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Karl Marx by Vicente Martí |
El objetivo de Sperber es presentar a Marx como lo que realmente fue: un pensador decimonónico empapado de las ideas y los acontecimientos de su tiempo. Si se ve a Marx de esta forma, muchas de las disputas que se produjeron en el siglo pasado en torno a su legado nos parecerán estériles e incluso irrelevantes. Hacer “responsable intelectualmente” a Marx, en cualquier sentido, del comunismo del siglo XX parecerá totalmente equivocado, lo mismo que defenderlo como un demócrata radical, puesto que ambas aseveraciones “proyectan sobre el siglo XIX polémicas posteriores”.La consideración de Marx como un hombre contemporáneo con unas ideas que han configurado el mundo moderno ha seguido su curso y ha llegado el momento de entenderlo de otro modo: como una figura de una época histórica pretérita, cada vez más alejada de la nuestra: fue la época de la Revolución francesa, de la filosofía de Hegel, de la primera industrialización inglesa y de la economía política que emanó de ella.
Pero, si las condiciones de vida de Marx eran apenas compatibles con el trabajo constante que requería la construcción de un sistema, el carácter ecléctico de sus ideas presentaba un obstáculo todavía más grande. Es un lugar común de la literatura el hecho de que tomó ideas prestadas de muchas fuentes. La aportación de Sperber a la explicación estándar del eclecticismo de Marx consiste en ahondar en el conflicto entre su adhesión constante a la creencia hegeliana de que la historia contiene una lógica de desarrollo y el compromiso con la ciencia que Marx adquirió del movimiento positivista.Normalmente las actividades teóricas de Marx tenían que encontrar lugar entre otras actividades que consumían mucho más tiempo: la política de los émigrés, el periodismo, la ait, dar el esquinazo a los acreedores y las enfermedades graves o fatales que asolaron a sus hijos, a su esposa y, después de contraer una enfermedad de la piel en 1863, a él mismo. Con demasiada frecuencia, los esfuerzos teóricos de Marx se veían interrumpidos durante meses, o relegados a altas horas de la noche.
No sin astucia, Sperber nota las similitudes fundamentales entre la explicación de Marx sobre el desarrollo humano y la de Herbert Spencer (1820-1903), quien (y no Darwin) inventó la expresión “supervivencia del más apto” y la usó para defender el capitalismo laissez-faire. Influido por Comte, Spencer dividió las sociedades humanas en dos tipos: “la ‘militante’ y la ‘industrial’, la primera de las cuales comprende todo el pasado preindustrial y precientífico, y la segunda que destaca una nueva época en la historia del mundo”.Pese a las distancias que Marx mantenía con esas doctrinas [positivistas], su propia imagen del progreso a través de fases de desarrollo histórico bien definidas y una división binaria de la historia humana entre una era temprana e irracional y otra posterior científica e industrial, contenía a todas luces elementos positivistas.
Observa Sperber que este pasaje demuestra que Marx tenía una “percepción no racial de los judíos. La combinación de judío y alemán que Marx vio en Lassalle era cultural y política”, no biológica. Pero, como prosigue Sperber en su exposición, Marx llegó a referirse a los tipos raciales de formas que sugieren que también estaban basados en la ascendencia biológica. Al elogiar la obra del etnógrafo y geólogo francés Pierre Trémaux (1818-1895), cuyo libro Los orígenes y la transformación del hombre y otros seres había leído en 1866, Marx alabó su teoría sobre el papel de la geología en la evolución animal y humana, pues era “mucho más importante y rica que Darwin” porque aportaba “los fundamentos de la naturaleza” para la nacionalidad y mostraba que “el tipo racial de negro común solo es la forma degenerada de uno mucho más elevado”. Con estas observaciones, dice Sperber:Ahora me resulta del todo claro que, como demuestra la forma de su cabeza y su cabello, él [Lassalle] desciende de negros que se unieron a Moisés cuando se escapaba de Egipto (si es que su madre o su abuela paterna no se aparearon con un negro). Esta combinación de judío y alemán con la sustancia básica negroide debe dar un producto peculiar. La agresividad de este muchacho es también la de un negro.
La admiración de Marx a Darwin es bien conocida. Cuenta la leyenda que Marx ofreció dedicarle El capital a Darwin. Sperber considera la historia “un mito que se ha refutado repetidas veces, pero que resulta prácticamente imposible erradicar”, puesto que Edward Aveling, el amante de una hija de Marx, Eleonor, fue quien abordó a Darwin, sin éxito, para pedirle permiso y dedicarle un volumen de divulgación que había escrito sobre la evolución. Pero no cabe duda de que Marx miró con buenos ojos la obra de Darwin, que consideraba –como apunta Sperber– “otro golpe intelectual a favor del materialismo y el ateísmo”.Parecía que Marx oscilaba hacia una explicación biológica o geológica de las diferencias entre las nacionalidades, una concepción que, en todo caso, vinculaba la nacionalidad con la ascendencia, explicada en los términos de las ciencias naturales [...] otro ejemplo de la influencia que ejercieron en Marx las ideas positivistas sobre la importancia intelectual de las ciencias naturales.
La idea de que esta “aseveración de cambio incesante, caleidoscópico” anticipa la condición del capitalismo de finales de siglo XX y principios del XXI, propone Sperber, proviene de una mala traducción del original alemán, que sería mucho más precisa así:Todo lo que es sólido se deshace en aire, todo lo sagrado se profana, y el hombre finalmente se ve forzado a encarar, con sobrio sentido, su condición real de la vida y las relaciones con su género.
Y, aunque la versión de Sperber es definitivamente menos elegante (como él admite), no veo la diferencia de significado. Sea cual sea la traducción, el pasaje señala un rasgo central del capitalismo –la tendencia inherente a revolucionar la sociedad– que la mayor parte de los economistas y políticos, contemporáneos de Marx o posteriores, ignoraron o subestimaron profundamente.Todo lo que existe firmemente y todos los elementos de la sociedad de clases se evaporan, todo lo sagrado es desconsagrado y al final los hombres se ven obligados a observar sus lugares en la vida y sus relaciones entre sí con sobria mirada.
Gustosos de la exageración como es habitual en el mundillo filosófico, suele decirse que en la Ética a Nicómaco se encuentran algunos de los fragmentos más hermosos sobre la amistad que se han escrito en occidente. Entre otras ideas, aparece la del otro yo: el amigo es “otro yo”, alguien en quien mirarse y reconocerse. Cuando compartimos tiempo, experiencias e intereses llegamos a ser uno con el otro, hasta el punto de que la separación no puede ser nunca para siempre. Siempre algo de mi queda en ti, y siempre algo de ti queda en mi, si es que hemos llegado a ser auténticos amigos. O eso, al menos diría Aristóteles. Reflexiones que quedan algo lejanas, y no sé si desdibujadas en estos inicios del siglo XXI, en los que hemos decidido canalizar nuestras relaciones sociales a través de los más diversos cacharros conectados por un cable o por las misteriosas ondas interneteras. Al abordar este asunto entre adolescentes, lo tienen muy claro: lo que calificamos de “virtual” es para ellos real, profundamente real. Hablan, aunque esto no sea posible sin voz, a través del twitter, el facebook o la famosa aplicación de los miles de millones de dólares. Tendencia curiosa, por cierto: hemos perdido el rostro y la voz, pero estamos más conectados que en ningún otro momento de la historia.
La digitalización de las relaciones sociales no implica solo que seamos más superficiales. La crítica más dura debe dirigirse al reduccionismo que implica. Amigos o no. Me gusta o lo ignoro. No hay espacio para el matiz, para la diferencia. Con estas reglas del juego las estrategias más extendidas son dos: la ocultación o el exhibicionismo. En el primer caso, tratamos de mantener nuestra vida personal protegida frente a posibles intrusos o frente a terceros que simplemente quieran saber de nosotros más de lo que queremos compartir. En el segundo caso, compartimos alegre y jovialmente detalles de nuestra vida con aquellos que nos resultan más cercanos y querido, pero sin darnos cuenta de que ese mismo material, por cauces bien diversos, puede terminar en manos de desconocidos. Publicar una fotografía en cualquier red social puede ser una imprudencia si no somos capaces de seleccionar previamente quién puede acceder a la misma. Porque luego, queramos o no, pasa lo que pasa. Las relaciones sociales de carne y hueso son múltiples y plurales. Estamos integrados en diferentes grupos de pertenencia y nos relacionamos de forma distinta en cada uno de ellos. Esto nos dota de una personalidad compleja, con intensidades y colores que se acentúan en cada contexto, en función de los roles que desempeñemos. Esta diversidad social se ve reducida en cuanto nos relacionamos a través de la red.
La sociedad de unos y ceros no es sensible a los infinitos números reales que existen entre ambas cifras. Habrá quien replique que ciertas redes sociales sí nos permiten diferenciar. El proceso es tan tedioso que solo una minoría de usuarios lo hacen. Otra posible solución: tener varias cuentas o “perfiles” en las que vamos añadiendo a personas en función del grupo a la que pertenezcan. Alternativa que tampoco puede interpretarse como definitiva pues resulta problemática en varios casos reales: personas que pertenecen a varios grupos, que pueden terminar, incluso sin pretender hacer daño alguno, compartiendo información que nosotros no queríamos poner en oídos de terceros. Basta un chivato “me gusta” o un +1 para que esa publicación esté disponible para a saber cuántas personas. La conclusión es sencilla: las relaciones sociales anteriores o ajenas a las llamadas redes sociales son mucho más ricas que las digitales, y no es posible que estas sustituyan a aquéllas. Un lector crítico pensará que nadie ha hablado nunca de sustituir, sino más bien de complementar, prolongar o apoyar. De acuerdo. Miremos en ese caso la intrigante paradoja a la que estamos asistiendo en nuestro tiempo: vemos adolescentes y adultos que pasan tanto tiempo enganchados a la red social que terminan siendo asociales. Y si las redes sociales nos hacen asociales, o estamos jugando con el lenguaje o algo huele a podrido en Facebook, Twitter o Google plus.
by Tom Hoops |
Explicar la Ilustración en España es hablar de nuestra escasa tradición científica. Puede sonar lapidario, pero comparar el XVIII español en lo que toca a la ciencia, la filosofía y la cultura con el mismo siglo de países como Inglaterra, Francia o Prusia es un ejercicio de humildad obligatorio. Tampoco con afán de exagerar: no es que fueran naciones con una vocación claramente científica, y en muchos casos vivieron episodios más que criticables. No hay que caer en idealizaciones ni perder de vista que la historia jamás se escribió a saltos. Se han necesitado siempre de largos periodos para lograr cambios relativamente significativos, que por otro lado bien podrían ser reversibles si soplaran nuevos rumbos históricos. Con todo, sí es constatable históricamente que ya en el renacimiento hay una serie de países que se “suben” al carro del conocimiento y la ciencia, mientras que otros se mantuvieron al margen de todos estos procesos. Y este, nos guste o no, fue el caso español.
Es muy complicado, si no imposible, abordar una presentación divulgativa de la ilustración sin que nos invada un cierto complejo. De inferioridad, claro. Porque al menos en todo lo referente a la extensión de la ciencia y el librepensamiento fueron muchos los pueblos de Europa que vivieron un avance innegable a lo largo del XVIII, mientras que España permaneció prácticamente a espaldas de todos estos procesos. Las explicaciones históricas son bien conocidas: el férreo control del catolicismo unido a decisiones políticas equivocadas, a una política que no se ajustaba a los cambios que se estaban dando en muchos países de nuestro entorno. Aquel XVIII explica muchas cosas del XIX y del XX. Y cómo no: también del XXI. El nuestro es un país en el que resulta más fácil llegar a ser futbolista o cocinero que científico. Mamamos desde pequeños ciertas pasiones y ciertos desprecios. El que afecta al conocimiento es solo uno de los muchos que luego son auténticas lacras culturales.
Hoy aparece en los medios algo que no debería ser noticia: la ciencia española vuelve a niveles de hace diez años. Y digo que no tendría que ser noticia porque es algo sabido, una tendencia histórica que arranque quizás en ese XVIII, en ese querer seguir viviendo de glorias pasadas, de quimeras coloniales que nos distraen de nuestros problemas. No es noticia lo que ha pasado siempre. En consecuencia, que España asigne menos dinero a la ciencia y la investigación es solo la confirmación de una tendencia histórica. Somos lo que fuimos. Por eso tampoco se que destaquen especialmente en nuestro país el pensamiento crítico, el interés por la discusión pública o el aprecio de la cultura y la educación. Lo maravilloso sería lo contrario: que hubiera habido personas capaces de llevar el país por otros caminos, de introducir un giro, un punto de inflexión que nos sacara del pelotón de cola de la ciencia y el pensamiento. Como esto no ocurrió, tendremos que asumir que seguiremos siendo la taberna de Europa durante una larga temporada. Es lo que hay. Es lo que hubo.
P.D: ¿es ésta una interpretación pesimista, que tira de leyenda negra, o más bien ajustada a la realidad?
Como lo prometido es deuda, os voy a dejar en este artículo algunos datos de interés para preparar el examen de Hume y subir la nota. Hoy vamos a hablar de un filósofo para el que los sentimientos eran sumamente importantes, y no algo de lo que avergonzarse o algo de lo que huir. Hume pensaba que los sentimientos pueden hacernos mejores personas, más solidarias, más altruistas, en definitiva más humanas.
Es bien sabida la mala suerte que tuvo el pensador escocés, pues tardó mucho tiempo en alcanzar la gloria literaria, de manera que para cuando por fin tuvo suficiente dinero para buscarse una esposa se puso muy enfermo. La candidata era la joven Nancy Orde, la cual, al parecer era tan inteligente que tenía al filósofo loco de amor.
Lástima que la enfermedad de Hume le imposibilitase llevar a buen término sus planes para conquistarla. Se conservan algunas cartas suyas en las que, haciendo gala de una exquisita educación, le habla de amor a Nancy. En una de ellas se disculpa por haber caído enfermo con las siguientes palabras:
I know that the tear will be in your eye when you read this; as it is in mine when I write it. (Sé que la lágrima estará en tus ojos cuando leas esto; y está en los míos cuando lo escribo).
En línea con este tema, os recomiendo leer el libro del filósofo español Manuel Cruz titulado Amo, luego existo. Los filósofos y el amor. Como actividad voluntaria os propongo leer las siguientes entrevistas y hacer un resumen en el que además déis vuestra opinión argumentada sobre la importancia de reflexionar sobre el amor y sobre los sentimientos. ¡Animáos a opinar!
Fecha límite de realización de la actividad: 9 de Marzo. 21:00 p. m.
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ENLACES DE INTERÉS
Carta a Nancy Orde (Ver II 19)
Compendio del tratado de la naturaleza humana
ANTIGUO ARTÍCULO DE INTERÉS
François Quesnay |