Las relaciones de los seres humanos con el entorno exterior no solo están determinadas por la topología y la métrica de sus sentidos. El cuerpo conoce el entorno a través de los sentidos, sí, pero sobre todo mediante su cerebro. Este órgano no es una tabula rasa, como pensaron los empiristas, sino que tiene su propia estructura, como afirmó
Leibniz. Ejerce una función mediadora sin la cual no hay conocimiento fiable del mundo exterior, como sugirió
Kant, aunque utilizando otra terminología. Las capacidades sensoriales de los seres humanos son limitadas, y las cognitivas también.
El cerebro surgió para controlar los diversos estímulos y flujos de información que pululan por organismos complejos y, en particular, para coordinar los que provienen de los sentidos. En los últimos años la investigación en ciencias sensoriales ha avanzado considerablemente. Aunque queda mucho por hacer, las teorías del conocimiento de los filósofos modernos han de ser revisadas o, como mínimo, reinterpretadas. Hoy en día se sabe mucho más sobre cómo funcionan el cerebro y los sentidos. Por tanto, una filosofía de la mente y una gnoseología han de estar basadas en las ciencias cognitivas. Dicho más claramente, han de ser una
filosofía de las neurociencias, dado el papel activo de las redes neuronales en cualquier proceso perceptivo y cognitivo (pàg. 125).
Cada uno de los órganos sensoriales está especializado en un tipo de percepción, pero ello no implica que no pueda ejercer las otras, aunque en menor medida: «un ojo puede oler, una nariz palpar, la piel puede ver, etc.». Los órganos sensoriales son polisensibles, sin perjuicio de que cada uno de ellos tenga una función dominante. Esto es particularmente claro en el caso de la sinestesia, que permite oír colores o ver sonidos, capacidad que tienen algunas personas y que también puede ser provocada artif icialmente por drogas como el LSD o la mezcalina (pàg. 128).
En cuanto a las neuronas y redes neuronales, suelen especializarse en procesar unos u otros estímulos, de modo que la diferenciación sensorial se produce en el cerebro, ante todo, sin perjuicio de que en él también sea posible la integración sensorial. Hay zonas del cerebro especializadas en cada uno de los sentidos, pero esa separación no es estricta. como subraya
Miquel Bosch, un investigador del Department of Brain and Cognitive Sciences del MIT, «los sentidos están especializados en captar diferentes modalidades de información [...] pero nuestro éxito o supervivencia dependen de cómo combinemos de nuevo estas señales para entender lo más rápido posible a qué fenómeno nos estamos enfrentando»(
Bosch, M. (2007): «Viendo sonidos y oyendo imágenes: integración multisensorial», Percepnet [boletín electrónico], n.º 67, p. 1). Los sentidos captan información del exterior en función de sus respectivas capacidades, que no son las mismas que las de otras especies animales, pero esos mensajes llegan al cerebro, que es donde se procesan e integran, dando lugar a una percepción multisensorial. (pàg. 129).
Creemos que vemos con los ojos, oímos con los oídos y olfateamos con las narices, pero no es así. Quien siente y percibe es el cerebro, a base de combinar e integrar los diversos mensajes y estímulos que le llegan de los sentidos internos y externos (pàg. 130).
La sensorialidad está basada en procesos complejos, nunca es una interrelación directa con los objetos externos. Contrariamente a lo que pensaba
Locke, estos no dejan su huella en nuestra mente (impresiones) como si de un sello se tratara. Marcar a alguien con un sello (o con instrumentos físicamente más dolorosos, como un objeto incandescente) es un acto típico de quien tiene un poder considerable sobre los demás, e incluso omnímodo. Sin embargo, el cerebro no procede así. Los objetos externos no producen impresiones directas en nuestro cerebro a través de los sentidos. En todo caso, esto vale para el sentido del dolor, pero no para la vista, el oído ni otros sentidos. No hay sensaciones ni percepciones del mundo exterior sin procesamiento cerebral y neuronal, lo cual pone en cuestión cualquier metáfora del conocimiento como espejo de la realidad, o como percepción transparente. El conocimiento sensible pasa por muchos pliegues, cuevas y cavernas, antes de constituirse como tal en la mente humana. En suma: las teorías empiristas del conocimiento han de ser radicalmente replanteadas, a la luz de los avances de las neurociencias y de las ciencias sensoriales. Estas últimas ponen incluso en cuestión la noción de realidad (pàg. 131)
Javier Echeverría,
Entre cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Triacastella, Madrid 2013