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El café de Ocata
Es inevitable: toda novedad repetida tiende a convertirse en rutina. Hasta en la vanguardia artística está ocurriendo esto. Recuerdo que hace unos cuantos años defendí en un trabajo universitario que la posmodernidad era la vanguardia rutinaria, que es como decir que la vanguardia ya no va abriendo expectativas, como lo hizo en el siglo pasado en París, sino que confirma previsiones. Ya no abre camino, sino que lo pavimenta. Pues esto pasa con los años nuevos. Lo que la edad nos permite esperar de cada año nuevo es una confirmación de la repetición, del retorno de lo mismo, pero, con los achaques, lo mismo es un poco más pronunciado. Y, sin embargo, hay que engañar a la vida. Hay que engañarla con festejos, música, literatura, trabajo... Últimamente estoy descubriendo en el rito religioso el más sublime arte de engañar a la pretendida gravedad de la vida con la pretendida ingenuidad de, por ejemplo, un villancico. El domingo pasado, al acabar la misa, me puse en la cola de los que íbamos a besarle los pies a la imagen de cartón-piedra de un niño mientras cantábamos: "En tu honor frente al portal tocaré, / con mi tambor". No se me ocurría ni acción más ingenua, ni repetición más nueva, ni manera de darle más densidad a la vida.
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El café de Ocata
Retrato que me ha hecho mi nieto Bruno.
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El café de Ocata
Decía un cínico -y los cínicos no por serlo han de ir siempre ligeros de razones- que tres son las cosas que diferencian al hombre de los animales: beber sin sed, comer sin hambre y el celo permanente. A primera vista, parece que aquí, efectivamente, reconocemos tres notables diferencias específicas (aunque lo del celo permanente dicen que lo compartimos con las hienas), pero para poder afirmarlas cabalmente como tales hay que añadirles una cuarta sin la cual pierdan su peculiar sabor humano: la mala conciencia.
El día de los inocentes es el día que se inicia el viacrucis de la mala conciencia navideña por los excesos en la comida y la bebida, a pesar de que sabemos muy bien que dentro de nada nos cae encima la noche vieja, el año nuevo y, un poco más adelante los Reyes con su roscón. Así que la mala conciencia no se convertirá en propósito de enmienda hasta el día 8 de enero... con suerte.
Tras aflojarme un agujero más la correa del pantalón he decidido ir andando esta tarde a paso de marcha hasta el puerto de Premiá. No había mucha gente, lo que me ha confirmado en mi tesis sobre los propósitos de enmienda. A la vuelta, el sol, un sol inmenso, de un amarillo oxidado, como yema de huevo, se ha ido poniendo lentamente tras Barcelona, dejando un riel de reflejos metálicos luminosos sobre el mar justo cuando en mis auriculares estaba sonando el concierto para piano y trompeta del amigo Shostakovich, santo patrón de la mala conciencia. Y he sentido que mi cuerpo se debilitaba y perdía peso a medida que mi alma se ensanchaba. Ya dice Santo Tomás por algún sitio que lo que colma al alma no está en el alma. Por eso el alma hay veces que se desvive por un asado de cordero.
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El café de Ocata
Cuenta Benito García de los Santos en su Vida de Balmes, publicada en 1848, pocos meses después de la muerte del filósofo de Vic:
“Un día ]Balmes] leía en Hobbes la siguiente idea: -Si yo hubiera leído tanto como ellos, sería tan ignorante como ellos. Al leer esto, decía Balmes con su natural viveza: -Salté de la silla creyendo haber descubierto un gran tesoro. Leyó otra vez en Malebranche, que este profundísimo pensador acostumbraba a meditar mucho encerrándose en una habitación por horas enteras. Balmes unió estas dos ideas y desde entonces pasaba tres o cuatro horas diarias paseándose solo en su habitación, cerrados los balcones y sin luz”.
Apago la luz para pensar y no irme por las nubes que recorren remota y perezosamente el cielo:1. No se puede aprender a pensar si no se sabe soportar la soledad y el silencio.2. No se puede aprender a pensar si no se insiste en pensar contra nuestras propias ocurrencias y opiniones.3. Pensar es resistir la inercia de las distracciones, imponiéndoles un relato conceptual que se va desplegando en un diálogo con nosotros mismos.4. Pensar es difícil, distraerse y opinar es fácil.
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El café de Ocata
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El café de Ocata
Feliz Navidad
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El café de Ocata
Me llega de la añorada isla de Siltolá un regalo inesperado, este
Tratado de la Tribulación, de Pedro Ribadeneira y me lanzo a abrirlo no para calmar mis tribulaciones, sino para gozar de su lectura, pues, como se escribe en el anónimo prólogo, "el mundo sabio le ha reputado siempre [a Ribadeneira] como uno de los primeros maestros en el habla castellana y en el arte de expresar con novedad y viveza los afectos, concebir un alto pensamiento y desarrollarlo a maravilla". Casi nada. Bendita sea la amistad que nos proporciona sorpresas como estas, contribuyendo así a hacer llevaderas las tribulaciones inevitables.
Sabemos desde Lucrecio que una bella escritura puede hablar de penas de forma dulce, actuando como el médico que administra una medicina poniendo una gota de miel en el borde de la copa para engañar al enfermo. Quizás entonces la forma sincera de hablar del mal sea la de una escritura intratable. ¿Pero quién soportaría ese doble tormento?
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El café de Ocata
Las estadísticas nos dicen que las tasas de nacimientos están cayendo en picado. Cada vez nacen menos niños. Cada vez se verán menos niños por las calles.
Hay aquí, obviamente, un problema demográfico, pero yo intuyo algo más grave, más profundo.
¿Y si nuestro progresivo desapego de la infancia estuviera poniendo de manifiesto que hemos dejado de amar la vida o, al menos, que no la amamos tanto como nos parece?
Nuestros discursos ecologistas, humanistas, pacifistas, veganos... podrían estar movimos por el miedo.
No queremos morir... ni queremos matar, pero, por encima de todo, no queremos dar vida.
¿Y qué podría significar esto sino que tenemos miedo, un miedo creciente, a nosotros mismos?
El miedo nos impulsa a la huida, mientras que el amor a la vida es la expresión más diáfana de la afirmación de la propia vida.
Filóstrato habla en la Vida de los sofistas de un tal Filagro, un filósofo menudo, de rostro severo y mirada penetrante que se encolerizaba fácilmente. Cuando uno de sus amigos le preguntó por qué no quería tener hijos, contestó: "Porque no disfruto de mí mismo".
Me dicen algunos supuestos entendidos que las jóvenes parejas no quieren tener hijos porque es carísimo. No me parece que sea, ni mucho menos, más caro que lo que les resultaba a sus abuelas. Yo sospecho que tiene que ver con la forma de disfrutar de sí mismos.
¿Sabemos lo que decimos cuando nos deseamos una feliz Navidad?
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10:42
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El café de Ocata
Cada vez que termino un libro, paso unos días desorientado y desganado, ligeramente apático. A pesar de que tengo bastantes cosas que hacer, no me pongo con ninguna. Leo una página de un libro, lo dejo; cojo otro... Comienzo un artículo, me enmaraño, decido recomenzar más tarde. Mi atención se va, más allá de los cristales, hacia el horizonte. Escucho algo de música, pierdo el tiempo por las redes sociales, intento ver si encuentro una de esas series que tanto les gustan a la gente... Me echo largas siestas... Abro con desgana el frigorífico. Bebo agua. Miro con un sentimiento de culpa la torre de Pisa de los libros por leer, que va creciendo, inestable, mientras me digo que no volveré a comprar otro hasta que no rebaje considerablemente su altura, cosa que sé que no cumpliré. Sé que esta desidia durará tres o cuatro días y que después volveré a las andadas. No tengo fuerzas para oponerme a este estado de ánimo. Todo lo que puedo hacer es esperar a que él se canse de mi.
Pero, en fin, por educación, que no quede:
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El café de Ocata
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El café de Ocata
Nada nuevo bajo el sol:
Christian D. Larson,
Brains and How to Get Them, 1914:
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El café de Ocata
No me olvido del Café de Ocata, pero no tengo tiempo de pasarme por aquí con un poco de tranquilidad. Hoy he terminado de corregir el libro que tendrá esta portada (con algún retoque) y que, si todo sale bien, saldrá a principios de marzo. Sin tiempo para reponerme, me llegan dos peticiones a las que no me puedo negar. Una, de
Correlatos, una revista editada en la UPAEP, una universidad de Puebla. No puedo decir que no por dos razones fundamentales, porque me apetece escribirlo y porque conocí a la directora de la revista en un viaje que hicimos a Huamantla, inolvidable y, como decía mi madre, "el roce hace el cariño". La segunda petición viene de la revista
Política Exterior, de donde me solicitan un texto sobre la evolución del conservadurismo y, obviamente, para cosas como esta escribí
La imaginación conservadora. Pero, al mismo tiempo, estoy trabajando con unos amigos en un texto pequeño, pero que quiere ser enjundioso, sobre la escuela cristiana y me he comprometido con una actividad en Madrid. Hay alguna cosa más que les ahorro. Que quede claro que no me quejo. Al contrario. Hago lo que me apetece por el placer de hacerlo. Ya no importa ni el CV ni ningún mérito académico. Tengo, además, cuatro cosas a mi favor: me gusta madrugar, no leo la prensa (hace tiempo que descubrí que la única manera de entender lo inmediato es desde la distancia), veo muy poca televisión y el café del Petit Café me sigue inspirando. Me gusta sentirme activo, proyectar, conocer a gente, meterme en proyectos un poco insólitos, defender mis ideas que, sin embargo, no suelen ser exactamente las mismas cuando comienzo a escribir un texto largo con intención de defenderlas y cuando acabo de escribirlo. Los argumentos acaban sublevándose contra mis intenciones. Intento no meterme con nadie, ser irrespetuoso con ciertas ideas, pero respetuoso con todas las personas y habitualmente la cosa me sale bien. Me imagino el infierno como un sofá muy cómodo en el que estoy obligado a permanecer sentado toda la eternidad con un mando a distancia en la mano, frente a un televisor de última generación con mil canales diferentes.
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El café de Ocata
Días de mucho movimiento, trenes y hoteles. Pero estando en Tudela me llega lo importante, esta imagen:
Ya tenemos montado el Belén en casa y con él me atrevo a felicitaros la Navidad a todos. Mi mujer está muy satisfecha con el resultado, pero mis nietos se han decepcionado con el proceso. Como me ha confesado Bruno en un aparte, este año ha ido todo peor, porque la abuela fingía que no le gustaba la vaca en el tejado del pesebre. Así que otra tradición rota. Claro que, por otra parte, ¿qué es la Navidad, sino la comprobación anual del espectacular crecimiento de los más pequeños?
Me vuelvo a casa con un gran recuerdo de Tudela. Pero no puedo quedarme mucho tiempo. Pasado mañana viajo a Madrid, porque he pasado a ser el portavoz de una campaña promovida por la Fundación Alcohol y Sociedad que, sin duda, dará que hablar.
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El café de Ocata
He estado un par de días en la Facultad de Teología hablando del mito de Prometeo. Creo que nos lo hemos pasado bien, es decir, que hemos profundizado en el mito y en su exégesis y que el esfuerzo dedicado ha sido compensado con creces con el placer del descubrimiento. Han interesado especialmente las imágenes prometeicas de los sarcófagos romanos del siglo II de nuestra era y este poema que Goethe le dedica a Prometeo:
Cubre tu cielo, Zeuscon vapor de nubes
y manifiesta tu poder, como un niñoque descabeza cardos,
sobre encinas y montañas;
pero no te atrevas con mi tierra
y mi cabaña,
que tú no has construido,
ni con mi hogar
cuya llama me envidias.
No conozco bajo el sol
nada más pobre que vosotros,
los dioses.
Alimentáis vuestro poder con sacrificios e inciensos
y languideceríais
si criaturas y mendigos
no fuesen necios llenos de esperanzas.
Cuando yo era un niño
no sabía a quién dirigirme,
levantaba hacia el sol
mis ojos extraviados,
como si allá arriba
hubiera alguien dispuesto
a escuchar mi queja,
un corazón que, como el mío,
compadeciera al afligido.
¿Por qué he de honrarte yo?
¿Acaso has aliviado jamás
el dolor del inquieto?
¿Es que a mí no me han hecho hombre
el Tiempo omnipotente
y el Hado eterno,
tan señores míos como tuyos?
¿Quizás suponías
que odiaría la vida
y huiría al desierto
porque no todos mis sueños
maduraban?
Aquí me mantengo firme,
modelando hombres a mi imagen,
una estirpe que sea como yo,
que sufra, llore,
disfrute y se alegre
sin estar pendiente de ti,
como hago yo.
Goethe escribió este poema en 1774 y poco después de lo mostró a Jacobi, que hizo una copia.
Jacobí conservó su copia como un tesoro secreto hasta que el 4 de julio de 1780, se lo leyó a Lessing.
El 4 de noviembre de 1783 Jacobi le comunicó por carta a Moses Mendelssohn que en el transcurso de su conversación, Lessing le había confesado que compartía la fe de Spinoza. Le adjuntó una copia del poema. Estalla así la llamada "querella del panteísmo".
En 1.785 Jacobi publica sus Cartas sobre la doctrina de Spinoza e intercala entre ellas el poema, aún inédito, sin la autorización de Goethe, que se cogió un buen cabreo.
Estos versos impresionaron profundamente a F. Schlegel, Nietzsche, Turgeniev, Flaubert, Daudet, Goncourt, Gide... y a mis alumnos... que espero que no se hayan hecho panteístas.
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El café de Ocata
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El café de Ocata
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El café de Ocata
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El café de Ocata
Termino La razón conservadora, la biografía político-intelectual de Gonzalo Fernández de la Mora escrita por Pedro Carlos González Cuevas (2015). Lo hago con una sensación extraña. Debo pensar sobre el libro, pero, sobre todo, debo analizar las reacciones encontradas que ha despertado en mí su lectura.
A lo largo de estas 469 páginas bien apretadas, he tenido varias veces la sensación de estar ante una literatura que hoy nos resulta casi clandestina: algo que hay que leer vigilando que no te vean los censores. Pero aquí se encuentra la huella de un filósofo interesante, con el que me resulta imposible compartir muchas cosas fundamentales, pero al que es imposible negarle capacidad de estímulo intelectual. Tanto es así que ahora me espera su propia biografía, Río Arriba, y he decidido tomarme en serio su "razonalismo" y su concepto de ideología. Quiero pelearme con él para comprenderme mejor a mí mismo y, además, me gustaría aclarar su relación con las tesis de Kojève (si es que existe).
Desde mi punto de vista, un conservadurismo sano -es decir, desacomplejado- debiera asumir la tradición, en su conjunto, como algo propio. Un conservador debiera ser exigente con el presente y generoso con el pasado. En este sentido, Fernández de la Mora tendría que ser para él tan propio como un Fernando de los Ríos o un Azaña, por poner sólo dos ejemplos. Todos están ahí, en nuestro pasado. Cada uno de ellos puede ser (eso ya depende de nosotros) un acicate intelectual y un referente, un mojón intelectual ineludible, para encontrarnos bien ubicados históricamente.
Hay en el pasado intelectual de España un gran número de pensadores que dejaron reflexiones inacabadas porque en su tiempo no parecía lo más urgente desarrollarlas, pero que ahora nos ofrecen alternativas de desarrollo sugerentes para añadir voces discordantes con el presente que puedan poner en cuestión a la ortodoxia.
Quizás no haya ejercicio más difícil que el de la honestidad con nuestra historia. Pero en este ejercicio se juzga nuestra sinceridad para con nosotros mismos, porque si no lo enfrentamos será imposible disponer de algún tipo de figura de nuestra ignorancia.
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El café de Ocata
Días de lluvia caprichosa. Unas veces, sorda y monótona; otras, violenta, con fuertes ráfagas de viento, que ha llenado las aceras de hojas secas de plátano, embozado las alcantarillas, convertido las calles en torrentes y depositado, en cada papelera, el recuerdo del costillar desarmado de un paraguas roto.
El viento sacude con furia las copas de los árboles, como queriendo desprenderlos de los ultimísimos reductos del verano, para que entren desnudos en el invierno. El cielo, gris, bajo, pesado, nos deja a los que nos hemos acostumbrado a alimentarnos de la luz mediterránea con una sensación de hambre y vacío. El otoño inverna.
Lo mejor es contemplar la intemperie desde la barrera de la ventana de mi estudio, con la calefacción puesta, en zapatillas y con una copa de vino en la mano. Días así son una invitación irresistible a sentarse en el sofá, con una manta de lana sobre las piernas y un buen libro entre las manos. La lectura que se impone, obviamente, es la cadenciosa, como de atardecer.
No conviene salir a la calle. Les haré una confidencia: la veo con ojos de viejo. A mí siempre me había parecido que lo peor de los viejos era su cobardía; ese andar con pies de cristal, con miedo a caerse, a tropezar, a romperse algo. Pues bien, así he comenzado a andar yo. Las aceras resbaladizas, cubiertas de hojas, se me presentan como una incitación al resbalón y voy andando a pasos de paloma, intentando fijarme bien por dónde piso.
Mis lecturas: Balmes, Gil Robles y, ahora, la autobiografía de Gonzalo Fernández de la Mora. Lecturas de otoño avanzado.
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El café de Ocata
1) Es perceptible un progresivo descenso del porcentaje de alumnos con resultados excelentes (los dos niveles superiores) y un incremento de los alumnos con resultamos muy deficientes (dos niveles inferiores). La tendencia es preocupante, aunque en cada comunidad presenta perfiles propios.
2) Allá donde hay un porcentaje mayor de alumnos excelentes, hay un porcentaje menor de alumnos muy deficienes.
3) Producimos, de manera muy significativa, más deficiencia que excelencia. Esto es poco relevante para los lugares que importan capital humano (principalmente Madrid), pero desastroso para las regiones que lo exportan.
4) Es claramente perceptible que tenemos dos mentalidades educativas que pesan en los resultados mucho más que las leyes. Por una parte, la España minufundista, con (relativamente) buenos resultados y, por otra, la España latifundista (que no sabe cómo levantar cabeza).
5) Nuestros alumnos no están estresados. Para ellos la escuela no es una cárcel ni el aula, un campo de concentración. Es cierto que los neopedagogos se quejan mucho de las vetustas maldades de la escuela, pero nuestros alumnos se encuentran entre los más satisfechos de la OCDE.
6) Hay que estudiar a fondo el fenómeno de la repetición de curso y ver si el dinero que cuesta no podría invertirse más satisfactoriamente de otra manera.
7) Afirmación literal del Informe PISA: "La evidencia muestra que, en general, hay una relación positiva entre la realización de tareas escolares en casa y el rendimiento académico".
8) Las chicas dedican más tiempo a las tareas escolares en casa que los chicos".
9) La OCDE comienza a darse cuenta de que los conocimientos importan, por eso este informe habla del "bienestar cognitivo" y afirma que si no se cuida de él en el presente "será menos probable que los estudiantes disfruten de bienestar como adultos".
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El café de Ocata
1. La comprensión lectora no tiene mayor misterio: obtienen mejores resultados los países cuyos alumnos tienen más conocimientos. Es lógico. Pretender que se puede mejorar la comprensión lectora sin aumentar los conocimientos de los alumnos es un sinsentido.
2. Un alumno de cada diez pertenecientes a los medios más desfavorecidos se sitúa en el nivel alto de resultados. ¿Es poco? Sí, pero es suficiente para deducir que la pobreza no es una fatalidad. Condiciona, claro; pero no determina.
3. Finlandia. Esta ha sido su evolución:
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El café de Ocata
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El café de Ocata
De la compleja biografía de Maeztu la etapa más interesante, a mi parecer, es la que pasó en Londres, de 1905 a1919, codeándose con Wells, Shaw, Chesterton, Belloc, Lewis, Aldington, Baring... Con algunos de ellos compartió militancia en un famoso "círculo gremialista" y artículos en la revista
The New Age, que defendía el socialismo gremialista. Cuando posteriormente habla de los ingleses nunca lo hace de oídas. Por eso es tan instructivo lo que nos cuesta en un artículo de 1927 sobre las ideas pedagógicas de Bertrand Russell:
La diferencia entre Stuart Mill y míster Russell es que el primero sirvió de levadura a dos generaciones, mientras que el segundo, a pesar de su posición social y de su agudeza lógica y matemática, es el excéntrico cuyo talento se reconoce, pero a quien nadie sigue. Nadie cree en su principio del crecimiento libre. El espíritu del hombre no es estrictamente comparable a su cuerpo. Hablar de crecimiento espiritual es hablar por metáforas. Ningún padre ha creído nunca que su hijo se desarrollará mejor si deja rienda suelta a las tendencias de crueldad, de mentira, de vanagloria, de avaricia y de glotonería que todos los niños manifiestan. Recuerdo que una noche fue a conferenciar míster Russell, en Londres, a un Centro gremialista. Habló, como de costumbre, contra el Estado y su funesta intervención en los negocios del espíritu. Habló una hora recogiendo todos los argumentos del liberalismo contra las instituciones oficiales. Uno de los oyentes se acordó de las enormidades que suelen decir los oradores que vociferan en Marble Arch al caer la tarde y que míster Russell era profesor de la Universidad de Cambridge, y preguntó blandamente al conferenciante:- ¿Cree míster Russell que los discursos de Marble Arch, que son libres, alcanzan un nivel intelectual más alto que las conferencias de Cambridge, más o menos controladas por el gobierno?
Míster Russell dijo: “No”. Es posible de que a estas fechas no se haya enterado de que su No implica el reconocimiento de que el pensamiento humano debe infinitamente más a las instituciones que obligan a pensar que no al mero permiso de pensar.
Maeztu, “La crisis liberal”, en La Nación, 14-II-1927.
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