En un zaping nocturno, me crucé casualmente con un fragmento de una serie de documentales sobre la concepción del universo del afamado Stephen Hawkings. Se hablaba en ese momento de la cuestión nada científica del determinismo y se comentaba a que todo lo que ocurre en nuestro cerebro está dominado por las leyes de la física. El propio Hawkings se ponía a sí mismo de ejemplo, aludiendo a su época de juventud en la que se vio obligado a elegir entre estudiar física y biología. Aunque entonces lo ignoró por completo, hoy lo tenía mucho más claro: su decisión de entregarse a la física estaba determinada por su cerebro. Se explicaba en el documental que este era sin duda uno de los mayores hallazgos de la ciencia, y que situaba al ser humano en una posición muy complicada: expuesto a las modificaciones físicas pertinentes, podríamos lograr que cualquier cerebro quedara sometido a una voluntad ajena y terminara cometiendo algo que me llamó poderosamente la atención pues debía evitarse a toda costa. Actos malvados. Nada más y nada menos. Hasta aquí llegó mi experiencia hawkingsiasna. Continué con el zapping para irme después a la cama, atemorizado por la cantidad de actos malvados que nos acechaban.
Es lamentable que a estas alturas de la película haya mentes tan brillantes como la de Hawkings que cometan errores tan garrafales e inaceptables. Llevados por una filantropía que quizás tenga orígenes cerebrales y se puedan explicar por las leyes de la física, estos enfoques positivistas se atreven a introducir conceptos morales en lo que son puramente leyes de la naturaleza. Debería el señor Hawkings, y todos sus seguidores, ser coherente con su planteamiento materialista. Y esto implica asumir todas las consecuencias del mismo: si todo lo que hacemos y decidimos tiene origen cerebral (y es difícil en los tiempos que corren suponer un origen distinto) y todo lo que nace en el cerebro se explica en función de leyes físicas, los actos malvados no pueden existir. Solo a alguien que ignore totalmente el significado de los términos morales se le ocurriría decir que la ley de la gravedad es buena o mala. Ya nos avisó Hume de esto hace más de dos siglos: no se puede confundir el ser con el deber ser. Y si estamos dispuestos a asumir una explicación materialista del mundo, nos veremos ante grandes dificultades para justificar qué es o qué no es un acto malvado.
Podemos decir más. Cualquier enfermedad, como suceso natural que es, no puede ser calificada como un mal. Pongamos el caso del cáncer: la célula que se reproduce de una forma desmesurada no comete acto malvado alguno, al menos desde un punto de vista biológico o físico. Sólo en un entorno cultural y moral, en el que la vida y la salud son valores a preservar, se convierte el cáncer en un problema. Tenemos a mayores otro problema: si todo viene dado por las leyes de la física, daremos por sentado que las teorías que propone Hawkings no tienen más valor que los mecanismos físicos y biológicos que los han generado, tan legítimos desde un punto de vista puramente materialista como los mecanismos físicos y biológicos de aquellos que creen firmemente que la vida humana tiene origen extraterrestre, que existen los fantasmas o que hay un ser superior que es el responsable último de todo lo existente. Dicho en otras palabras: la búsqueda de la verdad se convierte en un juego de poder en el que participan diferentes sistemas físicos, químicos y biológicos. Y nos falta por dar el último paso: esos “supervillanos” que podrían manipular nuestro cerebro, no pueden evitar el hacerlo, pues su tendencia a maquinar “actos malvados” es consecuencia de los procesos físicos y biológicos de su cerebro. Termino en corto: si todo es materia, no hay bien ni mal, y mucho menos libertad ni responsabilidad. ¿Tendremos acaso miedo de estas consecuencias?
Desde ayer está disponible un nuevo comentario de texto en el que se combina un texto de Aristóteles con una parte de la versión manga de El príncipe de Maquiavelo. Puedes consultarlo aquí.
Van ya unos cuantos años de crisis económica y parece ser que los nuevos tiempos que se avecinan ponen la solución de la misma en la empresa y la economía. Y más de uno se preguntará: ¿De dónde si no, habría de llegar la solución? Pues no seré tan osado como para decir que de la filosofía, que tan sometida a la duda se encuentra. Pero sí creo que desde diferentes corrientes filosóficas se pueden adoptar actitudes bien distintas. Veamos algunas de ellas.
Hablábamos ayer en una clase de ética (en realidad educación ético-cívica, tanto da) de la libertad humana, tema que nos viene ocupando las últimas semanas. Y discutíamos la concepción de Spinoza de la libertad humana, según la cual la libertad pasa necesariamente por el control de los propios deseos y pasiones. Habitualmente suelo plantear un ejemplo muy cercano a la adolescencia, pero que tampoco es inadecuado para hablar con más edad: el amor. Precisamente porque durante la adolescencia hay una tendencia a buscar esas relaciones tormentosas y llenas de dificultades y los amores imposibles que tanto hacen sufrir a quinceañeros de la más diversa índole. Suele aparecer una expresión muy gráfica y que nos ayuda a comprender la relación con Spinoza: enamorarse de la persona equivocada. Laconcepción spinozista sería directamente aplicable: el que se ha enamorado de alguien que terminará hiriéndole, sea porque no le corresponde, o porque le corresponde pero le trata de forma inadecuada, ha de tener la suficiente fuerza de voluntad (expresión utilizada con toda la intención en este contexto) para desenamorarse. El ejercicio de libertad aquí sería querer dejar de amar incluso contra los propios sentimientos. La cuestión es sencilla: ¿Acaso es esto posible?
Plantéese esta pregunta en cualquier aula de secundaria y la respuesta mayoritaria será un no rotundo. No son nada spinozistas nuestros adolescentes: conciben el amor como una especie de fuerza arrebatadora contra la que es inútil luchar. Nadie es libre de elegir a quien ama. Quizás llevados por ese tópico de que el amor es ciego y loco, o por las canciones pop de turno que a menudo presentan el amor como un asunto tremendo y truculento, casi trágico, tienden a pensar que no es posible oponerse a un sentimiento tan fuerte y poderoso. Y se me ocurren dos cosas: o realmente llevan razón o algo estamos haciendo mal para que de alguna manera lleguen a pensar casi que toda relación amorosa va de la mano con una cierta dosis de sufrimiento inevitable. No es ya que estén en contra de Spinoza, lo cual es absolutamente irrelevante, sino que en cierta manera esta visión del asunto denota una educación errada de los sentimientos y emociones humanos. Algo hacemos mal si una parte significativa de los adolescentes piensan que no es posible afrontar las emociones y pasiones desde un punto de vista un tanto racional. Nadies está diciendo aquí que enfoquemos la vida despreciando o ignorando lo que sentimos, sino muy al contrario: siendo totalmente conscientes de ello.
Frente a esta concepción de la libertad que prácticamente nos ata a las pasiones, uno querría pensar que el ser humano es capaz de algo más. No podemos, ciertamente, elegir nuestros sentimientos. Pero sí podemos, o al menos eso me gustaría pensar, elegir qué actitud tenemos ante ese sentimiento: negarlo, aceptarlo, dejarnos llevar por él, tratar de controlarlo… y Spinoza no se equivocaba al concebir este tipo de comportamientos como uno de los mayores ejercicios de libertad que puede hacer el ser humano. Esto y no otra cosa es elegirse, en el pleno sentido de la palabra. Todos nacemos con una serie de condicionantes, hoy sabemos que la genética es en parte responsable de los mismos y la sociedad de otros. Pero entre ambas fuerzas ha de quedar un espacio, por pequeño que sea, para decidirnos a nosotros mismos, para, sabiendo quiénes somos, decidir quiénes queremos ser. Y los ejemplos abundan por doquier: una persona perezosa que lucha contra su tendencia al “dolce far niente”, y logra aumentar su ritmo de trabajo. O el que tiende a ser agresivo, habiendo llegado incluso a agredir a otros, y es capaz de no dejarse llevar por esa violencia que ha marcado parte de su vida. ¿Por qué no extender estos mismos ejemplos al amor? Spinoza lo tendría claro: no somos libres de amar a quien amamos, pero sí de dejar que ese amor tenga una mayor o menor influencia en nuestra vida, para lo bueno o para lo malo. Y en este tema, como en tantos otros, no nos viene nunca mal una buena dosis de spinozismo.
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José Gaos |
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Protàgores |
Hi ha notícies que indiquen que un món a Internet s’està acabant i que allò que s’acosta pot ser terrible. El suïcidi d’Aaron Swartz, per exemple.
Pensábamos que este día no iba a llegar, pero aquí está. En los algo más de nueve años que está disponible la práctica totalidad de los materiales que hemos publicado son gratuitos, abiertos y libres. Cuando todo esto empezó, los costes de la web no eran muy elevados: de hecho, el primer año nos regalaron el espacio en la web, por lo que tan solo hubo que pagar el dominio. La red era algo muy distinto a lo que es hoy. Con el tiempo, apareció la opción de la publicidad, que nos ayudó a pagar un servicio americano, que resultaba más barato. Gracias a los ingresos de Google Adsense, nos permitimos estar alojados en empresas como Dreamhost o Navigatoris. La web funcionaba bien, aunque algún que otro mes nos tocaba aumentar el ancho de banda contratado por exceso de tráfico (no siempre, por cierto, de visitantes de la web, sino en ocasiones por los robots que rastrean los contenidos de la misma). Fueron tiempos en los que se siguió aumentando el material disponible: más apuntes, más comentarios de texto y, por supuesto, todos los ejercicios interactivos de la sección “didáctica”.
Hoy la situación es algo distinta. Lo que empezó siendo un pequeño rinconcito, casi destinado sólo a los amigos y gentes cercanas, se ha convertido en una más de las muchas páginas de contenido filosófico de la red, pero con un cierto tráfico. Esto nos obliga a contratar servicios de alojamiento con un espacio suficiente, pero fundamentalmente con una alta tasa de trasferencia de ancho de banda. Coincide en el tiempo esta tendencia con una drástica disminución de los ingresos por publicidad, que según dicen por ahí es común a muchas páginas web. Así que la cuestión que surge ahora es la de la viabilidad económica de la página. Nunca quiso uno hacerse de oro con una página dedicada a la enseñanza de la filosofía, pero tampoco destinarles anualmente los más de 250 euros que cuesta la web, cuando la publicidad no llega a cubrir ni la mitad de esta cantidad. Por ello, hemos activado un botón de paypal en la parte inferior de la web, tratando de facilitar que todos aquellos que lo deseen puedan colaborar en el pago del alojamiento y el dominio.
Nadie está pidiendo grandes esfuerzos económicos, ni mucho menos. El objetivo es modesto: lograr una cantidad que nos permita, con la ayuda de la publicidad, pagar el alojamiento de la web. Es suficiente con un pequeño gesto: si eres profesor o estudiante de filosofía, visitas la web a menudo y sacas partido a sus materiales y quieres que otros puedan hacer lo mismo, colabora con una cantidad simbólica: 50 céntimos, 70, un euro. Lo que quieras. No esperamos grandes mecenas ni mucho menos, sino un respaldo mucho menor: si somos muchos los que ponemos muy poco, entre todos lograremos cubrir los gastos. Con una pequeña cantidad anual por parte de un grupo relativamente grande de visitantes, la web tendrá asegurada su permanencia para todo el 2013. Y el año que viene, también a primeros de año, volveremos a recordar, si acaso es necesario, que esta web no solo exige muchas horas de trabajo, sino también una cantidad económica, cuyos precios van subiendo año a año debido a las exigencias del tráfico que genera. Estamos seguros de que con la ayuda de todos lograremos cubrir gastos. ¡Gracias!
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