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El nuevo fanatismo del trabajo, con el que la sociedad reacciona a la muerte de su ídolo, es la continuación lógica y el capítulo final de una larga historia. Desde los días de la Reforma, todas las fuerzas pilares de la modernización occidental han predicado la santidad del trabajo. Sobre todo en los últimos 150 años, todas las teorías sociales y corrientes políticas han estado prácticamente poseídas por la idea del trabajo. Socialistas y conservadores, demócratas y fascistas se han combatido a muerte; pero a pesar de toda esta hostilidad mortal, han adorado siempre al ídolo trabajo. «Apartad a los holgazanes», dice el texto de «La Internacional» [en su versión alemana, N. del T.]; «el trabajo libera» resonaba atrozmente desde el portón de entrada de Auschwitz. Fueron las democracias plurales de posguerra las que apostarían de verdad a fondo por la dictadura perpetua del trabajo. Incluso la constitución de la católica Baviera adoctrina a los ciudadanos en un sentido completamente pegado a la tradición de Lutero. «El trabajo es la fuente del bienestar del pueblo y está bajo la especial protección del Estado». A finales del siglo XX prácticamente se han evaporado todos los antagonismos ideológicos. Sólo ha quedado el dogma común, inmisericorde, del trabajo como destino natural del ser humano.«El trabajo, por muy mammónico y vil que sea, está siempre en relación con la naturaleza. Ya el deseo de desempeñar un trabajo conduce cada vez más a la verdad y a las leyes y prescripciones de la naturaleza, las cuales son verdad.»Thomas Carlyle, Trabajar y no desesperarse, 1843
A las fracciones antineoliberales del campo trabajo, en el conjunto de la sociedad, tal vez no les guste mucho esta perspectiva, pero también tienen muy claro que un ser humano sin trabajo no es un ser humano. Anclados con nostalgia en la era de posguerra del trabajo fordista de masas, no piensan en otra cosa que en resucitar esos tiempos pasados de la sociedad del trabajo. El Estado se tendría que volver a encargar de aquello que el mercado no puede cubrir. La pretendida normalidad de la sociedad del trabajo se tendría que seguir simulando con «programas ocupacionales», trabajos forzados comunales para receptores de ayudas sociales, subvenciones a enclaves económicos, endeudamiento y otras medidas políticas. Esta planificación estatal del trabajo reavivada sin convicción no tiene la menor posibilidad de éxito, pero sigue siendo el punto de referencia ideológico para amplias capas de la población amenazadas por el desmoronamiento. Y justamente por la desesperanza en la que se fundamente, la práctica que se deriva de la misma es cualquier cosa menos emancipadora.«Cualquier trabajo es mejor que ninguno.»
Bill Clinton, 1998
«Ningún trabajo es tan duro como ninguno.»
Lema de una exposición de carteles de la Oficina Federal de Coordinación de las Iniciativas de Parados de Alemania, 1998
«El trabajo voluntario debería ser recompensado, no retribuido [...] Pero quien realiza un trabajo voluntario se libra además de la mácula del paro y del receptor de ayuda social.»
Ulrich Beck, El alma de la democracia, 1997
Sigmund Freud |
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Una sociedad centrada en la abstracción irracional trabajo desarrolla necesariamente una tendencia al apartheid social, cuando el éxito en la venta de la mercancía trabajo se vuelve más una excepción que la regla. Todas las fracciones del campo trabajo, que abarca a todos los partidos, han aceptado hace tiempo secretamente esta lógica y colaboran con entusiasmo en la misma. Ya no discuten sobre si se empuja a los márgenes a partes cada vez más grandes de la población y se las excluye de toda participación social, sino sólo sobre cómo imponer esta selección.«El bribón había destruido el trabajo, aun habiendo tomado el sueldo de un trabajador; ahora tendrá que trabajar sin sueldo, imaginando para sí mismo en la mazmorra la bendición del éxito y la ganancia [...] Tendrá que ser educado para el trabajo honrado como acto personal libre mediante el trabajo forzado.»
Wilhelm Heinrich Riehl, El trabajo alemán, 1861
by Eva Vazquez |
Un cadáver domina la sociedad, el cadáver del trabajo. Todos los poderes del planeta se han unido para la defensa de este dominio: el Papa y el Banco Mundial, Tony Blair y Jörg Haider, los sindicatos y los empresarios, los ecologistas alemanes y los socialistas franceses. Todos conocen una única consigna: ¡trabajo, trabajo, trabajo!«Todos deben poder vivir de su trabajo, dice el principio planteado. Poder vivir está, por tanto, condicionado por el trabajo, y no existirá tal derecho, si no se cumple esta condición.»Johann Gottlieb Fichte, Fundamentos del derecho natural según los principios de la doctrina de la ciencia, 1797
Què és el que realment ens diferencia dels animals, o més ben dit de les altres espècies? Només ens distingim dels éssers que ens envolten i que són diferents a nosaltres pel fet de pensar. Aquesta habilitat que duem a terme amb el que anomenem el cervell ens atorga tot el que necessitem per sobreviure i fins i tot per a reflexionar sobre la nostra existència, els nostres actes…etc. Si Déu ens ha beneït amb aquesta habilitat per què llavors no la fem servir correctament,és a dir, només per a dur a terme les coses bones i que comportin un benefici per tots? És complicat, no? Som conscients del que fem diàriament però malgrat això hi ha persones que no tenen una capacitat reflexiva i només utilitzen la seva habilitat per a perjudicar-se a si mateixos i fins i tot als altres. Per tant, l’ésser humà sempre es veurà obligat a viure sota unes lleis, ja siguin religioses o polítiques però que regulin el instint i el impuls d’aquest, en cas contrari, ens veurem tots obligats també a fer un gran esforç per a contenir les nostres passions i els nostres desitjos mundans, cosa que no sempre és possible.