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El café de Ocata
Andan mis nietos esperando impacientes el regreso de su abuela, que está en Pamplona, porque Ocata ya ha estrenado su decoración navideña y nosotros aún no hemos montado el belén. Este "nosotros" es una licencia familiar, porque, en realidad, la muy delicada operación belenista corre a cargo, exclusivamente, de la abuela y los nietos. No aceptan intrusos.
Para empezar, irán a comprar alguna figurilla más, porque del fondo del cajón en el que se guardan, siempre sale alguna descascarillada. Después trazarán en diagonal, sobre un mueble del comedor, el río de plata, al que le irán añadiendo puentes, patos, la noria, las lavanderas... En un rincón, el castillo con sus soldados; en la llanura, los pastores, los animales de granja -tenemos muchísimos, porque los niños han ido cediendo al belén sus juguetes-; la estrella en la pared; los tres reyes con sus pajes, que se sitúan en un extremo para que puedan ir avanzando un trecho cada semana. Por último, el pesebre. Y es aquí donde se arma la marimorena.
Cada año mis nietos se empeñan en rematar el conjunto poniendo una vaca enorme sobre el frágil tejado del pesebre y cada año mi mujer protesta airadamente, intentando frenar con argumentos muy lógicos el capricho de los niños, pero como la cuestión, finalmente, ha de dirimirse a votos, ganan inevitablemente ellos... y mi complacencia. Mi mujer, a decir verdad, no acepta la derrota con buen humor, pero, aun refunfuñando, la acepta, y la vaca vigía de nuestro pesebre contempla parsimoniosa, como una vaca nietzscheana el panorama del entorno, rumiando a su manera la buena nueva.
A mí me gusta que vayamos creando y manteniendo nuestras propias tradiciones, que dan vida a la trama de nuestra vida en común. Tengo la esperanza de que, cuando pase el tiempo y cada uno viva su propia vida, el recuerdo de la vaca vigía reverdezca cada navidad y en la memoria de los que queden se ilumine el recuerdo de lo mejor que hemos sido.
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El café de Ocata
Vengo de una gran escuela, la Escola Camp Joliu, de L'Arboç, situada entre viñas. La charla ha ido bien, a pesar de que mis acúfenos estaban disparados -como siguen ahora-, como si tuviese el brun-bruumm del motor de un inmenso camión aquí al lado. Creo que los padres -para ellos iba dirigida la charla- se han divertido y han reflexionado alguna cosa de interés. Pero no quería hablar de esto, sino de este fenómeno biológico que me acompaña, acentuándose más pronunciadamente cada año: los padres me parecen más y más jóvenes. Posiblemente andan casi todos de los treinta para arriba, pero es que a mí los de treinta se me antojan adolescentes. Así que, volviendo en el coche, envuelto en la noche, pensaba que yo debo parecerles a ellos cada vez más viejo. Una especie de abuelo cebolleta que les cuenta historias un pelín edificantes, pero no mucho, lo suficiente como para que la risa dejé en el paladar, allá al fondo, una idea digna de ser rumiada.
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El café de Ocata
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19:12
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El café de Ocata
Barcelona Llego a casa cansado, después de un día largo. Muy cansado. Despernado del mucho andar por Barcelona. A las 10 de la mañana tenía una clase en un curso organizado por el
Ateneu Universitari de Sant Pacià en la Facultad de Teología. Buena gente. Con decir que nada más entrar ya me he encontrado con el gran Armando Pego... Tenemos una comida pendiente que andamos posponiendo tontamente. Habrá que ponerle remedio urgentemente. Armando es una de las personas más inteligentes que conozco. Mi clase trataba sobre la iconografía del mito de Prometeo y tendrá una segunda parte el 12 de diciembre. Creo que les han sorprendido las historias aledañas al mito y, sobre todo, la iconografía de los sarcófagos romanos del siglo segundo de nuestra era, especialmente aquellas en que se muestra a Atenea introduciendo una crisálida en la cabeza de los hombres de barro que han sido modelados por Prometeo.
Después he estado yendo de aquí para allá, haciendo varias cosas, hasta que han dado las seis de la tarde, hora en que tenía una entrevista en Catalunya Ràdio con Roger de Gràcia. Creo que ha ido bien, aunque he derramado un vaso de agua sobre la mesa causando un pequeño desastre. Al principio de la entrevista he defendido la importancia de la ironía y el entrevistador me ha preguntado si la izquierda no tiene más capacidad para el humor que la derecha. Yo creo que esperaba una obvia respuesta afirmativa. Me he limitado a contestarle que "la libertad se ha hecho conservadora".
Son las siete de la tarde, acabo de llegar a casa. Estoy, de nuevo, de Rodríguez. Pero qué bien se está en mi sofá, con la calefacción encendida, decidiendo si me ducho ahora o me hago un bocadillo de jamón con pan y tomate acompañado de un gran vaso de buen vino.
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17:32
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El café de Ocata
El Mas Vell del Masnou
Día grande, el de ayer. Me acompañaban en la mesa del Braval, en la presentación de
Sobre el arte de leer, personas a las que admiro mucho: Pep Masabeu, el alma del Braval, un experto en imposibles; Sergio Vila-Sanjuán, director del suplemento cultural de
La Vanguardia, un enorme periodista cultural que siempre se ha mostrado muy genoreso conmigo y con quien me encuentro, una y otra vez, en los sitios menos pensados; el gran Tono Masoliver, sin duda, el crítico literario más prestigioso del país, que sabe ver lo que nadie ve, por ejemplo, que en
El cielo prometido, el subtítulo de mi libro sobre Caridad Mercader, se encuentra la huella de ese soneto anónimo que es una de las joyas de la mística española: "No me mueve, mi Dios, para quererte / el cielo que me tienes prometido..." y, por último, mi estrambótico hermano electivo, Jordi Nadal.
Y, en frente, tantas personas queridas...
Gracias a todos.
Seguimos.
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15:09
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El café de Ocata
Si tuviera que hacer una antología de textos filosóficos españoles, creo que la comenzaría con el prólogo que Ortega escribe a este libro:
No me he leído el libro, pero sí he repasado varias veces el prólogo, cuyo contenido me reafirma en la tesis de que el mejor Ortega se encuentra donde no se lo busca. Hoy he visto que ha sido traducido y publicado este mismo año en Francia por Editions Atlantica:
Aquí una reseña
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10:17
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El café de Ocata
Me he despertado desvelado cuando aún no eran las cuatro de la mañana. Normalmente, cuando esto me pasa, me voy a mi cuarto, cojo un libro y a la media hora me vuelvo a la cama a caer rendido inmediatamente en los cálidos brazos de Morfeo. Hoy no ha sido así. Y la culpa la ha tenido El hombre en desazón, de Gonzalo Fernández de la Mora, que me ha mantenido enganchado a sus páginas. El libro es irregular, pero no te da tiempo a decepcionarte, porque en cuanto el interés baja un poco, el autor te sorprende con una idea provocadora. Es un libro extraño porque, lo que nos muestra no es tanto lo que es el hombre, sino la mirada que sobre el hombre proyecta alguien a quien los años han empujado hacia el escepticismo. Es como una consolación para la vejez que viene a decir: "Tampoco ha sido para tanto".
El otro día un joven muy inteligente con el que comí en el puerto del Masnou, se sorprendía porque yo no estuviera alarmado por lo que está pasando en Cataluña. Le contesté diciéndole que el fundador del catalanismo y padre del nacionalismo catalán, Valentí Almirall, acabó militando en el partido de Lerroux y defendiendo a España y que Lerroux no sólo apoyó a Franco, sino que en su exilio portugués leía el Kempis y Los nombres de Cristo. Pasionaria, en su lecho de muerte, cantaba canciones religiosas con el padre Llanos. ¡Cuántos promontorios que sobresalen en la llanura son restos de altivas fortalezas!
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18:22
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El café de Ocata
Vuelvo de Santiago con las alforjas llenas.
Ha merecido la pena el viaje. Ha merecido la pena incluso la lluvia... claro que yo sólo ha conocido dos días seguidos de lluvia, mientras que las buenas gentes santiaguesas llevan más de un mes a remojo, sometidas al pertinaz chaparrón cotidiano. Ha merecido la pena el reencuentro con esas piedras que tanta historia callan, con ese cielo rebozado de capas de nubes a través de las cuales, sin embargo, de vez en cuando se abre paso un frágil rayo de sol como una bendición efímera. Ha merecido la pena volver a escarabajear entre las estanterías de las librerías de viejo... En la librería Cuceiro siempre encuentro alguna joya que me permite reafirmarme en la tesis de que el alma de una ciudad se encuentra más presente en sus librerías de viejo que en sus calles. Claro que esto es preocupante, dado que las librerías de viejo están desapareciendo, sustituidas por triviales librerías de segunda mano.
Ha merecido la pena llevar de compañero a Ángel Amor Ruibal. Puse, bien erguido, el tomo I de
Los problemas fundamentales de la filosofía y del dogma sobre la mesa, para formar los dos un dúo, aunque él hablara con su silencio, como las piedras de Santiago. Esto de la lectura y, en general, esto del lenguaje, tiene sentido en la medida en que nos permite empalabrar el mundo y escabullirnos así del anónimo vacío de sentido y de su oscuridad. Amor es grande porque su esfuerzo por enseñarle a hablar al mundo es heroico. Es un auténtico aventurero del espíritu.
Ha merecido la pena, muy especialmente, el reencuentro con otro Ángel, dulce compañía, y que gracias a su amparo, se haya incrementado el pequeño círculo de mis amistades compostelanas.
Ha merecido la pena el pan y el vino, un par de invitaciones nuevas, caminar bajo la lluvia empapándome de esa humedad sensual, que tiene casi cuerpo; el paseo de esta mañana hasta Santa Susana... y -¡claro!- la visita al Maestro Mateo. Tras pasar un rato a su lado, ayer por la tarde, me dije a mí mismo que ya no me fijaría en ninguna piedra más mientras estuviera en Santiago. Quien visite el Pórtico de la Gloria y no quiera crecer, es que -lo sepa o no- está empeñado en menguar.
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El café de Ocata
Leo en
Le Figaro que, según un sondeo de Ifop-Asterès, más del 80% de los franceses miran al futuro con recelo y, muchos de ellos, directamente con miedo. Tienen la sensación de que lo que les espera en el día de mañana empeorará sus condiciones de vida presentes. Se han vuelto pesimistas y recelosos. Los términos más usuales entre ellos cuando se refieren al futuro son los de "inquietud" e "incertidumbre".
Ni el mañana personal ni el colectivo les parece tranquilizador. El 50% se siente mal preparado para encarar las revoluciones que todo el mundo asegura que se avecinan. Lo curioso es que la mayoría se encuentra satisfecho con sus condiciones de vida presentes, pero no confían, en absoluto, en que perduren. Están convencidos de que perderán poder de compra y de que sus trabajos serán cada vez más precarios. Socialmente ven fracturas...
Este clima pesimista explicaría el incremento de las demandas de protección de los franceses en todos los dominios y su miedo a las reformas.
Únicamente son optimistas con respecto a la tecnología y este me parece a mí el dato más pesimista de todos, porque veo en él una progresión imparable de la decidida entrega del hombre a sus máquinas, rendido ya a aquel complejo de Prometeo del que hablaba Günther Anders. Cuando nos vemos a nosotros mismos como medida de todas las cosas, sentimos miedo. Sin embargo cuando nos vemos medidos por nuestras máquinas, encontramos un consuelo, una esperanza.
Yo hace tiempo que vengo observando en las escuelas españolas esta inquietud ante el porvenir. Estamos educando a los niños en el miedo. Les describimos un futuro ecológico desolador; les insistimos en que no tienen ni idea de cómo serán sus trabajos, pero que, en todo caso, serán inestables y precarios; los empujamos hacia una ética de la indignación y de la náusea, porque nos sentimos incapaces de ofrecerles una ética del apetito. Y lo peor es que hemos introducido la inseguridad y el miedo en su imagen de las relaciones de pareja y, por lo tanto, de la familia, haciéndoles creer que en cada hombre hay un enemigo potencial. Estamos insinuándoles que no encontrarán cobijo alguno para su humanidad.
El incremento de la sensación de desconfianza es, en sí mismo, un factor objetivo de desconfianza, porque quienes pierden seguridad en sí mismos, en sus propias capacidades para encarar los retos futuros, están siempre en peores condiciones de afrontarlos que los que confían en sí mismos. Pero esta es nuestra situación. No sé si no he cargado yo también un poco las tintas, pero, en cualquier caso, me parece urgente modificar el rumbo de nuestra educación y dotar a las nuevas generaciones de un optimismo razonable en sus propias fuerzas.
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El café de Ocata
Son las 7:00 de la mañana. El despertar del día me pilla con un libro sorprendente entre las manos, El hombre en desazón (gracias, Karl Mill), de un filósofo al que cuando tenía más prejuicios que ahora, no sospechaba que pudiera leer algún día, Gonzalo Fernández de la Mora.
Ha sido comenzar a leerlo y comenzar a tropezar con afinidades en el tratamiento del hombre como ser iluso. Necesariamente iluso. Esencialmente iluso.
Me imagino que nunca nos libramos de una buena carga de prejuicios. Probablemente lo que vamos haciendo es ir cambiándolos, pero sí creo que podemos aprender a sospechar sobre qué prejuicios nos mantenemos erguidos cuando miramos hacia el horizonte. Y quizás sea eso lo más lejos que podamos estar de nosotros mismos.
Mañana viajo a Santiago de Compostela, donde estaré hasta el sábado. Voy a dar una charla a los editores gallegos, pero también a ver el restaurado Pórtico de la Gloria y, sobre todo, a rendir un pequeño homenaje a Amor Ruibal, a quien descubrí hace tiempo, pero al que leo con atención desde hace poco. Me llevaré el tomo I de Los problemas fundamentales de la filosofía y del dogma para el viaje.
El dogma elemental de los humanos: deberás creer en las ilusiones que proyectas sobre tí mismo.
Por supuesto, saltarse el dogma tiene sus consecuencias: no encontrar acomodo en la naturaleza. El estado de naturaleza está a nuestro alcance: consiste en vernos a nosotros mismos desnudos de ilusiones y no creer en otro futuro que el que nos imponga en cada caso nuestra bioloogía.
Cierro el libro con la sospecha de que la ignorancia voluntaria es la forma más vil del olvido.
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23:03
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El café de Ocata
Luis Carandell, Las anécdotas de la política:
“El dirigente obrero español Anselmo Lorenzo fue a Londres con ocasión de la conferencia de los sindicatos obreros europeos. Visitó a Karl Marx, que lo recibió muy efusivamente y le habló en español. En la primera conversación que mantuvieron no trataron de cuestiones sindicales. Marx, que era gran lector de los clásicos españoles, prefirió hablar del teatro del Siglo de Oro. Lorenzo, que era tipógrafo y hombre culto, no desdeñó el tema. Y hablaron de Calderón, Lope de vega, Tirso o Moreto. Marx había transmitido a su familia su afición a las letras españolas. Su hija pidió a Anselmo Lorenzo que le leyera un capítulo del Quijote para deleitarse con la musicalidad del castellano.”
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El café de Ocata
"En política lo que no es tongo es guerra civil", leo en
Por los pasillos de las Cortes (1972), de Joaquín Aguirre Bellver, periodista que fue, entre otras muchas cosas, cronista parlamentario del diario Pueblo. Quisiera no estar de acuerdo. Por cierto, unos días antes Urtain había dejado KO, obviamente, a Peter Weiland. En aquellos días se decía por los pasillos de las Cortes que si un día llegaba la revolución, bastaba para pararla con poner por la tele un combate de Urtain.
En abril de 1970 se discutía en las Cortes sobre educación sexual y Joaquín Aguirre Bellver resume así el debate: "Un muchacho sin educación sexual ve pasar a Sofía Loren, piensa lo que le da la gana y luego silba. Mientras que un muchacho con educación sexual, ve pasar a Sofía Loren, piensa lo que le da la gana y no silba. ¿Está claro? Porque ninguno de ustedes, señores procuradores, va a atentar contra la libertad de pasearse por la calle y pensar lo que cada cual quiera. De donde se infiere que la educación sexual lo que elimina es el silbido". Recientemente pasé todo un día con un grupo de adolescentes madrileños y lo que me vinieron a decir fue esto mismo.
Ahora estamos en julio del 70. Se debate la ley de peligrosidad social. Escribe Aguirre: "Esta ley me está produciendo una profunda desazón. Temo a los puritanos. Temo a doña Engracia. Doña Engracia es (segun Herminio, cronista del
ABC) una señora que se pasaba del cielo, de puro recta que había sido en vida, y San Pedro tuvo que gritarle: "¡Un taco, doña Engracia, diga un taco, que se va usted a poner en órbita!"
Acabo este libro, ameno e instructivo, porque nos muestra las tripas de aquellas cortes herméticas, corporativas, escleróticas del franquismo, con la sensación de que en nuestra "memoria histórica", lo que no es tongo, es guerra civil.
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El café de Ocata
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El café de Ocata
El Cor Scandicus de El Masnou ha cantado -muy bien- en la iglesia del pueblo en Requiem de Gabriel Fauré, en memoria del amigo H., que ingresó en un hospital a hacerse una pequeña operación y ya no volvió a casa. Todo iba bien hasta que una infección hospitalaria se interpuso en su camino.
Recuerdo que de niño las palabras del Requiem y el ritual de las exequias me producían una enorme desazón. Todo aquello era como el eco de una caída irremediable en la nada, la voz que anuncia el silencio definitivo, la primera pala de desmemoría que arrojábamos sobre el difunto. Ahora veo el Requiem como una oración en la que las voces de los vivos se unen al silencio del difunto para conjurarnos todos contra el olvido. El Requiem pide el descanso del difunto en la luz: "Haz Señor, que vaya de la muerte a la vida". Es decir, que no caiga, que se eleve. El cristianismo es una religión de la verticalidad, de las alas, de la luz de la vela, de la ascensión. El cristianismo nos muestra la vida en la tierra como lo que estrictamente es, un entrambos, una dinámica de ascensos y descensos.
Como suele ocurrir últimamente en los funerales, se le ha dirigido al difunto una oración laica en la que se le ha dicho ese inevitable "estés donde estés"...
Se me antoja que esta es la fórmula de la renuncia a la verticalidad y su sustitución por una horizontalidad a la que se llega sin esfuerzo. "Estés donde estés...".
Vivimos rodeados de frases de origen cristiano que han enloquecido por olvidar de donde vienen. Es lo que me parece que ocurre con la "dignidad" de la que hablaba en el comentario anterior. La dignidad era evidente cuando el cristiano se veía a sí mismo como imagen de Dios. Ya no creemos en Dios, pero queremos seguir creyendo en la dignidad, así que nos convertimos en imagen de la dignidad... de una dignidad que por quererse sublime, sólo puede estar vacía. Cuando hablamos de la dignidad del hombre, en abstracto, estamos hablando de lo que hay de hombre en un hombre que quiere concebirse como digno.
Frente a las frases rituales de nuestros días, la gravedad eseranzada del Requiem: es posible remontar el tiempo y el olvido. Es posible que la luz reconozca en nosotros una familiaridad.
Descanse en paz, H.
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El café de Ocata
Dándole la réplica a Javier Gomá, con ocasión de la presentación de su libro, Dignidad, en el Círculo del Liceo de Barcelona, conté el siguiente caso ocurrido en Francia. Un policía decidió prohibir un curioso espectáculo que tenía lugar en un local público de una ciudad. Consistía en una competición por ver quién lanzaba más lejos, sobre unos colchones, a un enano provisto con un casco. El policía consideró que lanzar como un proyectil a un minusválido era atentatorio contra su dignidad.
En este punto pude ver como las personas de la primera fila asentían con la cabeza.
Las cosas son, sin embargo, un poco más complejas, como lo prueba la polémica que se desató en torno a este caso.
¿Si en vez de un enano se tratase de un hombre bala se consideraría también que se estaba atentando contra su dignidad?
La "Asociación nacional de personas de talla pequeña" difundió un comunicado en el que preguntaba: "¿Las protestas de la opinión pública no serían masivas si a un animal se le infringiera ese tratamiento?"
El enano, a su vez, preguntaba: "¿Acaso un minusválido ha de poder ejercer menos trabajos por culpa de los prejuicios morales de los que no son minusválidos?" El hombre se temía que, al final, se quedase con su dignidad intacta y sin trabajo, que es lo que realmente sucedió.
"Existentia substantiae est substantia", sostenía el escolástico Cayetano. Y yo, apoyándome en él me preguntaba qué es la dignidad humana más allá de su existencia en la dimensión prudencial de las cosas humanas.
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El café de Ocata
Parece claro que ha llegado el invierno. Cielo gris, espeso, bajo; una neblina vaporosa en el ambiente; lluvia intermitente; mar alterado; ese frío que se cuela, insidioso, hasta los huesos. Escribo cerca de un radiador con una manta doblada sobre las rodillas. Aquí, a mi lado, varios artículos de Chantal Delsol, me ayudan a pensar en la importancia de dos conceptos olvidados, el de don y el de contra-don, que es el agradecimiento. Quizás sea éste, el don, el concepto más ajeno a todo cuanto supone la socialdemocracia, dada la insistencia de ésta en ocultarlo tras el discurso de los derechos.
Jean Bernard Restout
Sueño, c. 1771. Nuseo de Arte de Cleveland
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El café de Ocata
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El café de Ocata
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El café de Ocata
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El café de Ocata
I La dinámica expansiva del capitalismo, lejos de encontrar su justificación en la ideología conservadora, descansa sobre los valores de la nueva izquierda: individualismo radical, rechazo de límites y fronteras, culto de la innovación, ilimitación de derechos, políticas de la identidad...
II "Incoherencias de la modernidad tardía: reducimos el pensamiento a neuronas y el cuerpo a química, pero queremos una dignidad inalienable, y las dos cosas son incompatibles. Hace falta una espiritualidad para que la dignidad se establezca de forma incondicional".
- Chantal Del Sol
III "Ninguna ética, ninguna religión, ningún proverbio popular, ninguna moraleja de una fábula, ninguna regla de conducta de un pueblo primitivo ha elevado la envidia al rango de virtud. Al contrario, (...) los hombres obligados a vivir en sociedad siempre han tratado de reprimir la envidia tanto como sea posible. ¿Por qué? Porque en cualquier grupo humano, sea el que sea, la envidia es invariablemente un factor de desorden (...). La envidia es, por definición, la negación de los fundamentos de cualquier sociedad".- Helmut Schoeck
IV Acabo con la razón para ser conservador que nos ofrece Pla en el Homenot que dedica a Eugenio d'Ors: “Jo sóc un conservador perquè sempre m’ha semblat absurd que els homes afegeixin les seves facultats intel·lectuals i la seva força material a l’incessant treball de destrucció que realitza constantment i implacablement la naturalesa. No hi ha necessitat, em sembla, de matar prematurament i abans d’hora ningú, si la naturalesa es dedica a aquesta feina d’una manera ordenada i perfecta. Si totes les coses estan destinades a caure, perquè aquesta és la seva llei fatal, el més enraonat, encara, és estintolar-les, si és posible”.
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El café de Ocata
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El café de Ocata
La aurora no decepciona nunca, a pesar del eterno retorno de lo mismo sobre las perplejidades humanas. Cada amanecer es el mismo y cada uno recoge a Demócrito riéndose de las miserias del mundo y a Heráclito llorando ante estas mismas miserias.
El país está hoy más fragmentado que ayer y un poquito más cerca de los Balcanes.
Cambó, que estuvo muy influido por Barrès (como lo estuvo Azaña, por otra parte) insistía en que España necesitaba un ideal colectivo. Él se creía dispuesto a dárselo porque sabía que la política es hacer creer. No veo en el horizonte inmediato ningún político tentado por esta noble ambición.
Le comento a un amigo:- Esta podría ser la hora de Valls.- No le veo espacio político -me contesta.- ¿Y si Sánchez supiera aprovecharlo?- Sánchez lo detesta, esta alternativa es imposible.
Una parte importante de lo que nos pasa se explica por causas estrictamente psicológicas: los vetos que tienen cruzados entre sí diferentes líderes políticos. ¿Seguiremos siendo rehenes de sus fobias? Quiera Dios que no. Esta es la hora de la generosidad dentro de España y de firmeza en la Unión Europea, porque en España tiene un virus.
Decía Leo Strauss que está más cerca de la sana filosofía la risa de Demócrito que las lágrimas de Heráclito.
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El café de Ocata
La democracia es posible porque colectivamente aceptamos que en política el consenso es más importante que la verdad o, dicho de ora forma, que lo que está más cerca de la verdad política es el consenso.
Lo que cuenta en democracia es la fuerza de atracción de las autopercepciones honestas de diferentes grupos.
No creo que haya nadie que para votar se ponga delante de las diferentes papeletas enlazando silogismos a la espera de ver hacia qué color político lo conduce su razonamiento. Simplemente votamos porque nos guiamos por intuiciones que nos parecen razonables sobre lo nuestro en nuestro futuro colectivo.
Siendo tan frágil, imperfecta y sofística; estando tan sometida a la ilusiones más diversas, la democracia es, sin duda, el mejor régimen que hemos sabido crear para hacer posible la pluralidad en la unidad en comunidades complejas que están atravesadas por diferencias legítimas. Lo cual no significa que haya venido aquí para quedarse. Nada impide que pasado mañana nuevas generaciones alcancen un nuevo consenso: el de los hartos de democracia.
Pero lo que quiero resaltar hoy es la dignidad que hay en el gesto de confianza que le damos a ese vecino insoportable del 3º C para que vote como le dé la gana y que su voto cuente como el nuestro. ¡Y vete a saber si vota como nosotros!
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El café de Ocata
Se cantaba en Cádiz en 1812, mientras una asamblea, compuesta en una tercera parte por clérigos, elaboraba una constitución:
Muera el que quiera moderacióny viva siemprela exaltación.
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11:30
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El café de Ocata
El viernes me enteré, gracias a Jordi Amat, que lo sabe todo, que el Cambó de Pla fue una obra de encargo que, además, estuvo corregida por el mismo Cambó. Amat me indicó también el lugar en que se conservan los textos originales del escritor y las correcciones del político. En cualquier caso, es una gran obra. La he tenido durante semanas de libro de cabecera. Además de hablar -bien- de Cambó, Pla deja escapar de vez en cuando algunas observaciones interesantes -y con frecuencia maliciosas- sobre otras personas. De Balmes dice: "Es un poco pesado, sobre todo cuando escribe como un predicador barroco". Es exactamente así. A veces Balmes se sube al púlpito de su ego y comienza a echarle un sermón a la historia, y sus palabras van formando bola en el paladar del lector. Claro está que no es sólo eso. Ni tan siquiera lo es en su mayor parte. Por eso Pla añade: "Pero es el catalán del siglo pasado que manejó más ideas y tuvo una curiosidad intelectual más amplia". Este es el Balmes que podemos llamar laico, que observa su realidad circundante con una mirada europea y la expresa con palabras precisas, como cuando nos regala el nombre exacto de un modo de pensar muy nuestro: "pensar sintiendo".
A unas elecciones siempre se va con el voto empapado de sentimiento. Pero en estas, me parece que lo que cuenta es la intensidad de ese sintiendo, que ha devorado el pensar. Si me permiten la frase fácil, añadiré que el pensar se ha convertido en pienso del sentimiento.
Se suponía que el "seny" era una virtud catalana. Algunos dicen -Joan Sales, por ejemplo- que es tan virtud como el famoso punto medio de los griegos, que si lo buscas, no hay manera de encontrarlo. Yo, sin embargo, sigo pensando que está ahí y que, como ha pasado históricamente en Cataluña, tarde o temprano aparecerá alguien diciendo "som gent d'ordre" y provocará un seísmo electoral. Ya hay un grupo relativamente numeroso de personas que anda buscando esa salida desde el catalanismo. Para que tengan éxito necesitan de alguien que personalice el pensar sintiendo colectivo con más pensar y menos sentimiento. En una cena que recientemente hicimos, en un chino, los del Círculo Hermenéutico Estraussiano de les Planes, me atreví a apostar que esa persona aparecerá antes de 4 años.
Y, si no, pues a apechugar.
Añadido a las 13:23: Acabo de ver en las redes que un importante político anima a "votar con el corazón". -->
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El café de Ocata
Hojeas desinteresado. Parece que pasas de largo... pero vuelves atrás. Algo insinuado te ha llamado la atención. Miras. Te quedas. Has descubierto que es ahí a donde querías ir.
Albert Marquet (1875-1947), LA PETITE CHÈVRE, 1912-14.
En Terminus ante quem Seguro que B. conoce a Marquet. Espero sus comentarios.
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El café de Ocata
Veo poca televisión, porque me aburre. Leo poca prensa, porque me espanta la maraña de palabras en que acabo enredado a medida que paso de una opinión pontificante a otra pontificadora. A cada página que pasas le añades un peso a tus pies.
El 7 de noviembre de 1936 un periódico navarro, La República, protestaba porque en el Registro de la propiedad aún continuaran exigiendo el pago de "derechos reales" cuando ya no había monarquía en España. Como se sabe, los "reales" de los "derechos reales" derivan del latín "res", cosa. Son los derechos sobre la realidad de algo, no hacen ninguna referencia a la realeza, sino a la cosidad.
Veo el jaleo político que nos rodea como una "res" que, objetivamente está ahí, pero que nos empeñamos en amplificar, complicar y enredar por nuestro empeño en convertirla en "Rex". Claro que este empeño es la esencia de la política.
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El café de Ocata
Me gustan esos pequeños detalles casi mecánicos que tienen las parejas mayores entre sí. Ese momento en que ella se detiene ante él para quitarle un pelo de la solapa o darle unas palmaditas en los hombros para quitar esas motas de caspa que se han depositado ahí indiscretamente. Ese gesto del hombre que tiene su brazo extendido sobre el hombro de ella y alarga el dedo índice para acariciarle la mejilla. La manera como algunas parejas de ancianos caminan agarrados de la mano. Ese juntar las rodilllas de la pareja que está en esa mesa del restaurante, tan intenso, tan vivo. Esa cucharadita de postre que se intercambian como si se regalaran las llaves de Granada. Todo esto me parece grandioso, admirable, enternecedor. Y, sin embargo, pocas cosas me duelen más que ese momento en que mi mujer me coge el vaso de cerveza y se lo lleva a los labios para echarse un trago, porque sé que cada trago está racionado y que si falta uno lo voy a echar tanto de menos...
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9:38
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El café de Ocata
Ando atareado intentando preparar una conferencia que debo dar el día 15 en el Club Tocqueville. Me apetece, sin duda, pero el reto exige rigor. Y en eso estoy, intentando rigorizar (debería existir el diccionario de las palabras que deberían excistir) mis convicciones.
Esta mañana me he encontrado entre las páginas de un libro de Juan Marichal,
El secreto de España, con estas palabras: “Raymond Aron recordaba un pensamiento común a Nietzsche y a Paul Valéry: “Para las comunidades humanas como para los individuos, el olvido no es menos esencial que la memoria”.
Pienso en el deber de recordar que debemos olvidar. Más aún: en el deber que tengo de recordar que Marichal recuerda lo que recordaba Aron que recordaban Valéry y Nietzsche.
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7:06
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El café de Ocata
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El café de Ocata
De repente siento su falta, unas veces como un vacío y otras, como un miembro fantasma. En todo caso, lo que echo de menos es algo que forma parte de mí, que es tan mío como yo soy suyo. Es una prótesis existencial, como el carrito en el que se apoyan los ancianos de la plaza de Ocata para llegar al Petit Cafè, que parece un carrito de la compra en el que la carga son ellos mismos. Si estoy cerca de casa, no lo dudo, vuelvo sobre mis pasos. Si estoy lejos, me maldigo a mí mismo y dudo si dar media vuelta o no. Si sigo adelante, sé que estaré todo el día sintiendo su ausente presencia. Me refiero al móvil, claro. Esta mañana ha vuelto a pasar, pero, por suerte, estaba cerca de casa.
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El café de Ocata
... en que le das al icono de "enviar" y sale irremediablemente disparado el texto de tu libro para el editor es bien contradictorio. Por una parte, experimentas una agradable sensación de levedad. Ya está. Ya lo has acabado. Respira hondo, mira al horizonte. Hay más cosas en la vida que tus obsesiones. Por otra, ya se sabe que post coitum... Sé muy bien que pasaré unos días descentrado, pero asaltado de vez en cuando por un insidioso bombardeo de flashes: Aquel capítulo quizás está mal acabado; la referencia a Y debería haberse completado con otra a X; entre el capítulo 3 y el 4 la transición no está bien lograda... y, lo peor de todo, sé que algún amigo bien intencionado cometerá la imperdonable maldad de enviarme un imporantísimo artículo que se me ha pasado por alto. ¡Dios lo confunda! En fin, el estricto sino del neurótico.
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El café de Ocata
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El café de Ocata
Las mañanas de sábado son mañanas de compra, que es una tarea gozosa y difícil y, al mismo tiempo, una especie de vicio solitario que me reservo con el celo de una intimidad.
Es difícil porque estamos en una situación vital en la que nunca sé si comeremos mi mujer y yo solos o nos vendrá toda la familia y, entonces habrá que poner ocho platos. Tengo que hacer, pues, equilibrios culinarios estratégicos, aunque, por experiencia contrastada, bien sé que, cuanta menos compra haga, más poblada estará la mesa. Pero algo singular sucede en estas ocasiones. Aunque aparentemente no tengo nada para poner sobre el mantel, voy rascando de aquí y de allí y acabo produciendo el milagro de la multiplicación de las migajas. Suelen ser éstas comidas de mil platos en las que cada uno encuentra algo que le gusta.
Es gozosa porque soy adicto a mis puestos de compra habituales, en los que ya casi no hace falta que pida, comenzando por la cafetería. El fin de semana comienza para mí con el regalo del aroma de ese café, delicioso, espeso, casi untuoso, heraldo de la sacra normalidad. "Estas acelgas están hoy muy bien", me dice la verdulera, y yo obedezco dócilmente. Si pido salmón en la pescadería y veo que el pescatero me pone mala cara, me dejo orientar por su mirada y compro rape. "Si coge esta paletilla, le hago descuento", me ordena, más que dice, la carnicera, que me trata de "corazón" en cuanto me ve. "¡Corazón! ¿Qué quieres hoy?!" Pero aunque pregunte mi parecer, acabré comprando lo que ella me diga.
Me duele el día que llego a uno de mis puestos como a una etapa progamada de un viaje y me lo encuentro cerrado, por defunción o, lo que es más habitual, por jubilación. Alterar mi rutina de los sábados es un ejercicio para el que ya no tengo cintura. Las rutinas son el exoesqueleto de los jubilados.
Hoy, la mañana era magnífica. He visto asomarse el día por el horizonte marino y parecía que la noche levantaba las persianas y por las rendijas se colaba la luz rosada e incandescente de la amanecida. Un sol radiante y calles vacías, porque la gente ha aprovechado para salir de puente a lugares que, seguramente, no tendran estas espléndidas mañanas, dejando a sus difuntos en su soledad habitual. Para ellos, todas las mañanas son iguales.
Llego a casa. Saco la compra del carro, la voy colocando en su sitio y espero a que mis hijos me llamen para decirme si este fin de semana pasan o no por la Fonda Luri, siempre a su servicio, claro.
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El café de Ocata
Gracias, Rafael
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El café de Ocata
Si la vida es, en cada momento, aquello en que la conciencia recala, nuestros muertos forman parte muy viva de nuestra vida, como todo ese mundo que va quedando relegado, poblado de caras, animales, objetos, paisajes, olores, sabores... que ya no existe, pero nos va cercando. Efectivamente, una parte importante, y creciente, de nuestra vida tiene que ver con lo que ya no está vivo, comenzando por la cara de nuestra madre.
Todos los mamíferos hemos tenido una madre que nos ha amamantado, pero los animales, cuando se apartan del pecho de su madre, se olvidan de ella. En nuestro caso, nos olvidamos de su pecho, pero su cara está ahí, sin envejecer, eterna, como una luz acogedora que nos sigue protegiendo de las tinieblas de la desmemoria.
Hoy no es el día de todos los santos, sino el de nuestra memoria melancólica, que se rinde tributo a sí misma porque quiere seguir recordando. Hoy es el día en que, para aseguramos que nuestra memoria sigue viva, la alimentamos con el recuerdo de los muertos, que sigue creciendo. Hoy nos ponemos un ramo de crisantemos a nuestros pies para convocar a las voces antiguas, para que vuelvan con el sonido, tan querido, de las hojas de los álamos mecidas por el viento, con la imagen de los mayores que trabajan en el campo, con el canto del martín pescador y con nosotros mismos, tumbados sobre un montón de heno, mirando el desfile silencioso de las nubes, desde la sinecura de la infancia.