Para bien o para mal, en la mentalidad de nuestro tiempo se ha ido paso, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, una convicción cada vez más explícita que nos lleva a identificar libertad y debilitamiento de las certezas. Parece como si renunciar a posiciones fuertes fuera un requisito imprescindible para alcanzar una convivencia pacífica. Verdad igual a dogmatismo, es decir, a intolerancia, a imposición por la fuerza. Es una certeza de aquellas que nuestra generación considera indiscutible. Para garantizar la libertad lo que hay que hacer es debilitar la filosofía. Finalmente, hemos sido capaces de entender — y asumir plenamente— aquella muerte de las certezas que
Nietzsche anunciaba.
Hace bien poco ha llegado a nuestras librerías la traducción de una obra colectiva firmada por buena parte de los filósofos más prestigiosos del panorama internacional. Lleva por título chocante: Debilitando la filosofía. Y justamente esa es la tesis fundamental del libro: para evitar los excesos del pasado, lo que hay que hacer es debilitar la filosofía, es decir, renunciar a construir grandes relatos y tratar de retroceder hasta refugiarnos en el pensamiento débil. Es sorprendente: un montón de filósofos —un gremio, como todo el mundo sabe, siempre dispuesto a disentir y a eternizar discusiones por cuestiones que no llegan ni al grado de matiz— se han puesto de acuerdo y han participado juntos en un libro donde desarrollan, desde perspectivas diversas, una tesis única: la conveniencia de debilitar la filosofía. Todos de acuerdo en tirar piedras contra el propio tejado.
Ha pasado a ser uno de aquellos datos que se han incrustado en la memoria colectiva de las generaciones actuales: la monstruosidad inimaginable de unas políticas que estallaron en la Shoah. El holocausto no puede volver a repetirse. No nos podemos permitir volver a caer. Es por eso que necesitamos renunciar a todo aquello que, de alguna manera, contribuyó a desencadenar la barbarie. Y si en el origen encontramos una sobreabundancia de certezas, de ideales y de verdades, no queda más que renunciar a las certezas, los ideales y las verdades.
Es un buen diagnóstico del estado de ánimo del mundo de la filosofía actual. La impresión fue tan fuerte que todavía no nos hemos repuesto: es esa misma racionalidad moderna, que debía liberarnos y hacernos grandes, aquella racionalidad incuestionable que quiso ocupar el lugar de un ídolo apenas derribado, la que nos ha llevado al desastre.
Es por ello que la tesis del pensamiento débil se nos hace tan atractiva. Parece un antídoto infalible contra aquellas superabundancias tan poco saludable.
La racionalidad moderna, la metafísica de las certezas absolutas que arranca con la Ilustración y llena el panorama filosófico de los últimos siglos, no es inocente.
[...] La metafísica, en nuestra generación, se asocia con la beligerancia, la dominación, la imposición dogmática y la uniformidad de pensamiento. Es por ello que se promueve su abandono en nombre de la tolerancia y el respeto a la heterogeneidad. Como dice
Vattimo: "La metafísica es despedida en la medida que está ligada a una condición de peligro y de violencia que no es actual".
El abandono posmoderno de la metafísica, pues, no es un rechazo basado en argumentos racionales sino una especie de percepción colectiva. Es un rechazo más emocional. No hay contrametafísica, ni debate teórico, discusión en torno a cuestiones de fundamentación i refutación de sus tesis fundamentales. Se le despide antes basándose en motivos de carácter vital. Se la considera "pasada de moda", propia de un tiempo caracterizado por el ansia de dominio y el sometimiento de la realidad.
A la vista del resultado final, miramos atrás y nos parece averiguar que la racionalidad filosófica, desde sus inicios, presentaba ya como una especie de magnetismo, una tendencia que la acercaba cada vez más al dogmatismo. Ahí está el problema: es esa misma racionalidad moderna que nos debía llevar a la utopía y la plenitud, la que nos ha condenado a la ruina moral más absoluta. Se trata, probablemente, de la última herencia de los campos de la muerte nacionalsocialista. Un rechazo del ideal totalizador que conlleva una serie de prevenciones respecto al uso teorético de la razón. Ya no es tiempo de intentar de entender la realidad. Ellos entendieron demasiado y eso los llevó a desastre, lo que ahora nos corresponde es renunciar a entender: El exceso de orden y de rigidez propios de la tarea metafísica han demostrado ampliamente un desplome, inevitable, hacia la barbarie.
Para bien o para mal, es exactamente el punto donde nos encontramos. La cultura posmoderna conlleva el rechazo de cualquier pretensión filosófica de introducir un orden racional que actuara como metarrelato estructurador de la realidad en una visión organizada.
Deleuze y
Guattari lo formulan con claridad: en vez de intentar esconderlo bajo constructos artificiales, lo que deberíamos hacer es osar enfrentarnos al caos y convivir con él.
Joan Garcia del Muro Solans,
(Good bye, verdad). Una aproximación a la posverdad
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