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Día frío, desangelado. Llovizna intermitente y un cielo sucio y bajo. Ni un rayo de sol. Mi cabeza se empeña en dar vueltas por entre las líneas del libro de Eugenio Noel que intento leer, sin éxito.
Mail de B., que espera ser operada mañana: "Quoi qu’il en soit, je veux vous dire à quel point j’aime notre correspondance, et qu’elle a été toutes ces dernières années un vrai rayon de soleil dans ma vie". Emocionado, le contesto inmediatamente, para asegurarle que una amiga es aquella persona que tiene plena autorización para llamar a la puerta de casa a cualquier hora del día o de la noche. Y siempre será bien venida.
La mirada se me clava, de sopetón, en esto de Eugenio Noel: "Quevedo, el enorme Quevedo, más grande a medida que se le va olvidando, decía en aquella lengua insuperable suya: ... y Bruto se perdió porque quiso ser malo con templanza" (España, fibra a fibra, 1960). A la cita le falta la primer aparte. La busco en la Vida de Marco Bruto y no tardo en dar con su despiadada clarividencia: "Y al fin Antonio prevaleció contra Bruto, porque supo ser malo en extremo; y Bruto se perdió, porque quiso ser malo con templanza". Quevedo es un enorme filósofo político.
Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura
Los sofistas tuvieron mucho éxito entre los ciudadanos de pro, que no dudaban en pagarles para aprender a hacer pasar sus opiniones por justas y verdaderas. Sobra decir que la mayoría de esos sofistas no tenían nada por propiamente “justo” o “verdadero” (lo de la “posverdad” es muy antiguo); pensaban que tales cosas eran tan variables como los intereses y deseos subjetivos de las personas, y que lo que prevalecía era siempre lo que dictaba el que tenía más labia y, por ello, poder.
¿Vivimos hoy un renacimiento de la sofística? No lo duden. La tesis de que la verdad no existe (o de que no merece la pena buscarla), y que lo que importa es lo persuasivo o buen comunicador que uno sea, forma parte del bagaje ideológico de nuestro tiempo. Lo podemos observar en el detalle con que preparan sus intervenciones los políticos, en la calculada demagogia de los “líderes de opinión”, en la insistencia con que se busca el efecto emotivo y el aplauso fácil en los medios, y en la demanda de expertos en comunicación de toda laya (publicistas, asesores de imagen, gestores de redes, storytellers, expertos en oratoria) por parte de gobiernos, empresas y hasta colegios.
No exagero: en muchos centros de enseñanza se está asentando la costumbre (tan anglosajona) de los “torneos de debate”, eventos en los que varios equipos de alumnos compiten entre sí para medir cuál es más persuasivo ante un tribunal de expertos. ¿De expertos en el tema de que se trata? No. De expertos en tratar de cualquier tema de forma eficiente y persuasiva. Al fin, en estos torneos más que la verdad lo que se persigue es la habilidad para construir estrategias argumentales con que defender e imponer una tesis (la que te toque) frente al equipo contrario.
No hay nada que objetar, por supuesto, a que los alumnos mejoren sus dotes retóricas o aprendan a argumentar con corrección. Pero la educación ha de tratar de más y más nobles e importantes cosas que de “hablar bien”; cosas que, como el diálogo, el pensamiento crítico o la competencia ética, están siendo arrinconadas o sustituidas por presuntas “innovaciones” provenientes de la esfera del coaching empresarial, las técnicas de venta (de productos u opiniones, tanto da) o de la psicología de moda.
Así, el diálogo educativo es algo muy distinto al torneo de oratoria. El fin del diálogo no es saber hablar, sino buscar el saber; en él no se trata de una competición o un concurso de talentos retóricos, sino de una investigación en común (como la de los programas de Filosofía para niñosde muchas escuelas) en que la generosidad hermenéutica con respecto a las tesis del otro, el cuestionamiento constante de las propias, o el deseo de aprender (y no de vencer) son las principales pautas.
Tampoco el pensamiento crítico tiene nada que ver con lo que se “vende” como tal en el mercado de la innovación educativa. La capacidad para someter a análisis racional los fundamentos (ontológicos, epistemológicos, axiológicos) de nuestras ideas, deseos, afectos o acciones, no es la misma cosa que recibir un cursillo del gurú, coach o experto en liderazgo de turno sobre cómo gestionar la información, practicar el “pensamiento lateral” o no dejarte engañar en las redes.
La educación ética no es tampoco nada que convenga confundir con los postulados de la psicología positiva, los cinco pasos para mejorar la “inteligencia emocional” u otros grandes éxitos de la literatura de autoayuda. Conocernos y tomar las riendas de nuestra vida exige una reflexión mucho más seria sobre lo que somos y debemos ser, así como sobre los valores desde los que afrontar los graves dilemas morales y políticos a los que se asoma nuestro tiempo.
Sé que lo tenemos crudo (no hay día que no aparezca en prensa un publirreportaje pagado, y disfrazado de noticia, ponderando a algún gurú del coaching y la “innovación” educativa), pero no podemos renunciar a una concepción de la educación en la que el diálogo veraz, el pensamiento crítico o la capacidad ética, sean sustituidos por las habilidades oratorias, la “aptitudes para el liderazgo” o la venta de recetas para el bienestar emocional.
Lectura intensa. Sol contundente. Sobre la mesa, en la plaza de Ocata, la taza del café con leche se ha juntado con la copa de cerveza. Leer es ir ampliando las dimensiones de la propia ignorancia. Afirmar, entonces, como a veces he afirmado con vehemencia, la necesidad de disponer de una imagen fiable de la propia ignorancia es una quimera. La ignorancia es la materia oscura. Está rodeándote, pero también anda acechando en el corazón mismo de cuanto crees saber. Sólo tienes de ella noticias epidérmicas, algo así como una sombra. La salud está en el hombre sencillo que sabe lo que sabe y lo que ignora porque no se ha problematizado ninguna de ambas cosas. La sabiduría consistiría, entonces, en encontrar el camino de regreso a ese hombre. Es, claramente, un proyecto imposible. Cada libro que abrimos nos aleja un poco más de él pero, al mismo tiempo, nos hace comprender la importancia de los prejuicios terapéuticos de la gente corriente.
Se detiene a junto a mi mesa un vecino grande con alma de niño. Me dice que me ve leer y que quiere darme un aplauso, porque no hay nadie que lea más que yo. Le digo que en vez de un aplauso me gustaría un cesto de cerezas, que sé que tiene un cerezo magnífico en las afueras de Ocata. Me contesta, airado, que ni hablar, que "las cerezas valen dinero".
Hay una familia de números que siempre ha fascinado a los investigadores matemáticos por sus singulares propiedades: los números primos. Si a ti también te intrigan, este libro te acercará al apasionante mundo de la investigación matemática y de la encriptación en internet.
Si eres docente, en esta obra encontrarás secuencias didácticas para lograr que tu alumnado descubra los números primos, sus propiedades y cómo usarlos para resolver problemas, a través de la metodología de aprendizaje por descubrimiento.
Ver la emoción que sienten los estudiantes cuando hacen sus propios descubrimientos no tiene precio y, por otro lado, cuando dejas que investiguen siguiendo sus propios caminos se aprende mucho. De hecho, este libro está lleno de descubrimientos de alumnos de su autor.
Sobre el autor
Gregorio Morales Ordóñez es licenciado en Matemáticas por la Universidad de Valencia. Ha sido profesor asociado del Departamento de
Innovación y Formación Didáctica de la Facultad de Educación de la Universidad de Alicante y en la actualidad es profesor de Educación Secundaria y Bachillerato, donde ha introducido el aprendizaje por descubrimiento y los laboratorios de matemáticas. Forma parte del comité redactor de los problemas de la Olimpiada Matemática de la Comunitat Valenciana, y participa en el proyecto Estalmat CV. Comparte su pasión por la enseñanza y el aprendizaje de las matemáticas con la papirofexia, la manipulación de tela mediante nudos para crear teselaciones (ámbito en el que ha impartido numerosos cursos y talleres para su inclusión como recurso educativo en el aula), los rompecabezas de carácter matemático y los juegos de mesa. Junto con su compañero Jordi Gené ha publicado juegos como Grill Party, Bauhaus, Panik Pilze o Crazy Lab.
La entrada La estructura de los números se publicó primero en Aprender a pensar.
Regreso a casa y reencuentro con las cosas.
Los objetos familiares que me rodean, con su sencillez, su docilidad, su asequibilidad, forman un horizonte protector en cuyo interior siento más leve el peso del mundo. Aquí están mis libros esperando que les llegue su turno de lectura, mi sofa, mis zapatilas, los recuerdos que he traído de algunos viajes, las fotos, mi mesa de trabajo, las ventanas... los lápices que me gustan, el mar, allá... El baúl del tesoro, que sólo podemos abrir mis nietos y yo. Sólo nosotros podemos gozar de sus tesoros. Todo está como acomodado a mi cuerpo y a mis dimensiones. Todo está tan domesticado que parece que me estaba esperando y cuando abro la puerta de mi estudio siento como una alegría de bienvenida en el silencio acogedor.
Me escribe B., que en los días pasados me ha echado unas broncas considerables por mi frecuentación de Ruano, hasta el punto de hacerme sentir un poco culpable por andar reviviendo su vida entre las páginas de sus libros. Me dice: "Cher G. Je suis à l’hôpital depuis ce matin. Je suis tombée et me suis cassé le col du fémur." Quisiera poder dar forma material a mi dolor solidario y enviárselo tal cual, casi como un complemeto del suyo. Pero lo único que consigo hacer es redactar frases que no sé cómo evitar que parezcan de compromiso. Aunque por otra parte, pienso, también es importante saber que cuentas con las sinceras frases de compromiso del que lejos de ti vive su vida sin tus dolores pero pensando en ti.
Desde librería Muga abrimos paso a Luis Roca Jusmet para hablar sobre libro Ejercicios espirituales para materialistas. El diálogo (im)posible entre Pierre Hadot y Michel Foucault. Entrevista realizada por Margarita Sánchez-Mármol.
Margarita Sánchez-Mármol: Luis, ud. aparte de realizar su labor docente en el Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona y en el IES La Sedeta de Barcelona, ha colaborado en numerosos libros y revistas de filosofía y psicoanálisis. Publicó Redes y obstáculos siete años antes de escribir Ejercicios espirituales para materialistas. Su visión crítica de Pierre Hadot y Michel Foucault le han llevado a ser uno de los filósofos españoles más reconocidos del momento, ya que nos permite una lectura diferente de estos autores. ¿Cuál fue la motivación que le llevó a escribir este libro?
Luis Roca Jusmet: He trabajado 33 años como profesor de instituto (los últimos 15 en la Sedeta) y estuve tres años como asociado en la UAB. Por tanto, mi dedicación fundamental ha sido la docencia. Hasta ahora, que me acabo de jubilar. Pero escribir ha sido una necesidad y he buscado tiempo para hacerlo. Poco, por lo que he necesitado varios años para publicar cada libro. La motivación de este último fue mi interés por el aspecto de transformación ética que tiene la filosofía. Pierre Hadot y Michel Foucault eran dos autores, nacidos los dos en Francia y de la misma generación, totalmente paralelos, con trayectorias totalmente distintas. Pero los dos me interesaban y me llamó la atención que se interesaran por las escuelas helenísticas y romanas como propuestas de vida y que a partir de aquí comenzaran un debate apasionante sobre este tema.
M.S.M.: Pierre Hadot y Michel Foucault, ¿Diálogo posible o imposible?
L.R.J.: Si mi título es (im) posible es para señalar la paradoja. Era posible porque se daban todas las condiciones. Fue imposible porque Michel Foucault murió poco tiempo después, a los 56 años. En el libro expongo la crítica de Hadot a Foucault e intento imaginar la respuesta posible de Foucault. Es un debate muy fecundo y que da muchas claves para orientarse éticamente en el mundo.
M.S.M.: Luis, ud. dice en el libro que la filosofía quiere decir saber ver, saber pensar y saber hacer. ¿Qué nos enseñan Hadot y Foucault en sus filosofías?
L.R.J.: Este planteamiento es justamente el de Pierre Hadot. Por esto mismo para este filósofo la filosofía nos enseña como ser más sabios y ser mejores en nuestra vida, en la relación con nosotros mismos y los otros. El planteamiento de Foucault es más escéptico, pero para él la filosofía nos da una visión crítica de la realidad que vivimos y nos permite pensarla de otra manera. Para ambos la filosofía abre un espacio de libertad.
M.S.M.: Hadot insiste en que los ensayos de Montaigne han sido para él una permanente fuente de inspiración. ¿Qué hace que Montaigne sea de los filósofos modernos que más influyen en Hadot?
L.R.J.: Montaigne inventa el ensayo personal, la filosofía como reflexión sobre la propia vida. Montaigne entiende que lo más importante que hacemos es vivir y que por lo tanto esto es lo que es prioritario pensar: cómo vivir. Cuando la filosofía antigua ya está perdiendo este sentido originario, como práctica y forma de vida, y se está convirtiendo en un discurso, Montaigne mantiene que la filosofía es un ejercicio espiritual en el sentido que apunta Hadot.
M.S.M.: Es curioso que el concepto de angustia adquiere un carácter central en el romanticismo, momento en que el individuo toma conciencia de su finitud. Parece que el abandono de las creencias cristianas abren paso al desasosiego. ¿Cómo es vivido desde Hadot y por Foucault el concepto de la angustia?
L.R.J.: Para Hadot la angustia es algo moderno. Para los antiguos no existía este sentimiento de manera tan central como para el hombre moderno. Es cierto que la crisis del cristianismo abre este sentimiento de angustia y que el romanticismo es quien le da una dimensión más profunda. Hadot es poco romántico en este sentido. Prefiere a Goethe en su dimensión más clásica, más cercana a los antiguos, y en su lema “no te olvides de vivir”. Y en buscar un “sentimiento oceánico” con el Cosmos. Foucault tampoco parte de la angustia, ya que más bien pertenece a la generación que reacciona contra el existencialismo de Sartre, muy centrada en este sentimiento. Aunque Heidegger, que hace de la finitud y la angustia un tema importante de su filosofía, tendrá influencia tanto en Hadot como en Foucault.
M.S.M.: Hadot y Foucault se dirigen hacia una construcción del sujeto partiendo de modelos filosóficos completamente opuestos. En este sentido, ¿cuál es la diferencia fundamental en la manera de entender la “subjetividad” en Hadot y en Foucault?
L.R.J.: El tema del sujeto no es tan central en Hadot. En realidad es un concepto que no utiliza mucho. Rechaza el idealismo filosófico, que ve el mundo como una construcción del sujeto. Y como expresión de esta dimensión más moderna de la filosofía que se inicia con Descartes. Los antiguos y los modernos que le interesan hablan poco de sujeto. Para Hadot justamente los ejercicios espirituales en que consiste la filosofía ( pensar, leer, dialogar, vivir de manera justa…) nos llevan a salir de nuestra subjetividad.
En el caso de Foucault el tema del sujeto es central. Primero para criticar la idea de un sujeto soberano, que es quien constituye el mundo desde su mirada. Para Foucault los sujetos estamos más bien sujetados a las redes de poder que nos envuelven. Somos un efecto de ellas. Esto es lo que piensa al principio. Pero al final piensa que tenemos un margen para constituirnos como sujetos de una manera singular y propia. Para hacer de nuestra vida “una obra de arte”. Es la “estética de la existencia” que nos permite vivir de manera diferente a como nos impone la sociedad.
M.S.M.: Como conclusión, después del profundo recorrido por estos dos grandes representantes del pensamiento contemporáneo del siglo XX, ¿considera que la filosofía es un ejercicio intelectual o espiritual?
L.R.J.: Considero que la filosofía es un ejercicio espiritual, en el sentido que plantea Pierre Hadot y que recoge Foucault (aunque él hable más de cuidado de sí o de tecnología de sí) porque en la experiencia filosófica está implicada la percepción, el deseo y el afecto y no solo el pensar. Es algo global. La filosofía es algo vinculada a la vida.
M.S.M.: ¿Es el psicoanálisis un ejercicio espiritual ?
L.R.J.: La pregunta se la hace, en el libro con este título, Jean Allouch. Pero Allouch piensa en Foucault y no en Hadot. Parece claro que los ejercicios espirituales de Hadot no tienen nada que ver con el psicoanálisis. Pero en el caso de Michel Foucault y, sobre todo si nos referimos al psicoanálisis de orientación lacaniana, es más complejo y ambiguo. Foucault dice que antes que él solo Heidegger y Lacan plantearon en el siglo XX la relación entre sujeto y verdad. Una piscoanalista mexicana, Elena Bravo, acaba de publicar un libro en el que plantea la genealogía del psicoanálisis a partir de la noción foucaultiana de Cuidado de sí. Yo mismo he escrito un artículo en un libro que se publicará próximamente que titulo Foucault y Lacan ¿ ejercicios espirituales para materialistas?. No tiene una respuesta clara, pero en todo caso pensarlo resulta fecundo.
M.S.M.: Muchas gracias Luis por tu gran amabilidad y la generosidad de compartir tus aportes con librería Muga.
L.R.J.: Gracias a vosotros por dedicarme este espacio.
La idea és agafar un personatge famós (com més famós, millor) i si és possible ja en hores baixes, treure-li uns quants draps bruts i ensorrar-lo a través d’una campanya a les xarxes amb tota la bona consciència i la superioritat moral que els nens i nenes de casa bona porten incorporades de sèrie. El moviment per la cancel·lació s’inspira, i té el seu origen, en un concepte xinès, la ”humiliació pública” dels dissidents, el renrou sousuo, traduït literalment com a "cerca de carn humana". Els wangmin (ciutadans de la web), o en aquest cas el wangyou (el grup més íntim d’amics a la xarxa) es llacen a la cacera moral, per acabar patriòticament amb els dissidents i incorrectes. De la mateixa manera els militants usen les xarxes per avergonyir els famosos que no semblen prou addictes o que gosen anar per lliure.
Primer va caure Woody Allen i la cancel culture ha afectat després un reguitzell de gent, com Kanye West o Roseanne Barr, avui autèntics pàries. Però també han caigut editors i directors de mitjans suposadament tan sòlids com el New York Times i The New York Review of Books. Potser la peça més significativa que s’ha cobrat la xarxa fins ara sigui J. K. Rowling, l’autora de Harry Potter... que durant anys va finançar tota mena d’ONG’s progressistes. L’assetjament que els grups trans li han dedicat aquests dos últims anys serà digne d’estudi en la història del totalitarisme. Gosar dir que un trans mai no serà una dona perquè la biologia és una realitat existent, no li ha estat perdonat per la inquisició progre. Tant als Estats Units com a Austràlia els seus libres estan deixant de vendre’s i fins i tot es retiren de les biblioteques. L'atenció de les xarxes és fàcil de dirigir cap a suposats malfactors, aquells que exhibeixen deficiència moral, funcionaris del govern de baix nivell o escriptors que han vist passar el seu minut de glòria. Però, que passa quan els referents morals dels hipermoralistes resulta que no ho eren tant? També se’ls ha de silenciar, o passarem xiulant?
Avergonyir públicament els considerats transgressors morals ha estat durant segles una pràctica inquisitorial altament popular que qualsevol persona liberal considerava repugnant La novetat és que les xarxes l’han recuperada i que gent diguem-ne progressista considera l’avergonyiment públic com una forma radical de justícia ciutadana. El costum xinès i totalitari s’ha convertit ara en la pràctica democràtica (poseu-hi cometes a dojo) de fer outcries a qualsevol cosa. L’outcry, la reacció dura i desproporcionada a una informació sovint ni tan sols contrastada o a un rumor com més escandalós millor, s’adiu molt amb les xarxes socials. Quan el teu públic es converteix en el teu càstig les coses es poden tornar realment complicades.
A la taverna de Twitter sembla que formar part d’un grup minoritari doni dret a bescantar tothom i a demanar compensacions i tractes de favor en nom de qualsevol història desgraciada i antiga. La Internacional Papanates (gran troballa de Quim Monzó) hi viu abonada. Foucault ja ho va dir: anem a una societat panòptica on tots seriem vigilats sense misericòrdia. Però no comptaven que els vigilants també podien ser víctimes de la xarxa. La cultura de la cancel·lació s’ha d’aplicar també a les patums culturals? O n’estan exemptes?
Ramon Alcoberro, Foucault, pedòfil i cancelat?, eltemps.cat 17/04/2021
Desde mi perspectiva, la democracia convertida en un mercado plantea tres problemas:
1) Los individuos, en el contexto de la elección, tienden a perseguir constantemente cómo imponerse a sus oponentes. Se transforman en grandes empresarios políticos que se disputan el espacio con otros empresarios. Por la tendencia a verse los protagonistas exclusivos del proceso político, los sujetos tienden a concentrarse en propósitos propios y a identificarlos con el interés colectivo. Por lo demás, tienden a concebir la participación política como el concurso a su propia competición: tú vas a ayudarme con las ideas, tú a acosar y desestabilizar a mis contendientes; una vez pruebes tu rentabilidad, accederás, de mi mano, a los recursos políticos.
Por supuesto que analizamos estos procesos. La cuestión es que atribuimos los problemas a errores de carácter personal. Creemos que debe haber alguna manera de continuar el juego competitivo y de evitar problemas: ¿elegir mejor los candidatos? ¿Tal vez educarlos con mejores teorías? ¿Rodearlos de buenas personas?… Hasta que comienza otra vez la competición para procurar que, esta vez, la oferta política sea la correcta.
2) Existen otras posibilidades y, en estas, se tiene claro que hay que limitar el juego del mercado político, sabiendo que se generan costes. Además, se necesita saber por qué es necesario diseñar procesos competitivos en todos los planos. Quienes entran dentro del juego, quienes viven en el fetiche del mercado político, quienes se contemplan como los electores libres y racionales, tienen siempre una respuesta: abrir la participación a cualquiera es peligroso, hay que saber elegir, debemos tener cuidado de que no se cuelen impresentables, por ejemplo, disparatados o nazis. La cuestión es: ¿cómo producir un electo bien cualificado? ¿Es por ser experto por lo que alguien destaca y lo elegimos como el mejor? ¿Sabemos bien en qué debe destacar?
Esto se justifica en un caso y solo en uno: en el caso en el que el saber que requiramos del experto exija unos enormes costes de adquisición. John Locke, cuando hablaba de Newton, explicaba: sobre la física de Newton soy un simple underlabourer, un albañil, pues solo puedo aplicarla, pero no acabo de comprenderla bien. Un experto nos convierte en albañiles —aplicamos sus saberes— o, a lo mejor, llamamos expertos a albañiles de una teoría difícil de adquirir. En este caso, lo sensato es seleccionar entre expertos, aunque para ello debamos saber muy bien en qué deben serlo y necesitamos que las credenciales que nos muestran sean correctas.
Hay otra posibilidad: las cualidades buscadas en los representantes son difíciles, pero es posible adquirirlas. Los costes de adquisición no son leves, pero se considera necesario afrontarlos. Es lo que puede llamarse, siguiendo el diálogo Protágoras, “teoría del flautista mediocre”: se trata, no de asegurarse que todos sean genios de la política, sino que se generalice un nivel medio en la adquisición de capacidades políticas. La única manera de afrontar los costes es promoviendo la participación política. Pero para que esto no sea un pío proyecto, debe considerarse que el trabajo democrático es parte esencial de nuestra condición de ciudadano y hay que hacer un espacio al mismo. ¿Cuánta participación? Toda la que se pueda. Y para que no sea socialmente selectiva, debe ser remunerada; para que no dé pábulo a la frivolidad o al oportunismo, exigiendo cuentas de lo que se hace.
Y hay, además, otra posibilidad: la de que llamemos competencias políticas a algo que todo el mundo sabe hacer. Sucede que delirando en el propio fetichismo, en el propio cultivo de sí, necesario para sobrevivir en una situación competitiva, quien las tiene se valora a sí mismo de manera exagerada.
3) Llegamos, así, a la última cuestión: ¿quién educa a los que acceden? ¿Quién se preocupa de que no adquieran capacidades disparatados o nazis? La respuesta habitual es: hay que buscar al buen seleccionador (¡siempre el sujeto libre eligiendo!), aquel que no se deje seducir por propiedades espurias de los candidatos (su belleza física, sus marcas sociales de nobleza, su entreguismo…) y las convierta en lo que no son (cualidades políticas).
Existe otra respuesta, la que yo prefiero, la que entra dentro de lo que he llamado principio antioligárquico en democracia, y que se deriva del modelo político ateniense: organicemos un acceso tan amplio como sea posible a las capacitaciones políticas, y hagámoslo de forma que sea difícil apalancarse en los recursos y pactar de manera sectaria para ello. Introduzcamos, por tanto, rotación y sorteo. El sorteo solo tiene una virtud intrínseca: impide la coordinación instrumental. Unido con la rotación, permite el acceso de individuos que no se autodesignan y que se encuentran en el centro del debate político durante un tiempo de su vida. No serán excelentes, pero puede esperarse que sin esa cultura media no haya democracia posible; incluso para cuando haya que designar al elegible, es decir, a quien considera que sobresale en la competición electoral.
Por tanto, no propongo ningún programa nuevo para defender la democracia. Al contrario, propongo la recuperación meditada de su repertorio. Ese repertorio no se reduce a la competición electoral, la cual juega un papel importante en la democracia, sino que hace de ella un complemento para otro procedimiento: el del sorteo. A menudo, para avanzar hacia adelante tenemos que echar la vista atrás y revisar bien nuestro bagaje. De lo contrario, dejaremos olvidado bastante de lo que más puede ayudarnos en el camino.
José Luis Moreno Pestaña, ¿Cuánta falta de participación puede soportar la democracia?, elsaltodiario 13/04/2021
Pues bien: hay razones para pensar que el sujeto último de la ética no es susceptible de convertirse en objeto de la ciencia natural, y ello por la razón más general de que es imposible su mera reducción a objeto. Y desde luego, en tal posición se repudia la presentación de la ética como una suerte de aplicación de la disposición científica, afirmando con radicalidad que, en todo caso, más bien se trataría de lo contrario:
La ciencia misma sería un resultado de la singularísima disposición que se da en el ser humano (y sólo en el ser humano) que cabe tildar de ética, es decir, de subordinación de los lazos con el entorno natural, con los demás humanos y hasta con uno mismo a exigencias que no se hallan determinadas por la darviniana lucha por la subsistencia.
En ocasiones, el ser humano asume la singularidad de su condición, situando la inteligibilidad de sí mismo y del entorno como motor de su comportamiento. Mas si tal comportamiento es un caso específico de actitud ética, entonces la ética no puede ser una consecuencia más de que la inteligibilidad ha sido alcanzada; la ética no puede ser una modalidad entre otras del saber actualizado, y en definitiva: la disposición que se designa como ética no puede ser objeto de ciencia, porque en la misma reside la condición de posibilidad de la ciencia.
Hay ciencia como consecuencia de que se da esa exigencia de lucidez que es reflejo de la disposición general del espíritu que denominamos ética. Cuando Einstein se esfuerza en arrancar al misterio aquello que se conocía como efecto fotoeléctrico (que al poner en entredicho la teoría ondulatoria de la luz, parecía introducir la contradicción en el seno de la física), está sentando una de las mayores revoluciones conceptuales en la historia del pensamiento…sin que haya ningún imperativo práctico que encuentre solución en dicha teoría. Así Einstein accede al Premio Nobel por haber alcanzado a explicar algo (a saber, que la luz en ocasiones funciona como si fuera un conjunto discreto de partículas) que no satisface otra cosa que la exigencia misma de explicación.
Y lo mismo cabe decir de la otra gran teoría einsteniana, la relatividad: la demolición de la tesis del carácter absoluto de tiempo y espacio, no venía a resolver ningún problema acuciante relativo a la subsistencia de los seres humanos ni al adecentamiento del marco en el que transcurren sus vidas. Venía tan sólo a dar satisfacción al deseo de transparencia y de coherencia, arrancando a la física del abismo en el que la había sometido la constatación de que los hechos, los fenómenos, no casaban con el armazón teórico a partir del cual eran interpretados.
Y el argumento se extiende a tantas y tantas teorías científicas que han enriquecido la historia de la humanidad. Cabría por ejemplo decirlo de la teoría cantoriana de los números transfinitos, recordando al respecto la sentencia de Hilbert relativa a que en ella se hallaría en juego “la dignidad misma del espíritu humano”. Esta referencia a los valores en un texto matemático resulta poco sorprendente en la perspectiva considerada de que la existencia misma de la ciencia es muestra privilegiada de que se da en el ser humano una disposición ética.
Víctor Gómez Pin, El hombre cuenta (XI): ¿Moralidad legitimimada por la ciencia o ciencia como corolario de la moralidad?, El Boomeran(g) 11/04/2021
El pensamiento es una cualidad de lo vivo. Las máquinas no piensan, simplemente calculan. Con frecuencia se confunde el cálculo con el pensamiento, y se dice que el ordenador “está pensando”, cuando lo que se quiere decir es “está calculando”. El pensamiento genuino siempre tiene algo de creativo y de participativo. Su creación supone una recreación. Al pensar, nos recreamos, literalmente. No se trata de un mero entretenimiento, sino que revivimos, volvemos a nacer. Esa es la magia de la mente y la atención. Algo parecido ocurre cuando recordamos algo. Donald Davidson decía que entender una metáfora era tan creativo como inventarla. Es cierto. Ver una cosa en términos de otra, ¿qué otra cosa podría ser la metáfora? Por eso la lectura es tan saludable, porque hace viajar al pensamiento y los viajes rejuvenecen, nos vuelven a crear. Además, hay otro factor. El pensamiento genuino surge cuando callan las palabras. Cuando nos detenemos. De ahí que las máquinas, a pesar de lo que digan unos cuantos ingenuos (o cínicos), nunca podrán pensar. Ellas, que están hechas de palabras, no saben recrearse (solo reiniciarse).
Cuando se habla de lo que se ha probado científicamente se tiende a esgrimir cierto dogmatismo. Me explico. Cada ciencia se ocupa de una parcela de la realidad, o quizá sería mejor decir que tiene una escala de observación. Decir que esa escala domina sobre las demás no sólo resulta irracional, sino que supone una actitud muy poco científica. Es lo que ocurre cuando se afirma que la escala molecular domina y ejerce una influencia inexorable sobre la escala mental o del pensamiento. Es decir, que la biología tiene prioridad sobre la filosofía, que el laboratorio puede más que la biblioteca. Las cosas no son tan sencillas. Pero ese es el discurso dominante hoy día, estando como estamos azuzados por la pandemia.
Whitehead, un matemático brillante reconvertido a filósofo, decía que la escala de observación hace el fenómeno. Esto quiere decir que cuando nos movemos a una escala, ya sea la del núcleo atómico o la del agujero negro, nuestros aparatos de medida, que en general son aparatos de amplificación, pasan a formar parte de esa realidad que observamos y no pueden considerarse independientes de ella. La ciencia, cuando es mala, cuando se hace dogmática, tiende a ocultar (o soslayar) el papel del observador (y su instrumento). Niels Bohr, el físico que catalizó y lideró la revolución cuántica, y que también acabó reconvertido a filósofo, insistió en ese asunto. Pero su voz sonó en el desierto y hoy día sigue habiendo pocos dispuestos a escucharle. Esa importancia de la escala y del instrumento de observación, la llamó complementariedad. Las diferentes ciencias nos ofrecen diferentes versiones de la realidad. Todas ellas tienen su parte de verdad y, en este sentido, podemos considerarlas complementarias. Pero cuando una de ellas trata de imponerse a las demás, cuando una escala se considera única, entonces la ciencia adquiere las peores manías del monoteísmo y se convierte, sin saberlo, en irracional. Una actitud que va en contra del espíritu mismo de la ciencia.
Juan Arnau, Solo la vida piensa, elcultural.com 12/04/2021
Día largo y provechoso. Hasta me ha dado tiempo para subir la cuesta de Moyano, echar una ojeada a los puestos de libros de viejo y hacerle una visita a don Pío, que está, donde debe, en lo alto.
No voy a repasar todos mis trajines. Me limitaré a señalar que he comenzado la mañana, a las 8:30 con una entrevista de la periodista Olga R. San Martín, que he tenido que interrumpir para viajar al Juan Pablo II de Parla, y que he recuperado a las 19:00. Quería Olga, entre otras cosas, que le contase una experiencia escolar de éxito. Le he hablado, para no señalar a nadie de por aquí, de la New Dorp, de Staten Islan (un centro cuya trayectoria sigo desde hace tiempo), de la Writing Revolution y de Judith Hochman. Otro día comentaré despacio por qué la New Dorp representa perfectamente lo que para mí es una escuela que domina su oficio.
He comenzado a leer Descargo de conciencia, de Pedro Laín Entralgo y he enviado a la CNTC este texto corto para la contraportada de mi ensayo sobre el Siglo de Oro:
Este libro es una invitación cordial a mantener vivo un patrimonio del que somos inevitablemente descendientes, pero quizás, también, unos herederos descuidados, ya que no parecemos muy predispuestos a pleitear contra el olvido en defensa de nuestros derechos de sucesión. Se trata del increíble patrimonio de nuestro Siglo de Oro.
La perspectiva elegida para mostrar esta herencia es la del recogimiento, entendido como una apasionada exploración colectiva del yo. España era un hervidero de adelantados en la conquista del alma. De ahí el clamor de yoes que nos llegan desde el pícaro, el místico, el filósofo o el conquistador y que culmina en las páginas del Quijote con la más orgullosa autoproclamación del yo de toda la literatura del Siglo de Oro: «Yo sé quién soy».
Sostenía Valera que la edad de la razón no empieza ni con Bacon ni con El discurso del método, sino el día en que Juan Sebastián Elcano llegó a Sanlúcar de Barrameda, el 6 de septiembre de 1522. No le falta razón precisamente porque Elcano es el símbolo de tantos circunnavegadores del alma como había en España.
"De las 20.000 encuestas realizadas a personas que practicaron el juego de la ruleta rusa, todas ellas respondieron que sobrevivieron al juego. Por lo tanto, como conclusión, el juego de la ruleta rusa es seguro."
Hoy he estado en un centro educativo de 1.300 alumnos en el que no he visto ni un papel por el suelo ni una raya en las paredes y, lo más soprendente: los alumnos se levantaban cuando entraba a una clase y me hablaban de sus ambiciosos proyectos con toda naturalidad. Pensaba que cosas así ya no existían.
Estaba sepultado por una tonelada de trabajo, aislado del mundo y abducido por la pantalla del ordenador, cuando han vuelto a visitarme de improviso los mareos y vómitos. El hombre propone y la naturaleza, que es la propietaria en exclusiva de toda soberanía, dispone. En cuestiones de soberanía, lo que no es la naturaleza es una vicaría. Cuando me encuentro atravesando estos episodios me siento tan frágil, tan poco dueño de mí mismo, tan en manos de la debilidad, que el horizonte vital se me restringe hasta las siguientes náuseas. En estas circunstancias un sentimiento de agradecimiento se apodera de mí, por la suerte que tengo de no estar solo, de tener a mi mujer al lado. Pero, al mismo tiempo, me pregunto si el amor del débil es fiable. Posiblemente el amor de verdad, el que vale, es el que no está enmascarado en la necesidad, el amor de la salud, el amor que expresas cuando te sientes fuerte y dueño de ti mismo y amas no porque necesites la ayuda de quien amas, sino porque la salud es eso: amarla.
He salido un poco esta mañana a la Plaza de Ocata, pero sin ganas de leer, ni de hablar, ni de desayunar. Por eso cuando el llorón (algún día, quizás, contaré su historia) me ha venido a saludar, lo he recibido sin simpatía. No ha servido, por cierto, de nada. Además, un anciano que andaba merodeando por la plaza sin mascarilla se nos ha acercado para contarnos que nació en el 29.
Me llegan a la vez las galaredas de La mermelada sentimental, que publicará Encuentro a principios de junio, y de El recogimiento, subtitulado La aventura del yo, que, si todo sale como está previsto, se presenta el mes que viene en Madrid. Del primero no me acaba de convencer la portada. Del segundo, me decepciona la maquetación. Hay que revisarlo de arriba abajo. Es lo que haremos. Tiene que salir un buen libro y estamos empeñados en que así sea.
He tenido fuerzas para escribir el artículo para El Subjetivo. Se titula Intermedio taurino. Lo acabo de enviar. Espero que no se note demasiado mi debilidad.
Se pone en contacto conmigo un ya viejo amigo del que siempre me he sentido muy cerca, J.S.M., inmenso poeta sevillano. Nos intercambiamos los cromos de nuestras penas y nos prometemos mantener abierto entre nosotros el teléfono rojo.
Esta tarde me ha llegado un ejemplar de la segunda edición de mi ¿Matar a Sócrates? Salió en octubre pasado y hasta hoy no la he tenido en mis manos. Efectos secundarios de la pandemia. Le añadí un epílogo que he vuelto a leer y me ha gustado. Son tres páginas, pero tres páginas sinceras que creo que le dan un tono diferente al conjunto del libro.
Me han pasado más cosas estos dos días, pero tengo que parar aquí. Me he comprometido a escribirle un prólogo a un buen amigo soriano, Borja. Un amigo sólo es amigo de verdad si lo consideras con derecho a llamar a tu puerta de madrugada para pedirte cualquier cosa.
El ministerio de educación anda elaborando un nuevo currículo educativo para enseñanzas básicas y medias, y su intención, según parece, es dar con él un vuelco al modo en que se trabaja en escuelas e institutos. ¿Lo conseguirá o se reducirá todo, como otras veces, a mero simulacro retórico-burocrático? Vamos a verlo, comenzando por subrayar lo que de bueno pueda tener ese pretendido cambio.
Antes despejemos dos asuntos. El primero, el habitual “negacionismo” de los docentes que abominan de toda innovación pedagógica, sea por desprecio a la pedagogía (cosa extraña viniendo de pedagogos en ejercicio), sea por considerar que las innovaciones propuestas minusvaloran lo que ellos consideran (muy restrictivamente) como “conocimiento”. De este negacionismo pedagógico ya hemos tenido bastante con la derogada ley Wert, y sus resultados están a la vista.
El segundo asunto por despejar es el de la confusión entre política y reforma pedagógica. Es obvio que la educación es siempre una cuestión ideológica, y que las últimas reformas educativas (tanto en educación básica como universitaria) han supuesto un giro liberal en los contenidos, fines y hasta en el propio lenguaje educativo. Pero relación no es confusión, y hay elementos netamente pedagógicos con los que, independientemente de nuestra opción política, podemos estar todos de acuerdo.
El principal de estos elementos es el de la naturaleza misma del aprendizaje. Más allá de disquisiciones varias, todos coincidimos en que aprender supone interiorizar e incorporar lo aprendido, en el sentido de hacerlo parte de uno mismo y, por tanto, de lo que uno cree y hace (y no meramente de lo que dice o simula hacer). Seamos, ahora, brutalmente honestos. ¿Se aprende así en la escuela? Por lo general, no. ¿Hay que emprender, entonces, un cambio real en las prácticas escolares? Fundamentalmente sí.
La principal novedad pedagógica del currículo educativo en ciernes es apostar decididamente por una educación por competencias (más que por áreas o asignaturas). ¿Puede contribuir esto al cambio que se necesita? La educación por competencias, si se toma en serio, invita a sustituir simulacros rutinarios de aprendizaje por acontecimientos genuinamente educativos. Un acontecimiento “genuinamente educativo” es aquel en que el aprendizaje gira en torno al “hacer” y no al “padecer” de sus protagonistas, esto es: en torno a acciones significativas, no mecánicas, en las que los alumnos involucran todas las dimensiones posibles de su personalidad – cognitiva, moral, social… – y con las que se propicia, de modo palpable, un cambio a mejor.
Por supuesto, la noción de “competencia” es en sí misma discutible y evaluable, tal como lo son las “competencias clave” seleccionadas. ¿Por qué esas y no otras? Más allá del sesgo liberal citado, o del insufrible tono psicológico y de coach empresarial de algunas, se echa a faltar, por ejemplo, una “competencia global”, parecida a la que se incorporó el año pasado en el informe PISA, que habilite a los alumnos para relacionar, integrar y evaluar críticamente los distintos conocimientos, destrezas y actitudes de las demás competencias. Se trataría, en esa “competencia global”, de desarrollar una perspectiva lo más integrada y fundamentada posible acerca de la realidad y otros asuntos clave como la identidad humana y cultural, la naturaleza del conocimiento o la validez moral, política o estética de nuestras acciones. En un mundo globalizado e hipercomplejo como este, disponer de esa competencia global debería ser cuestión de mera supervivencia.
En cualquier caso, todo esto es un comienzo. Es claro que la escuela concebida como mera transmisora de información carece ya de sentido, y que seguir exponiendo al alumnado al vigente tsunami de ideas, creencias, valores, imágenes y datos, sin las competencias adecuadas para interiorizarlo (organizándolo, verificándolo y valorándolo desde criterios propios), no conduce más que a un estrepitoso fracaso.
Ahora, más allá de su relevancia pedagógica, la otra condición para que la nueva propuesta curricular no se convierta en papel mojado, es su operatividad sobre el terreno. Esto exige dos cosas. Primera, concisión y flexibilidad suficiente para que cada centro, equipo docente, alumno y profesor en particular puedan desarrollar su tarea con la opcionalidad y pluralidad exigida (también la ideológica); y, de otro lado, valentía para redactar un currículo (o currículos, porque cada autonomía tendrá que publicar el suyo) que no sea, como es usual, una superposición retórica de leyes y conceptos nuevos y viejos, sino una propuesta clara y bien articulada que no quepa maldecir por exigir más tiempo en acomodarse a sus formalismos que en enseñar y aprender, que es de lo que al final, como todos sabemos, se trata.
Entre los problemas metafísicos por excelencia está aquel al que alude el “Génesis” en uno de los relatos mayormente configuradores de nuestra civilización: la serpiente doblega la prudencia de nuestros primeros ancestros con la promesa de plenitud que resultaría de consumir un fruto de un árbol ubicado junto al de la vida en el centro del Paraíso.
Resulta que la manzana encerraba una promesa de saber, y sabido es Aristóteles, como tantos otros de los grandes del pensamiento y del verbo, erige la exigencia de saber en marca distintiva de nuestra condición. De ahí lo pertinente de recordar (como lo hacía Javier Echeverría en un libro titulado precisamente Ciencia de Bien y de Mal Herder Barcelona 2007) que Eva representa el primer arquetipo de quien “prefirió el conocimiento a la sumisión”, o sea, del filósofo.
Víctor Gómez Pin, El hombre cuenta (XI): ¿Moralidad legitimada por la ciencia o ciencia como corolario de la moralidad?, El Boomeran(g) 11/04/2021
Nada parece mejor para combatir nuestro particular desconcierto que entender los conflictos políticos, primaria o exclusivamente, como asuntos epistémicos, es decir, como cuestiones de saber y competencia; dentro de este marco, los problemas de la democracia se interpretan como consecuencia de la ignorancia de la gente o de la incompetencia de los políticos. La cuestión central sería entonces determinar quién dispone del mejor saber o conocimiento experto, de las cifras más exactas, de la interpretación correcta de los datos, quién es más competente. Los problemas de una política sobrecargada o incapaz se resolverían delegando cada vez más asuntos en el gremio de los expertos. Los conflictos sociales se transforman en conflictos entre expertos de diverso signo y se resuelven en función de la fiabilidad de los datos que esgrimen. La disparidad en torno a valores e intereses es aparcada o no se hace explícita porque se considera que el saber metódico y seguro es un recurso mayor de legitimación. Esta tendencia refleja la nostalgia de una política sin intereses donde todo se resolviera con objetividad, evidencia científica y consenso de los expertos. La política ya no consistiría en organizar mayorías y forjar compromisos para resolver temporalmente divergencias de valores e intereses, sino en identificar quién sabe o es más competente.
Estaríamos de este modo ante una nueva versión del viejo sueño de racionalización de la política, su deseo de despojar a la política de lo político, es decir, de la gestión de intereses en conflicto, la toma de decisiones con un saber insuficiente y el esfuerzo por lograr compromisos sostenibles. Detrás de todo ello está la suposición de que hay un camino directo que va de la evidencia a la política correcta. Se trata de una creencia infundada, ya que nada nos garantiza que el mejor conocimiento conduzca a la mejor política. Es posible disponer de un buen saber experto y hacer una mala política. Que buena parte de las decisiones políticas traten de justificarse apelando a evidencias no quiere decir que se disponga necesariamente de ellas. Y aunque hubiera un saber científico indiscutible, de la constatación científica de unos hechos no se deduce automáticamente una concreta decisión política. ¿Explicaría de algún modo este contexto epistemocrático el fenómeno, en apariencia contrario, de eso que llamamos genéricamente negacionismo? A mi juicio, sí. La resistencia frente a una colonización de la sociedad por parte de la ciencia tiene aspectos muy razonables (contestación a los expertos, precauciones frente a la tecnología… ) y otros inquietantes. Este movimiento nos dice algo sobre la parte sombría de la sociedad del conocimiento. Las teorías de la conspiración y de los llamados “hechos alternativos” son virulentas allí donde datos, números y conocimiento experto desempeñan un papel dominante a la hora de decidir la política correcta.
Daniel Innerarity, Arrogantes y crédulos, El país 12/04/2021
Aplastado por una tonelada de trabajo insperado y urgente que me ha caído encima paso por aquí para decir "¡Hasta mañana!". Hay que pasar porque un diario muere cuando lo abandonas un par de días.
La idea de que los monopolios son malos porque suben los precios y perjudican al consumidor ha sido central en la organización del espacio económico analógico, pero ahora nos encontramos con empresas tecnológicas que bajan los precios —algunas incluso son gratuitas, como Google y Facebook— y son excelentes para los consumidores. Una lectura neoliberal de la competencia (la concentración puede beneficiar a los consumidores) ha desarmado a los poderes públicos frente a la emergencia de una economía digital fundada sobre la ilusión de gratuidad para el consumidor. Con esta lógica no se identifica la causa profunda del problema planteado por los gigantes de internet. Su impacto obedece al carácter de monopolio u oligopolio que han adquirido en tan poco tiempo. La fiscalidad y la regulación de contenidos, por importantes que sean, no son más que los síntomas de la concentración excesiva del paisaje de la economía digital. Su amenaza para la vida democrática no tiene que ver con los precios sino con la concentración de poder, la disposición sobre los datos y el control del espacio público.
La tecnología permite a las empresas recoger, almacenar y explotar un gran número de datos que, una vez cruzados, mejoran la efectividad y constituyen una aportación indispensable para entrenar a los algoritmos. Esta economía de los datos es una economía de la gratuidad adictiva para el consumidor, ya que accede a poderosos servicios sin tener que pagar ningún precio salvo mediante la recogida de sus datos personales y de la publicidad personalizada que las plataformas venden a otras empresas. Se trata, de entrada, de los efectos de red permitidos por estos servicios, cuyo poder de atracción crece en función del número de usuarios cautivos . Si el precio para el consumidor es cero, el enfoque de la política de la competencia por el precio es por ello inoperante.
Daniel Innerarity, Regular la digitalización, La Vanguardia 10/04/2021
“Las prescripciones que debe seguir el médico para curar a su hombre, aquellas que debe seguir el envenenador para liquidarle con certeza, son de idéntico valor”
No se trata de una provocativa “boutade”, sino de un párrafo de la kantiana Metafísica de las Costumbres, uno de los textos más importantes que se hayan nunca escrito en materia de moral.
Supongamos que una persona acuciada por una situación de penuria barrunta el resolverla por cualquier medio, lícito o ilícito, y que tras sopesar los inconvenientes adopta la decisión de desvalijar un establecimiento, una sucursal bancaria por ejemplo. A partir de este momento, tal hecho delictivo será móvil de su voluntad, en términos de Kant “máxima subjetiva de acción”
Naturalmente, hallarse determinado por una máxima, tener una meta a alcanzar, tiene poco sentido si no se está atento a los instrumentos necesarios para la realización efectiva. Si, por ejemplo, nuestro hombre se deja llevar por la abulia, el placer o la pereza, y en lugar de de vigilar cuidadosamente el dispositivo de alarma, se dedica a pasear o acude a un museo, difícilmente alcanzará su propósito. La vigilancia de la alarma, y todas las demás circunstancias análogas, es algo determinado por un fin a alcanzar, y no algo a lo que forzosamente lleva la inclinación del sujeto. En tal medida constituye una suerte de imposición o deber (Sollen en el texto de Kant), una ley o imperativo de la razón.
Aunque desvalijar una institución bancaria sea en general considerado un acto poco edificante, cabe imaginar que las razones últimas del sujeto sí tenían alguna connotación moralmente positiva (la precaria salud de un miembro de la familia, por ejemplo). De ahí que, para aprehender la esencia del imperativo kantiano sea mejor considerar ejemplos indiscutiblemente turbios: un individuo obsesivamente atravesado por una sexualidad no correspondida, decide pasar al acto contra la voluntad de la persona deseada; un sujeto injustamente envidioso es presa de un deseo homicida contra la persona afortunada.
En uno y otro caso, imperativo de la razón es buscar la ocasión y el instrumento adecuado. El violador cabal actuará al amparo de la soledad y el homicida ha de elegir el instrumento oportuno, según la implacable lógica que atribuye idéntico valor a la disciplina que sigue el terapeuta y a la que sigue el asesino.
¿Idéntico valor moral? No ciertamente, pero ello en razón de la diferencia de los fines a los que tales disciplinas se ajustan, y no en razón de su condición de instrumentos racionales para alcanzar los mismos, pues como tales su dignidad está garantizada. Si el envenenador probara con la primera pócima a mano, o el violador actuara a plena luz y ante testigos susceptibles de impedir el acto, cabría hablar de impulso conforme a una inclinación, no de de mediación- distancia- interpuesta por la razón, no de acto cabalmente humano.
Esta diferencia (a la que, con buen criterio, tan atenta está la lógica jurídica) es clave respecto al problema de determinar si ha habido o no responsabilidad, y la dignidad que la responsabilidad conlleva, en el comportamiento. Hasta para alcanzar fines que atentan a lo que un orden social racional exige, hay que usar la razón, la cual impone una ley a la que se subordinan las inclinaciones del individuo: tal es la moraleja de esta reflexión kantiana.
Víctor Gómez Pin, El hombre cuenta (X): moralidad y sometimiento a la razón El Boomeran(g), 31/0372021
Igual que la informática clásica se basa en el concepto de bit (que puede tomar el valor 0 o 1), en la informática cuántica el cúbit (del inglés qubit, quantum bit), es la unidad mínima de información. A diferencia del bit, que solo puede estar en uno de esos dos estados, el cúbit puede encontrarse simultáneamente en los estados 0 y 1. Es como si pasáramos de un interruptor de la luz que la apaga o la enciende, a uno que nos deja tener muchos estados intermedios. Así con 10 cúbits tendríamos 1.024 estados simultáneos y, cada vez que añadimos un cúbit, duplicamos la potencia de cálculo.
Mario Piattini Velthius, Computación cuántica: un salto tan grande como el que hubo entre el ábaco y la informática actual, El País 03/04/2021
Cada vez me resulta más insoportablemente aburrida la televisión. Eso tiene un aspecto malo y otro bueno. El malo es que, como la televisión juega en nuestros tiempos el mismo papel que el hogar encendido en las casas de los abuelos, si te alejas de la pantalla te alejas también de la convivencia familiar. El bueno es que es una maravilla irte a la cama a las diez de la noche con un libro en la mano. Esas horas de lectura iluminadas con la luz de la mesilla de noche son las más provechosas del día. Más provechosas, incluso, que las de la mañana en la Plaza de Ocata con sol y café con leche.
Gracias a mi abandono de la televisión y a mi lejanía de la prensa he acabado las Notas de mi vida, de Juan de la Cierva, y dos más que interesantes libros de un intelectual conservador hoy ya olvidado, don Severo Catalina, a pesar de que en sus tiempos parecía formar la santa trinidad del conservadurismo intelectual hispano, junto a Balmes y Donoso. Son La verdad del progreso y La mujer. Además, he repasado un capítulo de la Experiencia de la muerte, de Landsberg, el titulado Intermedio taurino, que quizás aproveche para mi próximo artículo para El Subjetivo. Para no tener los ojos desocupados, recupero la biografía de Juan Valera escrita por Carmen Bravo-Villasante. La aparté en su momento por decepcionante, pero quiero acabarla. Don Juan y mi autoestima se lo merecen.
Ayer decidí, de repente, que quería tener un objeto de valor de alguna cultura precolombina mexicana. Por supuesto, adquirido de forma intachablemente legal. Parece que no es fácil, pero vamos a probarlo. El afecto que siento hacia ese país inabarcabe que es México, me anima a este gesto. ¡A ver si es posible!
La filosofía es formalmente radicalismo porque es el esfuerzo por descubrir las raíces de lo demás, que por sí no las manifiesta y en este sentido no las tiene. No está dicho que la filosofía logre eso que se propone. La filosofía es una ocupación que no vive de su éxito, que no se justifica por su logro. Al contrario: frente a todas las demás actividades humanas, se caracteriza por ser un fracaso permanente y, sin embargo, no haber otro remedio que intentar siempre de nuevo acometer la tarea siempre fallida pero, ¡ahí está!, nunca rigorosamente imposible. Digamos, pues, que en la filosofía el hombre parte hacia lo improbable. Ya esto bastaría para hacer ver que la filosofía es conocimiento pero no es ciencia. Las ciencias no tendrían sentido sin un logro parcial de su propósito. Verdad es que acaso el propósito de las ciencias no es ser, en la plenitud del término, conocimiento sino construcción previa para hacer posible la técnica. Sin entrar ahora formalmente en la cuestión baste recordar este hecho irrecusable: los griegos que inventaron las ciencias no las consideraron nunca como auténtico conocimiento.
Y no se presuma tras esto ninguna idea abstrusa del conocimiento a que solo se llega mediante complicadas lucubraciones en que los filósofos se hayan complacido. Al revés, quiere decir que lo que el hombre de la calle entiende buenamente cuando oye el vocablo ‘conocer’ no es lo que las ciencias se proponen y hacen. Porque el hombre de la calle no entiende las palabras con reservas mentales sino en la generosa integridad de su sentido. Por conocimiento entiende conocimiento pleno de la cosa, integral saber lo que es. Ahora bien, las ciencias ni son ni quieren ser esto. No se proponen, sin más, averiguar lo que las cosas son, fueren estas como fueren, cualesquiera sean las condiciones en las que se presenten, sino, al contrario, parten solo hacia lo probable, inquieren de las cosas no más que lo que es de antemano seguramente asequible pero, a la vez, prácticamente aprovechable.
Por tanto, lo que sí es una idea abstrusa y reclama complicadas lucubraciones es considerar eso que las ciencias efectivamente hacen como conocimiento, puesto que referido a ella el sentido de este vocablo queda gravemente amputado y ortopedizado; en rigor, es un híbrido de conocimiento y práctica. Cierto que las ciencias no consiguen tampoco todo lo que se proponen y su logro es sólo parcial. Pero en la filosofía el logro es total o no es. De modo que las ciencias son ocupaciones logradas, pero no son propiamente conocimiento y en cambio, la filosofía es una ocupación siempre malograda, pero consiste en un esfuerzo de auténtico conocer.
Lo que la filosofía tiene de constitutivo fracaso es lo que hace de ella la actividad más profunda del hombre, duramente, la más humana. Porque el hombre es precisamente un sustancial fracaso, o dicho en otro giro: la sustancia del hombre es su fracasar. Lo que en el hombre no fracasa o fracasa solo per accidens es su soporte animal. Fracaso en cuanto no llega a la raíz, acierto y logro en cuanto mira a todas las demás actitudes del hombre, opiniones, etc. Con ser fracaso –mirada en absoluto– es siempre más firme que cualquiera otra vida y mundo. [...]
La filosofía ha fracasado siempre. Mas en vez de quedarnos aquí, debemos preguntarnos si no es la misión positiva de la filosofía eso que llamamos su fracaso. Porque lo curioso es que en cada época su filosofía no es sentida como fracaso; es la época posterior quien la ve así. Pero la ve así porque ella ha llegado a una filosofía más completa y esta menor integridad o integración de la antecedente es lo que llamamos su fracaso.
Cuando subimos una montaña cada uno de nuestros pasos es la aspiración de llegar a la cima y si el que ahora damos mira hacia atrás le parecen sus congéneres anteriores un fracaso. Cada paso es como el último, aspiración de llegar a la cima y creerse ya en esta. El hombre se cree siempre centro del horizonte y cima del mundo.
José Ortega y Gasset, La filosofía: su radicalidad y su fracaso, elcultural.com 05/04/2021
1) El concepto de ser humano (u "hombre", en sus acepciones inclusivas) es un concepto histórico y contingente del que puede describirse su genealogía en ciertas derivas culturales y sociales. Del mismo modo que nació el concepto de ser humano así mismo desaparecerá como concepto significativo.
2) El humanismo es siempre una forma de metafísica. Metafísica y humanismo se sostienen o caen juntos. El humanismo es el principal responsable del olvido del ser y de la caída en el tedio de la existencia inauténtica.
3) El humanismo es un falso universalismo que olvida que los individuos son configurados por estructuras y dispositivos con potencia creadora: el deseo, el resentimiento, el poder, el lenguaje o el mito. Lo universal son esos dispositivos que asumen modalidades distintas.
4) El humanismo ha sido una coartada para la exclusión de lo Otro, en la forma de quienes no son reconocidos en su humanidad o son considerados simplemente como instrumentos, objetivizados y habilitados para la explotación. El humanismo es la coartada para la destrucción de la Naturaleza y la explotación y opresión de los pueblos.
El discurso de Pico della Mirandola sobre la dignidad humana es interpretado bajo estos argumentos como una exaltación ideológica que desaparecerá o deberá ser hecha desaparecer como elemento activo de la cultura.
El argumento de la especie dañina y excluyente, de la naturaleza violenta del ser humano esconde también un dilema: la apelación a la especie solamente funciona si existe un oculto esencialismo que socava la reivindicación de los derechos de las formas de vida excluidas. La reivindicación de los derechos de la naturaleza, de los seres vivos y la solidaridad de la vida y sus múltiples expresiones, incluidas las variedades humanas no se puede hacer desde cualquier forma de vida sino desde el reconocimiento de la unidad y solidaridad de la vida, pero esta apelación tiene un componente normativo, ideal y exigente que nace del reconocimiento de que la dignidad humana exige la dignidad de la vida. No es sino una forma de humanismo necesaria.Hay en Sócrates una inteligentísima estrategia para retornar a formas políticas aristocráticas en las que el demos recupere su añorada condición de colectivo sometido y silencioso. Esa estrategia pasa por una inversión de la sofrosyne, principio ético que la ciudad democrática había hecho suyo frente a la hybris aristocrática. Para ello, Sócrates reinterpreta el “Conócete a ti mismo” délfico, convirtiéndolo en una consigna contra las pretensiones de participación política del demos.
En efecto, ese “Conócete a ti mismo”, que la tradición dominante se empeña en presentarnos como si del título de un manual de autoayuda avant la lettre se tratase, no es, en boca de Sócrates, sino el modo de indicar al demos su incapacidad para la acción política, pues su modo de ser le incapacita, como ya le ocurriera al Tersites de la Ilíada, para ejercer el gobierno de la ciudad. Quien, perteneciente al demos, se analice a sí mismo, deberá colegir su incapacidad política y, por tanto, abandonar ese campo, reservado exclusivamente a los sabios. De no hacerlo, contravendrá el ideal de sofrosyne y se dejará llevar por una inconveniente hybris.
La sofrosyne, que había sido instrumento para poner límite a los excesos de la aristocracia, se convierte en manos de Sócrates en argumento contra la participación política del demos. En resumidas cuentas, “zapatero a tus zapatos”. De este modo, el gobierno deberá quedar en manos de los mejores, los aristoi, ahora entendidos como los más sabios.
Juan Manuel Aragüés Estragués, Sócrates o el paradigma de la reacción, elsaltodiario.com 06/04/2021
La máquina de Llull estaba cargada de ilusión. Pero aquella máquina, como las de hoy, era una máquina ilusa. Las máquinas no piensan, simplemente calculan. Con frecuencia, en esta civilización contable que habitamos, se confunde el cálculo con el pensamiento. Se dice que el ordenador “está pensando” cuando se quiere decir “está calculando”. El pensamiento genuino tiene siempre algo de creativo y de participativo. Esa creación supone una recreación. Al pensar, nos recreamos, literalmente. No se trata de un mero entretenimiento, sino que en cierto sentido renacemos. Algo parecido a lo que ocurre cuando recordamos algo. Donald Davidson decía que entender una metáfora era tan creativo como inventarla. Es cierto. Ver una cosa en términos de otra, ¿qué otra cosa podría ser la metáfora? Por eso la lectura es tan saludable, porque hace viajar al pensamiento y todo el mundo sabe que los viajes rejuvenecen, nos vuelven a crear. Hay, además, otro factor. El pensamiento genuino surge cuando callan las palabras. Cuando nos detenemos. De ahí que las máquinas, a pesar de lo que diga el marketing ingenieril, nunca podrán pensar, porque ellas, que están hechas de palabras, no saben recrearse (solo reiniciarse). El poeta Paul Valéry ha expresado mejor que nadie esa aspiración silenciosa del pensamiento. “Les hablo, y si han entendido mis palabras, esas mismas palabras están abolidas. Si han entendido, eso quiere decir que esas palabras han desaparecido de sus mentes, han sido sustituidas por una contrapartida, por imágenes, relaciones, impulsiones, y ustedes poseerán entonces con qué transmitir esas ideas y esas imágenes a un lenguaje que puede ser muy diferente. Comprender consiste en la sustitución más o menos rápida de un sistema de sonidos, de duraciones y de signos por una cosa muy distinta, que es en suma una modificación o una reorganización interior de la persona a la que se habla.” Una reorganización interior, esa es la recreación mediante el pensamiento que ninguna máquina podrá lograr. El pensamiento bien entendido, con cierta distancia escéptica y contemplativa, el único capaz de vivificar y renovar las energías.
Juan Arnau, Ramon Llull: máquina fantástica de pensar, El País 09/04/2012
En el diario ARA, de muy grato recuerdo personal, publican un reportaje sobre la memoria en el que algo digo de todo cuanto quisiera decir. Pero lo biográficamente noticiable de este día es que comienzo mi colaboración quincenal en El Tribú, una revista digital que ha puesto en marcha con mucho entusiasmo mi admirado Ferran Caballero. Mi sección se llama "El lucutori" y tengo la intención de ir desplegando -en catalán- un "diccionario filosófico" personal que califico de entrada, para dejar claras mis intenciones, de "capcioso, sesgado y caprichoso":
Creo que en la foto aparento de manera verosímil un aire estoico.Hoy he comenzado con Abelardo y he seguido con Absoluto y Academia.
Vuelven los cielos cenizos, la llovizna intermitente, el cuerpo que busca el abrigo de la ropa gruesa y los cafés muy calientes. Un realista me objetará que la primavera es eso: tiempo voluble. Lo sé. Pero prefiero la otra cara de la volubilidad: la de la cerveza helada en la mesa y los cielos nítidamente azules.
Todo el mundo está hablando de vacunas. Creo que hay, de mar de fondo, una histeria comprensible por la debilidad de nuestros políticos, que no queriendo meter la pata, se han vuelto tan timoratos, que se incapacitan para acertar. No saben cómo afrontar la incertidumbre cotidiana. Abundan las opiniones sin fundamento y faltan las autoridades que hablen con rigor. A mí todo esto me ha permitido descubrirme por primer avez y de forma inapelable, en el grupo de los viejos. En la estabulación terapéutica de la sociedad estoy en el corral de los viejos porque me han puesto ahí. Y de allí ya no saldré.
Dejo a Ruano para ponerme con otra biografía completamente distinta, Las notas de mi vida, de Juan de la Cierva, el político conservador que fue padre del inventor del autogiro. Me gustan estas biografías que no ocultan las mezquindades y heroismos cotidianos que constituyen el microclima propio de la vida política. Las historias académicas suelen ser relatos a los que se les ha extirpado el día a día.
El número de libros por leer crece mucho más aceleradamente que mi ritmo lector. Hoy me han llegado dos libros que he buscado durante mucho tiempo. El primero, Experiencia de la muerte, de Landsberg, publicado por Cruz del Sur en 1962. El segundo, La mujer, del político conservador Severo Catalina, cuya primera edición es de 1858. Se trata de una firme defensa de la educación femenina.
Ignacio Peyró me pide dos párrafos de urgencia sobre la muerte del duque de Ediburgo. Por supuesto, le obedezco: este es el resultado.
John Stuart Mill (Londres, 1806 – Avignon, 1873)
Obras fundamentales: Bentham (1838), Sistema de la lógica(1843), Ensayos sobre algunas cuestiones disputadas en economía política (1844), Principios de economía política (1848),Sobre la libertad (1859), Pensamientos sobre la reforma parlamentaria (1859), Consideraciones sobre el gobierno representativo (1861), Utilitarismo (1863), El sometimiento de las mujeres (1869), Autobiografía (1873). Igualmente, son destacables tres escritos aparecidos póstumamente en 1874: La Naturaleza, La utilidad de la religión 
... (... continúa)Hace unos años confiaba en que era imposible que volviésemos a la época de mis abuelos. Tenemos movimientos muy fuertes como el feminismo, ecologismo y un sistema educativo mucho más competente y comprometido que el de entonces. Eso pensaba en aquel momento … No es posible que volvamos a censurar de una manera tan dura a los artistas de pensamiento libertario o las películas con un grado de erotismo, sensualidad o mensajes distintos a los oficiales. Pero parece que me equivocaba.
Parece ser que el problema es la libertad de expresión. En nuestras leyes se garantiza que toda persona es libre de expresar y difundir sus pensamientos y opiniones. Nuestro país forma parte de los llamados países del primer mundo, y además son democráticos, por tanto, la libertad de expresión esta asegurada en las diferentes constituciones.
Pero a día de hoy no estoy segura de que esto esté sucediendo, tal cual está escrito en la oficialidad. La violencia, acabar con la integridad de otros individuos, las calumnias, la invasión de la intimidad e injurias, entre otros; estas son razones que usualmente se usan para censurar acciones u opiniones, Obviamente, cuando un grupo terrorista atenta contra la vida de personas, por ejemplo, se trabaja para su detención y acabar con la promulgación de sus ideas, ya que claramente atenta contra la vida de otras personas. Otro ejemplo es la censura que sufrió Donald Trump en su cuenta de Twitter tras incitar el ataque masivo al Capitolio.
En otras ocasiones es bastante difícil valorar si una acción, frase u opinión es respetuosa o tienta al odio, ya que pueden tener dobles significados, no este la opinión de forma explícita o que se deban a interpretaciones personales, ya pueden ser poesías, canciones o narraciones.
Pero, hay otras acciones que han sido sujeto de veto, que no esta clara la razón. Al periodista Javier Bauluz se le impidió cubrir la llegada de inmigrantes a canarias; a Willy Toledo se le juzgó por hacer un post en Facebook diciendo “Me cago en dios”; a la periodista Mireia Comas fue detenida por cubrir un desahucio en Terrassa; y en Francia se ha creado una ley limitando la libertad de aquellas mujeres que usen hiyabs o burkinis. En estos casos no encuentro ninguna razón para la reprobación. ¿A quién dañan? ¿A quién ofenden? ¿Hacia quién crea odio? Aunque piense y busque motivos no encuentro ninguno para la justificación de estas censuras.
En todo el mundo hay miles de pensamientos distintos, es más, ¡hay millones! Uno por cada individuo del planeta y muchas contrarias entre sí. Probablemente el hecho de todas estas corrientes tan diferentes que llegan a ser opuestas, se proporcionan ayuda para poder crear nuevos argumentos y más sólidos que se permitan hacer más sólidas las opiniones. La mayoría son así.
En ciertas ocasiones esto no ocurre y se usa el odio como un tipo de argumento, pero no creo que este sea lícito para posicionar la opinión propia, ya que este crea violencia contra la integridad de otras personas.
Por ello creo que la censura debería ser el último recurso en nuestra actual sociedad, ya que hay personas que no van a argumentar de manera ordenada u respetuosa, sino atacando violentamente.
En conclusión, no creo que estemos retrocediendo en el tiempo ni que estemos situándonos en una situación muy similar a la represión durante el franquismo, contrariamente a lo que he dicho al principio. El problema son las formas irrespetuosas de debate, ya que, para poder tener las discusiones e intercambios de opiniones por derecho propio, debemos atenernos a ciertas responsabilidades que le corresponden.
Estoy bien.
Estoy bien a pesar de que el jaleo armado en los medios sobre los efectos secundarios de la vacuna Astra Zeneca y las posturas contradictorias de los responsables políticos me hacen sentirme un poco como un animal de laboratorio. He dormido perfectamente. No he tenido ni fiebre, ni dolores en las articulaciones. Pero después uno pone la televisión... y el derecho a la información me deja perplejo.
Pero estamos mal. La pandemia ha demostrado ser un fenomenal test de estrés para la Unión Europea y parece claro que no lo estamos sabiendo superar. Voy a ser optimista: Quizás los europeos tengamos que fracasar para poder avanzar. Quizás al ver el ridículo que estamos haciendo nos hierva un poco la sangre. ¡Qué triste la imagen de Ursula von der Leyen ante Erdogan y qué lamentable la falta de reacción de Charles Michel, presidente del Consejo Europeo! ¡Cuánto se tiene que estar divirtiendo Putin con nuestra reiterada torpeza!
La política doméstica. Seguimos con la jeremiada de escandalizarnos con lo que siempre ha sido así. La política tiene algo de esencialmente infantil. Basta prestar un poco de atención para escuchar argumentos propios de patio de escuela: los "¡Y tu más!", los "¡Pues ahora vas a la seño!" (que en nuestros días son los jueves y la prensa), los "¡Ya no soy tu amigo!" ("¡Ya no te ajunto!", decíamos en mi pueblo). La política, para entenderla, hay que observarla desde cierta distancia... desde la paradójica distancia que te condenaría, de presentarte a las elecciones, a no llevarte ni un voto.
En el momento en que sale a colación el debate sobre los límites de la libertad de expresión, es inevitable que aparezca la sentencia: «Tu libertad termina donde empieza la de los demás.»
Teniendo esta máxima en cuenta, resultaría fácil establecer la frontera entre la libertad de expresión y la ofensa a otro, y sin embargo no son pocos los conflictos que se han derivado de haber cruzado la línea divisoria. El caso más reciente y sonado es la condena impuesta al rapero Pablo Hasél por, entre otros delitos, «injurias a la Corona» proferidas en las letras de sus canciones –como ya le sucedió al rapero exiliado (o fugitivo de la justicia según otros) Valtonyc–, provocando protestas entre los que ratifican el acierto de la sentencia y aquellos que la condenan, ya no solo por defenderlo a él como persona individual, sino porque su caso suscita el debate de los límites de la licencia expresiva.
Porque, aunque es evidente que es necesaria su limitación, ya que vivimos en sociedad y ello es esencial para la convivencia, la frontera es demasiado ambivalente en demasiados sentidos.
Entonces, llegados a este impasse, ¿cuáles son las pautas a seguir? ¿Cómo actuamos frente a una postura que creemos no admisible porque traspasa esos límites? Lo que debería ser la solución para cualquier conflicto: el debate. Si no somos capaces de emitir una ley universal que podamos aplicar bajo cualquier situación, no queda más remedio que contrastar posturas y juzgar cada situación individualmente, y si no se llega al menos a un consenso –dado que el debate, la mayoría de las veces, se enfoca cómo una lucha sobre quién tiene la razón en vez de intentar entender la razón de ser de la postura contraría, y luego, intentar desmontar aquello que se crea incorrecto, que no el razonamiento íntegro–, que se pueda debatir ya implica cierta madurez por parte de ambas partes.
Pero aun así, lo que más me preocupa en lo referente a este conflicto son las implicaciones legales. Entre ciudadanos, aunque haya disputas, no suele llegar a cruzarse la barrera de la pelea física, que es lo que considero más grave. Lo único que veo que pudiera estimular a los individuos lo suficiente como para llevarlos a poner en riesgo su integridad física para defender una postura, es, tristemente, el fútbol. Y, seamos sinceros, mientras tengamos el convencimiento de que nuestra postura es correcta, poco daño hará cualquier ataque teórico a esta –siempre y cuando la crítica no se traslade al individuo en sí–. Pero el problema llega cuando uno pueda enfrentarse a una acusación judicial, como ha ocurrido con los dos casos mencionados previamente. El artículo 20 de la Constitución reconoce y protege el derecho a «expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. […]» y proclama que «Estas libertades tienen su límite en el respeto […] al derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y la infancia.»
Pero, pregunto yo, ¿no debería permitirse la crítica a una persona que haya actuado previamente de una manera éticamente incorrecta? ¿Al haber seguido una mala conducta se le debería mantener este derecho a no ser increpado? De la misma manera, la libertad puede ser un amparo para las actitudes intolerantes si no se emprendan acciones dañinas contra aquellos a los que profesan aversiones infundadas: «¿Homófobo? No, que las parejas del mismo sexo me den asco es mi opinión, pero yo no les pegaría si me los encontrara por la calle ni les insultaría.» Así, esgrimiendo el argumento del derecho a la libertad de expresión, no podrían ser censurados, cuando la homofobia, en este caso, es más reprobable, pero sobre todo ilógica y exclusivamente fundamentada en prejuicios fácilmente desmontables.
De nuevo, el mismo problema. Solamente puedo concluir que, aunque deban recortarse las manifestaciones de juicio públicas en beneficio de una concordia relativa y del respeto a los demás miembros de la sociedad, debemos recordar que, encontrándonos en el siglo XXI y en un régimen democrático, la censura legal a un individuo, de ser necesaria, ha de ser la excepción que confirme la regla. Y la regla es que la libertad de expresión es necesaria.
Me llama un periodista de El País que está haciendo un reportaje sobre la lectura. Le pido que, por favor, me vuelva a llamar más tarde. Ahora estoy intentando leer yo en la Plaza de Ocata. Hace un frío casi invernal que nos ha pillado de sorpresa, como un ataque de una plaza que hemos dejado atrás porque creíamos conquistada. Pido un café con leche bien caliente para compensar lo cenizo del día. Unos niños gritones corretean por la plaza y se persiguen por los lugares más divertidos, es decir, por entre nuestras mesas. Tiembla mi café con leche con sus voces agudas, de hojas de afeitar. Sus maestros, un hombre y una mujer de unos treinta años, están en medio de la plaza, hablando entre sí con las manos en los bolsillos y helados, también, de frío.
El periodista me vuelve a llamar cuando estoy haciendo cola en un centro municipal de Badalona para vacunarme. Tengo hora a las 15:00, he llegado media hora antes y me he encontrado con quince personas más madrugadoras que yo. A mis espaldas, la fila va creciendo a un ritmo muy vivo. El sol se asoma a consolarnos de forma intermitente, cosa que es muy de agradecer. Se supone que no hay nadie de más de 65 años entre los que esperamos. Me fijo en cada uno de ellos y concluyo que hago bien en sentirme el más joven de todos. ¡Hay que ver cómo maltrata la edad a los de mis años! Mi hija me llama para advertirme de los efectos secundarios de la vacuna de Astra zéneca. Teme que mañana pase un mal día, pero yo soy experto en malos días. El sol se acaba imponiendo. Al periodista le pido que me llame a partir de las 17:00. Él me cuenta que a su padre lo vacunaron ayer en Madrid y me da la enhorabuena.
Todo ha ido bien. La verdad es que la inyección, en sí, no poduce molestia alguna. Un pinchazo de mosquito desganado. Mi mujer me está esperando en la calle. A ella aún no la han llamado. Le comento mis impresiones. Todo ha funcionado de manera rápida y eficiente. Estricta estabulación terapéutica. Hemos entrado en fila, nos han pedido datos, nos han vuelto a poneer en fila, nos han preguntado si teníamos alguna enfermedad o tomábamos algún medicamento, nos han puesto la vacuna de pie, nos han aconsejado que en casa nos pongamos hielo en el brazo y tomemos paracetamol. Hemos pasado a una sala donde se nos ha aconsejado esperar diez minutos para ver si nos encontrábamos bien y donde cada uno ha esperado lo que ha considerado conveniente. Dentro de diez días nos avisarán para la siguiente dosis. Había en los estabulados una evidente confraterización en la esperanzada fragilidad. Hemos ido saliendo con caras de alivio y una cierta levedad en los cuerpos. Diría que hemos vuelto a casa un pelín más jóvenes... aunque quizás fuera porque la experiencia recordaba un poco a la mili.
Estoy ahora esperando la llamada del periodista.
En el sistema educativo vigente se le da, sin duda, una gran importancia al enseñamiento científico. Se introduce el método científico ya desde primaria y en el ciclo de la ESO ya se enseña más profundamente. Se enseñan los postulados y teorías como la de Darwin que niega las teorías creacionistas, aquellas que dan una respuesta directa al origen del ser humano sin dar la opción que el humano pueda siquiera cuestionarlas.
Cuando los niños entran en el instituto aún no tienen un pensamiento crítico, no tienen una opinión formada sobre la sociedad, la política o cuestiones filosóficas, y se dejan llevar por las opiniones de las demás, y eso es con lo que un sistema educativo eficaz contra la pseudociencia tienen que acabar. Esto se ve claramente en cómo muchos adolescentes visten y actúan de una forma determinada para encajar en un grupo de gente, aunque eso sí, hablando de forma generalizada. Lo importante es que cunado salgan con dieciséis, diecisiete, o dieciocho años, sean capaces de observar su entorno, reflexionar y encontrar argumentos que los convenzan, y llegar a conclusiones por sí mismos.
Y doy tanta importancia al pensamiento crítico porque creo que es la clave para no creerse las manifestaciones pseudocientíficas. Aunque parezca chocante, a día de hoy hay colectivos y asociaciones que fomentan prácticas y tratamientos falsos a base de químicos y alimentos orgánicos como cura para enfermedades como el cáncer, la leucemia o el autismo. Por ejemplo, la asociación llamada Dolça Catalunya causó algunos tumultos hace dos o tres años cuando uno de sus líderes proponía el MMS (miracle mineral solution) como una medicina para curar el ébola, el autismo y la malaria. El líder de esta asociación era un agricultor, pero no por eso es más susceptible de creer en dichas afirmaciones.
En mi opinión lo que hace que una persona sea vulnerable a estas creencias es la falta de cuestionamiento. Son las personas ideológicamente débiles, las que se dejan llevar por la opinión de la mayoría, las que sí son susceptibles de creerse las manifestaciones supersticiosas. Y es por eso que la educación tiene que promover y hacer hincapié en la reflexión y el análisis crítico para que el día de mañana no tengamos más seguidores de asociaciones pseudocientíficas porque son un riesgo para medicina auténtica. Si la gente cree en esos tratamientos los aplicará sin saber sus efectos secundarios. Pues no todas las plantas y hierbas tienen propiedades curativas, no todo lo que es natural y ecológico es bueno para la salud. Y sobre todo ahora con la pandemia del Covid-19, en las redes sociales se están difundiendo muchos tratamientos con hierbas, con vapor, etc., que supuestamente curan del coronavirus o al menos lo previenen, es decir, en esto último haría la misma función que una vacuna. Entonces, ¿por qué se ha tardado tanto en encontrar una vacuna si ya existía un tratamiento tan natural?, esta es la pregunta que posiblemente no se hacen las personas que creen en esos tratamientos.
También cabe destacar que las plataformas como YouTube o las redes sociales en general ayudan mucho a que esta información falsa se difunda tan rápidamente. No se puede impedir que creen este tipo de contenido, ya que podría entenderse como un ataque a su derecho a la libertad de expresión. Pero en el peor de los casos estos tratamientos pueden llegar a causar la muerte y, aunque eso ya es otro tema, la libertad de expresión también tiene sus límites.
Por último me gustaría añadir que yo, como estudiante, adolescente y fruto de este sistema educativo, no me creo como una persona capaz de creer en tratamientos o ideologías pseudocientíficas. Y creo que en parte sí que es gracias a la educación escolar, ya que es donde me surgen las preguntas y las inquietudes, pero también tiene un papel muy importante mi propia curiosidad y el querer saber por qué ocurren las cosas.