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Leon Wieseltier |
A veces las melodías nos atrapan, absorben nuestra mente durante días y vivimos acompañados por una frase, por unos pentagramas imaginarios que acompasan nuestros pasos y nuestros hábitos. Así sucede con himnos generacionales, o con canciones que han podido pasar inadvertidas para el mercado pero que terminan colándose en nuestras vidas, poco a poco y sin darnos cuenta de ello. Y algo divertido, a veces ofensivo o incluso sacrílego, sucede cuando estas canciones son versionadas. Dejamos aquí hoy un par de videos, de dos artistas bien distintos y que cantan “la misma” canción, que fue de culto en su día, y bailable en verbenas de verano y en discotecas varias años más tarde. ¿Con cuál nos quedamos de las dos? Cuestión de gustos.
Aquí va la original: Stuck inside of Mobile with the memphis blues again
Y ahora la versión de Kiko Veneno:
Concluye la Declaración Universal de los Derechos Humanos con el artículo 30, que afirma lo siguiente:
“Nada en esta Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración.”
El colofón de la Declaración pretende ser, por tanto, una garantía, una guía de interpretación. No es posible, viene a decirnos, arrebatar derecho alguno a los individuos basándose en interpretaciones espurias de los artículos de la misma, que en ningún caso otorgan derecho alguno al estado, a un grupo o a una persona. Es en cierta forma un artículo autorreferencial, dedicado a concretar cómo ha de interpretarse el resto de artículos. Derecho del derecho, hermenéutica de la declaración. Pero en la misma afirmación del artículo se viene a prevenir y reconocer un peligro: que los derechos humanos se puedan usar contra los derechos humanos. Que al final terminen siendo un arma más, en el terreno político o en el argumentario pseudofilosófico, para justificar acciones y decisiones que no deberían tomarse nunca.
Escribir este artículo 30 es casi tanto como reconocer que los derechos humanos, como tantas otras cosas, pueden ser objeto de la manipulación más obscena, y que puede haber países que enarbolen tal o cual artículo como justificación para abolir un tercero. Los ejemplos no faltan en la actualidad. Podríamos fijarnos en países en los que la desigualdad entre hombre mujeres es abismal, o en los que la homofobia campa a sus anchas, cuyos líderes políticos exigen ser tratados, en el plano internacional, con la igualdad que ellos mismos niegan a sus ciudadanos. O podemos mirar también a quienes pretenden ser la avanzadilla moral del planeta, y presumen de cumplir con la declaración pero no dudan lo más mínimo en tomar medidas en favor de la seguridad que pueden atentar contra la libertad individual, o en favorecer medidas económicas cuyo resultado ineludible va a ser una mayor exclusión social. En el comentario de cada uno de los artículos que hemos ido realizando por aquí hemos visto cómo algunos artículos pueden chocar frontalmente con otros, de manera que en situaciones bien concretas se hace imposible cumplirlos todos, además de las dificultades inherentes a situaciones sociales, políticas, económicas e incluso a la misma naturaleza humana que en algunos aspectos puede no guardar mucha relación con ese horizonte ético (y utópico) que propone la declaración.
En cualquier caso, no hemos de perder de vista el contenido esencial de este artículo 30: el sujeto de derecho, se nos viene a decir, es el individuo, y ningún otro individuo, grupo o estado puede arrogarse derecho alguno que vaya contra estos derechos individuales recogidos en la declaración. Como es lógico, por debajo de esta afirmación está latiendo la experiencia histórica del nazismo: si pensamos que hay sociedades con derechos superiores al resto, si pensamos que hay grupos enteros que deben ser eliminamos, la deshumanización llama a la puerta. Hay que garantizar la vida de cada uno, y a nadie se le pueden negar derechos esenciales por el mero hecho de pertenecer a tal o cual grupo. Proteger a cada ser humano fue, para los creadores de la declaración, el modo más seguro y fiable de proteger a todas las sociedades y las culturas. Nadie puede arrebatarnos lo que va de suyo con el hecho de pertenecer a la especie humana, diría la declaración, y no existe motivo alguno que justifique la eliminación de estos derechos. Las paradojas de la vida y de la historia nos han llevado a experiencias que podrían incluso cuestionar este artículo: cuando se habla de los derechos de las minorías, como un paso irrenunciable para su preservación y para que sus intereses puedan también estar presentes en la vida pública, estaríamos aceptando de forma tácita que los grupos pueden llegar a tener derechos sobre los individuos. Si del nazismo aprendimos que los derechos deberían ser individuales, de la experiencia multicultural nace la reivindicación de otorgar y reconocer derechos a las minorías culturales. ¿Existen soluciones intermedias? Puede que sí: los derechos fundamentales pertenecen a los invididuos, pero los grupos culturales minoritarios pueden gozar de ciertos derechos siempre que no entre en conflicto con los individuales. Pero he aquí el problema: hasta qué punto la interacción sociedad-individuo no termina afectando a derechos fundamentales.
Stephen Hawking |
Gilles Deleuze |
by Durero |
John Arbuthnot |
Magali Bessone |
Al darrer llibre de Margarita Boladeras, El impacto de la tecnociencia en el mundo humano. Diálogos sobre bioética (2013), Jean-Nöël Missa, un dels més respectats especialistes en bioètica que hi ha ara mateix a Europa, defensa que el Tour de França és inmoral, perquè obliga els ciclistes a fer autentiques bestieses del tot insalubres, mentre que dopar-se és moral, perquè és l’única manera possible de resisistir davant exigències brutals, inhumanes. Passa una cosa similar amb el futbol. No és immoral per la pasta que mou, ni per les passions que manipula, sinó per la pasta que no permet moure en altres coses i per les passions que no deixa canalitzar cap altres temes.
Terminamos hoy con el comentario de las citas propuestas en la pasada Olimpiada Filosófica Internacional. Se trata en este caso de una cita de Confucio, autor que ha aparecido ya en alguna edición anterior, en un claro signo de apertura por parte de los organizadores hacia filosofías y pensamientos no occidentales, que valoro positivamente por cuanto se trata de un certamen de dimensióon internacional, y no únicamente “logocéntricas” u “occidentales”. La traducción (libre y personal, como siempre) podría ser la siguiente:
Zigong preguntó: ¿Hay una palabra que pueda servir como principio de conducta para toda la vida?
Confucio replicó: “No hagas a otros lo que no quieras que te hagan”.
¿En qué medida podría considerarse como un principio moral universal esta formulación de la regla de oro, que se puede encontrar en otras culturas a lo largo de la historia?
Es esta una cita que los organizadores de la IPO plantean de un modo peculiar: en este caso, no bastaría solo con comentar la cita de Confucio, sino que sería preciso contestar además a la pregunta que le sigue: ¿puede ser la regla de oro un principio moral universal? Así que los finalistas que escogieran esta cita podían “distraerse”, o bien fijándose solo en la cita o bien conformándose con contestar la pregunta. A ver si con el breve comentario que sigue podemos dar pistas en ambas direcciones.
“No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan”. Se trata, efectivamente, de un principio que aparece en muchas culturas. En las grandes religiones, las llamadas “del libro”, pero también en la tradición filosófica. Hay quien lo ha querido encontrar en algunos fragmentos de Platón, o en el modelo de prudente de Aristóteles. “Ama y haz lo que quieras”, decía San Agustín, y ya en la modernidad lo encontramos en la gran referencia filosófica al respecto: kant y su intento de fundamentar la ética en la razón. Su meta es, precisamente, encontrar una norma de acción válida universalmente por el hecho de estar basada en la razón. De manera que la propia filosofía kantiana daría una respuesta claramente afirmativa a la pregunta que acompaña a la cita de Confucio: por supuesto que la regla de oro nos sirve como fundamento de una ética universal, ya que la propia razón y la propia conciencia moral descubren el valor de esta norma. Pero quizás sea esta una expectativa demasiado optimista y debamos revisarla cuidadosamente, no vaya a ser que bajo la proclama ética de nuestra racionalidad se puedan tendencias totalmente irracionales.
Hay una clave, tanto en Confucio como en Kant, que no debemos pasar por alto: la voluntad. “Lo que no quieras que te hagan”, es esta la expresión del texto en el que reside toda la fuerza de la sentencia de Confucio. Y a la vez que la fuerza, también la debilidad: qué ocurre si alguien se encuentra en circunstancias en las que esa voluntad puede desear cualquer cosa para sí mismo. Prestemos atención, por un momento, a la moral de los señores de Nietzsche: el fuerte, el poderoso, no encuentra esta cortapisa moral. Impone su voluntad sobre el resto, sin atenerse a criterios teóricos, y esperando que los demás también puedan hacer lo mismo. El que vive más allá del bien y del mal, sabe que también los otros pueden vivir en idéntica condición, y su voluntad no tiene en cuenta lo que espera de los demás, sino que directamente trata de realizar sus deseos. También Schopenhauer nos pone un ejemplo crítico respecto a la sentencia: el acusado le diría al juez que no le condene, ya que tampoco al juez le gustaría ser condenado. Aceptar la condena por el delito cometido: ¿existen muchos, más allá de Sócrates, que aceptarían su pena por el hecho de que viene avalada por las leyes? O más bien es la voluntad una fiera desatada, que puede en ocasiones seguir el consejo de Confucio o el imperativo kantiano, pero en otras rebelarse contra el mismo. No faltan los ejemplos históricos: la voluntad del nazismo hacía a los demás lo que esperaría de ellos, si acaso existiera un pueblo superior al alemán. En defnitiva: el “no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan” descansa sobre una excesiva confianza en la voluntad humana, que se ha visto desmentida por la realidad en más de una ocasión.