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I
He perdido la bufanda que tanto me gustaba. De lo único que estoy seguro es de que la he perdido en Madrid, pero no sé si en un taxi o dónde. Hasta esta mañana no la he echado en falta. La he perdido por culpa del buen tiempo. Suelo coger bastante cariño a la ropa que me ha usado de medio de transporte y ha ido adquiriendo la patina de mis rutinas, que es como una licencia de habitabilidad en exclusiva. Esta bufanda me gustaba. Era muy mía. Ya le perdí otra vez en Madrid y Ricardo Calleja me la guardó durante meses. Es una bufanda tan singular que estoy convencido que encontrará el camino de vuelta a casa.
II
Javier García Cañete de la Fundación Botín me dice que viene a Barcelona y quedamos para vernos, claro. Pero no viene hasta finales del mes que viene. Es igual. Concretamos lugar y hora del encuentro, que hay que tenerlo bien amarrado. Javier es un tipo fenomenal... Pienso ahora que los javieres que conozco son todos grandes tipos.
III
En la Francisco de Vitoria hemos hablado, mucho, de educación, pero en el campus me he encontrado con otro Javier, Javier Redondo, y hablamos de la importancia de la repetición y de de un congreso internacional de filosofía política para septiembre. Allí estaremos. Sin saber muy bien cómo, la Francisco de Vitoria se ha convertido para mí en una especie de imán guadanesco.
IV
Vuelvo de Madrid, como siempre, con las maletas llenas de proyectos. Creo que si tuviera dinero me compraría un piso en Madrid y desde allí añoraría el Mediterráneo cada día. Como todos los paisajes, que son estados del alma, el mar gana mucho con la añoranza.
V
Un Javier más, Javier Sánchez Menéndez, que es un ser redundante, por ser poeta y sevillano, me manda las pruebas de la cubierta de mi próximo libro de aforismos. Decido dejarlo en sus manos. No hay propuesta de cubierta que no haya empeorado mi intromisión en su diseño.
VI
En casa, rodeado de cosas caseras, acogedoras, cálidas, mías... pero solo. Mi mujer está en Pamplona.
Me levanto pronto y me pongo inmediatamente a escribir. Tengo la cabeza hirviendo de ideas que, por lo visto, han estado a remojo durante la noche. Sin darme cuenta me dan las 9:00. Me ducho y bajo a desayunar. Sigo escribiendo y a las 11:00 voy para la estación María Zambrano. Una pareja joven con un niño autista van delante de mí. El padre se desvive por la criatura y esta no deja de estirar los brazos hacia su padre.
II
El viaje, rápido, tranquilo y productivo. El tren se ha convertido para mí en un lugar en el que pululan las musas.
III
Me llaman de un periódico para que les escriba un artículo. La persona que habla conmigo no deja de darme coba. Finalmente le digo que sí.
A los pocos minutos me envía un mail: "Para ser totalmente claro, este tipo de colaboración que pedimos de vez en cuando es sin retribución. Lo digo por si puede suponer algún inconveniente.
¿Cuándo voy a aprender a preguntar en el moemtno oportuno a ver cuánto pagan?
Le contesto: "Como somos adultos y tenemos el privilegio de poder hablar con claridad, permíteme que te haga una observación: ¿No crees que hay algo contradictorio entre las grandes alabanzas que me has dedicado por teléfono y vuestra tacañería? Contribuimos muy poco a valorar las humanidades si lo que no nos atreveríamos a pedirle a un mecánico, a un fontanero, a un dentista o a un churrero, se lo pedimos a quien se dedica a trastear con las cosas humanas.
IV
En Madrid me lleva a la Fundación Tatiana un taxista polaco que suelta, en perfecto español, tacos enormes, estentóreos, a todos los conductores que no se comportan como él cree que deberían (o sea, casi todos). Lanza unos "¡Coño!" que parecen granadas. Me asegura que es más español que muchos españoles y que solo volvería a Polonia para comprar un terreno en un lugar que no puede olvidar y hacerse allí una barbacoa "Para usarla a mí gusto cuando me salga de allí!" Después me habla de los malos y me asegura que hay que matarlos a todos.
- No se dé usted prisa, que se mueren solos -le digo.
- Pero yo quiero verlos morir -me contesta, muy serio.
V
Mi nieto Bruno se ha roto la mano y me duele la mía.
VI
En la Tatiana planificamos un ciclo de filosofía al que me gustaría mucho traer al farero de la isla de Ons. Se lo he pedido y me ha dicho que no. Le doy su dirección a A., cuyo don de gentes es mucho más convincente que el mío. A ver qué.
VII
Duermo en Pozuelo.
I
Málaga nunca defrauda. Los turistas caminan en mangas de camisa bajo un sol que parece de junio y en el aire hay ese chisporroteo de alegría propio de los pueblos vivos.
II
Tres horas hablando en el Centro Andaluz del Deporte que se han pasado como un suspiro y que me han servido, entre otras muchas cosas, para conocer personalmente a Esteban de las Heras, sobrino de África de las Heras, la agente soviética -pero nacida en Ceuta- que tras casarse con Felisberto Hernández consiguió crear una red de espionaje en el Cono Sur.
III
Cena agradabilísima con esta buena gente malagueña a la que tanto aprecio. A Berta González la conozco desde que era periodista de El Mundo; a Juan Bueno, que acaba de jubilarse y comparte conmigo la pasión por don Juan Valera, lo conocí virtualmente hace al menos, un par de años; a Inma un años... a los otros, desde hoy. Pero la cosa promete. Y arrieros somos...
IV
Paseo hasta el hotel en esta noche tranquila, pero a la que la humedad convierte en fría y un poco desangelada. Seguimos con la conversación, que queda interrumpida al llegar a mi hotel, pero que cualquier día volveremos a despertar.
V
¿Qué habrá pasado hoy por el mundo"
Hay dos condiciones necesarias y casi suficientes para que alguien aprenda algo mínimamente complejo, tanto en la escuela como fuera de ella: (1) que tenga necesidad o ganas de hacerlo, y (2) que comprenda e integre en su propio hacer y pensar aquello que se le enseña, generando así una experiencia más lúcida y gratificante de la realidad. No hay más (los premios o la obsesión por las calificaciones escolares no dan necesariamente para aprender sino, a lo sumo, para «aprobar», que es otra cosa, a menudo bien distinta).
Suelto este discurso a propósito de las medidas anunciadas por el gobierno para mejorar la puntuación de los alumnos y alumnas españoles en el informe PISA, un indicador muy relativo (y discutible) de la eficacia del sistema educativo, pero que gracias a la bola que le dan los medios (y su efecto en los votantes), condiciona cada vez más las decisiones gubernamentales en este y otros países.
Una de las múltiples razones para relativizar el valor del informe PISA es que en él apenas se miden más que dos competencias: la lingüística y la matemática, olvidando a todas las demás y, por ello, la relación íntima que hay entre ellas, y sin la cual ni el aprendizaje de la lengua ni el de las matemáticas tienen sentido alguno, al menos en un contexto escolar (y dudo que en ningún otro).
Es por esto por lo que, si se quiere realmente mejorar los resultados en matemáticas y lengua, las medidas no deben limitarse a esas dos competencias, olvidando que para aprender (lo que sea) es imprescindible comprender la necesidad de lo que uno aprende, tanto en el orden práctico como en el teórico, integrándolo con el resto de competencias y saberes.
¿Quieren de verdad que los niños y niñas no se espanten de las matemáticas? Pues déjense de sumar horas y desdoblar aulas. Somos ya el país con más horas lectivas de Europa, gran parte de ellas dedicadas en exclusiva a las matemáticas. Y el rechazo y la ansiedad que provoca esta disciplina es bastante común, por lo que no se precisa de una atención a la diversidad mayor que en otras materias. El problema de las matemáticas no es de «cantidad» (mayor o menor de horas o de alumnos) sino de «calidad». Yo al menos no recuerdo ningún docente de matemáticas que me explicara ni la necesidad vital ni los fundamentos teóricos de todo ese mundo abstracto y mecánico que pretendía meterme en la cabeza; ni ninguno que, cuando preguntaba algo al respecto, no esquivara la cuestión o me enviara diplomáticamente a la porra. “Eso son cosas de filósofos”, me decían. Y bien que lo eran. Cuando por fin pude estudiar lógica y filosofía de las matemáticas fue cuando empecé a verle el sentido (y las limitaciones) a la materia, hasta el punto de que empecé a estudiarla por mí mismo, sin obligación académica alguna.
Algo parecido cabría decir con respecto a la comprensión y expresión lingüística, que además de corresponder a materias troncales (todas las lenguas y literaturas, autóctonas o no), constituyen una capacidad transversal que se cultiva en todas las asignaturas. No se trata, pues, de más o menos horas (la lengua es lo que más se trabaja, con diferencia, en cualquier escuela), ni de limitarse a reducir la ratio (si no se enseña bien, casi da igual que tengas veinticinco alumnos que dos). Se trata de demostrar nuestra dependencia del lenguaje (de hecho, todo es lenguaje, empezando por cada uno de nosotros) y de transmitirlo como una herramienta indispensable para entender todo lo demás, entenderse a uno mismo y hacerse entender por los otros. Quien no sabe expresarse, piensa mal y comprende peor. En el dominio de la lengua (de cualquiera) nos va todo, incluyendo el que no nos dominen y atonten los que la manejan con aviesas intenciones.
Los problemas de comprensión o expresión no se deben, pues, como creen muchos, a la cultura digital. Los niños y niñas se concentran perfectamente en aquello que les interesa y amplifica su mundo (sea un videojuego o un libro de Harry Potter); y escriben y se comunican de continuo, hasta el punto de que hasta el más retraído tiene hoy un círculo de colegas de la misma «tribu» (es falso que los adolescentes vivan más aislados que antes, a no ser que reduzcamos burdamente la comunicación a la que se da oliéndole al otro el aliento).
¿Pueden mejorar en esto nuestros alumnos? Por supuesto. Cuanto más comprendan la utilidad del lenguaje (por todos los medios y soportes) para dirigir, digerir y ensanchar su vida, más y mejor lo usarán. ¿Tiene esto algo que ver con prohibir el móvil en los centros? No, nada. La dirección es justo la contraria: aprovechar esa herramienta, ya irrenunciable, para desarrollar las competencias comunicativas. Pero ya saben, ante problemas complejos que cuestionan nuestra forma acostumbrada de entender y proceder no hay nada como buscar un chivo expiatorio al que echar la culpa de todo; así nosotros – salvo quejarnos – no tendremos nada que hacer.
I
Mi nieto Bruno hace atletismo. Y aunque de las cosas importantes de casa se ocupa mi mujer, de vez en cuando tengo que llevarlo yo. Esta misma tarde ha sido el caso. Va con dos amigos. Uno de ellos viene a casa y al otro tenemos que pasar a recogerlo. En el coche los oigo y a veces me parece estar oyendo una lengua extranjera. Creo que hablan de videojuegos. Pero no estoy seguro. Yo simplemente soy el orgulloso chófer.
II
Me siento orgulloso de mi nieto. Esto de que haga atletismo le convalida las horas de pantalla, que no creo que sean más que las que yo dedicaba a los cómics. A los tres adolescentes se los ve sueltos, dicharacheros, con ganas de vivir. Y yo siento que por mucho cariño que le tenga a mi nieto, no es solo nieto mío. Es nieto también de su tiempo, que no es el mío. Y está bien que sea así.
III
Me llaman de la Consejería de Educación de Castilla y León y hablamos del Presidente de la autonomía y de Villablino. Me gusta la manera de ser de los castellanos. Son gente que prioriza el hacer al decir que hacen. Y eso, en nuestros tiempos, es casi una excentricidad.
IV
Betty me envía las primeras páginas del último libro de Finkielkraut ("Finki"), Pêcheur de perles, cuyo prólogo comienza así: "Walter Benjamin collectionnait amoureusement les citations". Al prólogo le sigue esta cita de Paul Valéry: «Le cœur consiste à dépendre!»
V
Balmes no deja de darme alegrías.
I
Alguna vez he dicho que la naturaleza es lo que de joven te empuja y lo que de viejo te espera (te acecha, mejor). Me reafirmo.
II
Soy consciente de que ya he entrado en la edad de las despedidas. La Parca va afinando el tiro.
III
Cuando no es un pariente, es un conocido y cuando no, un vecino o un nombre anónimo en el tablón del ayuntamiento que anuncia las defunciones. Las calles se van vaciando de rostros conocidos mientras nos asomamos a la edad a la que no llegaremos, poblada de rostros nuevos.
V
Conversación agradabilísima con el maestro B. sobre Bruckner. El maestro es un sabio entrañable que está atravesando, probablemente, la etapa más creativa de su vida. Y uno, humildemente, a buen árbol se arrima.
VI
Comida con el nieto adolescente, que nos habla apasionadamente de sus descubrimientos históricos y naturales. ¡Cuánto aprende este niño a espaldas de su instituto! ¡Y con cuanto entusiasmo nos lo cuenta! Tiene todo el sentido del mundo, si se mira bien, esto de ser discípulo de tu nieto. Nos lleva de la mano a la naturaleza.
I
La Vanguardia recoge esta foto de la playa de Ocata que le envió un vecino de mi pueblo. Al fondo, consumida por el sol declinante, Barcelona. Hay puestas de sol en esta playa que son espectaculares y que, sin duda, se incluirían en las guías turísticas si para verlas hubiese que pagar.
II
Comida familiar con hijos y nietos y mucha comida. La felicidad también es tener muchos platos por fregar. Hay cosas que son tan evidentes para mi que no pierdo el tiempo intentando defenderlas ante los escépticos, pero les aseguro a ustedes que hay una satisfacción íntima enorme en encerrarse en la cocina a cocinar para los tuyos.
III
Los míos son, en primer lugar, mi familia, y, en segundo lugar, mis amigos. El viernes me llamó F.R. "Que vamos a cenar", me dijo, Y cuando este hombre dice que vienen a cenar puede presentarse con seis personas más. Y eso también es hermoso.
I
I
Viaje a Madrid. Llegué a Atocha a las 16:00. Me esperaba un taxista ecuatoriano. Me llevó a Pozuelos mientras hablábamos de Guayaquil y los narcos. Hice el chek in. Me trasladó a la UFV. Di una charla. Cené con Carlos Granados dos huevos fritos con patatas y jamón. Carlos me trasladó al hotel. A las 7:30 me esperaba el mismo ecuatoriano para llevarme a Atocha. Dentro de poco estaré en Barcelona.
II
Estar fuera de casa es estar en un mediocre hotel de paso en un lugar carente de atractivos al que absolutamente nada te liga. La familiaridad con los propios objetos es esencial para sentirte cobijado.
III
La amistad es un lujo que te elige. No puedes elegir ser amigo de este o de aquel. No puedes elegir que al sentarte al lado de alguien te encuentres inmediatamente inmerso en una conversación que parece venir de muy lejos y promete continuar hasta muy lejos. Esas complicidades del asentimiento, esa cordialidad en la diferencia, ese descubrir en el amigo una luz nueva sobre una preocupación vieja. Ese disfrutar intenso de una humilde cerveza y del festín de dos huevos fritos con jamón y patatas.
IV
En el AVE, Ha estado lloviendo durante toda la noche y los campos se ven empapados, como esponjas, con charcos dispersos y grupos de árboles desvalidos reunidos en la intemperie. Al entrar en Aragón nos recibe una niebla densa que cubre los campos escarchados. La tentación de lanzar mi alieno contra el cristal de la ventana y trazar surcos con el dedo. Pero no estoy solo.
V
Me envía E. el inicio de su tesis doctoral. Le he contestado que no sobrestime al tribunal que la juzgará y que escriba de manera que sea inteligible para un alumno de bachillerato. Creo que se ha escandalizado. E. es una persona honesta y exigente que da por supuesto que en la universidad hay que actuar con rigor académico.
I
Me envía Javier Sánchez Menéndez las segundas correcciones de Una búsqueda triste de alegría. Es un lujo publicar con la Isla de Siltolá. ¡A ver cuándo me puedo poner con ellas!
II
Día largo. No es que se hiciera largo, es que al recordarlo se me amontonan las vivencias. Desde las 6 de la mañana fue un no parar. Pero tuve tiempo de leer un par de extensos artículos sobre el constructivismo pedagógico y de terminar La presentación de la persona en la vida cotidiana, de Goffman. Tiene páginas inolvidables, especialmente aquellas que recomienda la hipocresía como terapia para los males del alma.
III
A las 16:30, videoconferencia con Juan Bueno, del CEP de Málaga y un buen número de directores de centros educativos. Hablamos de lectoescritura y de la "Science of reading". Nos dieron las 19:30 y allí estábamos, dale que te pego. Acabé agotado, pero satisfecho. ¡Y qué pocas cosas hay más gratificantes que el cansancio satisfecho!
IV
Me llegan dos libros. El primero, inesperado, es de Olga García y Enrique Galindo, se titula Aprendizaje basado en Proyectos, y lleva este provocador subtítulo: "Un aprendizaje basura para el proletariado". El segundo, que lo esperaba con muchas ganas, es del sabio Héctor Ruiz Martín y se titula Edumitos. Ideas sobre el aprendizaje sin respaldo científico. Héctor me ha escrito una dedicatoria entrañable.
V
Invitaciones para participar en un congreso en Valencia, en una charla en Vic, en unas jornadas en Madrid, en una cena en esta misma ciudad, en otras jornadas en Ávila, en un encuentro en Girona, en una videoconferencia con directores de centro en Perú... Imposible responder afirmativamente a todo el mundo, a pesar de que todo es interesante.
VI
En la cama abro el libro de Ruiz Martín, pero, por mucho que me interese, no tengo fuerzas para resistir el peso de los párpados.
Es un lujo estar jubilado.
Aquest assaig de la periodista estatunidenca Eve Fairbanks es va publicar el 2022, i és una crònica molt complexa i exhaustiva de la societat sud-africana després de l'apartheid i, encara més significativament, després de Mandela. Fairbanks, que va néixer i créixer al sud dels Estats Units, es va traslladar a viure a Sud-àfrica l'any 2009, i va passar uns dotze anys documentant-se i recopilant testimonis per poder escriure aquest llibre. Més que un estudi històric, l'autora en fa un retrat sobretot social i cultural, i investiga l'efecte que el final de l'apartheid i la construcció de la Sud-àfrica democràtica han tingut en la percepció que els blancs i els negres tenen els uns dels altres a la llum del conflicte. Aquesta anàlisi revela un retrat de la nació de l'arc de Sant Martí que a estones pot resultar força incòmode i remoure la consciència de tot allò que es va fer malament: el relat és força crític amb la forma com es va fer la transició a la democràcia, tot i que és més fàcil veure aquestes falles trenta anys després dels fets amb la distància de la perspectiva històrica, i veient-ne algunes de les conseqüències no desitjades. El llibre se centra en dos col·lectius majoritaris, els negres i els blancs afrikàner, que, tot i no conformar la totalitat de la població sud-africana, en formen una part força representativa, per la seva relació directa amb el conflicte de l'apartheid i la seva evolució històrica.
La crònica que presenta Fairbanks segueix com a fil argumental les vides de quatre persones reals amb qui l'autora va compartir molt de temps i va arribar a conèixer en profunditat. En Christo és un advocat afrikàner resident a Bloemfontein que va ser entrenat, durant el seu servei militar, per lluitar contra els "terroristes" enemics de l'estat de l'apartheid, però que quan va finalitzar aquest sistema va ser acusat de terrorista ell mateix per haver matat un negre durant una de les seves missions de reconeixement. A l'altra banda de la línia divisòria hi ha la Dipuo, una activista del CNA, resident a Soweto a Johannesburg, que ha lluitat precisament per acabar amb el règim de l'apartheid i aconseguir l'alliberament per als negres sud-africans. Ambdós tenen aproximadament la mateixa edat, però les seves experiències vitals no poden ser més diferents, i a través dels anys de després de l'apartheid tots dos hauran d'enfrontar-se al trauma de la violència comesa en el passat i al xoc cultural que els presentarà la Sud-àfrica contemporània. La Malaika, la filla de la Dipuo, representarà una generació més jove d'infants que han crescut ja en llibertat, però hauran d'emprendre una nova lluita contra la desigualtat racial encara present en la societat sud-africana. Finalment, l'Elliot, un pagès negre que intenta tirar endavant una explotació agrícola anteriorment de propietat blanca, servirà a Fairbanks per fer una reflexió sobre la realitat econòmica del país i els mites que s'hi associen.
Gran part de l'exposició tracta precisament d'això: de les percepcions que cadascun dels grups té envers l'altre i també sobre la percepció de cada grup sobre ell mateix, i sobre com aquests prejudicis, mites i generalitzacions perpetuades de generació en generació adquireixen una dimensió de profecia autocomplerta. Per part dels blancs, el relat s'inicia amb el sentiment de dislocació i de xoc que experimenten amb la resolució de l'apartheid a través de l'aposta del govern de Mandela per la reconciliació i el perdó. Com a experiment polític que havia de resultar exemplar davant de la resta del món, aquesta iniciativa política va tenir una conseqüència inesperada: el sentiment d'inferioritat associat a la vergonya i la culpa en aquells a qui s'ha negat un càstig proporcional als crims comesos. Aquest malestar creixent anirà desembocant en un sentit de paranoia contra l'altre, que encara no s'ha cobrat la seva revenja, però que deu estar a punt de fer-ho, i alimenta el discurs victimista que donarà ales als corrents supremacistes blancs actuals.
Per part dels negres, d'altra banda, la promesa d'una Sud-àfrica nova es veurà diluïda en la desigualtat econòmica de sempre: s'ha fet efectiva la igualtat de drets, però els blancs continuen estant més ben situats per tal d'obtenir bones feines i posicions de poder, a causa de l'educació rebuda durant l'apartheid i de les connexions que encara conserven amb empreses i institucions. Mentre que el CNA abraçava una ideologia socialista durant els anys de lluita contra l'apartheid, que era comuna pràcticament a tots els moviments de resistència anticolonial africans durant l'època de la descolonització, un cop accedeix al poder el partit es veu obligat a fer concessions a les necessitats de la macroeconomia mundial i, a la pràctica, el país acaba sumit en les pràctiques competitives del neoliberalisme. La suposada incapacitat dels negres per administrar l'economia del país és un altre mite que amaga unes veritats molt més sinistres: que és molt més fàcil crear una societat pròspera per a una minoria deixant una majoria sense oportunitats ni recursos, i que, quan el govern de l'apartheid va passar el testimoni, deixava en mans del nou govern un país a punt de fer fallida. A la pràctica, els negres se segueixen culpabilitzant per aquesta suposada inferioritat, mentre que el repunt de la sida i l'auge de pràctiques com la bruixeria i l'espiritisme entre la població negra es perceben com a confirmació per als més escèptics de la impossibilitat de crear una nació africana moderna.
Lluny d'aquest pessimisme, però, Fairbanks demostra les fal·làcies inherents a aquest tipus de percepcions esbiaixades entre dues comunitats condemnades a conviure juntes però que no es comuniquen prou. Qualsevol crítica a la gestió corrupta del govern de Jacob Zuma per part dels blancs progressistes serà atacada com a racista, de manera que aquests aniran inhibint-se del debat públic, mentre que el discurs supremacista blanc dels racistes desacomplexats anirà creixent com a forma de resistència contra aquesta demanda implícita de correcció política. Mentrestant, els negres es negaran a reconèixer problemes socials endèmics, com el de la violència sexual, per exemple, per evitar haver d'anar a buscar les seves arrels en els traumàtics anys de l'apartheid. Els hereus és un relat de les pors que projectem en els altres per evitar veure'ns-hi retratats: els blancs projecten en els negres totes les violències que en el passat ells havien exercit; mentre que els negres projecten en els blancs l'empremta de la despossessió i la victimització que van patir durant els anys de la seva opressió. Conviure amb el botxí entrena en la pràctica diària de la negació i de l'oblit com a mecanisme de supervivència. Els hereus observa amb una mirada certament distanciada i a estones políticament incorrecta l'impacte psicològic, polític, econòmic i social que aquest silenci causa en els ciutadans sud-africans en l'actualitat.
Continguts: La primera part del relat ens posa en antecedents - potser de forma una mica accelerada - sobre la situació de conflicte a la Sud-àfrica de l'apartheid, i arriba fins al moment de l'alliberament de Mandela. La segona part il·lustra els anys post-apartheid, i com la construcció de la nova Sud-àfrica democràtica, a partir de l'any 1994, impacta sobre la vida de les comunitats blanca i negra, que aniran canalitzant el seu desencís de diverses formes. La tercera part tracta de les relacions entre blancs i negres especialment en els darrers anys, en què la bretxa socioeconòmica i la desigualtat racial s'han anat fent cada cop més profundes. Finalment, la darrera part és un recull de la majoria d'idees que s'han anat exposant, i deixa la reflexió inconclusa respecte a les direccions que prendrà la situació en el futur. Fairbanks aprofita també per traçar alguns paral·lelismes amb la seva pròpia experiència al sud dels Estats Units, tot i que cap de les seves reflexions és del tot definitiva.
M'agrada: És un relat que analitza els problemes polítics, socials i econòmics que descriu donant-ne una visió també psicològica, pel que fa a com afecten aquests conflictes a la vida quotidiana de cada persona de forma individual. En aquest sentit guarda un equilibri molt ben trobat entre les perspectives micro de les vides dels protagonistes i una anàlisi més àmplia de les causes històriques del conflicte que tracta.
Aquesta setmana hem sabut que M. Rajoy estava informat de l'operació Catalunya, maniobra concertada pel govern i la policia espanyoles per fabricar acusacions falses de corrupció contra líders independentistes. No és que sigui gaire notícia, a aquestes alçades, tan sols confirmació de fets que ja eren ben sabuts. I del recorregut judicial que pugui tenir el cas; bé, ja sabem qui juga a casa. Mentrestant, Sánchez fingeix que s'indigna contra els tripijocs del partit popular, però evita dir res sobre el cas Pegasus.
Siento repetirme. Pero es difícil escribir de otra cosa mientras hay un genocidio en marcha sin que nadie mueva un dedo para frenarlo. Solo Suráfrica se ha decidido a llevar al gobierno israelí ante la Corte Internacional de Justicia de la ONU, acusándolo de prácticas genocidas y exigiendo al tribunal que ordene urgentemente un alto el fuego en Gaza.
Lo de la urgencia no es un capricho: según UNICEF, cada día mueren o resultan heridos más de cuatrocientos niños debido al bloqueo y la incursión militar israelí. Y no se trata solo de niños. En total, y solo en Gaza, la cifra de muertos supera ya los 25.000, la mayoría civiles víctimas de ataques aéreos. Esto sin contar los heridos y desaparecidos, o los que mueren más lentamente por no contar con asistencia médica, fármacos o alimentos suficientes.
¿Es esto un genocidio? Pues ustedes verán. Si encerrar a más de dos millones de personas en 45 kilómetros cuadrados, dejarles sin comida, agua o asistencia médica, y bombardearles día y noche durante meses no responde a la intención de acabar con ellos, que venga Dios – incluido el de Israel – y lo vea.
¿Es demostrable la intención genocida? Pues no hay más que escuchar las proclamas del propio Netanyahu, o de alguno de sus ministros o diputados, llamando al ejército a borrar Gaza de la faz de la tierra, incluso con armas nucleares si hiciera falta. Aunque lo más grave aquí es que, más allá de la camarilla de fanáticos supremacistas y ultrarreligiosos que gobierna el país, parte de la población se ha dejado llevar por la creencia de que «los palestinos se lo merecen», y que son la mayoría de ellos, y no solo Hamás, los responsables de los ataques terroristas del 7 de octubre (misteriosamente conocidos, por cierto, y desde hacía meses, por la inteligencia israelí).
A esta tendencia a culpabilizar a todo un pueblo (increíblemente prendida en quienes tantas veces han sufrido de la misma e injusta acusación colectiva) se le suma la idea, exhibida sin complejos, de que los palestinos, salvo como mano de obra barata, ya no pintan nada en Palestina, dado que esta es, definitivamente, la tierra prometida por Dios a los judíos (y no el Estado que les concedieron, por su divina gracia, las potencias coloniales occidentales tras la 2ª Guerra Mundial). De ahí que, además de la masacre de Gaza, se haya incrementado la política de acoso y asesinatos a palestinos por parte de colonos judíos ultraortodoxos en Cisjordania, la otra «reserva india» en que sobreviven confinados los descendientes de los expulsados de sus casas en 1947 para construir la patria judía.
Ante todo esto, la defensa israelí en La Haya ha consistido en esgrimir el derecho a la autodefensa, afirmar que se está haciendo todo lo posible por evitar víctimas civiles, acusar a Suráfrica de tener vínculos con Hamás, y recordarnos que ellos sí que vivieron realmente un genocidio.
Dejando esto último a un lado, y obviando la tramposa frivolidad con que se acusa de antisemita, y poco menos que de nazi, a todo aquel que se atreve a ponerle el más mínimo pero a la matanza de Gaza, el resto de los argumentos son de un cinismo que corta la respiración.
En cuanto a la autodefensa, nadie ha negado el derecho de Israel a defenderse. Lo que se cuestiona es el modo de hacerlo. El derecho a repeler los ataques terroristas de Hamás no implica que se pueda bombardear y matar de hambre a dos millones de personas por si cae algún terrorista en el lote. ¿Se imaginan que ante el acoso reiterado del terrorismo del IRA o de ETA, los gobiernos británico o español hubieran encerrado a la gente del Ulster o el País Vasco, les hubieran dejado sin comida, luz y agua, y les hubieran bombardeado día y noche durante meses? ¿Cuántos «Guernicas», uno detrás de otro, tendría que haber pintado Picasso para denunciar esa masacre? Pues es esto, y no menos, lo que se está perpetrando impunemente en Gaza.
En cuanto a acusar a Suráfrica de tener vínculos con Hamás, tiene gracia que lo haga el país y el dirigente (Netanyahu) que ha defendido personalmente la necesidad de financiar a Hamás como estrategia para mantener divididos a los palestinos e impedir que avanzaran hacia la consecución de un Estado propio.
Así que no. Es una repugnante mentira afirmar que el gobierno y el ejército israelí están haciendo lo posible para evitar víctimas civiles. Están perpetrando una matanza sin paliativos en el campo de concentración en que han convertido previamente a Gaza. Y Occidente entero, salvo la honrosa excepción de Suráfrica, está tapándose los ojos y la nariz ante este hecho. Algo que, por cierto, tendrá consecuencias. Porque tengan por seguro que si algo van a provocar estos crímenes de Estado es más violencia e inseguridad para todos. Denle tiempo al tiempo.
I
Con cada vez mayor frecuencia me siento como un viejo cascarrabias al que la mayoría de las cosas que pasan le parecen poco serias. Cuando esto ocurre me pregunto si ser joven no se reducirá a tomarse la vida demasiado en serio. Me refiero a la inconsistencia de lo que se presenta como obvio, a ese componen de patio de colegio que tiene la política, etc.
II
¿La escritura es un refugio por lo que tiene de ejercicio solipsista?
III
Cuando todo parece irreal es el momento de cocinar algo que inunde la casa con aromas viejos. Ayer fueron unos pies de cerdo. El domingo, un cocido.
IV
Los catalanes le han puesto un 6,9 a su felicidad. ¿Es esto serio? Barcelona es tan poco seria que tiene, a la vez, una de las tasas de fertilidad más bajas y una de las tasas de esperanza de vida más altas.
V
Repaso con Juan Bueno que todo esté listo para una videoconferencia que tengo que dar esta tarde a profesores de Málaga. Compruebo, una vez más, lo torpe que soy en cuestiones tecnológicas. Los meros nombres de las cosas son para mí como una barrera infranqueable. Pero a la gente les gusta pronunciarlos con la misma seriedad con que hablan de estrafalarios nombres de medicamentos.
VI
Buena parte de lo que hacemos es una búsqueda de paliativos existenciales. Esta búsqueda fracasada es lo más serio del hombre.
I
Andamos por Cataluña con una sequía considerable y con cielos primaverales. Los amaneceres son de lujo.
II
Me llamó ayer Eva Millet porque anda escribiendo un artículo sobre el miedo de las nuevas generaciones al futuro. Le digo que no es tanto miedo al futuro como miedo a sí mismos. Los jóvenes ven al hombre como un desastroso gestor de sus recursos, lo cual los condena a vivir en una grave incertidumbre y a soñar con la posibilidad de un poshumanismo o de un transhumanismo.
III
Julio Borges Junyent y Javier Ormazábal Echeverría han escrito un libro más que interesante, La posmodernidad en jaque, que quiere ser ni más ni menos que un debate entre C.S. Lewis y Gianni Vattimo. Julio me envío un ejemplar con una nota manuscrita: "Nuestra intención con este libro es contribuir con seriedad, argumentos y casos de la vida real al combate cultural que erosiona la verdad y la dignidad humana".
No me gusta la expresión "combate cultural". Pero no me gusta por una cuestión táctica. Como decía Maquiavelo, quien quiere ir a la guerra en serio comienza proclamando que lo que busca es la paz.
IV
Javier Sánchez Menéndez me envía las galeradas de mi nuevo libro de aforismos, que se titulará Una búsqueda triste de alegría. Creo que es el mejor libro de aforismos que he escrito, porque es el más sincero.
Hartmut Rosa dedica un voluminós llibre a desenvolupar el concepte de ressonància, front l'acceleració i l'alienació. Byung Chun-Han proposa el concepte d'aroma, el sentir l'aroma del temps per tal de lliurar el temps modern de la seva acceleració i el seu caos, la seva dissincronia. Curiós el recurs de pensadors contemporanis a conceptes estètics.
A John Müller lo conocí hace ya algunos años en Valladolid y me cayó muy bien. Estábamos invitados a una cosa bastante loca que organizó Quintana Paz cuando era profesor... creo que de la Miguel de Cervantes. Estaban también María Blanco, Vidal Arranz, Jaume Vives... y una "dominatrix" que, según nos dijo, se llevaba muy bien con su suegra.
Recuerdo de aquellos días especialmente un largo paseo nocturno con Juan José Laborda, que hablaba, con cierta melancolía, del poder absoluto de la efebocracia en política. Dijo muchas cosas y en todas ha acertado. Pues bien, el día 13 de diciembre John Müller me hizo una larga entrevista en el CaixaForum de Madrid. Ese mismo día me entregaron el Premio magisterio.
Esta mañana he mantenido una disputa considerable, a cara de perro, con un vecino de mi pueblo. Creo que tenía razón yo, pero eso, ahora y aquí, es lo de menos. Lo importante es que al final de la bronca me ha llamado "altivo". Y yo he pensado que no debía enfadarme con alguien que que sabe utilizar este adjetivo. Pero él se ha dado media vuelta y se ha ido, muy enfadado, y no he tenido oportunidad de decírselo. Si por casualidad me lee, que sepa que, por mi parte, todo olvidado.
I
Fui un gran dormilón. Hasta bien entrada mi juventud, el paraíso era para mí un lugar en el que podías dormir ininterrumpidamente cuanto quisieras y nadie vendría a arrancarte de la cama con premuras. Ahora, sin embargo, hay días que a las 5 de la mañana ya estoy leyendo o escribiendo. Y resulta que me gusta madrugar y seguir el amanecer cotidiano, tan igual, tan nuevo, tan distinto día a día.
II
Hay libros que se te resisten. No es que no te gusten. No es que no los consideres relevantes. No es que estén mal escritos... Es, simplemente, que se te resisten. Comenzaste a leerlos hace meses y los tienes aquí delante llamándote la atención. Los coges. Lees unas cuantas páginas. Subrayas tal o cual idea que te parece brillante. Y los dejas para leer otras cosas. Pero no los abandonas. Es lo que me está pasando con "La presentación de la persona en la vida cotidiana", de Erving Goffman (Amorrortu, 1987).
III
Hay encuentros que dejan un sabor largo y cordial en la memoria, y te gusta darles una vuelta y volver a rememorar aquel gesto, aquel detalle, aquella palabra. Es lo que me está pasando con mi visita a la escuela La Pau.
IV
Olga Sanmartín me cita en un artículo de El Mundo: «Sabemos lo que somos capaces de recordar. Por tanto, cuanto menos seamos capaces de recordar, menos sabemos», sostiene el filósofo Gregorio Luri, que arremete contra aquellos que dicen que aprender de memoria no sirve para nada porque todo está en internet. «¿Para qué viajo si todo lo puedo ver en internet? Viajo porque la experiencia es sólo mía. Y lo mismo pasa con el conocimiento», argumenta el autor de La escuela no es un parque de atracciones.
Luri recuerda que una vez un profesor le preguntó: «¿Para qué sirve aprenderse de memoria una fecha histórica?» y él le respondió: «Aprenderse una fecha histórica no sirve para nada. Aprenderse 10 fechas es útil. Y aprenderse 30 permite tener un mapa cronológico de la Historia».
"El feminisme posthumà és capaç de fer una anàlisi pertinent de les relacions de poder contemporànies, perquè ha renunciat tant a la visió liberal de l'individu autònom com a l'ideal socialista del subjecte revolucionari privilegiat."
Rosi Braidotti: Feminisme posthumà
"Nosaltres, que no som-tots-el-mateix-però-que-estem-junts-en-això.2
Cal coneixement posthumà per afrontar:
Ahir l'estat de Sudàfrica demandava l'estat d'Israel davant del Tribunal Internacional de Justícia de la Haia per actes amb intencionalitat genocida contra el poble palestí que viu a la franja de Gaza.
Fa nou anys, escrivia al blog sobre la decisió salomònica del mateix tribunal sobre els crims de guerra comesos durant la guerra dels Balcans, i el seu rebuig a dictaminar-los com a genocidi: davant les acusacions creuades entre Sèrbia i Croàcia, el tribunal es va decantar per donar com a provada la "neteja ètnica" (treure els individus d'un poble d'un territori determinat) i rebutjar les de "genocidi" (conjunt de mesures concertades amb l'objectiu de destruir un grup). Va semblar una solució de compromís per no donar la raó a un dels bàndols i poder marcar un punt i final a un episodi tan tràgic per a Europa apostant per mirar endavant més que enrere. Žižek explicava amb molta claredat, al seu article "Ethnic Danse Macabre", la incomoditat equidistant d'occident davant de l'empresa genocida sèrbia.
Entre els arguments que es van esgrimir llavors va sonar força el de la singularitat històrica de l'Holocaust. A mi, en aquell moment, no se'm va acudir posar-la en dubte, cosa que em sorprèn ara per ara, quan miro enrere i llegeixo el post antic. Si rebutgem que la mateixa paraula pugui ser emprada per a esdeveniments amb característiques similars, hauríem de buscar una singularitat històrica per a cada esdeveniment en concret. Obriríem una mena de debat dels universals inacabable sobre cada nova atrocitat i crueltat política que algú imposés sobre els veïns.
Per això amb aquesta notícia em venia al cap aquesta altra, del mes passat. La periodista russa-estatunidenca Masha Gessen es va desplaçar a Alemanya per recollir el premi Hannah Arendt de Pensament Polític enmig d'una polèmica a causa d'una columna que va escriure per a The New Yorker en què rebutjava la singularitat històrica de l'Holocaust i comparava l'operació de l'exèrcit israelià sobre Gaza amb la liquidació d'un ghetto. El seu argument és que prendre's l'Holocaust seriosament implica observar-ne paral·lelismes amb el present, per assegurar que aquests fets no tornin a passar.
Actualitzo el 14 de gener: El govern de Namíbia es fa la mateixa pregunta.
I
Estar jubilado es una buena cosa. Te permite, primero, seguir vivo, y, segundo, disponer de tiempo para bajar tus ideas de la nebulosa de tus pensamientos a lo concreto de la escritura. Con este descenso siempre se enriquecen, porque escribir no es solo un medio de transmitir ideas. Es, sobre todo, un medio de tenerlas. Escribir con libertad significa con frecuencia, someterse a la lógica que va desplegando tu propia escritura. Si, además, eres un poco disciplinado y lees cada día un par de horas (al menos) y escribes otro par (al menos), el trabajo cunde.
II
Escribo "el trabajo cunde" y pienso en un verbo que utilizaba mi madre y que yo hace tiempo que he dejado de utilizar. "Aunecer". Significa aumentar, cundir, dar de sí o rendir una obra o trabajo. Me imagino que proviene del latín "adolescere", "crecer". Recuerdo la expresión "aunece más que el arroz".
Es curioso comprobar cómo estas palabras se despiertan y sacan la cabeza del fondo de tu memoria, impregnadas de recuerdos antiguos, demostrando así que la memoria es mucho más compleja y menos olvidadiza de lo que tendemos a pensar.
III
Sobre aprender de memoria. Cada vez que oigo eso, hoy tan común entre pedagogos a la violeta, de que no hay que aprender cosas de memoria porque se olvidan pronto y además todo está en internet, pregunto: "¿Y para qué viajar, si todo lo que puedas ver ya lo tienes en un vídeo en internet?" En este caso se me suele contestar que para tener la experiencia propia de algo. "Pues por eso mismo hay que memorizar, para guardar la experiencia propia del conocimiento.
Aumentar. cundir. dar de sío rendir una obra o trabajo.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Esta última semana hemos asistido de nuevo a la controversia acerca de si disfrazarse de rey Baltasar sin tener la piel negra es o no una práctica racista. Algunas asociaciones y opinadores de tendencia progresista piensan que sí, comparando el hecho con esa especie de delito moral que es el «blackface» norteamericano (severamente castigado allí con la pena de cancelación). Ahora bien, ¿es esta posición razonable aplicada a nuestros reyes y pajes navideños? Atendamos a los argumentos de la acusación.
El primero y principal es que disfrazarse de negro era común en ciertas operetas decimonónicas en las que se caricaturizaba de forma humillante a los negros, por lo que disfrazarse también ahora supondría una autorización implícita de aquellos viejos y denigrantes espectáculos y un insulto a todo el colectivo. ¿Es este un buen argumento? La verdad es que no. Aceptarlo supone incurrir en la falacia de enjuiciar la totalidad de una práctica (maquillarse de negro) por el uso particular que se hizo originalmente de ella (maquillarse así para burlarse de los negros). Y esto no es muy sensato. Si fuera justo no hacer nada que otros hayan hecho antes con aviesas intenciones, sería injusto hacer casi cualquier cosa. ¿Deberíamos entonces negarnos a llevar un pendiente en la nariz (objeto con que se hacía algo más que burla a los esclavos negros), o dejar de adorar crucifijos (dado que también los usan los fantoches criminales del Ku Klus Klan), o negarnos a interpretar ciertos temas de jazz por haber sido popularizados en aquellos «minstrels» en los que se caricaturizaba a los negros hasta principios el siglo XX? Todo esto no parece lógico: algo puede ser aceptable independientemente de su origen; y quien se maquilla de negro para encarnar al rey Baltasar y su corte de pajes no lo hace hoy para burlarse de las personas negras, sino para encarnar la figura de un rey oriental sabio, justo y generoso.
Otro argumento esgrimido por los que se oponen a la tradición de los baltasares maquillados es que esto invisibiliza o contribuye a marginar a las personas realmente negras, que son las que deberían representar a dicho rey mago en celebraciones como la cabalgata del cinco de enero. Ahora bien, este argumento confunde el rito teatral de la cabalgata con un problema social. Y no son lo mismo. Una cosa es que en un rito festivo haya maquillaje y disfraces, y otra que se discrimine (en ese rito o en cualquier otro ámbito) a quien no sea blanco. Tan lícito es lo primero como inaceptable lo segundo. Maquillarse de negro es tan legítimo como ponerse una barba postiza o una capa real. No conozco ningún criterio estético serio (ni el del realismo más naíf) que impida a alguien representar cualquier papel si lo hace bien, independientemente del color de su piel, su género u otras circunstancias particulares. Y si nadie en su sano juicio pediría que quien hiciera de Melchor fuera realmente un mago venido de Oriente y perteneciente a la realeza, tampoco se debería exigir que quien representara a Baltasar tuviera que ser obligatoriamente negro. Otra cosa, esta sí repudiable, es que se margine o invisibilice a las personas de piel negra, y no se las acepte para representar a Baltasar (o a Melchor, o a Gaspar, o a lo que sea) solo por ser negras, y no por no ser actores o personas relevantes para la comunidad, que son dos de los criterios más frecuentes para escoger a quienes hacen de Reyes Magos en las cabalgatas. En las cabalgatas que conozco, al menos, se escoge a las personas que van a representar a los RR.MM. por su relevancia social, y no me parece mal que esto sea lo que prime por encima del color de piel (al contrario sí que me parecería racismo). Otro asunto, distinto, es que todas las personas, sean del color que sean, puedan aspirar en igualdad de condiciones a esa relevancia social, pero esto, digo, es otro asunto, previo y más trascendental al de quién se disfraza de Baltasar en una cabalgata.
Un tercer argumento es que disfrazarse de Baltasar con maquillaje incluido supone hacer una caricatura insultante que fomenta prejuicios. ¿Pero es esto necesariamente cierto? Piensen que cualquier disfraz implica casi consustancialmente hacer una caricatura o síntesis de aquello que representamos a través del maquillaje, la ropa, los ademanes, etc. ¿Deberíamos entonces prohibir todo disfraz (no solo de negro, sino también de blanco, pijo, ruso, roquero, geisha, obispo, mendigo…), toda vez que siempre podría haber un colectivo acusándonos de estar haciendo una caricatura prejuiciosa de sus rasgos identitarios? Tomen nota, ahora que se acerca el carnaval…
Pero incluso si fuere ese el caso (que dudo que lo sea en el caso de nuestras cabalgatas de Reyes), ¿por qué habríamos de censurar las caricaturas? No veo por qué en una sociedad libre, abierta y plural no se haya de poder caricaturizar todo lo que se desee, siempre que la intención no sea la de agredir o discriminar a nadie, y que se trate del lugar y el momento adecuado (vale en un carnaval o una revista satírica, pero no en un parlamento o aula de enseñanza).
Un cuarto y último argumento es el de que los niños no creen con el mismo fervor en los Reyes Magos si Baltasar no está encarnado por una persona realmente negra. Pero esto me parece francamente ridículo. Los niños no tienen una imaginación necesariamente realista, y son bastante duchos en el juego simbólico: pueden aceptar perfectamente a un actor no negro haciendo de Baltasar (como han hecho siempre) mientras posea los correspondientes atributos simbólicos (entre ellos, la tez morena), y sin que dichos atributos tengan que ser reales (¡para algo son magos!). Igualmente, podrían aceptar un Rey Mago mujer o un Papa Noel asiático, siempre que los personajes portaran dichos atributos simbólicos (corona, barriga, etc.). Si los niños solo pudieran ilusionarse con personajes realistas Disneylandia tendría que cerrar mañana...
Por cierto, y como me las veo venir: con todo esto nadie quiere decir que no haya que luchar ferozmente contra el racismo (como se ha hecho desde esta columna tantas veces), sino solo que hay que ser más sensato y no dar pretextos al enemigo para que ridiculice esa misma lucha – ni motivos a los amigos para que tengan miedo de ella –. Eso es todo.
I
Aquí, en Ocata, el invierno sigue demorándose. Hace fresco, pero es un fresco tonificante, casi cordial, que se combate bien con un poco de ropa y una bufanda. Al atardecer apetece salir de casa y apretar el paso por las calles del pueblo.
II
Una universidad me invita a visitar Perú. He aceptado encantado. ¿Acaso una persona en sus cabales puede negarse a visitar ese país? Nunca me ha interesado mucho viajar a África o a países exóticos y remotos del Oriente, pero América... América ha formado parte de mis sueños desde que en la remota infancia jugaba a indios y vaqueros. Cuando en mi primer viaje a los Estados Unidos recorría California, Nevada, Utah, Arizona y Nuevo México, tenía la permanente sensación de estar viajando por mi propio imaginario. Todo me recordaba a alguna película o a alguna novela y me veía a mí mismo dentro de esos recuerdos. Después he viajado a México, a la República Dominicana, a Colombia, Ecuador, Uruguay... y allí quedaba Perú, como una ilusión postergada a la que, sin embargo, era imposible renunciar, porque sería como renunciar a mis lecturas juveniles de Vargas Llosa o Brice Echenique. Hay muchas cosas de España que solo se ven desde América y hay muchas cosas de América que solo se comprenden desde España.
III
Mail de Betty:
"Savez -vous que le compagnon de Gabriel Attal s’appelle Stéphane Séjourné, député européen et proche conseiller de Macron?
Ah! Laurette, Serge, qu’êtes-vous devenus dans le placard de G.?"I
Es curioso nuestro tiempo. Lo posible parece haberse comido lo real de tal manera que no nos sorprende que una mujer quiera casarse con un árbol, un loco se corte una pierna para demostrar su dominio de sí, o un excéntrico médico chino anuncie la posibilidad de un transplante de cabeza, pero convertimos en noticia, en todos los medios, el hecho de que en invierno haga frío.
II
Ayer por la mañana desayuné en el Café de la Ópera, en las Ramblas. Hacia al menos 30 años que no entraba allí. Todo es distinto, aunque todo está igual. Ayer me pareció solo un café caro que conservaba una decoración de otro tiempo. Después fui a grabar un programa de televisión y acabé la mañana en unos grandes almacenes, aprovechando las rebajas. No había más que jubilados con sus mujeres que tardaban una eternidad en salir de los vestuarios. En la mayoría de los casos ellos eran maniquís de los caprichos de ellas. Ellos insinuaban querer estos pantalones o aquella camisa, pero ellas decidían qué pantalones y qué camisas les iban bien. Y solían tener razón.
III
Cada cosa que nos pasa no es sino el último eslabón de una larga cadena de improbabilidades que viene a dar casualmente en nosotros. ¿Qué probabilidades había de que ese señor, precisamente ese, salga del vestuario con ese pijama puesto, me pida que le vigile las cosas y se recorra media planta en busca de otro pijama dos tallas mayor? ¿Y de que en el tren de vuelta a casa se siente frente a mí una joven brasileira con el cuerpo atravesado por piercings? Podríamos decir que nuestra biografía es el intento de convertir la sucesión de lo improbable en un relato con introducción, nudo y desenlace.
Neurologia de la maldat. Contra-pedagogías de la cruedad, Rita Segato. Denúncia del "pensamiento edificante" (per exemple, atribuir el mal a psicòpates). Vergonya d'espècie. Naixem ja començats. Som animals intersubjectius; jo soc un teixit de relacions. Deshumanitzar l'altre no és l'única forma de mal, hi ha vegades que no deshumanitzes, sino que humanitzes, per exemple perjudicar algú a la feina. Indiferencia quotidiana respecte el mal. Diferència entre reaccionar i respondre. Respondre és reflexionar abans de donar resposta.
Foto de Mo Eid |
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
¿Es bueno obsesionarse con los planes y propósitos de año nuevo? Por supuesto. Hacer planes tiene muchísimas ventajas. Es útil para fingir que controlas tu vida, para soñar, para entretener el amor, para gozar con los amigos y, sobre todo, para no hacer otra cosa que esa. Hacer planes es algo tan insuperablemente bueno que, de hecho, anula cualquier otra posibilidad de acción.
Que planear sea un bien insuperable es algo que todo el mundo sabe. Por mucho y bueno que sea lo que hagamos, siempre podemos soñar o planear algo mejor. Nuestra capacidad de imaginar es infinita; nuestras fuerzas, no. Entonces, ¿para qué matarse intentando llevar a cabo lo que nos proponemos? ¿No es mejor pasarse el día concibiendo y compartiendo ensueños? ¿Quién quiere ser una alienada hormiga amontonando logros en lugar de la cigarra que los inspira? Los humanos, como decía el poeta, estamos hecho de la materia de los sueños.
Que los seres humanos somos más cigarras que hormigas está claro. Nos define lo que hacemos con la cabeza, no con las manos. Para esto último (y para la parte mecánica de lo primero) ya están las máquinas. De ahí el lógico desprecio a los oficios menestrales y mecánicos que nos deshumanizan, y el gusto por la especulación y el vagabundeo mental. En esto, los católicos latinos siempre tuvimos la razón frente el sombrío culto al trabajo de los protestantes anglosajones. Y que estos hayan impuesto su diabólico mundo de hormigas, consagrado a los peores vicios (esa obsesión por explotar, producir, acumular…), no desdice la superioridad moral de nuestros hidalgos, filósofos y santos, dados al ocio, la contemplación y a una saludable pobreza (que no miseria) material.
Deshágase, pues, la idea de que procrastinar es un vicio. Lo será para algunos bárbaros. Aquí lo reconocemos como una virtud. Y de las mayores. El ser humano se realiza procrastinando, esto es: deseando, proyectando, imaginando y pensando, sin nunca pasar de ahí… Más que nada porque no hay «a donde pasar». Toda realización de lo planeado es por fuerza dolorosa, decepcionante, mortal e inútil. Ya lo decía Oscar Wilde: «cuando los dioses quieren castigar a los hombres les conceden sus deseos».
Un viejo cuento pitagórico afirmaba que de los tres tipos de personas que van a un estadio, solo el espectador hace lo que no puede hacer ningún otro animal: contemplar ociosa y libremente el mundo. El resto – el comerciante, el atleta – no hace más que someterse a la ley natural del interés y el músculo (y que nuestra sociedad idolatre hoy a comerciantes y deportistas ofrece la medida justa del desastre). Es por ello por lo que grandes artistas y pensadores se han dedicado «solo» a idear y teorizar con mayúsculas. ¿Para qué más? (ya vendrían discípulos y escolásticos a hacer lo más minúsculo y degradante). Incluso el protestante Kant reconoció que la libertad y perfección de los humanos solo podían darse en el ámbito etéreo de los fines, y no en el de las acciones mundanas, fatalmente determinado por las leyes físicas.
Así que ya saben: no se dejen tentar por la conformista y mortal tentación del hacer. No hay caricias, versos, amores ni mundos que puedan superar a los que albergamos en nuestra calenturienta sesera. Ni placer más excelso que compartir delirios. Recuerden cuántos castillos en el aire (negocios, viajes, proyectos, teorías salvadoras del mundo…) hemos edificado con amigos y amantes, gozando de cada pieza, y sin necesidad de exponerse al fracaso, contraer deudas, pagar comisiones morales o dejar muertos en las cunetas.
No hay peor pecado que lo que los pobres de espíritu llaman «acción» (y que no es más que triste pasión del alma sometida a lo que ni le va ni le viene). Tenemos el mundo podrido de tanto botarate hiperactivo no dejando infinitamente para mañana lo que se siente torpemente impelido a hacer cuanto antes, sin realmente hacer ni aprender nada. El verdadero sabio aprende de la reflexión, no de la acción (solo el más burro tiene que dejarse caer para descubrir la fuerza de la gravedad). Mientras que el paladín del hacer cosas pierde el tiempo, el que procrastina lo hace. «Hacer tiempo», y no ocuparlo vana y angustiosamente; esa es la clave de una vida buena y feliz.
Dicho todo lo cual, y frente a la legión de bandarras que ofrecen cursos para no procrastinar, propongo hacer de la procrastinación (palabra horrible cuya pronunciación dan ganas de aplazar sine die) una suerte de nuevo culto. Lo llamaría «dejadismo» (o algo así), y sería un término medio entre el «hacer todo lo que deseas» del protestantismo triunfante, y el «hacer por no desear nada» del budismo alternativo; su principal y único mandamiento sería este: «limítate a desear». ¿Os parece esto poco? Pues es lo mejor que tenemos. Así que, ya saben: a soñar los mejores planes para este 2024. Con el firme propósito de no cumplirlos.
I
"A veces pienso -me dice M. en el cercanías- que soy la versión desechada de mí mismo".
No le hago caso, sé que simplemente le gustan las frases así, un poco dramáticas, pero en cuanto me quedo solo -¿no te sabrá mal, verdad, M.?- la escribo en el móvil para no olvidarla. Al llegar a casa decido recuperar el blog. A ver si consigo mantenerme fiel.
II
Decidí comprarles un pastel a los curas del pueblo y me presenté en la casa parroquial con él, tan ufano. Pero a pesar de que llamé con insistencia en la gran puerta de la entrada, no me abrieron. Al dar la vuelta a la casa vi que estaban en una planta superior de sobremesa. Intenté llamar su atención, pero como no lo conseguí, me fui para casa con el pastel en la mano. El problema es que estaba de Rodríguez y me parecía excesivo para mí solo. En esto vi que venía en dirección contraria a la mía una mujer relativamente joven a la que la vida no ha tratado nada bien y ella, para resarcirse, no para de beber cerveza, desde primera hora de la mañana. Se nota bien por dónde ha pasado a lo largo del día por el reguero de latas de cerveza vacías que va dejando.
- ¿Quieres un pastel? -le pregunté.
- ¿Qué?
- Que si quieres este pastel...
- Así, sin más.
- Sin más.
¿Pero por qué?
- Porque estamos en navidad.
Se lo di y lo aceptó con una cara de perplejidad un poco desconcertante.
- ¿Te puedo dar un abrazo? -me preguntó.
- ¡Claro!
Y se me abrazó como si yo fuera el salvavidas provisional de su naufragio.
- Muchas gracias -me dijo.
- De nada. Déjalo un par de horas para que se descongele.
Seguí mi camino y la dejé a mi espalda. A los pocos pasos escuché de nuevo su voz. Me volví. Ahora estaba acompañada de dos hombres que parecían haber salido de la nada. Los reconocí. Poseen la misma afinidad por la cerveza.
- ¿Puedo compartir el pastel con mis amigos?
- Es tuyo. Puedes hacer con él lo que quieras.
- Feliz Navidad.
La nueva ley europea de Inteligencia Artificial (IA) prohíbe los sistemas automáticos y remotos de reconocimiento biométrico, una tecnología racista, clasista y propensa a cometer errores, con excepción del contexto migratorio y policial.
Y nos preocupa la IA. Europa acordó esa primera ley de IA en noviembre, poco después de que Joe Biden emitiera una orden ejecutiva para someter su desarrollo a la seguridad nacional. El partido comunista chino prohibió entrenar modelos con contenidos que promuevan “el terrorismo, la violencia, la subversión del sistema socialista, el daño a la reputación del país” y acciones que “socavan la cohesión nacional y la estabilidad social”. Reino Unido reunió a 20 países en la primera Cumbre Internacional de Seguridad de la IA. Todos quieren controlar los usos y prevenir peligros que sólo existen en la fantasía colectiva propagada por los ejecutivos de las grandes empresas y la ciencia ficción. Pero nadie quiere contener el verdadero peligro: su rápida, aparatosa, sedienta e inflamable expansión.
El cuerpo de la IA es insaciable. Sus enormes infraestructuras de almacenamiento y procesamiento masivo crecen como una bacteria interplanetaria, metiendo sus gordos tentáculos en todas las fuentes de agua, energía, minerales y procesos administrativos y cognitivos disponibles. Come de todo: minas y salinas, plantas eléctricas, instalaciones nucleares, granjas solares, pueblos indígenas, estudiantes dispersos, periodistas estresados, poblaciones empobrecidas por la guerra, la sequía, el capitalismo y la globalización. Norteamérica aumentó un 25% su construcción de centros de datos, eso sin contar con los hiperescaladores: Google, Amazon, Meta y Microsoft. El CEO de Nvidia, el dealer de chips de alto rendimiento, calcula que van a gastarse mil millones de dólares en la expansión de una infraestructura capaz de alterar gravemente el precio y el suministro del agua y la electricidad. Eso tendrá consecuencias predecibles en el precio de la luz, la calefacción y el aire acondicionado, el transporte, los alimentos y el resto de la cadena productiva. Crece más rápido que las fuentes de energía sostenibles. Bebe más agua que la población mundial. Todas estas paradojas no son los síntomas de un brote psicótico colectivo ni los síntomas del declive cíclico e inexorable de la civilización occidental. Tampoco son los defectos del capitalismo. Son parte indispensable de su plan.
“El capitalismo es una máquina de inseguridad, aunque rara vez lo percibimos de esa manera”, escribió Astra Taylor en mayo de 2020 en la revista Logic Magazine. “Junto con las ganancias, los bienes de consumo y la desigualdad, la inseguridad es un producto fundamental del sistema. No es un subproducto incidental ni una consecuencia secundaria de la concentración de la riqueza; es una de las creaciones esenciales y habilitadoras del capitalismo”. La seguridad social favorece la empatía, la solidaridad entre vecinos y la colaboración. Favorece la ambición intelectual y espiritual sobre la económica y una interpretación generosa del mundo. Son valores en conflicto contra los principios fundamentales del sistema capitalista, como la competencia, la exclusión y la individualidad.
La máquina de inseguridad empieza 2024 habiendo metido muchos goles: la crisis medioambiental, la crisis mediática, el desencanto con la política. Las campañas oscuras de las plataformas digitales y la máquina de hechos alternativos de la inteligencia artificial. No es un buen año para que más de 3.500 millones de personas de unos 70 países salgan a votar.
Marta Peirano, Por una interpretación generosa del mundo, El País 02/01/2024
Galileo, en una obra titulada El ensayador, que cumple ahora 400 años, dice una frase que marca el inicio de la ciencia moderna y del culto al dato. “La naturaleza habla el lenguaje de las matemáticas”.
Descartes remata la apuesta asegurando que, si una ciencia quiere ser ciencia, tiene que ser matemática. Y con ese postulado se inicia la Revolución científica, que va estar dominada por la Física de Newton.
El dato no es algo neutral, sino algo “cocinado”. No es algo que está ahí fuera, sino que depende de nuestras intenciones. Esta es la conclusión a la que llegará el físico danés Niels Bohr con el principio de complementariedad: la naturaleza puede hablar muchos lenguajes, de hecho, hablará el lenguaje que le propongamos. Si le preguntamos matemáticamente, responderá con el lenguaje matemático. Si lo hacemos poéticamente, responderá con el lenguaje de la poesía. Lo mismo puede decirse del lenguaje de la química, la biología o el arte.La naturaleza es poliédrica. Esa es su magia. Pensar que hay un lenguaje privilegiado, que nos dice lo que ella es, esa es la superstición moderna. La matematización es una opción que tomó la civilización occidental y que ahora culmina con el culto al dato. Peor para tener un dato hace falta un instrumento de medida. Para tener un instrumento hace falta una teoría. Y para tener una teoría (nueva o revolucionaria) hace falta la imaginación creativa de un genio, de un investigador brillante. El dato es el producto final de todo ese proceso, que arranca con la imaginación.
La lucha por el estatuto de lo verdadero es tan antigua como la filosofía. Pero ahora las armas ya no son el talento narrativo, la persuasión o la habilidad dialéctica, sino los robots. Los razonamientos se han transformado en toneladas de datos. Lo cuantitativo predomina sobre lo cualitativo. Los datos sepultan la creatividad, son un aserto irrebatible, de corte absolutista, que prohíbe la excepción y no deja respirar a quien no se ajusta a ellos.
Juan Arnau, La erótica del dato conduce a la robotización de las personas, El País 01/01/2024
Estamos asistiendo a un profundo giro histórico. Durante la mayor parte de los dos últimos siglos, la izquierda se ha identificado con la ciencia y contra el oscurantismo; hemos creído que el pensamiento racional y el análisis sin miedo de la realidad objetiva (tanto natural como social) son herramientas incisivas para combatir las mistificaciones promovidas por los poderosos. […] El reciente giro de muchos humanistas académicos y científicos sociales «progresistas» o «de izquierdas» hacia una u otra forma de relativismo epistémico traiciona esta valiosa herencia y socava las ya frágiles perspectivas de una crítica social progresista.
La estructura del libro se puede dividir en dos parcelas o movimientos propios de las tácticas bélicas: la defensa y el ataque, en ese orden. Y pueden estar pensado: «Pero ¿no son ellos los primeros en tirar beef? ¿A qué viene la defensa?». Lo cual demostraría que han jugado poco al Age of Empires o a cualquier otro videojuego de estrategia en tiempo real. No vamos a juzgarles, siempre están a tiempo de enmendar ese despropósito. Recuerden entonces que las murallas y las torres lo son todo. Sokal y Bricmont se adelantan a la posible puesta en duda de la necesidad de ese libro. Es necesario, dicen, por la mella que los planteamientos relativistas están dejando en el modo de percibir la ciencia, reducida a un mito, un relato más para explicarnos el mundo, tan válido, supuestamente, como las explicaciones religiosas, las supersticiones o las fábulas. La base de ello está en que el relativismo epistémico-cognitivo pone en entredicho la capacidad humana de acceder a un conocimiento verificable por medio de los sentidos, incluso que exista algo así como la verdad o la realidad con independencia del contexto. Todo queda reducido a ficciones, al terreno de la subjetividad y a las construcciones del lenguaje.
Lo peor de esto (y aquí empieza el ataque) es que las élites intelectuales, responsables de predicar tales propuestas antirracionalistas, insertan vocabulario propio de las teorías científicas (literal) como si se tratase de una simple metáfora (literaria) susceptible de cambiar su significado según el objeto con el que se relacione. Extrapolan, por ejemplo, los teoremas de incompletitud de Gödel a un análisis sobre el lenguaje poético (Kristeva), o a una hipótesis sobre la organización de los grupos sociales con el fin de desvelar el «secreto de los infortunios colectivos» (Debray); recurren a los números imaginarios para hablar de falos (obviamente, Lacan) y a «una extraña mezcla de fluidos, psicoanálisis y lógica matemática» para ahondar en los problemas del goce femenino (Irigaray). O inventan términos que pueden llegar a parecer científicos, aunque nadie sepa lo que son, como el «hiperespacio de refracción múltiple» (Baudrillard), y confunden la teoría de la relatividad con el relativismo cognitivo (Bergson, Jankélévich, Merleau-Ponty, Deleuze).
¿Por qué lo hacen? Porque tienen una «profunda indiferencia, o incluso desprecio, por los hechos y la lógica», porque divulgan sobre materias que conocen superficialmente, porque han desplazado a la razón cediéndole su lugar a la pura intuición. Porque confunden oscuridad con profundidad. Según los autores de Imposturas intelectuales, estos filósofos franceses hablan así para que no se les entienda, pero sin perder en ello ni un ápice de su estatus intelectual, porque adoran los argumentos de autoridad para evitar justificar el salto de fe que realizan desde las matemáticas y la física a lo político, lo sociológico y lo metafísico. Porque representan la adaptación al siglo XX del cuento del emperador desnudo al introducir conceptos vaciados de significado.
Ana Rosa Gómez Rosal, Qui est ce putain de Sokal? (¿Quién coño es Sokal?), jotdown.es 28/12/2023
Estamos hechos de esperanza y horror por nosotros mismos, de principio y fin, de alba y crepúsculo, y también de noche, magia, memoria, deseo y fantasmas. No nos hemos despojado aún del bárbaro, cruel, codicioso animal humano que somos, cuando entramos en pánico por la máquina artificial que seremos. Y eso que desde el principio los occidentales nos imaginamos ser arte-factos, juguetes feroces con alma, creados por un dios artesano e inmaterial que se aburría, no fuera cosa que nuestra especie, sin la esperanza de un cielo ni el temor al diablo, sin ética ni metafísica para consolar la muerte, acabara devorándose a sí misma.
Después fue la metáfora de un dios relojero, y Descartes creyó que el humano era una máquina que piensa, a diferencia de la bête-machine sin conciencia y de la máquina artificial que ni siente ni piensa, mientras diseccionaba cadáveres buscando en la glándula pineal la residencia del alma inmortal, “algo —decía— extremadamente raro y sutil como un aliento, una llama o un éter”. En 1748 le replicó el pre-sadiano La Mettrie con El Hombre Máquina, afirmando que el alma, el pensamiento, no era más que un producto perecedero de la maquinaria corporal. Hoy, quienes aún separan cuerpo (software) y mente (hardware), sostienen que lo que llamábamos alma es un flujo y procesamiento de información que no tiene por qué asemejarse a la conciencia humana.
El impacto de la rápida evolución de la Inteligencia Artificial recuerda al generado por Darwin, cuando anunció que descendíamos del mono en el preciso momento en que máquinas cada vez más complejas alteraban de forma decisiva la vida cotidiana. Lo humano ya no podía ser definido sólo a partir de lo que nos distinguía del resto de seres vivos, de nuestras ficciones, monstruosas o espirituales, o de los autómatas mecánicos.
Si el ser humano había evolucionado desde la materia sin conciencia, «¡mira —decía Samuel Butler en 1871 en Erewhon—los avances que han logrado las máquinas en los últimos mil años!», Y se preguntaba: «¿No puede el mundo durar veinte millones de años más? Si es así, ¿en qué se convertirán al final? ¿No es más seguro cortar de raíz el problema y prohibirles seguir avanzando?». Butler temía que una nueva especie de máquinas autoconscientes, emancipadas y capaces de autorreproducirse, acabaran esclavizando o sustituyendo a la frágil especie de sus creadores, incapaces de vencer el tiempo, la maldad, la enfermedad o la muerte. Si el juguete humano dotado de conciencia se había rebelado contra los dioses y los había enviado al exilio, ¿no podían hacer lo mismo las nuevas especies? A no ser que fuera una ironía, como en la sátira de Heinrich Heine en la que un autómata persigue por toda Europa a su inventor, implorándole: «Give me a soul!, give me a soul!». El romántico alemán, que había leído a Mary Shelley y a Jean Paul, se burlaba del pensamiento mecanicista inglés, pero sobre todo expresaba la angustia de una Humanidad convertida en un enjambre de máquinas sin libertad y una vida vacía de sentido.
No han transcurrido veinte millones de años y Elon Musk piensa que «la Humanidad es el gestor biológico de arranque (biological bootlader) de la Superinteligencia Artificial». Los oligarcas tecnológicos se creen dioses que, como las divinidades del Olimpo en la Ilíada, juegan a su capricho con los juguetes humanos. Musk ayuda e impide a la vez que los ucranianos ataquen a la flota rusa de Crimea, Putin interviene en las elecciones norteamericanas y multitud de agencias privadas y estatales (chinas más que las de Silicon Valley) tienen acceso a un banco incalculable de datos privados para comerciar, vigilar y determinar opiniones, comportamientos y decisiones que los afectados adoptan creyendo que nacen de su libre albedrío, pues es sabido que la mejor manera de predecir comportamientos es inducirlos, determinarlos sin que lo parezca.
Lo que causa pavor no son las máquinas superinteligentes, espirituales o híbridas —tengan apariencia humanoide o transferido el cerebro al cuerpo mecánico de un computer—, ni siquiera la impunidad con la que multimillonarios, grandes corporaciones o gobiernos utilizan a su antojo ingeniería genética y tecnología de (des)información, sumisión y control, de manera más devastadora que religiones o ideologías totalitarias del pasado.
A mí me preocupan más los tecnoliberticidas del pensamiento, la maquina de descerebrar. Si no es realista desmilitarizar unilateralmente la tecnociencia, porque, según el dilema de Oppenheimer, «si no lo tengo yo, lo tiene el enemigo», ¿cómo hacer cumplir, por poner sólo un ejemplo, el derecho a la libertad cognitiva, el único reducto de privacidad que nos queda, cuando tenemos pinchados nuestros móviles y ya hay experimentos para leer nuestras mentes a partir del noble fin de sanar a quienes son incapaces de andar, hablar o escribir?, ¿o cuando las habilidades médicas para sanar los circuitos neuronales se utilizan para que los soldados maten con la gelidez de máquinas animales? ¿Son suficientes leyes como la recién aprobada por la Unión Europea sobre la Inteligencia Artificial, cuando faltan instrumentos de control democrático para hacerlas cumplir?
Ahora que hemos dejado de creer que somos la única especie inteligente en un único universo, una amalgama de teorías de transhumanismo y posthumanismo revisitan los conceptos que perviven en el imaginario colectivo en torno a la Creación, y por eso es inevitable que haya un barullo de cientificismo y misticismo, liberalismo y altruismo, en la constitución de una tan nueva como falsa Teodicea que diseña otra definición ontológica del ser humano. El posthumanismo compasivo relacional puede ser igual de peligroso que el transhumanismo que se centra sólo en la fría razón instrumental de la neurociencia evolutiva. Por el bien de la Humanidad, un ideario, una etnia, una nación, una obsesió de perfección, se han dado los delirios más perversos y cometido los crímenes más atroces.
No creo que el programa humanista, el «sapere aude» de Horacio, aliado con la ciencia y la conciencia social, haya demostrado su fracaso. De la misma manera que no basta con agitar el espantajo de los nuevos autoritarismos, si antes no se reparan y prestigian los desvencijados sistemas democráticos para garantizar una vida digna en un mundo más habitable, tampoco basta con demandar un control ético de la propiedad y uso de la tecnología, si no se contrarrestan activamente las estrategias de desculturización masiva que nos reconducen dócilmente a la granja humana. Humanos que externalizan sus cerebros (y la forma de pensar) en máquinas delirantes. A este paso, una tostadora tendrá más inteligencia que un alumno de bachillerato.
Josep Massot, Los dioses tecnológicos juegan con juguetes humanos, El Boomeran(g) 31/12/2023
No somos lo que hacemos, pero en el mundo en el que vivimos tendemos a la hiperactividad y estamos inmersos en una vorágine de “hacer por hacer”. Pensamos que la productividad, la eficacia y el resultado de las acciones nos definen como personas. De este modo, nos desconectamos de nuestra identidad más profunda. A través del asesoramiento filosófico, las preguntas del filósofo asesor van dirigidas a poner más conciencia sobre lo que no nos permite avanzar en nuestra vida. En este fragmento de una consulta filosófica la consultante afirma angustiada: “si no hago nada mi vida no tiene sentido” y, gracias al diálogo, acaba descubriendo que por mucho que haga no va a tener más sentido su vida, sino viendo si sus acciones se corresponden con sus anhelos más profundos. La experiencia real en la que se propició esta nueva comprensión se refleja en esta parte de la sesión:
NO SOMOS LO QUE HACEMOS escrito por Cristina Avilés:
Asesor: Me has dicho que necesitas ser productiva, que necesitas hacer mil cosas. Pero, ¿qué es para ti ser productiva?
Consultante: Creo que ser productiva es hacer muchas cosas en poco tiempo. Cuanto más hago creo que soy más útil.
A: ¿Las cosas que haces son siempre las mismas?
C: No, no hago siempre las mismas actividades. Por ejemplo, hago normalmente una hora de gimnasia. Eso lo hago fijo, pero después puedo variar, desde hacer un pastel, ver una serie en la televisión, coser un vestido, ir de compras… Lo importante es hacer lo máximo de cosas porque sino siento que es una pérdida de tiempo y me siento realmente mal cuando no hago nada. No puedo estar sin hacer nada. Me pone muy nerviosa.
A: Céntrate en ese malestar, ¿que sientes? ¿Puedes describirlo mejor?
C: Siento un vacío en el pecho, cierta ansiedad y percibo cómo se me acelera el corazón.
A: ¿Qué pensamientos te vienen a la cabeza?
C: Me viene a la cabeza que si no hago nada mi vida no tiene sentido, que ando perdida y sin rumbo. También pienso que la inactividad es sinónimo de caos y de falta de orden. La vida tiene que ser productiva y si no hago nada, ¿cómo voy a llegar a algo bueno en mi vida?
A: ¿Crees, entonces, que ser productivo tiene que ver con el número de actividades que realizas?
C: Ahora que lo dices, lo empiezo a mirar de otro modo. Me estoy planteando que quizás no se trata de hacer tantas actividades porque me siento igualmente vacía, sino de otra cosa…(silencio de 1 minuto)...puede que no me esté planteando por qué hago esto y no lo otro… que no vea el sentido de mis acciones.
A: Esto que dices sobre el sentido, creo que puede ser muy revelador. ¿qué consideras que es actuar con sentido?
C: (Silencio de dos minutos). Creo que es cuando hago las cosas porque las quiero hacer de verdad. Lo que pasa es que no sé lo que quiero de verdad. Ahora reconozco que tengo que centrarme en ver esto y mirar precisamente qué es lo que quiero.
A: Céntrate en esta tarea e indaga sobre lo que quieres, qué es lo que buscas en esas acciones, si las quieres o no de verdad, qué buscas en ellas…y seguimos indagando en la siguiente sesión.
Si tienes algún comentario o duda puedes escribirnos a filósofosasesores@gmail.com.
Si quieres saber si puede interesarte una consulta de asesoramiento filosófico, podemos recomendarte un asesor o asesora para que puedas probarlo.
Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura
Me acorde del famoso cuadro de Juan de Valdés Leal, In ictu oculi, mirando un cementerio por la ventanilla del tren. Contemplar aquel lejano y solitario camposanto a través de los furiosos parpadeos de un AVE a trescientos por hora, daba qué pensar (sobre todo a un extremeño acostumbrado al Talgo); pensar en las cosas de este mundo traidor, y en cuán fácilmente se emborronan ante el horizonte de la muerte, el final del juego, el reverso absoluto de todo... No hay tren que no conduzca a esa última estación.
Meditar sobre el fin, como aconsejan místicos y sabios, disuelve vanas preocupaciones, pero nos inunda, a cambio, de una tétrica melancolía. En poco tiempo – pensaba – se apagará la vela de este año sombrío. Como se apaga la luz en la mirada de los niños diariamente sacrificados por el nuevo Herodes-Netanyahu, o en la de los migrantes que se ahogan sin un adiós en el foso de nuestros encastillados paraísos, o en la de tantas mujeres asesinadas o amortajadas en vida en Irán, Afganistán y medio mundo … Luz a extinguir como la esperanza de los que yacen sin remedio en ese infierno sin fechas, trenes ni encuentros que son la guerra, la miseria, la ausencia irreparable, la soledad, la explotación, el abuso…
Cavilaba también en cómo pasa fugazmente todo, menos la muerte (y algunas deudas): contratos laborales, sueldos, amigos, amores, gustos y géneros. Y eso por no hablar de la palabra de los políticos, el barniz democrático de algunos, o la unidad de la izquierda fetén, verdadero paradigma del «tempus fugit». También en como las certezas se disuelven, de boca en boca, en ese patio de vecinos global y virtual que son las redes. O en cómo la inteligencia humana es desbordada por la de sus hijos de silicio. O incluso en cómo este planeta nuestro, acabose de todo aparente pasar, parece condenado a pasar página por la insostenible codicia de unos y de otros…
Sin embargo, pese a tanto pesar y pasar, hay algo – seguía pensando – que se nos debiera haber quedado, vivo y fijo, en el recuento de traviesas de este ardoroso y traqueteante año. A saber: que todo lo que creíamos ilusoriamente seguro (una relativa paz, unas democracias asentadas, la lucha por los derechos humanos, la alerta ante el desastre ecológico y climático…) no lo es ni por el forro. Y que si no queremos descarrilar prematuramente, debemos anclar nuestros más locos y optimistas deseos a algo más fuerte que la vida, tan fugaz y veleta ella. Los artistas y teólogos barrocos señalaban a una justicia eterna y trascendente; la modernidad ilustrada eligió otro tipo de justicia, más inmanente y política, aunque también trascendente (al menos a naciones y mercados): la de un proyecto cosmopolita fundado en derechos y valores universales. Ahora bien: llegar a esa estación implica reconducir un tren que, si nos dormimos, puede llevarnos in ictu oculi – ya saben la cantidad de Trumps, Mileis, Pútines y otros locos ególatras que andan sueltos – al lugar de nuestras peores pesadillas. ¿Seremos capaces de mantener los ojos abiertos?
La ignorancia de las organizaciones ha sido siempre una fuerza histórica muy poderosa y, a medida que las organizaciones son más grandes, ese poder aumenta. En una organización grande y jerarquizada, la información no circula con facilidad. Los dirigentes saben cosas que sus subordinados ignoran, pero los trabajadores también saben cosas que los jefes desconocen. Y el sistema jerárquico es un gran obstáculo para que haya comunicación entre ellos. La historia está llena de ejemplos de encargados o funcionarios reacios a decir a sus jefes lo que estos necesitan, pero no quieren saber. Imaginemos decir a Stalin que el Plan Quinquenal no funcionaba. También sufren esa ignorancia organizativa otras instituciones como el ejército y la Iglesia, pero, que yo sepa, ningún historiador ni sociólogo ha estudiado todavía este fenómeno.
Hay muchos tipos de ignorancia: el simple desconocimiento, la conciencia de no saber (como Sócrates), la voluntad de no saber y el deseo de que los demás no sepan. Muchos tipos de ignorancia tienen consecuencias negativas, pero no siempre. Es positivo que un examinador no sepa quién ha escrito el trabajo que está corrigiendo, que los miembros de un jurado se mantengan alejados de las noticias sobre el juicio en el que participan y que ninguno de nosotros sepa cuándo morirá. Montaigne se preguntaba si los campesinos analfabetos no tenían una vida más feliz que los caballeros cultos como él.
En mi trabajo como historiador del conocimiento, y ahora también de la ignorancia, me han preguntado con frecuencia si sabemos más o menos que nuestros antepasados. Mi respuesta tiene dos partes. Si hablamos de la humanidad en su conjunto, nunca se ha sabido más que hoy. Ahora bien, las personas, una por una, saben más o menos lo mismo que sus antepasados. En general conocen cosas nuevas, por ejemplo los ordenadores, pero a costa de no saber muchas cosas que sus antepasados daban por sentadas: sobre la Biblia, sobre Grecia y Roma en la Antigüedad, y así sucesivamente. Si hay algo que extraer de esta disciplina, es una lección de humildad. Como dijo un humorista estadounidense: “Todos somos ignorantes, salvo que de distintas cosas diferentes”.
Peter Burke, Una por una, las personas saben más o menos lo mismo que sustatarabuelos, El País 27/12/2023
¿Qué dirían los escépticos de la digitalización del mundo? La palabra griega “escéptico” significa mirar cuidadosamente, examinar atentamente las cosas. Su marca es la cautela, la moderación ante entusiasmos y promesas. El tecnoliberalismo es pródigo en promesas: optimización de la productividad, pingües beneficios, resolución automatizada de todo tipo de situaciones. Sus promesas carecen de límite, como muestra Lionel Trilling en La imaginación liberal. Sospecho que verían en los tecnócratas una amenaza para el pensamiento. Vencen, por aplastamiento informativo, en todos los debates, vencen incluso al ajedrez. Dirimen qué es verdadero y qué no lo es. Y reinvierten sus beneficios en poder conminatorio y propaganda. Cuando el lenguaje pesa como una losa (ChatGPT), entonces ya no es posible el pensamiento. Pues pensar es, precisamente, poner en suspenso el lenguaje, desafiarlo, poner al descubierto la nadería del signo. Esa suspensión del juicio que trae el escepticismo, esa suspensión del lenguaje, dará lugar, inevitablemente, a un nuevo lenguaje. Eso hacen los poetas genuinos y los científicos innovadores: hacen avanzar los lenguajes, renuevan la magia de lo simbólico, abren nuevos horizontes, alentando nuestra condición caminera.
Cuando al escéptico se le reprocha que se instala en la paradoja (“sólo sé que no se nada”), responde que esa es la condición esencial del cuerpo vivo y deseante. El escepticismo total es tan imposible como el dogmatismo completo. Queda entonces el relacionismo. Santayana lo dejó claro: no es posible sustraerse a la fe animal. Somos cuerpos vivos. Se nos impone el deseo y la supervivencia. Todo conocimiento “es una fe con interposición de símbolos”, todos ellos falsos, todos ellos provisionales. De hecho, en sentido estricto, no es posible oponer al escepticismo el dogmatismo. Ambos se mueven dentro de un mismo ámbito, el de la vida. El dogmatismo permite el avance de las ciencias. El escepticismo, si de algo puede sernos útil, es como custodio y promotor de la libertad humana. Pero no nos confundamos. El escepticismo no es una doctrina, tampoco una teoría del mundo. Es una actitud, una cultura mental, que evita dejarse atar por el lazo de las palabras, que es insurgente a la imposición de los signos. Podría decirse que, más que un modelo de mundo, es un instinto. La sospecha de que, al fin y a la postre, la actitud escéptica está más cerca del fondo de lo real que cualquier sistema simbólico.
Los escépticos antiguos acumularon argumentos para mostrar que lo más juicioso y razonable era la suspensión del juicio. El trilema de Agripa o el principio de incompletitud de Gödel desconfían de la posibilidad de justificar cualquier tipo de proposición, incluso en ciencias formales como las matemáticas o la lógica. Pero mientras el escepticismo antiguo fue una actitud, el moderno exige posicionarse. Una muestra excelente y no tan reciente es Montaigne y, en filosofía de la ciencia, los discípulos díscolos de Popper (Feyerabend, Skolimowski). Niels Bohr y Bruno Latour podrían añadirse a la lista. El conocimiento científico no sólo ha de ser replicable, sino falsable. Sólo se puede conocer lo falso. Eso es lo que define a la Ciencia (no el método, que hay tantos como ciencias e ingenios). Todo lo que conocemos es provisional, a la espera de que otro conocimiento lo desplace. Si hubiese un conocimiento seguro, no habría cambios en el conocimiento, y el saber no podría avanzar. Y vemos que a veces avanza en direcciones siniestras.
Las ciencias han de ser provisionalmente dogmáticas, no hay otro modo de trabajar. Hay fundamentos que no se pueden replantear. Hacerlo supone desatar una revolución científica, como explicó Thomas Kuhn, y la ciencia no puede vivir permanentemente revolucionada. Hay dogmas que pueden durar 300 años, como ha ocurrido con el espacio-tiempo newtoniano. ¿Cómo se podría medir si el espacio y el tiempo no se están quietos? Frente a ese dogmatismo, que exige postulados, axiomas, fundamentos, el escéptico ofrece la magia del relacionismo. Esto es como aquello, un principio muy budista.
Pero el escepticismo no exige abandonar la filosofía o dejar de entretenerse con ella. De hecho, hay que hacerlo, pero siempre con esa distancia irónica que enseñó Sócrates, con esa disposición a cuestionar las propias opiniones o reírse de ellas. Hay que acabar con la seriedad con la que tomamos las respuestas de ChatGPT o cualquier otro chatbot, cuyos automatismos (basados en el deep learning) no dejan de ser software programado. Esto no implica ningún tipo de actitud irracional; de hecho, los filósofos irónicos suelen ser los más razonables. Dudan de que pueda descubrirse la razón necesaria y suficiente de las cosas, la literalidad del mundo (frente al devaneo de la metáfora), pero esa duda no les impide creer lo que consideren necesario. Lo que hace el escéptico es limitar el alcance de la lógica. A veces sugiriendo otro tipo de narración, no silogística. Otras descartando todas, incluso la suya propia.
¿Qué pretende el escéptico? O bien probar que no es posible ningún conocimiento cierto (que sólo podemos conocer lo falso, como sostenían Popper y Nisargadatta), o bien que las pruebas son siempre insuficientes. Pero hay una tercera posibilidad y esa es la que más nos interesa hoy, en esta era en que el pensamiento y las narraciones están siendo aplastadas por la información. La limitación de las veleidades del lenguaje y, en general, de toda lógica simbólica. Esa es la docta ignorantia de la que hablaba Nicolás de Cusa. Una actitud que se distancia de la confianza en lo racional-discursivo. Francisco Sánchez, un gallego de origen hebreo, sospechaba que en todo silogismo había un círculo vicioso. Eso nos dice en una obra que tiene nombre de canción: Que nada se sabe (1576). En el primer silogismo, las premisas están sacadas de la conclusión. Hace falta del particular, Sócrates, para formar los conceptos generales de hombre y mortalidad. El silogismo no sirve para fundar ninguna ciencia, sino para echarlas a perder. Las ciencias definen lo oscuro con lo más oscuro y sólo sirven para apartarnos de la contemplación de lo real. Sánchez, como Nāgārjuna o los pirrónicos, inicia su obra afirmando que ni siquiera sabe si sabe nada. Sospecha de abstracciones y generalizaciones, a las que acusa de poco empíricas, anticipando el empirismo radical de William James. La demostración lógica es un sueño de Aristóteles, tan sueño como las utopías de Moro o Campanella.
En cualquier caso, las dudas del escéptico seguirán siendo de gran valor para las ciencias. La certidumbre o es convencional y colectiva (un acuerdo común), o personal. En el primer caso es asumida por almas gregarias, absorbidas por la institución que las alimenta. En el segundo, cuando es interna, nos ayuda a conducirnos por la vida, a resolver dificultades y tomar decisiones, y carece de sentido convertirla en algo externo. Como decía Emerson, nadie convence a nadie de nada. Mucho menos, un chat.