La imaginación, como una actividad creativa esencial, se desarrolla con la práctica. No a través de sus éxitos, que son finales y, por tanto, que son finales y, por lo tanto, callejones sin salida, sino a través de los fracasos, de los intentos que terminan siendo fallidos y que requieren nuevos intentos que, si las estrellas no nos fallan, llevarán a nuevos fracasos. La historia del arte y la literatura, así como la de la filosofía y de la ciencia, son historias de esa clase de fracasos enriquecedores, (...)
Pero para "fracasar mejor" (como decía Beckett) debemos ser capaces de reconocer, a través de la imaginación, los errores e inconsecuencias. Debemos poder ver que tal y cual camino no nos llevan en la dirección deseada, o que tal combinación de palabras, colores o números no se aproximan a la visión intuida en nuestra mente. Registremos con orgullo esos momentos en los que los nuestros inspirados Arquímedes gritan "¡Eureka!" en la bañera, pero estemos más dispuestos a recordar las ocasiones mucho más numerosas en las que, como el pintor Frenhofer en el relato de Balzac, contempla su obra maestra desconocida y dicen: "¡Nada, nada! ... ¿no he creado nada!" (...) Los escasos momentos de triunfo, así como los más frecuentes de derrota, están atravesados por la gran pregunta de la imaginación: "¿Por qué?".
Los sistemas educativos de la actualidad, en su mayor medida, se niegan a reconocer la segunda parte de nuestra búsqueda. Interesados en poco más que la eficiencia material y la ganancia económica, nuestras instituciones educativas ya no alimentan el pensamiento por sí mismo y el libre ejercicio de la imaginación. las escuelas y los colegios se han convertido en campos de entrenamiento para trabajadores especializados en lugar de foros de cuestionamiento y debate, y las academias y las universidades ya no son viveros para esos curiosos a los que Francis Bacon, en el siglo XVI, llamó "mercaderes de la luz". Aprendemos a preguntar "¿cuánto costará?" y "¿cuánto tardará?", en lugar de "¿por qué?".
"¿Por qué?" (en sus distintas variaciones) es una pregunta mucho más importante en su formulación que en las posibles respuestas. El hecho mismo de pronunciarla abre innumerables posibilidades, puede acabar con los prejuicios, resumir dudas interminables. Es posible que arrastre, en su estela, algunas respuestas tentativas, pero si la pregunta es lo bastante poderosa, ninguna de esas respuestas resultará completamente satisfactoria. Como los niños intuyen, "¿por qué?" es una pregunta que ,implícitamente, ubica nuestro objetivo siempre más allá del horizonte (15-17).
Alberto Manguel, Una historia natural de la curiosidad, Alianza Editorial, Madrid 2015 (edición digital).