... lo que no es juego, lo que es mecánica, lo que es hábito, lo que se ha insertado en la política española, y en general occidental, en los últimos años. Es algo pernicioso, antisocial y que resulta ya difícilmente evitable. Es una nueva forma de moral, con la que la derecha ha operado permanentemente, pero que se ha hecho mucho más visible en la izquierda en los últimos años.
La deriva en la que nos movemos era previsible, porque Podemos nació de un modo que conducía directamente hasta aquí. El partido de Iglesias y Errejón se construyó como fuerza de oposición. Empezaron focalizándose en la casta y en la corrupción, pero rápidamente pasaron a otro terreno, en el que se oponían a la monarquía, al régimen del 78 y demás. Proponían una nueva España, de la que no sabíamos gran cosa, salvo que nacería de un proceso constituyente. En ese giro, IU se convirtió en una diana preferente, como el PCE, no sólo porque era el espacio del que provenían, sino porque resultaba idóneo para poner en marcha un discurso en el que se han movido permanentemente: había que combatir lo viejo, lo obsoleto, ese mundo obrerista desfasado, machista, racista y xenófobo, para dar lugar a una izquierda abierta, plural, arcoíris, feminista y global. Estos argumentos se han prolongado durante mucho tiempo y han sido aplicados a distintos destinatarios: es lo mismo que Podemos ha dicho en las últimas elecciones a las derechas, pero es también lo que Errejón ha dicho a Iglesias cuando ha montado Más Madrid y lo que unos y otros suelen aplicar a cualquiera que les critique, porque ya que tienes el martillo, pones clavos en cualquier parte. Nosotros somos el futuro, vosotros el pasado, sois viejos, pensáis mal.
Una versión amable de este marco de pensamiento
aparece en la ‘Guía para la comunicación inclusiva’ editada por el ayuntamiento de Colau, que
se sostiene en la idea de que lo estamos haciendo mal aunque no nos demos cuenta y que en el fondo nuestro lenguaje, que denota rasgos de personalidad, es un poco racista, homófobo o machista. Debemos, por tanto, reeducarnos para no continuar siendo seres atrasados y emplear los términos adecuados es clave para ese objetivo.
Esto
se parece mucho, tanto que
es difícil distinguirlo, al pensamiento positivo, según el cual si cambias tu manera de pensar y alejas de ti todas las ideas negativas, se producirá una conexión mágica con el universo que acabará por atraer todo lo bueno que deseabas; la izquierda posmoderna cree que con cambiar nuestro lenguaje, las formas de pensar, las propias y las ajenas, terminarán transformándose por completo. Ganar la batalla del discurso, utilizando los marcos adecuados, abre las puertas del universo político.
Ese construccionismo también tiene un lado oscuro. Si la pugna es por fijar el lenguaje y los símbolos, hay que hacerlo decididamente y sin ninguna duda. Pero por ese camino, como
bien demostró Barbara Ehrenreich, el pensamiento positivo se convierte en
calvinismo, en un intento de apartar todas las ideas pecaminosas de la mente y de la sociedad, y en un combate sistemático contra ellas. Eso es lo que está haciendo la izquierda, señalar todas las ideas perniciosas y reaccionarias y por eso están permanentemente abominando de alguien.
Inserta en ese marco, la moral izquierdista dejó de ser la propuesta positiva de una serie de valores, normas y convicciones, para convertirse en el afeamiento, siempre ad hominem, de quienes no siguen las instrucciones al pie de la letra, o introducen matices, o apuestan por la heterodoxia. Fascista, reaccionario, rojipardo, machista o blanqueamiento son sus términos preferidos, pero tienen muchos más.
Ayer ocurrió (una de tantas veces) con
Diego Fusaro, un personaje difícil de catalogar porque conjuga las posiciones marxistas con las salvinistas.
La entrevista que publicó ‘El Confidencial’ generó aceptación en algunos sectores y un rechazo visceral en otros. Pero, como de costumbre, la izquierda posmoderna no entró a discutir sobre si aquello que el filósofo italiano decía era o no cierto (por aquello de que la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero), sino que se centró en descalificar a
Fusaro: se le tildó de fascista, se recordó su colaboración con Casa Pound, se le señaló como rojipardo que allanaba el camino al fascismo y demás, pero no se rebatió ni una sola coma de lo que expresaba.
Esto es curioso, porque es exactamente lo mismo que hicieron a esta izquierda posmoderna cuando emergió: la derecha no se molestó en discutir sus ideas, sino que difundió la descalificación ad hominem de sus líderes, que se convirtieron en la sucursal de Maduro e Irán en España y en todo eso que conocemos bien porque lo hemos oído mil veces. La izquierda posmoderna parece haberse encontrado cómoda en ese escenario y actúa así con sus críticos, de modo que combate el pecado, fija anatemas y condena al infierno. Quienes no apuesten por su visión de la izquierda abierta, plural, arcoíris, feminista y global son fascistas o
caballos de Troya del fascismo.
Pero personajes como Fusaro son necesarios en un par de sentidos. En primer lugar, porque confronta a estas izquierdas débiles pero coloridas con todo aquello que han tratado de borrar de su mente, y eso produce mucha incomodidad. Como las izquierdas posmodernas se han convertido en una especie de superyó, sufren enormemente cuando se chocan de bruces con lo reprimido.
En segundo lugar, porque aun cuando las soluciones de Fusaro sean dudosas y aporte buenas y malas ideas sin solución de continuidad, el filósofo pone el acento en problemas esenciales a los que hay que dar solución. Le
ha pasado antes a Guilluy, de quien no se puede hablar en París sin que te llamen fascista, pero los insultos no pueden borrar los hechos. La quiebra de la cohesión social y territorial a través de una economía que beneficia sólo a una pequeña parte de la población, el papel de los estados nación y de las instituciones como la UE, la disolución de las raíces éticas, el nuevo instante geopolítico y el papel del capitalismo en todo esto están ahí.
El problema de fondo es que las placas tectónicas de la sociedad están moviéndose, que las fuerzas sociales están cambiando y que se exigen nuevas respuestas de izquierda, imprescindibles en un momento como este, y la burguesía bohemia ha renunciado a ser parte de ellas.
Esteban Hernández,
La moral puritana de la izquierda y los caballos de Troya, El Confidencial 30/06/2019
[https:]] Llegiu article crític amb l'entrevista a Fusaro d'Alba Sidera
[https:]] Llegiu l'article crític amb l'entrevista a Fusaro de Steven Forti
[https:]]