Como bien es sabido, ya Hitler se quejaba, con una mezcla de amargura y sarcasmo, del carácter pasajero y cambiante de los “ismos” artísticos que, exactamente igual que las modas (de las que son parientes cercanos), van por temporadas. A él, que defendía un arte eterno e inamovible (aunque en realidad se tratase de una suerte de “neoclasicismo germánico” bastante provinciano e históricamente muy localizado que también pasó de moda rápidamente, como testimonia la sensación de mal gusto con la que hoy contemplamos sus monumentos presuntamente imperecederos), le parecía excesivo el ritmo de desgaste —lo llamaba “degeneración”— de las vanguardias, que exigían una novedad revolucionaria cada comienzo de curso. Sabemos asimismo que esta declaración suya era bastante hipócrita, porque su partido era inequívocamente vanguardista en el terreno de la política y de la propaganda (que en su caso son indiscernibles); solo que aspiraba —como quizá también otros vanguardistas— a que su revolución fuera la última y definitiva, al menos para los mil años siguientes. Lo único duradero fue, sin embargo, su derrota, tan aplastante en el dominio militar y político como en el estético. La prueba de esto último es la implacable y vertiginosa sucesión de etiquetas artísticas desde entonces hasta nuestros días, a un ritmo aún más veloz y con un coeficiente de volatilidad muy superior al que suscitaba las quejas del Führer (y las de Stalin, por cierto).To everything —turn, turn, turn
There is a season —turn, turn, turn
Carlos París |
by Max |
El azar.
Creo que el azar gobierna nuestras vidas de una forma mucho más importante de lo que pensamos, aunque la mayoría de la gente se resiste a aceptar esta idea.Ello es porque, como decía Ludwig Wittgenstein, encajamos todo lo que perciben nuestros sentidos en un molde predeterminado por nuestro cerebro. Pero las cosas no suelen ser como parecen en muchas ocasiones.El ser humano necesita explicar los fenómenos que no comprende y, por ello, establecer pautas de comportamiento que suelen ser puramente ilusorias. Por ejemplo, un individuo invierte sus ahorros en la Bolsa y luego se arruina. Se casa con una mujer enamorado y se separa a los tres meses. Confía en el diagnóstico de un médico, que más tarde se demuestra que es erróneo.En general, percibimos las cosas como creemos que son y no cómo realmente son cuando se trata de asuntos complejos, que afectan a nuestra vida. Ello también es extensible al mundo de lo físico: decimos que el cielo es azul, pero en realidad el color es una longitud de onda.Casi todo lo que nos sucede en la vida es imprevisible. Hagamos el simple ejercicio de situarnos en nuestra niñez y luego en el presente. ¿Era predecible el desarrollo de nuestra existencia?Se me dirá que este argumento es un sofisma porque el hombre es el resultado de su herencia genética, su familia, su educación y su entorno. Es cierto que todos estos factores son esenciales, pero también son puramente aleatorios. ¿Por qué, si no, dos hermanos pueden ser totalmente distintos?El mismo accidente del MD-82 en Barajas está probablemente motivado por una sucesión de hechos azarosos que desembocaron en la catástrofe. La alteración de uno de los factores de esa secuencia habría podido evitar el fatal desenlace.Desde niños, hemos sido educados en el principio de causalidad y en la idea de que todo lo que sucede a nuestro alrededor es explicable de forma racional. Desde Platón a Hegel y Marx, los filósofos han analizado los fenómenos individuales y sociales como el resultado de unas leyes universales.Este determinismo histórico nos ha cegado sobre lo esencial: esa presencia del azar. La vida existe en la Tierra porque, según los científicos, se dieron unas circunstancias bioquímicas cuya repetición es altamente improbable. El azar jugó también un papel importante en la evolución genética, como muy bien demostró Jacques Monod.Somos, en buena medida, un producto del azar y eso es lo que convierte en tremendamente vulnerable al ser humano. Pero es el azar también el que hace que la existencia humana sea una aventura singular e irrepetible. Tal vez nuestra conciencia sea también un producto del azar, lo que nos plantea serias dudas sobre el alcance de nuestro conocimiento.Son reflexiones a las que he dado muchas vueltas y que posiblemente carezcan de sentido, como casi todo lo que hacemos.
Ocupy Wall Street octubre 2011 |
El sexo en la publicidad |
Imagen subliminal |
Heidegger |
¿Quieres callarte conmigo? -le dijo. Y sin añadir una palabra, fueron felices para siempre.
Andamos estos días comentando en clase las ideas del racionalismo. Esa corriente que ha marcado en parte nuestra evolución cultural, ofreciéndonos como señas de identidad el pensamiento científico, la búsqueda de la certeza y la argumentación como fundamento último de la vida en común. Lo racionales que somos se lo debemos a ellos, a aquellos seres humanos inesperadamente irracionales, supersticiosos, casi místicos y quién sabe si sectarios. Que nadie se asuste por los calificativos: explicar a Descartes es, nos guste o no, bordearlos peligrosamente. Un enfoque en el que apenas había hecho hincapié en cursos anteriores, pero que empujado por la curiosidad de los alumnos sí he tocado ligeramente en estas semanas. También, por qué no decirlo, a modo de provocación: explicar a estudiantes del bachillerato científico que los grandes científicos de la historia tenían también un “lado oculto” puede ayudar a desmitificar la ciencia, y a situarla en un contexto histórico sin el que difícilmente se puede comprender. Tres episodios de la vida de Descartes nos pueden servir para esto: los famosos sueños, su “presunta” pertenencia a los rosacruces y los avatares sufridos por su cuerpo. ¿Acaso no son un cóctel explosivo para una vida “de novela” y no precisamente de tipo científico?
Las anécdotas son de sobra conocidas entre los que han estudiado filosofía, pero quizás no tanto para el gran público. Allá va la primera: si nos fiamos de algunos textos escritos por el propio Descartes, su vocación científica y filosófica habría surgido en una noche fantástica, en la que se sucedieron tres sueños. En el primero, una persona le ofrece un melón en medio de un día de perros, en el que el viento impide cualquier movimiento al autor francés, aunque no así al resto de las personas. En el segundo, pensó ver su habitación ardiendo en llamas y repleta de chispas. Finalmente, en el tercero se topa con una frase en un libro: ¿Qué camino he de coger en mi vida? En el mismo sueño aparece una enigmática respuesta: “Sí y no”. A partir de estos sueños le dio al pensador francés por interpretar que su vida debería orientarse hacia el conocimiento, y por eso se dedicó a la filosofía y la ciencia. Todo muy racional, como se puede ver. Tanto o más como su pertenencia a los rosacruces, que aparece literariamente narrada en el famoso libro de Umberto Eco. El movimiento rosacruz cuidaba el conocimiento y la ciencia, pero no menos cierto es que contaba también con una serie de rituales y conocimientos ocultos a los que no pertenecían al mismo, rasgo que le aleja totalmente de criterios que hoy denominaríamos científicos, como es la publicidad y la posibilidad de compartir. Si algo no es público ni compartible no es científico.
La tercera historieta cartesiana es totalmente ajena al autor, pero le añade si cabe más misterio al personaje. Se trata de las peripecias de su cadaver. Sin entrar a valorar si realmente se murió de frío o envenenado, lo que sí se sabe es que la cabeza fue desprendida del cuerpo, que por otro lado tuvo hasta cuatro sepulturas distintas. Éste es el retruécano de la filosofía: el impulsor del racionalismo llevó una vida nada racional. Cuando le ponemos rostro e historia a las ideas nos damos cuenta de que éstas no son tan puras e inmortales como pudieran aparecer en los libros. El olvido de esta “encarnación” de las ideas hace daño a la propia ciencia y al propio racionalismo. Habrá que ver cómo se escribe en el futuro la historia de la ciencia actual. No se imagina uno a Higgs con sueños reveladores, o a un premio Nobel de medicina dedicándose a organizar sesiones de espiritismo. Sin embargo, no se puede ignorar que la palabra química guarda cierto parentesco con la alquimia o que los ejes cartesianos bien podrían ser una bonita metáfora extraida de sueños peculiares, en los que los rayos centelleantes se entrecruzaban y en el primer cuadrante aparecía representado un melón gigante. La ciencia. Nunca tan separada del mito como nos quieren hacer pensar.
Hello guys! This term we are studying ethical theories. This is the most difficult unit this year, but I think that you will deal with it. On Thursday we are going to learn a bit more about “Virtue Ethics“. This theory was thought for the first time by Aristotle, the Greek philosopher (5th century BC). Let’s do some activities in order to learn more about it:
1. Work in pairs. Read the following website and answer the questions in your notebook.
a) What was the name of the school where Aristotle studied philosophy?
b) Aristotle was the tutor of a prince. Who was that person?
c) For Aristotle, it’s not the same to be a good man than to be… what? Try to explain his point of view using your own words.
2. Work in pairs. Look at the following website and search for the definition of “virtue”. Copy it in your notebook.
3. Work in pairs. Look at the following website and do the activity about virtues.
4. Work in pairs. Choose one of the virtues from the previous activity and look for a quote about it. Copy the quote in your notebook and say yor opinion. (Remember to write the name of the person who said the quote).
5. Work in pairs. Look at this website and do the review activity. Enjoy!
6. (Optional). Send a comment to this article answering these questions: What have you learnt with these activities? Do you like them? Why? Make a suggestion in order to create more activities.
You did it really well. You are really good at Ethics.
Epicur |
El Libro de Job narra la historia de un hombre pío, un entregado siervo de Jehová que mantiene inquebrantable su fe incluso en mitad de terribles desgracias y sufrimientos. Tal es así, que su abnegación asombra a sus amigos y exaspera a su propia esposa, quien llega a estar harta de Job y su conformismo ante las penurias de la vida, diciéndole en mitad de una disputa doméstica: “¡Maldice a tu Dios y después muérete!”. Sin embargo, pese a lo que reza el refrán popular, incluso la paciencia de Job tiene un límite. Son tantos los sinsabores e infortunios a los que tiene que hacer frente que no puede evitar sentirse sobrepasado. Vencido por el desánimo, empieza a lamentar la amarga existencia que se ve obligado a afrontar y en sus momentos de mayor desesperación llega incluso a renegar de Jehová… aunque dado que la narración fue escrita con propósitos aleccionadores, Job termina reconciliándose con Jehová y encontrando un sentido religioso a sus padecimientos.“¿No es acaso una lucha la vida del hombre sobre la tierra? ¿No son sus días como los duros días del jornalero? Como el siervo, el hombre suspira por la sombra. Como el jornalero, suspira por el reposo. Durante meses he padecido calamidades y he recibido por toda recompensa noches de sufrimiento. Al acostarme me pregunto cuándo me levantaré, pero larga es la noche. Así permanezco, repleto de inquietud, hasta el alba. Mi carne está cubierta por gusanos y costras, está mi piel hendida y abominable. Mis días pasaron con la rapidez del tirador de una máquina de tejer y murieron sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo y que mis ojos no volverán a ver el bien. [...] Abomino de mi vida. No he de vivir por siempre, así que déjame, pues resultaron mis días completamente vanos. ¿Qué es el hombre para que Tú lo engrandezcas, para que deposites en él tu corazón, para que lo visites todas las mañanas y en todo momento lo pongas a prueba? ¿Cuándo apartarás de mí Tu mirada? ¿Hasta cuándo no me dejarás tranquilo, no me dejarás de vigilar ni aun cuando trago saliva? Si he pecado, ¿qué puedo hacer por Ti, oh, Guardián de los hombres? ¿Por qué me usas como diana hasta convertirme en una pesada carga para mí mismo? ¿Por qué no apagas mi rebelión y perdonas mi iniquidad? Ahora dormiré en el polvo; si me buscares mañana, ya no existiré” (Libro de Job, Antiguo Testamento)
La paradoja de Epicuro ha sido tratada en épocas posteriores por importantísimos apologistas como Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Martín Lutero y Calvino, o por filósofos de diversa índole como Hume, Kant, Hegel o Leibniz, quien dedicó al asunto su Ensayo de Teodicea; sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal, ensayo que sirvió por cierto para bautizar como “teodicea” toda aquella disciplina filosófica que se ocupa de intentar justificar la existencia de Dios mediante la razón.O Dios quiere evitar el mal y no puede (entonces no es omnipotente), o puede pero no quiere (entonces no es bondadoso), o no quiere y no puede (entonces no es ni omnipotente ni bondadoso), o puede y quiere (pero sabemos que esto es incierto dado que sabemos que el mal existe).O formulada de otro modo, aunque viene a decir lo mismo:a) Dios es bondadoso y omnipotente
pero
b) El mal existePor lo tanto:
— Si el mal existe porque Dios no quiere evitarlo, entonces Dios no es bondadoso.
—Si el mal existe porque Dios no puede evitarlo, entonces no es omnipotente.
…de lo que concluimos que la premisa “a” es falsa.
Las religiones cuyos sistemas de creencias se han visto afectados por el problema del mal, generalmente se han preocupado por hallar en primer lugar una contestación que tranquilice y satisfaga a sus fieles. Sin embargo, estas respuestas “de emergencia” solían ser de naturaleza mitológica y no resultaban nada convincentes para quienes eran ajenos a la doctrina de esa misma religión. En este sentido, algunas de las respuestas más antiguas tendían a intentar “descargar” a Dios de cualquier responsabilidad directa sobre la existencia del mal. Así, para evitar en el creyente la desazón de pensar que Dios —como origen de todo— es también el origen del mal, achacaban el mal a una causa externa a ese Dios. Así, surgen los agentes maléficos que actúan como contrapoder o reverso de la bondad divina, como por ejemplo la figura de Satanás. Sin embargo, esta visión mitológica no resuelve la paradoja, porque sigue estando presente la pregunta: “si Dios no originó el mal pero el mal sigue existiendo por causa de un ente maléfico, ¿por qué no erradica Dios a dicho ente maléfico?”. Muerto el perro, se acabó la rabia.“El padre celestial hace que el sol salga sobre los malvados y sobre los buenos, envía lluvia a los justos y a los injustos” (Jesús, en el Evangelio)
La falta de contingencia entre los actos de un hombre y los premios o castigos que sufre en la vida terrenal precisaba de una explicación más concreta que la simple atribución de recompensas ultramundanas. Toda religión que asuma como necesaria en su dogma una intervención divina en el mundo físico, como sucede con la cristiana (o musulmana, etc.) ha de encontrarle una respuesta a esa falta de contingencia. Quizá la principal es la resumida por San Agustín de Hipona: Dios —en su infinita bondad— creó un mundo repleto de bien, porque en su perfección no podía generar mal alguno. Pero el ser humano eligió darle la espalda a Dios y apartarse del bien, lo cual es el origen de todas sus aflicciones. La visión de Agustín es consistente con la noción de “pecado original”: cuando el hombre renuncia al bien absoluto, se produce como consecuencia la aparición del mal. Sin embargo, esta idea también requería una mayor elaboración, porque planteada así también resultaba insatisfactoria. Por ejemplo: si se produce un terremoto y Dios no lo evita porque el hombre le ha dado la espalda, ¿es que Dios creó un mundo que está repleto de peligros salvo que él decida intervenir directamente para salvaguardar al hombre de ellos? Esto volvería a poner la responsabilidad directa de la existencia del mal sobre los hombros divinos.“Todos somos impuros y estamos infectados por el pecado” (Libro de Isaías, la Biblia)
En la citada idea del pecado original se requería del no creyente un imposible esfuerzo de permisividad intelectual, como lo es admitir la relación entre la desviación moral del hombre y la existencia de males como los terremotos. No existe ninguna relación aparente ente ambos, excepto en las mitologías, así que para el no creyente —o para el creyente intelectualmente más exigente— se precisa otro mecanismo de relación entre Dios y el mal, dado que parecería que Dios es vengativo y permite que el hombre sufra en el entorno hostil de la vida terrena.“El bien puede existir sin el mal, pero el mal no puede existir sin el bien” (Santo Tomás de Aquino)
Decíamos que el pensamiento cristiano de San Agustín y otros propone que ha sido el hombre quien ha renunciado voluntariamente al bien, por causa del pecado original. Pero Dios ha creado al hombre sabiendo que el hombre iba a desviarse del bien, así que Dios sigue siendo el responsable último del mal. Ha de existir una buena razón por la que Dios permita que suceda esto y aun así se lo pueda considerar benévolo.“Algunos ascienden mediante el pecado, otros caen a causa de la virtud” (William Shakespeare)
“El objetivo de la sabiduría debe ser el poder distinguir el bien del mal” (Cicerón)
Las respuestas a la Paradoja de Epicuro que hemos ido describiendo han ido progresando desde una negación de que Dios hubiese creado el mal, hasta la asunción de un paso importante por parte de los apologistas cristianos: admitir —les gustase o no— que Dios permite activamente la existencia del mal en el mundo. Negar esta evidencia resultaría absurdo, pero para seguir manteniendo la creencia de que Dios es bondadoso, que interviene en el mundo físico y que sin embargo permite el mal, habría que encontrar un motivo que explicase esa extraña permisividad. Incluso tan pronto como el siglo II, un apologista tan rígido como Ireneo de Lión planteó esta cuestión, reconociendo que efectivamente Dios ha creado un mundo con el mal dentro de él. Pero Ireneo propuso una explicación: Dios permite el mal porque el sufrimiento es un requerimiento para el crecimiento espiritual del hombre. Muchas grandes virtudes no son posibles sino como reacciones ante el sufrimiento: si no hay dolor, no hay abnegación; si no hay miedo, no hay valentía, etc.“La pregunta de por qué existe el mal es la misma pregunta de por qué existe la imperfección. Pero esta es la verdadera pregunta que deberíamos hacernos: ¿es la imperfección la verdad final, es el mal algo absoluto y definitivo?” (Rabindranath Tagore)
Hemos repasado algunas de las principales objeciones —sobre todo procedentes del cristianismo— al argumento del mal, y como vemos ninguna de ellas ha supuesto una refutación satisfactoria. Existen sin embargo otras respuestas religiosas al problema, aunque ya son incompatibles con el cristianismo: el considerar que Dios sí existe, pero que se muestra indiferente hacia el hombre.“Preferir el mal al bien no está en la naturaleza humana, y cuando un hombre es obligado a elegir entre dos males, nadie elegirá el mayor cuando puede tener el menor” (Platón)
La discusión de la Paradoja de Epicuro ha supuesto siglos y siglos de elaboraciones intelectuales de todo tipo. Por el momento sigue vigente y no se ha logrado ninguna refutación; por no haber, no hay siquiera una respuesta unificada dentro del propio cristianismo, que actualmente sigue siendo la religión más ocupada en intentar disipar el problema. Las consideraciones acerca de la relación entre la bondad de Dios y la existencia del mal han producido un entramado teológico tan complejo (aquí apenas hemos arañado la superficie) que los apologistas cristianos han llegado a contradecirse abiertamente, no ya en nimios detalles, sino en los fundamentos mismos de sus respectivas posturas. Quizá el problema es que la religión —al nivel de sus máximos pensadores, no del creyente de a pie— ha evolucionado mucho menos que en otros asuntos. En otras religiones se le concede menos importancia, en términos relativos, porque no dependen tanto de la idea de un sacrificio divino motivado por el amor absoluto al ser humano. El cristianismo, sin embargo, no ha dejado de darle vueltas al asunto. Lo cual, hemos de decir, ha producido una literatura interesante.—El mal forma parte del plan divino y resulta necesario para un bien superior.
—El mal no forma parte del plan divino, pero es producto del libre albedrío del ser humano.
—El mal es inexistente o ilusorio.
—Dios existe, pero no es bondadoso.
—La paradoja no puede ser resuelta porque el hombre es incapaz de comprender a Dios.
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