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El café de Ocata
Alain Minc formula una pregunta con mucha sustancia en su último libro, Une humble cavalcade dans le monde de demain: ¿Quién fue el verdadero artífice de Europa, Jean Monnet o Stalin? Es decir, ¿qué papel jugó la amenaza externa en la construcción de la Europa moderna? Es una pregunta que debe ser meditada despacio, con valentía y, por supuesto, con prudencia.
Por cierto, una página cualquiera del libro de Minc vale más que cien páginas cualesquiera del best seller de Jordan Peterson 12 rules for life.
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El café de Ocata
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El café de Ocata
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El café de Ocata
A los hombres del 98 no les gusta lo que ven y no se cansan de subrayar su disgusto. Pero el disgusto no construye nada. No sabe construir. Esa es su culpa. Uno tiene la sensación, al leerlos, de que lo que les disgusta no es tal o cual aspecto de España, sino España. Quieren sustituir a los españoles reales por españoles ideales, pero como no saben cómo hacerlo ejercen de plañideras a las puertas del futuro.
Más sensata, más objetiva y más políticamente efectiva me parece la observación de Galdós: "No son los tiempos tan malos ni el terruño tan estéril como afirman los de fuera, y más aún los de dentro de casa". Veo más nobleza en estas palabras que en todas las lágrimas vertidas conjuntamente por Pardo Bazán, Clarín o Giner de los Ríos. Si hubiese habido menos lágrimas los ojos no hubiesen estado tan empañados a la hora de defender a la primera república. Pero hubo demasiados liberales incapacitados para el ejercicio del realismo. No supieron disfrutar de lo bueno -parcial, precario, pero presente- por el sobrepeso dramático que le concedieron a lo óptimo ausente.
El mayor mal de la España del 98 no fue señalado por ninguno de los hombres del 98, porque no estaba en su dedo índice, sino en sus ojos: estaban tan preocupados de saber qué eran, que se incapacitaron para ser sin problemas.
¿Y esa ridiculez de querer verse como seguidores de Erasmo en vez de reivindicar la herencia -mucho más seria- de un Vives, de un Suárez o de un Vitoria?
En realidad la generación del 98 comienza a lamentarse antes del 98. Ahí están los ejemplos de los Cinco ensayos en torno al casticismo de Miguel de Unamuno y del Idearium español de Ángel Ganivet. La derrota del 98 no hizo más que poner un altavoz a sus quejidos.
El malestar de los hombres del 98 es tan anterior al 98 que ya el bueno de don Emilio Castelar señalaba (“El patriotismo español”, 1859): “Nos dolía en el alma esa desesperación que atormentaba a todos los espíritus, esa desconfianza que enflaquecía nuestras fuerzas, ese menosprecio con que solíamos hablar de nosotros mismos, ese quejido continuo que se levantaba de nuestro teatro, de nuestra poesía lírica, de todas nuestras artes, como para decir a los extraños, que el pueblo español, el gran pueblo guerrero, navegante y poeta, había muerto, y sólo esperaba un sepulcro donde dormir en paz su último sueño”. Pero hay que añadir que la posibilidad de regeneración la encuentra don Emilio en la guerra de África. ¿Quizás el 98 tenga más que ver con la evolución de esta guerra que con la pérdida de las colonias?
´frica no fue, desde luego, la respuesta a la necesidad de regeneración. ¿Pero le dieron los hombres del 98 alguna respuesta? Es inevitable pensar en el cinismo de Baroja. Alguna vez habrá que decir que algunas de las figuras más sobresalientes de nuestras letras eran conservadores a los que no les dolía España, pero la hacían: Zorrilla, Pereda, Menéndez Pelayo... Mientras que a Ángel Ganivet le duele tanto España que no le importaría amputarse una buena porción de españoles: "hay que arrojar un millón de españoles a los lobos si no queremos arrojarnos todos a los puercos”.
Ramón Iglesia lo dijo bien: “Los hombres del 98 corrieron y corrieron, como el cazador maldito de la leyenda, con la cabeza vuelta del revés. No supieron crear un mito nuevo, vigoroso y fecundo, para su pueblo." Hagamos, quizás, una excepción: Antonio Machado.
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El café de Ocata
"Con la Institución vino a ocurrir esto: que siendo buena la intención, eficaces los métodos -sobre todo por la noble ejemplaridad de sus dos maestros- los resultados no dejaron de ofrecer aspectos negativos. Lo español vino a ser una especie de objeto de cultivo intelectual y estético, más o menos amanerado; su estudio, un medio de refinamiento de la sensibilidad personal. De tanto como amaron a España, esos hombres se la dieron a sí mismos como espectáculo. muchas canciones populares viejas, un gran interés por los antiguos trajes de fiesta de los aldeanos, una gran admiración por el campesino castellano, un gran número de lugares ignorados que se descubrían y de paisajes singulares. Pero ¿puede una nación ser espectáculo para quien forma parte de ella y se propone renovarla? En la vida hay que ser actor: sufrir cuanto sufre la nación, alegrarse cuando se alegra. Pues si el refinamiento de la sensibilidad se agudiza hasta el extremo, llega un momento en que ya nuestra epidermis se hizo tan delgada que no tolera sin irritación el más leve contacto. Hay que comulgar con la propia nación, y para eso se necesita un alma fuerte y abierta, no un alma a la que hace endeble y distante la esquisitez. En vez de contemplar el campo español como paisaje, había que mirarlo como problema agrario.(...)Pedagogía recoleta y utópica.(...)En suma, que la Institución libre de Enseñanza resultó paradójicamente una obra personal, y no una obra institucional. Cualesquiera que fueran los beneficios que trajo, no inició una tradición, ni creo un 'tipo' estable y aceptable, verdaderamente nacional, lo cual es el fruto manifiesto de las instituciones." Eduardo Nicol (Barcelona, 1907 - México, 1990), "Conciencia de España", en Cuadernos Americanos, 5, vol. XXXV, septiembre-octubre 1947.
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El café de Ocata
En una conferencia impartida en el destierro y titulada La revancha del individuo, don Fernando de los Ríos recordaba una conversación que tuvo en Rusia con Bujarin. Éste justificaba la necesidad de la dictadura del proletariado y de su deriva espontánea, el terror, con estas palabras: “El terror debe ser tan grande y tan extenso en el tiempo cuanto mayor y cuanto más tiempo perdure la oposición”. A lo que don Fernando preguntó: “¿Qué es la oposición?”. “Toda disidencia publica”, le contestó Bujarin. Don Fernando vaticinó: “Bujarin, ojalá me equivoque, pero lo veo a usted víctima de su propia tesis.”
En marzo de 1938 Bujarin fue procesado. El 13 de este mismo mes fue condenado a muerte. Fue ajusticiado al día siguiente.
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El café de Ocata
Manuel Durán, barcelonés exiliado a México tras la guerra civil, fue un buen poeta, un muy buen crítico literario y un meritorio filósofo. Tras diversas idas y venidas se instaló finalmente en la universidad de Yale, desde donde podía observar bien la realidad norteamericana. Por eso me alegré mucho al encontrarse un importante artículo suyo, titulado “Dewey y la crisis de la educación en los Estados Unidos”, en la revista Cuadernos Americanos (Núm. 5, septiembre-octubre 1959).
Durán comienza reconociendo “la conciencia de una crisis, de una falta de adecuación entre lo que se ha propuesto el proceso educativo y lo que efectivamente ha conseguido y está consiguiendo”. En los Estados Unidos esta conciencia fue especialmente aguda en los años en los que los soviéticos, tras poner el Sputnik en órbita (1957), parecían capaces adelantar tecnológicamente a los Estados Unidos.
Los norteamericanos se preguntaron por qué se estaban quedando relegados y la respuesta que encontraron fue que la educación que proporcionaban a sus jóvenes no estaba a la altura de las necesidades de los tiempos. Esta educación estaba mayoritariamente en mano de los seguidores de Dewey, que conformaban el "movimiento de ‘educación progresiva’ (o radical, o avanzada, o como queramos llamarlo en español).”
Manuel Durán no pone en duda las buenas intenciones de Dewey, aunque lo tacha, tanto por su biologismo como por su optimismo cientifista, de hombre del siglo XIX. Efectivamente, esto es lo que fue. Su pedagogía es una respuesta a las necesidades de la sociedad industrial y está elaborada con herramientas conceptuales propias de finales del siglo XIX. Por eso resulta tan irónico que los pedagogistas innovadores que critican a la escuela que llaman tradicional por considerarla la escuela de la sociedad industrial, recuperen a Dewey para dar forma a la escuela de la sociedad del siglo XXI.
¿Cuál ha sido el resultado de la escuela progresista americana? Esta es la respuesta de Manuel Durán: “La revolución ha sido en algunos casos radical, en otros menos, pero ha ido siempre en el sentido de aflojar la disciplina, dejar al niño mayor iniciativa, relacionar en lo posible los conocimientos que hay que adquirir y la experiencia cotidiana del niño (...). Ningún otro país ha llegado a tales extremos; a tal ausencia de disciplina a tanta libertad de elección de materias o asignaturas, a tanto desprecio por el pasado, a una entronización tan completa de las ciencias sociales y de todo lo que pueda ser ‘estudiar el presente’ (...). Dewey suponía que los estudiantes, absortos en problemas que de veras les interesaran, se disciplinarían a sí mismos, se impondrían espontáneamente un esfuerzo de atención y de respeto por los asuntos tratados, mucho más provechoso moral y prácticamente, que la disciplina cuartearía, impuesta desde arriba… Hay que confesar que estas nobles ideas fracasan en la práctica con aterradora frecuencia, y que los maestros, uno tras otro, incluso cuando son ardientes partidarios de Dewey, confiesan que la disciplina se ha convertido en el problema número uno, y que no pueden resolver precisamente porque el hacerlo por imposición autoritaria destruiría una base fundamental del sistema pedagógico en uso.”
“La escuela tradicional", concluye Durán, "desatendía al niño y sus problemas; la nueva pedagogía desatiende a la cultura (...). La falta de buenos cursos de matemáticas impide a muchos estudiantes seguir más tarde una carrera científica (...). La disciplina impuesta desde arriba es a veces indispensable para mantener el esfuerzo creador (y para no agobiar al estudiante con responsabilidades excesivas: ‘maestra, ¿tenemos que hacer hoy, otra vez, lo que queramos?’, clamaba cierto día, desesperada, una alumna de una escuela ‘progresiva’)."
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El café de Ocata
He pasado dos días en Murcia hablando y, sobre todo, aprendiendo; pero también aprovechando las ocasiones de ampliar el círculo de relaciones. "Cuando vayas al mercado, no te olvides de hacer un amigo", decía un filósofo griego. La vida es un frente amplio. Tan amplio como tus relaciones, que en esta tierra tan feraz enraízan fácilmente. No tengo dudas: volveré.
Fui invitado por el Consejo Escolar de la Región de Murcia. Dudo que haya otro más dinámico en toda España. Les hablé de educación y transparencia y me dio la sensación de que no les resultaba indiferente lo que me oían decir. Pero antes de llegar al lugar de la conferencia entré al Museo Arqueológico, a saludar a los íberos.
Si hay una sección dedicada a los íberos en un museo español, es imposible salir defraudado. La Región de Murcia bien se merece un viaje de varios días para seguir la ruta de sus museos arqueológicos. Quizás algún día...
Me ha sorprendido este vino, que acompañó de manera muy adecuada a una larga conversación en la que Leo Strauss estaba invitado.
Murcia es uno de esos lugares en los que no se deja nada en la mesa. Se rebaña hasta el canto del plato.
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El café de Ocata
... era ser prologuista.
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El café de Ocata
Baltasar Gracián me anima a recuperar una entrada antigua dedicada al capitán Andrés Fernández de Andrada y a su inmortal Epistola moral a Fabio.
Recuerden:
Más quiere el ruiseñor su pobre nidode pluma y leves pajas, más sus quejasen el bosque repuesto y escondido,
que agradar lisonjero las orejasde algún príncipe insigne, aprisionadoen el metal de las doradas rejas.
Triste de aquel que vive destinadoa esa antigua colonia de los vicios,augur de los semblantes del privado.
La colonia de los vicios es la Corte y el privado, el consejero o ministro del monarca.
El poeta en lugar de “rostro” emplea “semblantes” resaltando la fuerza de la comparación., porque el semblante, además de la cara, es el estado de ánimo que se asoma al rostro. Y es precisamente aquí donde interviene Baltasar Gracián, que escribe en
El Criticón: "Los áulicos, como siempre están contemplando el rostro de su príncipe y brujeándole los afectos...".
La cita de Gracián se encuentra en la segunda parte del
Criticón, publicada en 1653. Es, por lo tanto, posterior a la
Epístola.
Y esto es lo que quería decir.
Ya, dulce amigo, huyo y me retirode cuanto simple amé: rompí los lazos.Ven y sabrás al grande fin que aspiro,antes que el tiempo muera en nuestros brazos.
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El café de Ocata
"Yo debo a mis meditaciones filosóficas la doble ventaja de saber hablar animosamente cuando es preciso y callarme sin esfuerzo cuando la ocasión lo exige".
- Apuleyo, Las floridas.
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El café de Ocata
Refiriéndose a los genocidas que masacraban a los judíos polacos en los años de la guerra civil rusa, escribe Jean Malaquais: "Los asesinos sólo tenían de humano lo inhumano (n'avaient d'humain que l'inhumain)".
- Jean Malaquais, Marianka.
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El café de Ocata
Si están ustedes por la Ciudad de México el próximo día 7:
Entre otras cosas, mostraremos unas cuantas fotografías inéditas de Caridad Mercader y situaremos en su órbita a Siqueiros, Josep Bartolí, Frida Kahlo, Margarita Nelken, Juan Marinello, Silvestre Revueltas, Vlady, Carmen Brufau, José Luis Cuevas, Ramón Gaya, Carlos Lazo, Miguel Alemán...
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El café de Ocata
Esta tarde en la Libreria Laie he descubierto a Andrea Köhler entre Jordi Amat y Marina Garcés y como voy a hombros de Andrea, me he sentido por unos segundos como un intruso en el Parnaso. Y me ha gustado.
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El café de Ocata
El último libro de Boris Volodarsky, me lo acaba de traer la cartera:
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El café de Ocata
Recordé el viernes pasado en el Círculo Hermenéutico Estraussiano de Les Planas, lo siguiente que cuenta Víctor Alba en su Sísifo y su tiempo sobre sus años de exilio en México:
Automáticamente, cuando me presentan a un exiliado, trato de recordar si fue de los que protestaron por la persecución del POUM o de los que callaron. De los que callaron es el filósofo José Gaos. Confuso escribiendo y claro hablando. Un alumno suyo de la Universidad le dijo un día: Leyéndolo a usted, maestro, me explico la independencia [de México]. De su versión de Heidegger alguien comentó: Sólo leyendo el original alemán se entiende la traducción castellana.
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El café de Ocata
"Un día nos paseábamos a lo largo del Isere, por un lugar cubierto de sauces espinosos. Vi sobre estos arbustos frutos maduros, y sentí la curiosidad de probarlos. Como la ligera acidez de las pepitas me resultó muy agradable, me puse a comer para reanimarme; el señor Bovier permanecía a mi lado sin imitarme y sin decir nada. Apareció uno de sus amigos que, al verme picotearlos, me dijo: "¡Eh! señor, ¿qué hacéis? ¿Ignoráis que este fruto es venenoso?" "¿Este fruto es venenoso?", exclamé yo sorprendido. "Sin duda", continuó, "y todo el mundo es tan consciente de eso que nadie en el país se atreve a probarlo". Miré al señor Bovier y le dije "¿Por qué no me lo habéis dicho?" "¡Ah, señor", me respondió con un tono respetuoso, "no osaba tomarme esa libertad".
- Rousseau, "Meditaciones del paseante solitario".
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El café de Ocata
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El café de Ocata
En:
En este mismo número me encuentro con esta canción popular española:
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El café de Ocata
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El café de Ocata
Los amigos de Benjamin Péret, el escritor surrealista, contaban lo siguiente como si fuera una hazaña digna de ser alabada.
En las calles de París, la mujer de Péret se ponía a caminar al lado de un cura. Cuando éste menos lo esperaba, ella comenzaba a gritar, roja de ira, increpándolo de esta manera: “Cochon vous n’avez pas d’honte, vous un cure, de pinser les fesses [pellizcar las nalgas] d’une femme? Et pire encore, à la rue! Cochon, cochon”. En este preciso momento Péret entraba en escena. Por supuesto, nadie sospechaba que fuese el marido de aquella mujer escandalizada. “Monsieur le curé, vous êtes une honte pour notre église. Vous êtes un vrai cochon, il faut vous corriger.” Y le arreaba un formidable puñetazo en la cara al perplejo capellán. A continuación, aprovechando la aglomeración ocasionada por la conducta del matrimonio, desaparecían los dos para ir tranquilamente a un café, donde elegían a la próxima víctima.
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El café de Ocata
En 1936 Dalí le escribió a Jaume Miravitlles desde Paris proponiéndole la creación en Barcelona de un departamento denominado “La Organización Irracional de la Vida Cotidiana” del que el propio Dalí, por supuesto, sería el jefe.
“No te necesitamos”, le contestó Miravitlles, “la irracionalidad ya está perfectamente organizada”.
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El café de Ocata
Izvestia, 8 de abril de 1935
"A fin de liquidar lo más rápidamente posible la criminalidad entre los menores, el comité ejecutivo central y el consejo de comisarios del pueblo decretan:
Art.1 - Los menores, a partir de 12 años, culpables de robos, violencia, golpes y heridas, asesinatos y tentativas de asesinatos, serán conducidos ante los tribunales criminales con la aplicación de todas las medidas previstas en el código penal".
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El café de Ocata
Tertulia apasionada entre un grupo de exiliados españoles en un café mexicano. Años 40.
- ¡Yo, a América, he venido a discutir! -suelta un diputado republicano, resistiéndose a dar por terminada una discusión que había dejado agotados a sus contrincantes.- ¡Coño, cuántos kilómetros inútiles! -le replicó León Felipe.
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El café de Ocata
"Es obvio que nos falta un "Instituto nacional de la normalidad normalizada", pienso mientras leo en Le Gaffeur, de Jean Malaquais, los institutos necesarios para anormalizar lo real: "Institut national pour la beauté et l'esthétique", "Institut national d'idiosyncrasie appliquée", "Institut national des sceaux et stigmates", "Institut national de télépathie planifiée", "Institut national de l'antiphrase copulative"...
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El café de Ocata
Soria pura, en las faldas del Moncayo.
Río Duero. El paseo obligado entre Soria y Garray.
Nos apareció una nutria, aunque con un aparecer indiferente.
Numancia, a lo lejos, barrida por un viento insidioso.
San Saturio, contemplando Soria.
Pamplona. "Se erigió este monumento para simbolizar la unión de los navarros en defensa de sus libertades". Me llevé de compañía a Alain Minc.
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El café de Ocata
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El café de Ocata
Vladimir Malacki nació en Varsovia en 1908.
A los 17 años abandonó Polonia y realizó un largo periplo que lo llevaría a Palestina, Rumanía, Egipto y París, a donde llegó a finales de junio de 1926.
Se ganó el pan con el sudor de su frente allí donde pudo y como pudo. En París trabajaba de estibador en Les Halles, sin tener residencia fija, cuando, una tarde de 1935 cayó en sus manos un texto de Gide en el que éste confesaba: "Me siento culpable de no haber tenido que ganarme nunca el pan".
Vladimir le escribió a Gide una carta de desprecio, gracias a la cual -y con la ayuda inestimable de Gide- pudo convertirse en Jean Malaquais.
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El café de Ocata
"Toda la ciencia política consiste en saber conocer los temporales y valerse d'ellos; porque a veces más presto conduce al puerto el temporal que la bonanza".
- Saavedra Fajardo
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El café de Ocata
Extractos de tres cartas de Benjamin Péret a André Breton:
Barcelona, 11 de agosto de 1936.
Muy, muy querido André,
Si vieses Barcelona tal como está actualmente, esmaltada de barricadas, decorada con iglesias incendiadas de las que no quedan más que cuatro muros, estarías como yo, exultante. Nada más pasar la frontera, comienza todo esto. (...) Al llegar a Puigcerdá se escucha un ruido de truenos. Es una iglesia que los obreros, no contentos con haberla incendiado, echan a bajo con una rabia y una alegría que da gusto. Iglesias incendiadas o privadas de sus campanas, no se ve más que esto en Cataluña a lo largo del camino de Puigcerdá a Barcelona, que me ha parecido un paseo mágico. En Barcelona, más policía. La guardia roja circula en los coches requisados por la FAI, el POUM y el PSUC. Y no es bien negocio no llevar los papeles en regla, pues los delincuentes son fusilados sin proceso.
Las noticias del frente son excelentes. Ayer llegaron 30 aviones y se esperan tanques. Entonces se lanzará el ataque definitivo a Zaragoza que, según los especialistas, caerá en 48 horas."
Barcelona, 5 de septiembre de 1936
Mi muy querido André
(...) Aquí todo vuelve muy tranquilamente al orden burgués. (...) Si me escribes, no hagas alusión al contenido de esta carta, pues aquí se fusila alegremente y te he contado cosas que no debería contarte. Hay una censura severa. Si tienes algo particular que decirme, escribe con limón entre las líneas.
(...) Te envío esta carta por medio de un camarada que vuelve a Francia. (...) ¿Puedes encargarte de vender objetos antiguos de iglesia de metales preciosos (en beneficio de la revolución, evidentemente)?
Barcelona, 15 de octubre del 36
Mi querido André
(...) "Quería escribirte sobre la situación política, pero no tengo a nadie que te lleve la carta a Francia y la censura no me la dejaría pasar. (...). Trabajo para el POUM y para la radio.
(...) Estoy viviendo aquí una historia de amor [con Remedios Varo] que me retiene aquí hasta que la joven pueda acompañarme a París, aunque no puedo decir nada sobre mi regreso."
André Breton y Benjamin Péret, Correspondance (1920-1959). Gallimard, 2017
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El café de Ocata
He puesto el punto final a un prólogo de un libro para niños.
El libro y mi prólogo tratan de la aventura.
Escribiéndolo he recordado algunos momentos de mi infancia que permanecían ocultos, pero no tanto como para que al rascar en su superficie no afloraran con toda nitidez. Aquejado por un ataque de melancolía he revivido así la de veces que, siendo un crío de menos de 10 años, me fui de casa.
Mi madre se enfadaba conmigo porque yo había hecho alguna trastada y mi manera de reivindicar no ya mi inocencia, sino mi dignidad herida era decirle muy ufano: "¡Pues me voy de casa!", a lo que ella solía responder: "¡Pues vete a buscar tu madre gallega!". Hasta mucho más tarde no entendí el significado exacto de esta expresión, pero lo evidente era que tenía la puerta abierta. Así que me iba de casa.
Mi decisión era firme. De eso no tenía dudas. Me iba de casa para siempre, a comerme el mundo.
Normalmente me refugiaba en el soto, a orillas del Ebro y me hacía una precaria cabaña con ramas de álamos. Después intentaba llenar mi despensa buscando regaliz por los ribazos, moras por los zarzales, o robando fruta, si era la época. A veces me sentía plenamente feliz dentro de mi cabaña rodeado de mi comida, que distribuía por lotes: esto para hoy, aquello para mañana, etc.
Pero, fatalmente, llegaba siempre puntual el atardecer, anticipando los mil ruidos de la noche. A través de las mal tramadas ramas del techo veía asomar las primeras estrellas y comenzaba a notar el peso de la ausencia del hogar.
Finalmente volvía a casa con las orejas gachas, pero nunca completamente derrotado, porque a la próxima... a la próxima... ¡A la próxima iría en serio!
Y así fue.
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El café de Ocata
Confesión de Prometeo:
“movido quizá de aquella
razón de dudar…
me di a la especulación
de causas y efectos…
Este anhelo de saber,
que es el que al hombre le ilustra
más que otro alguno (…)
me movió en joven edad
a dejar la patria en busca
de maestros (…).
La lógica natural
que estaba en mi alma infusa,
sin saber della, ilustrada
de la clara lumbre pura
de la enseñanza, me abrió
sendas, que hasta allí confusas
pisaba, bien como ciego,
que anda tropezando a oscuras.”
- Calderón, La estatua de Prometeo: