla de opresión y de miseria y ataca esa realidad pero cuando lo incorporamos en lo que consideramos que dice en el fondo asimilaremos y mantendremos la propia opresión y miseria misma.
Su doctrina no puede ser reificada o cosificada como mercancia de la propia ideologia misma. Cierto es que como sistema que no admite crítica alguna , o sea, cerrado o ideologicamente autoreferencial nos obliga a tener cuidado con aquello que el propio Marx habla . ¿Se puede matar lo que está muerto ?
Con esta crítica ideológica se convierte así en un medio asimilado por el poder mismo y la economia , y se materializa aquello que era marxista. Por eso la vulgarización de las ideas del marxismo que corren por la sociedad convierte en vendible o exportable cualquier Capital presentado con formato amable para disolver la propia lucha de la clase obrera. "Libertad o Comunismo " por ejemplo .
En el marxismo la vulgarización de sus fuentes e ideas precisamente ha valorado lo menos reaccionario . Para subvertir el orden reinante hay que aprender del tipo de dialéctica que se utiliza hoy. Creer por ejemplo que para que el sistema neoliberal caiga lo que conviene es una fuerte organización de la clase obrera no deja de ser una forma de convertir a Marx en un objeto de consumo fácil y gratuito. Así esa autoridad de al uso vender un Marx compañero de masas no tiene en cuenta que el sentido común para el marxismo es reaccionario. Los bienes sin propiedad de nadie y entendidos como algo común permite incluso comprender que la inteligencia es un bien común para la especie. Hoy esta inteligencia no deja de ser una propiedad del Estado , o sea propiedad privada que garantiza el Orden dominante, como se demuestra por el mismo Orden. Por eso el Estado dice lo que conviene que el sentido común oiga para que sobreviva el propio poder del sistema.
Ese uso de la palabra "marxismo" lo convierte en algo aceptable y asimilable o perpetuable para facilitar la convivencia pacífica con otras ideologias como pragmatismo, positivismo, ... Y así se rebajan las exigencias mismas de un poder que engulle todo.
Asi se identifica en el sentido común marxismo con utopia ...Pero esta sociedad sigue siendo objeto adecuado para la crítica marxista .. Así el concepto de materialismo dialéctico o dialéctica histórica son realmente ideas o doctrinas que establecen un diálogo entre un yo y un no yo , podríamos decir ? Esa antítesis entre personas y cosas o de la voluntad y el condicionamiento o de lo subjetivo y objetivo , pero esto que andamos diciendo es como si pensamos si el trabajo mismo tiene una relación con el trabajador y con la cosa que este trabaja , cosa que le permie ser o no ser o le hace ser. Sin embargo el trabajo ¿tiene sentido alguno esencialmente hablando si no es ninguna relación viva ? El ser humano se convierte en ser económico porque se vende a si mismo. Así el trabajo será mercancia donde el hombre se mide por tiempo y se cosifica o socializa como tal. Así hombre y cosa coinciden , y se anula la antítesis anterior . Pasa lo mismo con la idea de materia que es la necesidad de la ley económica y sus condicionamientos , así no hay más sintesis de las antitesis que su falta de irrealidad misma.
Hemos puesto la escuela en manos de quienes saben que hay niños porque han leído sobre ellos.
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Entre aquests recursos n'hi ha un que he elaborat jo mateixa: La importància de fer-se bones preguntes a l'assessorament filosòfic. Consisteix en un text breu i un exercici que ens permet veure la importància i les repercussions que es donen en relació amb el tipus de preguntes que ens plantegem de forma recurrent.
La niñez es la única etapa de la vida a la que no se llega. Simplemente se está viviendo allí. El niño no tiene conciencia de haber sido pre-niño. Para él, el presente inmediato es más intenso que su memoria. El niño vive precipitándose en el futuro que se anuncia. Por eso el niño melancólico -que alguno habrá- es un contrasentido. A las demás etapas de la vida, sin embargo, se va llegando.
La adolescencia, la primera, es, de hecho, una revuelta contra la niñez; un intento bastante chapucero de dejar de ser niño. Después las siguientes etapas se anuncian intensamente en las vidas de los otros, ya que un número creciente de miembros de nuestra generación va llegando a ellas.
Ahí está, por ejemplo, el momento en que la gente comienza a emparejarse y a mostrarse en ufanamente con su novia o novio, de manera que, en poco tiempo, lo extraño es la soltería. Después a la gente le da por casarse y tener hijos y por mostrar con su coche y su casa lo que ha hecho con su vida. Los hijos crecen, estudian, se independizan y entonces la gente comienza a jubilarse.
Hasta aquí el proceso tiene una naturalidad que a todos nos parece obvia. Una etapa nos lleva a la otra. Y en eso estamos cuando la gente comienza a morirse. Y esto, entonces, se pone serio. Hasta hace poco la muerte de alguien de tu generación era lamentable por extraño; pero llega el momento en que no hay mes que no traiga la noticia de un deceso y, entonces, lo que comienza a ser extraño es tu condición de notario -sin duda, interino- de las muertes ajenas.
En los cuadernos que publica "Cristianisme i Justícia" número 224 , Joan Garcia del Muro, F,Javier Vitoria y Sonia Herrero presentan sus aportaciones en unas Jornadas sobre; Pensamiento, Fe i Justicia.
La temática sobre la que tratan es el concepto de Verdad. Este concepto precisamente es uno de los que me ha obsesionado a lo largo de los años. En estos tiempos la verdad está cuestionada como un concepto que se pueda defender de forma absoluta. Por consiguiente se habla de la época de la Post verdad. Sin embargo estos tres autores han introducido una idea sugerente , el secuestro de la verdad. Al introducir esta idea ponen el acento en la dimensión ética y no sólo epistemológica. En tiempos de pandemia y de grandes cambios e incertidumbres económicas y climáticas, la relación que establecemos con la verdad resulta importante.
¿A qué llamamos verdad? ¿Resulta cierto que hemos perdido la verdad hoy? . Lee McYntyre en su libro " Posverdad/verdad" escrito en el 2018 intentó puntualizar sobre esta idea nacida de la postmodernidad y del pensamiento débil, sostenido por autores como G. Vatimo y Lyotard . Bajo esta idea se suceden otras muchas ideas que puede que compliquen la claridad . La gente que sigue mi blog sabe que en los cafés filosóficos que venimos realizando en Barcelona planteamos el tema de la mentira. Una pregunta que obligaba a los participantes a diferenciar entre mentir o equivocarse . Queda claro que la posverdad no seria un mentir sin más. La posverdad tiene claro su propósito que no es otro que faltar a la verdad sin desafiar autoridad alguna , sin determinar criterio de demarcación alguno que someta los hechos a ciertos parámetros de objetividad.
García del Muro señala que la posverdad no sería sólo pues una cuestión epistemológica o de sesgo cognitivo , sino también con implicaciones éticas por la relación que se establece entre el emisor y el receptor del mensaje. Por consiguiente nos señala que la verdad anda secuestrada . Al hablar de secuestro introduce la idea de una apropiación indebida de los hechos o las ideas . Una ausencia de verdad indica pues que no existe verdad alguna. Para ello, recorre a la historiografía del concepto. Fue en la Segunda Guerra Mundial y con la barbarie de Auschwitz cuando se establece que se puede promover la maldad absoluta y de forma dogmática, absoluta, totalitaria. En este sentido la verdad se define como violenta porque puede convertirse en fanática. Las Guerras de Religión son un claro ejemplo de esto . Parece pues como sostenía la postmodernidad que conviene huir de estos fanatismos de la verdad absoluta y totalitaria. Pero el resultado continua diciendo el autor, es la generación de un relativismo que encubre de nuevo el totalitarismo cuando consigue l banalizarlo absolutamente todo.
En este sentido en base a la palabra libertad se acentúa un auténtico fanatismo y dogmatismo social y político. Ese totalitarismo digital de las redes sociales algorítmico totalmente pervierte incluso la idea de que sea necesario defender una verdad que no sean mis intereses y deseos personales. Por eso la posverdad no es la mentira , va más allá de esta. ¿Qué sucede cuando no hay verdad ? En el debate del todo vale , todo es opinable, todo es sugerible, se suceden algunas características de estos tiempos continua el autor :
És una bona notícia perquè respon a una inquietud davant de la incertesa dels temps que vivim. La filosofia dona una resposta des de la racionalitat, des d´aquest camí del pensar que hem anat construïnt durant segles. És una bona caixa de eines per orientar-se en el món.
Sense pretensions eurocèntriques ens centrarem en la tradició que comença en Grècia, continua per Europa i es va globalitzant. No perquè sigui la millor, sinó perquè és la nostra i, precisament per això, hem de partir necessàriament d’aquí.
Hi ha l’opció de fer el curs en dues modalitats diferents:
Per poder reservar plaça en aquest curs, és necessari fer un pagament inicial de 60€. Un cop iniciat el curs, caldrà facilitar les dades per poder fer els cobraments corresponents, ja siguin mensuals, trimestrals o anuals. A tots els ex-alumnes de cursos semestrals o anuals se’ls descomptarà l’import dels 60€ de la reserva de plaça del primer rebut del curs.
Si et matricules a més d’un curs anual o semestral, s’aplicarà un 10% de descompte en la quota mensual, trimestral o anual.
TEMARI PRIMER BLOC: EL QUE PODEM APRENDRE DELS ANTICS : LA FILOSOFIA COM A FORMA DE VIDAEn aquest primer bloc ens introduirem en el camí del pensar que es forma a partir dels grecs i al que hem donat el nom de la filosofia. La figura polèmica i pertorbadora de Sòcrates. La relació complexa entre les dues gran creacions de la polis d´Atenes : filosofia i democràcia. Aristòtil com l´autèntic configurador de la nostra manera de pensar. L´aparició d´ escoles filosòfiques com escoles de vida en l´època incerta de l’hel·lenisme i la continuació a l´Imperi romà.
La civilització occidental apareix a partir del creuament d´aquesta tradició clàssica grecoromà amb una altra que arriba de l´Orient pròxim : el cristianisme. Durant segles el cristianisme serà l´unificador del pensament occidental i d´Europa. A partir del renaixement, i sense qüestionar la religió, apareixerà un nou humanisme. Els segles XVII i XVIII seran els que donaran lloc a las grans conceptualitzacions i argumentacions sobre els nous fonaments del saber, l´ètica i la política. Com a rerefons, la gran revolució científica del segle XVII a Europa, la instauració progressiva de la economia-món capitalista i la legitimació de l´Estat modern. I l´aparició del subjecte individual com a referent.
El segle XIX comença amb les grans construccions metafísiques de Hegel o l´optimisme cientifista de Comte. No trigarà molt en aparèixer les teories crítiques de la modernitat : el mestres de la sospita ( Freud, Marx, Nietzsche). Fins arribar a totes les seves derivacions al segle XX : de Wittgenstein i Heidegger a Foucault. I les noves aportacions del segle XXI.
Leo, ya sin sorpresa, que en una discoteca de no sé dónde han prohibido mirar a nadie sin su permiso. Visto cómo está circulando la noticia por los medios, me imagino que se trata de una inteligente campaña publicitaria, porque, ¿cómo sabemos que nos mira otro sin nuestro permiso si no lo estamos mirando sin su permiso?
A una desconocida no se le puede decir que es fea por la misma razón por la que tampoco se le puede decir que es guapa, por no pecar contra la denostada galantería. Como aconsejaba don Luis Morcillo en Unas gotas de humor, a una desconocida lo que hay que decirle, si es que nos vemos en la ineludible necesidad de hablarle, es algo así como "A mí, usted, ni fu ni fa".
O sea, hay que reaccionar ante las desconocidas de la misma manera que reaccionaríamos ante un comedor estilo renacimiento (con la inseguridad de los que han de aparentar que conocen la palabra adecuada para nombrar estas cosas).
La primera, esta de Sanz Irles: "Primero fuimos la 3ª edad, después, “nuestros mayores”, luego nos quisieron dignificar y fuimos “seniors” y ahora oigo que somos los “silver”. Vamos a ver, atajo de GILIPOLLAS (que no se puede ser más gilipollas), somos viejos, los viejos de toda la vida, ¡bobos de los cojones!"
La segunda. Ayer La Vanguardia nos hizo a los rosamerones un magnífico e inesperado regalo: dedicó dos páginas a una muy sustanciosa entrevista a nuestro autor Álvaro Pombo. "¿Usted cree en Dios", le preguntaron. Y Pombo contestó: "Habría que cambiar la palabra creencia, que es fe, por confianza. Yo tengo confianza".
Me preguntan desde Somiedo -tengo que hablarles un día del Monstruo de Somiedo- cuál es la clave de la vida en pareja.
Buena pregunta, aunque no estoy seguro de que se pueda generalizar una respuesta. Posiblemente los emparejados sean como los no emparejados: no hay dos iguales.
Cuando estaba sometido a las rigideces de la vida laboral y sus horarios, pudiera haber contestado que la vida en pareja nos hace más soportables las tardes de domingo. Pero ahora ya no hay tardes de domingio Con la jubilación, las tardes de domingo se domestican y se convierten en un fragmento más del presente continuo.
Ante preguntas así uno siente la tentación de ponerse tremendo y dedicarle unas cuantas frases redondas a su propio narcisismo.
Recuerdo aquello que decía Balmes: que el hombre es como un borracho a caballo, que si lo enderezas por aquí se te tuerce por allí. Pues bien, tu pareja es tu caballo.
Dice Aristóteles en la Ética a Nicómaco que el ser humano es "syndiastikós" (1162 a). Podemos traducir este término como "emparejado". Estas son las palabras de Aristóteles: "La relación (philía) entre marido y mujer parece darse por naturaleza. El hombre, por naturaleza, es antes un "syndiastikós" que un "politikós".
El segundo: la lectura lenta es un ejercicio muy razonable de humildad. Para leer con atención rumiante conviene no creerse más listo que el autor de cualquiera de los grandes libros de nuestra tradición y, por lo tanto, conviene dejar abierta la posibilidad de que ese autor pueda saber sobre nosotros algunas cosas importantes que el presente nos oculta o ignora. Aceptar como punto de partida que el pasado puede iluminar el presente, nos anima a buscarnos a nosotros mismos, con la mayor atención, en los grandes textos (cuyo tiempo es el presente continuo).
El tercero: La lectura lenta es la mejor vacuna contra el historicismo de baratillo dominante. Hoy es necesario recordar que es un poco ingenuo creer que escribes mejor que Proust por el mero hecho de escribir después de él. Pero eso significa que Proust sigue siendo un maestro de todo aquel que tenga altas expectatvas sobre su escritura. A mi modo de ver, reconocer a otro como maestro no es un gesto de sumisión, sino de grandeza, ya que todo maestro genuino sabe que, al ponernos en contacto con lo grande, está cumpliendo con su deber de incubar deslealtades.
Corruptissima republica plurimae leges, decían los romanos. Viendo nuestro mundo, no hay duda de que no andaban equivocados.
¿Pero es la corrupción de la sociedad la que exige más leyes o es el mismo incremento de las leyes el que provoca la corrupción social? ¿Será el deseo de ser buenos de nuestros legisladores -buenos a la moda, claro- el que nos está empujando hacia la corrupción?
Entre los regalos que me ha hecho el azar amigo últimamente, el más improbable y, por lo tanto, el más inesperado, ha sido el de montar una editorial con dos socios más a los cuales el mismo azar amigo ha tenido la generosidad de conducirme.
- ¿Qué necesidad tienes de meterte en más complicaciones? -me preguntaba mi mujer.
Necesidad, ninguna, pero si el azar amigo llama a tu puerta, lo peor que te puede pasar es que no estés en casa.
Para mi fortuna, mis dos socios son grandes profesionales. Trabajan mucho y muy bien y a mi me dejan el puesto de diletante, que entretiene sin cansar. ¡Y cómo lo estoy disfrutando!
Nos ha tocado aparecer en unas circunstancias difíciles. El precio del papel se ha disparado y no parece encontrar tope y las ventas se han reducido. Recientemente leía una estadística que aseguraba que en España el 86% de los libros que se publican no llega a los 50 ejemplares de venta. Gracias a Dios no es nuestro caso. A nosotros nos está yendo bien, si bien es cierto que, ya que no podemos prever los ingresos, hemos reducido los gastos corrientes al mínimo.
Tenemos a punto las publicaciones del próximo cuatrimestre y estoy completamente convencido de que no solo nos ayudarán a continuar navegando con vientos portantes, sino que alguno de los libros que tenemos en imprenta dará la campanada. Y, si no, al tiempo.
La mayor prueba de la fragilidad del hombre es lo fácil que se olvida de su fragilidad.
a Carme
El hombre es, inevitablemente, un ser futurizador, decía Ortega, con razón.
Lo es porque todas las cosas -incluyéndolo a él mismo- están marcadas por la deficiencia de lo que aún no son pero pueden llegar. En la potencia hay siempre la huella de una carencia. En este sentido lo potencial es la manifestación de cierta irrealidad de lo real. O, dicho de otra manera, cuanto más presente tenemos lo potencial, menos consistente se muestra lo real. Lo posible y lo real van en sentido opuesto. Para el hombre lo más real es lo que ya no está, el pasado. No está y, sin embargo, nos arrastra con el peso de la memoria.
Lo posible ontológico tiene siempre algún sentido antropológico. Puede ser deseable y buscado; puede ser imaginado y fabulado; puede ser temido y evitado... Puede ser visto como la obsolescencia del presente y, en este sentido, vivido melancólicamente; como azar o como necesidad, como sorpresa... etc.
Lo posible puede ser también vivido estratégicamente, como una planificación que puede incorporar o no ciertas renuncias prudenciales. Es el caso, por ejemplo, del trabajo, vivido como una inversión del esfuerzo para conseguir una posibilidad de ocio... Se retuerce lo posible para buscar lo deseable.
La manera más intensa de vivir lo posible es la de la inminencia expectante, que es la que abre para el hombre la posibilidad de la aventura, el juego (y el azar amigo). Aquí se encuentra la posibilidad de vivir la negación como afirmación del deseo y, como diría también Ortega, aquí se encuentran las formas de la vida feliz, cuyo paradigma es la caza.
A partir del 20 de agosto la playa está vacía a las 8 de la mañana. Casi vacía, mejor dicho, porque, vayas a la hora que vayas, siempre hay alguien que ha llegado antes que tú. Pero a la zona que yo acostumbro a ir, no nos encontramos más de tres o cuatro personas a esa hora. A partir de las 8:30 comienzan a llegar, parsimoniosamente, más bañistas.
Hoy me han llamado la atención dos parejas.
La primera ha llegado a la vez que yo. Estaba formada por dos adolescentes de unos 16 años. Ella se bañaba plácidamente y él se movía a su alrededor impulsado por una energía inagotable. Pura vitalidad del macho que estrena su condición. Salía del agua, corría unos metros por la arena y volvía a zambullirse aparatosamente, estirando los brazos, haciendo giros inverosímles en el aire y riendo de alegría. Una y otra vez, sin parar. Así los he dejado cuando a las 9:15 he vuelto a mi casa.
La segunda ha aparecido más tarde. Unos treinta años. Han extendido sus toallas sobre la arena, han abierto la sombrilla, se han quedado en ropa de baño y él ha lanzado un palo al agua. Ella se ha lanzado a por el palo y ha vuelto junto al chico con el palo en la boca. Han repetido esto varias veces, como si fuera la conducta más natural del mundo y, después, se han estirado sobre las toallas dándose la mano.
"¡Detente! -le pedía Goethe al instante- ¡Eres tan hermoso!"
Un filósofo musulmás sostenía que el castigo del diablo es no poder detener el instante. Cuando, por ejemplo, le llega el sonido de una bella melodía, quisiera detenerlo, apropiárselo y gozarlo sin descanso. Pero todas las cosas pasan y sólo Dios y el diablo permanecen. Dios vive en el instante porque es lo que siempre es actual; el segundo, está condenado al instante, porque siempre está cayendo en la inactualidad. Pero en ambos casos, el instante es lo eterno en el tiempo.
El hombre moderno ha sido capaz de congelar el instante y guardarlo en sus exomemorias (léase USB, ordenador, teléfono móvil...) para reproducirlo a su antojo cuando quiera. Vive así es una pluralidad de instantes que, si es posible, es porque el instante genuino ha perdido realidad.
Tiro del apunte anterior.
Aristóteles acertó plenamente al utilizar los conceptos de potencia, acto y deficiencia para explicar la constitución histórica de los seres naturales. El ser es en potencia (tiene potencial) mientras pueda ser lo que aún no es (mientras sea deficiente con respecto a lo que siempre está llegando a ser) y es en acto cuando su potencia cuaja en una forma que podemos señalar como estando (momentáneamente al menos) ahí.
Si el ser lleva en su ser la posibilidad de ser lo que aún no es (en los límites, claro está, definidos por su especie), todo cuanto es está en estado deficiente (el acto es la coyuntura presente de la potencia) y en la captación de esta deficiencia por el sujeto está la posibilidad de lo histórico.
La historia es siempre relato de deficiencias permanentes y actos puntuales.
En este sentido podríamos decir que el universo comienza con una potencia sin acto, una deficiencia pura (dado que el inicio del famoso big-bang no tiene ni forma ni propiamente historia) y acabará como un acto sin potencia (dado que todo cuanto es tendría como destino una sopa cósmica inerte, fría, muda y ajena a toda variación porque no tendría sentido aplicarle el concepto de deficiencia).
Todo esto, perdonen ustedes, tiene que ver con algo que ando intentando escribir sobre el cosmos como unidad imposible de sentido.
Cada amanecer trae sus colores nuevos al día, que son como un preludio.
Ortega insistía en el carácter futurizador del hombre. Pero esto es como afirmar que somos seres que tienden espontáneamente a encontrar sentido narrativo a la sucesión de cuanto nos rodea. No nos pasan cosas. Nos pasan cosas porque, para que... No vemos cosas. Vemos cosas que son partes de un relato. Así, el amanecer es una introducción. No importa tanto a qué introduce como el hecho de que sea una promesa que confiamos que tenga de forma natural su continuidad.
El primer artículo filosófico que escribí se titulaba "La intuición narrativa" y defendía que todo, cuanto es un objeto de la experiencia, es incorporado a la misma como un momento de una narración cuyo relato está siempre abierto. Añadía que si vemos cosas que son parte de un relato es tanto porque el mero hecho de verlas ya las integra en nuestra biografía, como porque todo cuanto vemos está marcado por la insinuación de lo que aún no es.
Ser es ser parte de un despliegue temporal.
Cumplo hoy 67 años con -por supuesto- la alegría grande de poder celebrarlos entre los míos, pero con la perplejidad de seguir sintiendo en mi interior, bien fresca y viva, la voz del niño que fui. Se han apagado muchas voces de lo que he sido, que quedan como crónicas y recuerdos, más o menos satisfechos, de distintos pasajes de mi vida. Pero el niño sigue vivo, remoloneando en mi interior, sorprendido de estos años en los que se va adentrando una parte muy sustancial de mí mismo, pero no todo. Algo de mí sigue chapoteando, irreductible, en los charcos de la niñez.
Ya no hago planes para el futuro mediato, pero sigo acumulando proyectos para mañana, eso sí. Mañana, amigos, me gustaría seguir vivo y deseo poder renovar la esperanza de conseguirlo cada día, para poder seguir siendo un futurizador de lo inmediato, dado que mi porvenir a medio plazo ya está escrito.
La esperanza que cree más en mañana que en pasado mañana tiene sus ventajas. Por ejemplo, ya no me preocupa mi C.V. Ya no hago nada para acumular puntos o prestigio o una línea más en mi currículo. Ahora intento hacer lo que me apetece porque me apetece y, en este sentido, he ganado, sin duda, libertad y, sobre todo, sensibilidad hacia el azar amigo. Es una libertad que se resiente de las herrumbrosas rodillas, del tanteante oído, de la vista cansada; una libertad que no sabe permanecer en la cama cuando se despierta, que se ha vuelto gruñona, pero que disfruta, como nunca lo había hecho antes, de la libertad de pensamiento y, allá hasta donde parece prudente, de la libertad de palabra. Ya saben, "primum non nocere".
El amanecer me pilla despierto.
De hecho, llevo despierto un buen rato. Me acuesto pronto y me levato pronto. Pero hay días que para las cinco de la mañana siento que ya he dormido lo suficiente y no encuentro manera de acomodar mi inquietud al abrigo de la cama, así que me levanto, ando por la casa, bebo agua, curioseo por las redes sociales, leo, escribo, y veo amanecer.
Hoy el amanecer descubre unos azules metálicos, fríos, tiñendo el cielo y el mar. Hay en el horizonte una gruessa linea caprichosa de nubes que juega a un paralelismo imperfecto con la remota línea del mar. Las ramas de las jacarandas, de un verde apagado, como cansado, se agitan frente a mi ventana como si ya fuera otoño. Y no apetece nada ir a darse un baño a la playa. Vuelvo a leer. Pero hoy me cuesta concentrarme y me quedo embobado y vagueo viendo cómo crece la claridad del día.
Oigo decir a un bibliotecario que los libros te hacen la vida menos hostil. Pues dependerá de lo que se lea, ¿no? Hay libros sumamente inquietantes. ¿Don Quijote nos hace la vida menos hostil? ¿Y Homero? ¿Y qué decir de Sófocles o Ciorán? ¿Y los libros de historia serios? Los libros, como el saber, no tienen por misión domesticar la vida. De ahí la perversión pedagógica que pretende gamificar el conocimiento. Y si algún gran libro lo insinúa, se cuida mucho de advertirte que, por si acaso, duermas con un ojo abierto. Los libros -los grandes libros- te muestran la complejidad del mundo tal como es reflejada con sutileza por los grandes artistas de la palabra. Y es en ellos donde aprendemos alguna cosa relevante sobre la tragicomedia de la vida.
Oí decir a un vecino de Hoyuelos de la Sierra, cuando al atardecer salen de sus casas para sentarse en los viejos poyos de piedra, que de noche no graniza. No me sabía explicar por qué, pero estaba seguro de ello. Yo tuve que confirmarlo en google. Y así era. El deseo compartido por aquellos vecinos, que parsimoniosamente salían a recibir la brisa que llegaba de lo profundo del bosque, era que lloviera, pero que lo hiciera de noche, para que el granizo no hiciera mal. Eso, la tertulia al relente en el poyo de la puerta, es lo que hace la vida menos hostil.
Todo el día esperando que, de un momento a otro, el cielo cayera, de pleno, como un pájaro muerto, sobre nuestras cabezas. Pero todo lo que ha caído, hasta este mismo momento, han sido las temperaturas y cuatro tímidas y dispersas gotas de agua. Conociendo la volubilidad de las borrascas de verano en el Mediterráneo, seguro que por algún sitio se las habrán visto con lo que nosotros nos hemos ahorrado. Esta mañana en la playa estábamos cuatro gatos. Olía a final de verano.
Tras regresar a casa, después de diez días memorables en Hoyuelos de la Sierra, en la venerable Sierra de la Demanda, un lugar mágico en el que circula lentamete el tiempo en el tren de cola de la historia, intento poner orden en mis cosas y recuperar el ritmo de trabajo. Sigo con el reinado de Felipe IV, aunque ahora he pasado de sor María Jesús de Ágreda al conde-duque de Olivares. Es este último un personaje político de tal ambición en la intención, que la ejecución era imposible que estuviese a su altura. Además la vida política del conde-duque está dominada, toda ella, por un azar caprichoso e implacable que lo va arrojando a frentes inesperados de la realidad. No me explico cómo este hombre no es más estudiado por los filósofos políticos españoles. Me corrijo: ¿habrá algún filósofo político español que haya estudiado en serio a Olivares? El libro de Gregorio Marañón me parece lamentable. A Cánovas se le escapa viva su realidad... ¿quizás Sánchez de Toca?
Ayer por la noche pude ver, finalmente, Drive my car, la película de Ryusuke Hamaguchi (2021) basada en un relato de Haruki Murakami que tan buenas críticas ha tenido (con la notable excepción de la de Boyero). Es un relato sobre la representación, sobre el hombre como un actor que está representando, inevitablemente, papeles de sí mismo más allá de los cuales no hay ninguna autenticidad que recoja una supuesta verdad. Lo auténtico es el reto de representar el papel que estás reprenetando en este momento de la manera más verosímil posible.
De ahí que, a mi parecer, la clave de la película se encuentre en la penúltima escena, que representa una representación: la del monólogo final de Tío Vania, de Chéjov, uno de los textos más emocionantes, a mi manera de ver, de la literatura universal y que más exigen a los actores:
VOINITZKII. -(A SONIA): ¡Cuánto sufro!... ¡Si supieras cuánto sufro, pequeña mía!...
SONIA. -¡Qué se le va a hacer!... ¡Hay que vivir! ¡Y viviremos, tío Vania!... ¡Viviremos una larga, larga sucesión de días, de largos anocheceres... Soportaremos pacientemente las pruebas que nos depare el destino. No descansaremos nunca. Trabajaremos para los demás, ahora y también en la vejez. Y cuando llegue nuestra hora, moriremos resignadamente. Luego, más allá de la tumba, diremos que hemos sufrido, que hemos llorado, que hemos conocido la amargura... Y Dios se apiadará de nosotros. Y entonces, tú y yo, tío..., conoceremos una vida maravillosa..., una vida de ensueño. Nos sentiremos gozosos y, con una sonrisa en nuestros rostros, volveremos con emoción la vista a nuestros actuales sufrimientos, y, por fin, ambos, descansaremos. ¡Yo tengo fe en ello! ¡Lo creo apasionadamente, con todo mi corazón! Y cuando llegue ese momento, descansaremos. (El telón desciende lentamente.)
Me voy a la playa dando vueltas a una frase de Balmes: "El espíritu humano es como un borracho a caballo; cuando se lo endereza por un lado, se tuerce por el otro".
Efectivamente, el hombre no es un problema a resolver, como cree el progresismo, sino un enigma cuya resolución acabaría con lo humano.
A partir de las 20:00 comienza el espectáculo. El sol, al ponerse más allá de la montaña que está detrás de las montaañas, levemente insinuada en el horizonte, Montserrat, manda sus rayos casi horizontales a iluminar claros del bosque con una luz tamizada por el mismo bosque y el ambiente se carga de magia.
Cuando el corazón necesita una doctrina, el pensamiento se la presta, aunque sea fingiéndola.
Para formar un partido por malvado, por extravagante por reducido que sea, no se necesita más que levantar una bandera.
Hay hombres extremadamente vanos con mucho amor propio mal entendido que les inspira el deseo de singularizarse en todo, que al fin llegan á contraer un hábito de apartarse de lo que hacen y piensan los demás hombres, esto es, de ponerse en contradicción con el sentido común.
El arrojarse el hombre á merced del sentimiento, es arrojar un navío sin piloto en medio de las olas, esto equivale á proclamar la infalibilidad de las pasiones.
El orgullo es un reptil que si le arrojamos de nuestro pecho, se arrastra y enrosca a nuestros pies.
El espíritu se desenvuelve con el trato, con la lectura, con los viajes, con la presencia de grandes espectáculos, no tanto por lo que recibe de fuera como por lo que descubre dentro de sí.
La inconstancia, que, en apariencia no es más que un exceso de actividad, pues que nos lleva continuamente a ocuparnos de cosas diferentes, no es más que la pereza bajo un velo de hipócrita: he aquí retratados a los civilizados modernos con su charla.
El hombre es niño hasta la vejez; preséntase a los demás con toda la seriedad posible; mas en el fondo se encuentra a sí propio pueril en muchas cosas y se avergüenza.
El hombre tiene siempre un gran caudal de fuerza sin emplear: el secreto de hacer mucho, es acertar a explotarse a sí mismo; pero los nuevos civilizados no quieren más que explotar a los demás.
El buen pensador procura ver en los objetos todo lo que hay, peor no más de lo que hay. Ciertos hombres tienen el talento de ver mucho en todo; pero les cabe la desgracia de ver todo lo que no hay, y nada de lo que hay.
El arte de pensar bien no se aprende tanto con reglas como con buenos modelos.
El primer medio para pensar bien es atender bien.
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He leído con la mejor predisposición la propuesta de un nuevo modelo de pruebas de acceso a la universidad que el Ministerio de educación pone a debate. El cambio es, sin duda, necesario. Hoy hay que hacer esfuerzos ímprobos para suspender la selectividad y su resultado no garantiza, en absoluto, la objetividad de la selección que pretende. En primer lugar, porque los centros educativos inflan el expediente de sus alumnos (que es el 60% de la nota final) y algunos lo hacen de manera muy generosa. La selectividad actual penaliza, por lo tanto, a los centros rigurosos. La nota del expediente de dos alumnos de diferente centro es de imposible homologación. Si añadimos que las pruebas de las diferentes comunidades autónomas tampoco son homologables, no es extraño que haya alumnos que a los 15 años (en las pruebas de PISA) se encuentren muy por debajo de la media española y en selectividad pasen a la cabeza. La selectividad penaliza también a las comunidades más exigentes.
El Ministerio deja sin tocar las notas de expediente y pretende introducir una cierta homologación en el 40% de la nota que depende del examen de selectividad y para ello quiere centrar la prueba en la evaluación de las competencias generales que deben compartir todas las comunidades. Ahora bien, cuanto más ponga el acento en las competencias generales -que se prevé que supongan el 70% de la nota de la prueba-, más se estará valorando el C.I. del alumno y menos su aprendizaje escolar. Pero esta parece ser la opción, ya que volvemos a encontrarnos con las reticencias a la “mera reproducción de contenidos académicos” y a la “memorización para la ocasión”. A mí me parece que el conocimiento -el académico y cualquier otro-, si es claro y distinto, no tiene ninguna propiedad que le impida ser transmitido y que lo que no está en la memoria, no se ha aprendido. Pero es una opinión que parecen compartir cada vez menos pedagogos.
Muy de acuerdo, pues, con la intención de avanzar en “una mayor homologación y equilibrio entre las pruebas planteadas, para asegurar que sean efectivamente equiparables entre los distintos territorios”. Espero que tengan éxito. Muy de acuerdo, también, en que en los territorios con lenguas cooficiales se requiera “la presencia de las tres lenguas, tanto en la formulación de las preguntas como en la resolución por parte del alumnado". Los que apoyaron la LOMLOE asumieron el compromiso de que “alfinalizar la educación básica, todos los alumnos y alumnas” alcancen “el dominio pleno y equivalente en la lengua castellana y, en su caso, en la lengua cooficial correspondiente". Esta puede ser una buena ocasión para reivindicar su voto.
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La República de Platón se desarrolla como un diálogo en la casa de un rico extranjero residente en Atenas, Céfalo. Pero el diálogo filosófico no comienza propiamente hasta que Céfalo, rico y viejo, tras reconocer que el tirano Eros ya ha abandonado su cuerpo, derrotado por la edad, se retira a orar a los dioses antes de irse a dormir. Es decir la Repúblca se despliega en la noche, mientras el sereno Céfalo duerme. Quizás porque hay cosas humanas que aquellos que han embridado a Eros ya son incapaces de comprender o quizás porque en una edad avanzada ya no se sueña con aquello que ha sido necesario reprimir durante el día.
La moderna ingenuidad ilustrada parece creer en la posibilidad de domesticar a Eros, cuando la historia humana no es sino el reiterado fracaso de este intento.
Ayer, pobre de mí, tuve que ir a Barcelona. Ya el mero hecho de ir de casa a la estación de tren se me antojaba una heroicidad de esas de "polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga". Pero me armé de valor y fui, bajo un sol compacto que fundía hasta los pensamientos. Y esperé, como esperaban los otros viajeros al tren, arremolinados en la sombra, como gorilas bajo la lluvia. Al fin, llegó el cercanías, se abrieron las puertas de los vagones y vimos que no cabía un alma más en su interior. No obstante, nos hicimos sitio. Incluso tuvimos que hacer sitio a los viajeros que se subieron en Montgat y en Badalona. Pero esto último nos dejó en una situación miserable. Sudábamos a gota gorda y "el cercanías" se convirtió en "el intimidad", con el agravante de que más de la mitad de los viajeros no llevaba mascarilla. Decidí bajar en San Adrián (lo conseguí, pero no sin esfuerzos) y esperar a un tren que transportase a humanos, aunque llegase tarde a la cita que, fue, por cierto, una muy sabrosa comida con dos editores... en un restaurante con el aire acondicionado estropeado
Hace unos días hacía yo en otro lugar estas dos preguntas:
1. ¿Es "la edad adulta" la mayor utopía que ha construido la humanidad?
2. Si así fuera, ¿sería una utopía prescindible?
Con respecto a la primera, si todo, desde la infancia al género, es una construcción social, la edad adulta también podría serlo. ¿Pero sería una construcción que se vive como realidad o como deseo? Quiero decir: ¿son los hechos de los mayores de edad los que nos hacen visible en ellos una cierta disposición de ánimo, una cierta visión prudencial de las cosas, un cierto dominio de uno mismo, etc? ¿O es un deseo, un fundamento mítico de la autoridad de determinadas personas, un principio regulativo o, elevando más el tiro, una utopía?
Con respecto a la segunda. Pudiera ser que fuese una utopía y que, sin embargo no pudiéramos prescindir de ella para hacer humanamente vivible nuestra falta colectiva de adultez. La edad adulta podría ser una ilusión necesaria que el hombre proyecta sobre sí mismo gracias a cuya luz puede verse como le gustaría ser y actuar de acuerdo con esta imagen?
Que quere claro: yo creo que la edad adulta existe en la medida en que alguien puede contar de manera creíble las historias familiares y colectivas cuando se reúne un grupo de humanos junto al fuego y en la medida en que las aristas de la vida han ido limando la energía de uno hasta hacerla más o menos controlable por su sentido común. En este sentido la edad adulta ha de ser la edad de la responsabilida para aquellos que por razones de edad tienen mucha más energía que sentido común para controlarla. Lo cual no eviata que observando ciertos comportamientos colectivos uno tienda a pensar que ciertas ideologías se reducen a una resistencia contumaz a la adultez.
Abandono la playa hacia las 9, cuando comienza a llenarse de familias dispuestas a blindarse tras dos metros cuadrados de arena. El sol comienza a pesar, los gritos aumentan y los peces se hacen invisibles. Hay formas muy diversas de la felicidad pero al llegar a casa pienso que tenía razón Palito Ortega y que la felicidad es una canción de verano. Me ducho, me visto, me cojo a mi sor María de Jesús y me voy al Petit Cafè de la Plaza de Ocata, a blindarme con el libro en mi mesa, bajo la sombra de los plántanos, que son mi particular sombrilla.
Un detalle que me inquieta: vaya a la hora que vaya a la playa siempre hay alguien que ha llegado antes que yo.
Sor María de Jesús me tiene completamente confundido. A veces escribe como una iluminada con hilo directo con la Trinidad y a veces maneja los conceptos escolásticos con una agilidad y una seguridad asombrosa, si bien es cierto que en ocasiones da la sensación de querer cubrir con la terminología escolástica -Scoto siempre está latente- sus audacias místicas. Lo que más me interesa de ella son esos momentos en que parece que la pluma escribe sola y se permite el lujo de la esponntaneidad. Un ejemplo: “la duda sirve de estímulo al entendimiento para investigar la verdad”.