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"No se notaba cuando nací, pero comenzó a desarrollarse a la edad de 5 años. Fui a la escuela como cualquier niño hasta que tuve 11 ó 12 años, cuando me ocurrió el más grande infortunio de mi vida".
“Una cosa que siempre me entristeció de Merrick era el hecho de que no podía sonreír. Fuera cual fuese su alegría, su rostro permanecía impasible. Podía llorar, pero no podía sonreír." -Sir Frederick Treves-
"Observando la fotografía de Merrick de 1884, comencé a manipular la imagen para revelar lo que estaba escondido. El resultado es una fotografía de Joseph como debió haber sido. Descubrí que en el momento en que se tomó la fotografía Joseph había estado sonriendo de una manera cálida y afable... una amable sonrisa totalmente oculta por la deformidad".
Una de las frases más citadas de Schopenhauer afirma que el dinero es la felicidad en abstracto. No le falta razón al alemán: por su función dentro del sistema económico, el dinero no vale nada, pero puede valerlo todo. Por eso suele ser una de las cosas más apreciadas y valoradas. Lo hemos oido miles de veces: el dinero no da la felicidad, pero ayuda. Así que no es infrecuente que cuando el tema se aborda en cualquiera de las clases de secundaria o bachillerato, la respuesta sea casi unánime: cuanto más dinero, mejor. No solemos tener la percepción de que tener demasiado pueda ser un problema. Más bien al revés: se trata de algo que nunca está de más, y que precisamente por ser “abstracto”, podemos concretar después del modo que consideremos más adecuado. Y este es precisamente uno de los mayores problemas del dinero: se trata de una propiedad que hay después que “concretar”, y es aquí donde aparecen los problemas. No sólo, por cierto, de orden moral. Nos vemos obligados entonces a replantear la conexión que hay entre ambos conceptos.
El mayor problema del dinero no es este como tal, sino la cultura que es preciso atesorar para saber gastarlo. “Cultura” no ha de entenderse aquí como formación académica, sino más bien como sentido común, como prudencia o incluso humanidad. De nada sirve tener la cuenta corriente llena de ceros, si luego todo ese dinero, que no deja de ser más que un medio, no es empleado correcto. Si el dinero da la felicidad es por algo previo, mucho más importante: porque la persona que lo tiene sabe determinar cuáles son los fines que merecen la pena. En qué gastarlo. Y en este sentido, podría ser incluso preferible tener el suficiente, pero no demasiado: parece que si no andamos muy sobrados, lo emplearemos en las necesidades más perentorias: comida, bebida, salud, atuendo, vivienda, etc. Y es precisamente la abundancia la que termina planteando problemas: es ahí cuando terminamos retratándonos como personas, y cuando aparecen posibilidades que hasta hace bien poco nos hubieran parecido inaceptables. A quién se le ocurre gastar un dineral en no sé qué coche, dicen algunos de los que lo terminan comprando si se les presenta la ocasión.
La felicidad en abstracto. Este es el problema, la abstracción. El dinero nos dará la felicidad si contamos con una reflexión previa alrededor de lo que es la felicidad en concreto, siendo capaces de identificar hábitos, actividades, personas, relaciones o cosas que pueden contribuir a alcanzarla. Sin olvidar esa idea que acompaña a la palabra que acuñaron los griegos: la felicidad consiste en tener un “buen espíritu” que nos acompaña, que hoy no sería entendible como una especie de presencia sobrenatural o algo parecido, sino más bien como el entusiasmo y el buen ánimo al afrontar las diversas circuntancias de la vida. Algo que se tiene o no se tiene, y que quizás sea mucho más importante que el dinero. La persona “animada” puede ser feliz con poco, mientras que aquel que carece de este “daimon” (quizás el que carece de la cultura imprescindible que señalaba al principio) jamás será feliz, por mucho que amontone grandes caudales de dinero. Y podríamos entrar entonces en otra discusión a mayores: preguntarnos hasta qué punto nos ayuda el dinero a encontrar este “buen espíritu”, o si puede llegar incluso a convertirse en un obstáculo. Ya se ve: es un tema delicado eso de que la felicidad sea la felicidad en abstracto.
Zygmunt Bauman |
Em diuen que hi ha actualment 32.000 joves catalans treballant a l’estranger. No puc confirmar la data, però algú hauria d’explicar alguna cosa.
Escrito por Luis Roca Jusmet
La discusión sobre si somos o tenemos un cuerpo es muchas veces equívoca y cansina. Pero me gustaría hacer una pequeña aportación para concluir que efectivamente somos un cuerpo. Es decir, que con esta afirmación entendemos mejor nuestra condición que con la contraria, que afirma que tenemos un cuerpo.
La sociedad griega parece que entendía que cuando nos moríamos la psyque continuaba un tiempo en un proceso de evaporación progresiva, hasta que desparecía. Pero frente a esta opinión imprecisa aparecen dos formulaciones claras: una dualista y otra materialista. La dualista es la pitagórica-platónica: somos una alma eterna e indivisible que moramos en un cuerpo divisible. Hay que decir, de todas maneras, que aquí “cuerpo” quiere decir una estructura física que recibe la vida del alma. Es decir, el cuerpo vivo es un cuerpo animado. La teoría materialista procede del atomismo y el que la elaborará Epicuro y posteriormente Lucrecio en la época romana. Como sabemos nuestra civilización europea surge del encuentro entre esta tradición grecorromana y el cristianismo, que viene a ser una reforma del judaísmo y que procede del Próximo Oriente. El cristianismo habla de la carne y el espíritu pero la formulación claramente dualista la hará a partir del planteamiento platónico. Queda entonces una concepción dualista basada en la diferencia entre alma y cuerpo, espíritu y materia.
Pero será Descartes el que formulará este dualismo en términos modernos. Somos una substancia pensante y una substancia extensa. Pero Descartes introducía una importante variación con respecto a Platón. El cuerpo no continúa siendo un cuerpo muerto, como en Platón, sino un cuerpo vivo, ya que se entiende como algo que es mecánico y la vida es un mecanismo. El vitalismo va perdiendo la vida frente al mecanicismo y la medicina se planteará en estos términos de arreglar piezas y mecanismos. Cuerpo muerto, cuerpo mecánico. Finalmente pienso que el mecanicismo se ha superado por la propia ciencia y hoy existe una concepción vitalista que diferencia radicalmente lo vivo de lo no vivo.
Spinoza planteará otra opción. La Substancia, es decir la Realidad infinita, se manifiesta a través de dos atributos finitos: pensamiento y extensión, alma y cuerpo. El cuerpo recibe así la misma dignidad que el alma. El alma es la idea del cuerpo, es decir ilumina el cuerpo. El ser humano es libre en la medida en que este cuerpo recibe una idea adecuada de sí mismo. Lo singular de cada individuo es el acto existencial de un cuerpo pensante. Lo que hace la mente es conocer el cuerpo a través de sus afectos.
Serán Schopenhauer y Nietzsche los que darán la prioridad al cuerpo. El cuerpo es voluntad de poder, es un campo de fuerzas. Schopenhauer lo valorará negativamente y Nietzsche positivamente pero no importa, no es esto de lo que hablamos. El cuerpo se convierte en algo vivo del que la conciencia (“el alma”) es su elemento más superficial.
El espíritu, lo mejor del hombre, es expresión de este cuerpo, de esta estructura dinámica y compleja. Foucault y Deleuze serán los filósofos contemporáneos que elaborarán, de alguna manera, una filosofía del cuerpo.
Las neurociencias han intentado en algo caso, como el de John Eccles, mantener una postura dualista. Otros lo han hecho en términos materialistas, como Antonio Damasio. Considera el cuerpo como algo separado del cerebro y a la mente como su producto. El cerebro es un aspecto del cuerpo y la mente es una red de representaciones cargadas emocionalmente. Francisco J. Varela dice que somo un cuerpo eneactivo, una cognición corporizada. Porque el cuerpo no es mecánico, el cuerpo es un campo de significaciones y afectos. Valera busca en el budismo una afinidad. Lo hace desde el budismo indio de Najarjuna y la tradición Madhyamika. Pero a mí me recuerda sobre todo la tradición soto del budismo zen de Taisen Deshimaru y su hincapié en el cuerpo. La actitud correcta, la respiración correcta, la postura correcta. Desde el cuerpo. El sinólogo y filósofo suizo Jean François Billeter habla de Zhuangzi y dice que se centra en el cuerpo entendido como un conjunto de capacidades, recursos y fuerzas.
Pasemos al análisis del cuerpo desde el psicoanálisis de Jacques Lacan. Está el cuerpo simbólico, que es el cuerpo tal como lo articulamos desde el lenguaje, como un conjunto de significantes. Cualquier cosa que diga sobre mi cuerpo (ser o tener, no importa) es posible porque hay un sujeto que habla. En este sentido “no somos un cuerpo” porque esto es una afirmación que hacemos desde el lenguaje. Hay después el cuerpo imaginario, que es la imagen superficial nuestra y del otro, la que vemos reflejada a través de la percepción y la imaginación, que es como se nos aparece el cuerpo del otro. Este es el cuerpo con el que nos identificamos. Está, finalmente el cuerpo del goce, que es el cuerpo que siente y que sufre. Pero está más allá de lo que podemos decir e imaginar.
El psicoanalista François Ansermet y el
neurocientífico Pierre Magistretti han intentado buscar un encuentro entre las
dos disciplinas en su magnífico libro “A cada cual su cerebro. Plasticidad
neuronal e inconsciente”.
Nuestra
identidad viene del cuerpo porque es cuerpo es esta estructura dinámica que
experimenta. El cuerpo es el sujeto de la experiencia, en el sentido que es el
cuerpo es que experimenta. Experimentamos desde nuestro cuerpo. Otra cuestión
es que desde el cuerpo-cerebro emerge una realidad diferente que es la psíquica.
Y que hayamos construido algo que es la lengua. Somos sujetos porque somos autoconscientes,
pensantes y hablantes. En este sentido no podemos decir ni que somos cuerpo ni
que tenemos cuerpo. Somos cuerpos subjetivados.
Leibniz |
“Era afortunado: su rostro salía en Streetview. Cientos de miles de firmas en Change apoyaban su causa. Los códigos QR de los yogures aportarían muchos millones para ayuda al desarrollo. El icono de la solidaridad. Pero su padre le miraba y se reía diciendo: Hijo, nosotros tenemos la realidad disminuida. “
Esta cita de El Principito no es sólo muy poética. Además, contiene una profunda verdad científica: los humanos sólo podemos ver una diminuta fracción de la realidad que nos rodea.“Lo esencial es invisible a los ojos- repitió el principito, a fin de acordarse.”
Christoph Schönborn |