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Friedrich Nietzsche |
En esta publicación estudiaremos el modo como
Nietzsche concibe el problema de la moral desde la perspectiva de su fundamentación ética. Nuestra intención a la hora de estudiar esa fundamentación ética y el modo en el que de ella devienen las distintas valoraciones morales será ir más allá de esas valoraciones y profundizar en lo que
Nietzsche entendía por moral, encontrando en su autootorgado rango de “inmoralista”, no justamente lo que se ha entendido normalmente con este término, sino todo lo contrario: una defensa muy concreta de un tipo de moral frente a otro tipo que se ha hecho llamar hasta ahora la moral en sí.
Es por todos conocida la clasificación normal o tradicional de
Nietzsche dentro de los filósofos amorales o inmoralistas que niegan todo tipo de moral, ya lo hagan a través de una negación total de ésta o de una relativización absoluta de su validez. Y, en verdad, es completamente cierto que
Nietzsche se refiere a sí mismo en múltiples ocasiones como inmoralista en oposición al modo como la moral ha sido comprendida hasta ahora.
Pero esto dista mucho de significar para él una oposición radical con respecto a todo tipo de moral. Justamente su descubrimiento más radical, y al que
Nietzsche le dará más importancia, es el de la moral cristiana como «tipo», esto es, no como
moral en sí; y ello, justamente para señalarnos con el dedo algo que está más allá de esa moral – no ésta, sino otra moral, otros valores, otra forma de valorar, otra mirada estimativa, otra sensibilidad: el superhombre, el
hombre autónomo.
1. – La voluntad de poder: tipos y valorPara poder alcanzar esa meta de crítica y argumentación moral, es necesario bucear previamente en la metafísica nietzscheana. Ya que lo que dará peso de un modo determinante a la filosofía moral de
Nietzsche frente a otros razonamientos morales es el hecho de que él deriva el status quo moral de los individuos de su propia condición metafísica de existencia.
Así, si la moral es la regulación de nuestras acciones éticas, esa regulación debe depender directamentede la constitución metafísica de los agentes que llevan a cabo dichas acciones a regular. Pues el modo como esos agentes actuarán y se comportarán en su trato mutuo intersubjetivo viene prefigurado por su naturaleza, por aquello que ellos mismos son. De ese modo, la correcta comprensión de la constitución metafísica de los individuos que actúan es el primer caso para comprender por qué hacen lo que hacen.
Plantearemos aquí una breve exposición de los conceptos fundamentales de la metafísica de
Nietzsche que juegan un papel determinante en su argumentación moral.
Nietzsche concibe el mundo como un complejo sistema de fuerzas en relación a través de las cuales se expresa la voluntad de poder. Una fuerza es una potencia que domina los fenómenos del mundo, y en este dominar les otorga un sentido. Se define como fuerza todo «poder hacer algo», como la capacidad de generar un fenómeno, del tipo que sea, en el mundo. El modo como esa fuerza actúe, esto es, aquello que ella sea capaz de hacer, resultará ser el sentido del fenómeno provocado por ella.
A su vez, la propia fuerza, como potencia de acción, posee una cantidad de poder: es más o menos capaz de dominar, más o menos capaz de hacer lo que puede hacer. De esta cantidad de poder deviene el valor del fenómeno dominado en relación a la jerarquía de fuerzas.
Así pues, una fuerza es una capacidad de dominar fenómenos y de otorgarles un sentido y un valor dependiendo de la fuerza que domine y de su cantidad de fuerza. «Dominar» y «servir» no están entonces entendidos aquí como estatutos de clases, como posicionamientos sociales o económicos; son, por el contrario, los resultados de las cantidades de potencia de las fuerzas que entran en relación: una fuerza sólo demuestra poseer una cantidad concreta de potencia en su relación con otra fuerza. La jerarquía de fuerzas se establece sólo en su relación, es sólo cuando dos fuerzas se relacionan entre sí cuando podemos saber qué fuerza demuestra tener más poder, dominando en consecuencia, y qué fuerza presenta menos poder, sirviendo por ello.
Esa cantidad de potencia procede, por su parte, de la voluntad de poder que se expresa a través de las fuerzas puestas en relación. El fundamento último metafísico de todo sentido y valor de la realidad es entonces, no la fuerza, ni la relación de fuerzas, sino la
voluntad de poder que se expresa en esa fuerza y en esa relación. Existen fuerzas que dominan y que son dominadas porque existen voluntades de poder que dominan y voluntades de poder que son dominadas cuando entran en relación unas con otras.
El concepto de
voluntad de poder es el gran misterio de la metafísica de
Nietzsche, a la vez tergiversado hasta la saciedad e hiperbolizado casi divinamente. ¿Qué entendía exactamente
Nietzsche por
voluntad de poder?
Voluntad de poder no es voluntad de mandar económicamente, o físicamente, o políticamente. No se trata de un poder establecido y públicamente reconocido que la voluntad busque ostentar. Ya que, en el fondo, todos esos poderes ya establecidos proceden, en último término, de una relación de fuerzas que, al interactuar, tienen más o menos capacidad de actuación. Así que, en realidad, los poderes establecidos son sólo una manifestación, superficial y artificial, de un poder más profundo, el que revelan poseer las fuerzas que se relacionan. Por eso es incorrecto, metafísicamente hablando, sostener que el concepto «voluntad de poder» remite a algo semejante al deseo de gobernar.
Voluntad de poder es, y no puede más que ser, voluntad de potencia. Lo que quiere la voluntad es siempre capacidad de acción, poder de dominar, superación de sí misma, crecimiento.
Nietzsche escoge el término “voluntad” para definir el fondo común de todo lo que es porque comprueba que, como la voluntad humana, todo en el ser está en continuo cambio, todo es una fuerza que parte de una cosa hacia otra cosa. El ser presenta un carácter de proyecto, de tendencia a ser algo, y a cambiar ese ser en un momento determinado por otro.
Pero no ocurre simplemente que todo sea sólo voluntad. Además de ser voluntad, todo lo que existe es
voluntad de poder, porque todo lo que existe quiere el poder como forma de sobrevivir, de mantenerse en la existencia y crecer: todo lo que es lucha por seguir existiendo, y para poder seguir existiendo necesita poder, potencia.
Y, teniendo esto en cuenta, se hace obvio que también la
voluntad de poder que en la relación de fuerzas termina obedeciendo como resultado de su inferior fuerza o capacidad quiere el poder. También el menos capacitado, el que se revela con menos fuerza de acción en la relación, anhela una mayor capacidad, un perfeccionamiento de su fuerza. Este hecho no debemos olvidarlo en ningún momento: aquellos a los que
Nietzsche llama el inferior, el esclavo, el dominado buscan en todo momento su liberación, buscan, ellos también dominar, y, sobre todo, se sirven de los métodos que le llevarán a esa liberación. Esto es otra prueba más de que la relación señor-esclavo no debe entenderse en
Nietzsche desde perspectivas socioeconómicas.
Atendiendo al resultado de la relación de fuerzas, una fuerza será entonces
activa o
reactiva en función de si posee, respectivamente, más o menos capacidad de actividad o potencia. Esta cualidad sólo deviene, es importante recordarlo, en el momento en que la fuerza explicita su cantidad de potencia en la relación de fuerzas. Es imposible juzgar a priori que una fuerza es activa o reactiva antes de que ella misma demuestre serlo en una relación de fuerzas. De ahí que los egocentrismos, las hipocresías y las falsas humildades sean sólo máscaras artificiales anteriores al verdadero acontecimiento de aquello que pretenden describir.
Y esta diferencia de cantidad de las fuerzas remite a un fundamento como su elemento diferencial, que será justamente un determinado tipo de
voluntad de poder, el cual posee, igual que las fuerzas, un determinado valor o rango. Así,
Nietzsche distingue entre
voluntad de poder afirmativa y
voluntad de poder negativa, que se expresan, respectivamente, a través de fuerzas activas y reactivas. Una vez más, estos valores no son valores en sí, ni su jerarquía es una jerarquía en sí, sino que las fuerzas sólo obtienen su valor en la relación entre ellas: la
fuerza activa se revela en la relación como capaz de actuar, la
fuerza reactiva sólo puede reaccionar y nunca actuar originariamente, y de este hecho fáctico se sigue que la primera domine y la segunda sea dominada.
Lo que define a su vez el valor afirmativo o negativo de las voluntades de poder es, igualmente, el modo estructural que caracteriza su actividad; su, digamos,
modus operandis, su tendencia de carácter, la forma con la que revelan actuar generalmente allí donde entran en ejecución y relación.
Así, la
voluntad de poder afirmativa, como su propio nombre indica,afirma su poder y su querer, y se afirma a sí misma en la diferencia con otras voluntades, sin necesidad de retroceder ante ningún obstáculo. Pues reconoce en la relación una oportunidad de incrementar su poder. La
voluntad de poder negativa, en cambio, no lleva a cabo tal afirmación, sino que su actividad estructural fundamental es la negación: se enfrenta en la relación a otras voluntades reconociéndolas no simplemente como diferentes (lo cual no implica ni afirmación ni negación) sino como opuestas a sí misma, y de esa oposición saca su capacidad de actuar.
Dos valores, entonces, afirmativo y negativo, que señalan dos modos de entender la relación de fuerzas y voluntades, como diferencia y como oposición. La
voluntad de poder afirmativa que entiende la relación como diferencia encontrará en ella la ocasión de actuar y de superarse a sí misma a través del crecimiento de su poder, por lo que se sirve de
fuerzas activas. La
voluntad de poder negativa, por el contrario, al entender la relación como una oposición a anular, tiende más a reaccionar que a actuar, ya que entiende que la actividad genera más desigualdad, y por ello se manifiesta a través de
fuerzas reactivas.
2. – La genealogía y el método dramático. El fenómeno de lo moral.La
voluntad de poder es entonces el núcleo metafísico de todos los fenómenos del mundo. Así, para encontrar el sentido y el valor de cada fenómeno a estudiar debemos llevar a cabo un estudio de las fuerzas que dominan ese fenómeno y, a partir de ellas, de la
voluntad de poder que se sirve de ellas para dominarlo. Conocer qué
voluntad de poder actúa en cada ocasión determina la interpretación del
valor moral de esa acción o situación.
A este método de estudio
Nietzsche lo denomina
genealogía. La tipología metafísica esencial de las
voluntades de poder se convierte así en la base de toda interpretación de fenómenos vitales. La pregunta hermenéutica principal no es “¿qué significa esto?”, “¿qué es esto?”, ni siquiera “¿cuál es el valor de esto?”. Sino, más profundamente, la pregunta “¿quién?”: ¿quién hace o quiere esto?, ¿quién interpreta este fenómeno de este modo?, y ¿qué valor tiene el que hace o quiere esto, e interpreta este fenómeno así?
Este modo de entender los fenómenos como síntomas o manifestaciones de una
voluntad de poder concreta pertenece justamente al
método dramático de interpretación. Este método se denomina
dramático (en referencia al drama como escenificación de un personaje) porque retrotrae todo acontecimiento al agente que lo ha causado, para así llevar a cabo la interpretación de dicho acontecimiento a partir del conocimiento de su causa. En razón de esto, encontraremos múltiples fenómenos que, siendo el mismo, poseen historias diferentes en relación a cada tipo de voluntad, presentando cada fenómeno su versión afirmativa o negativa dependiendo si su causa resulta ser una voluntad de poder afirmativa o una negativa. Es justamente en estos fenómenos dobles en los que el
método dramático debe demostrar toda su capacidad interpretativa.
El
problema de lo moral es uno de estos fenómenos dobles a estudiar desde la perspectiva de cada
voluntad de poder, en la medida en que cada
voluntad de poder tendrá un tipo concreto de moral en función de sus características. Será tarea de la
genealogía y del
método dramático desvelar qué voluntad se manifiesta detrás de qué
tipo de moral.
Para
Nietzsche, toda moral no es otra cosa que «semiótica de los afectos»; esto es, síntoma, máscara y manifestación de un modo concreto de existencia, o, lo que es lo mismo, de una
voluntad de poder. Ante un fenómeno cualquiera capaz de ser valorado moralmente,
Nietzsche nos invita a buscar las sensaciones que dicho fenómeno despierta en el sujeto que lo valora así para poder entender, no esa valoración, sino, lo que es más crucial, el valor de esa valoración. La moral como problema fisiológico, como síntoma: éste es el secreto de toda moral, a partir del cual puede estudiarse el
problema fundamental de lo moral, el valor de los valores mismos.
“Las valoraciones, referidas a su elemento, no son valores, sino maneras de ser, modos de existencia de los que juzgan y valoran.” Deleuze, Nietzsche y la filosofía, pág. 8.
De este modo comprobamos cómo lo moral se fundamenta en un entramado de relaciones éticas entre voluntades de poder de mismo o distinto valor, debiendo el genealogista estudiar esas relaciones y qué voluntades entran allí en relación para poder comprender dramáticamente qué significa cada tipo de moral.
3. – Tipos de moral: la moral de señores y la moral de débiles.Dentro de este fenómeno de lo moral
Nietzsche reconoce dos tipos fundamentales de moral:
la moral noble o de señores, y la moral esclava o de débiles. Una vez más, ambos calificativos no deben ser entendidos como
valores morales en sí, sino como signos de las propiedades de cada moral.
Así, si la
voluntad de poder afirmativa es aquella que afirma la diferencia y se afirma en ella, y a través de esa afirmación lucha por superarse a sí misma y acrecentar su poder, la
moral de señores será un síntoma de seres que se afirman a sí mismos en su relación ética con otros seres, y que encuentran en esa relación la ocasión de desplegar su poder para así poder desarrollarlo al ponerlo en juego. La
moral noble encuentra su condición y su sentido en el llamado
pathos de la distancia [pathos = sentimiento] en el que la
voluntad de poder afirmativa encuentra su autoafirmación y se desarrolla. Todo lo adverso, todo lo que endurece, todo lo beneficioso para el desarrollo de la fuerza será ensalzado por ella como algo positivo; mientras que las condiciones de decadencia, de mínimos de fuerza, y de igualdad y utilidad en la conservación serán consideradas como negativas y peligrosas para el mantenimiento de su superioridad.
La
moral de esclavos, en cambio, supone un síntoma de una condición existencial que no soporta la diferencia, no entiende la diferencia de potencia como diferencia sino como oposición (
dialéctica) que produce dolor e injusticia, y, por tanto, tiende a anular toda diferencia para así anular las condiciones adversas a su existencia. Es ésta una moral que parte de una conciencia de malestar como su base. Los
débiles no poseen la suficiente fuerza y poder como para ser capaces de sobreponerse a las condiciones adversas de su existencia y desarrollar su fuerza. Por eso sufren en sus relaciones éticas, y de este sufrimiento deviene una re-activación de su
voluntad de poder negativa que se traduce en un instinto de negación de todo lo opuesto, en una consideración negativa de todo lo que difiere, de todo lo que es distinto a ellos; por tanto, en una negación de todo lo poderoso, violento y amenazador de una existencia precaria que es incapaz de agarrarse a la vida cuando es enfrentada a una potencia superior a ella. Se niega todo lo que no posee un equilibrio con el nivel de fuerza que ellos poseen, y, por consecuencia lógica, se considera positivo todo lo que mantiene, conserva y posibilita una existencia en unos mínimos de fuerza, sus mínimos de fuerza. Se ensalza todo lo que rebaja la vida a su mínima expresión y permite a los
impotentes y
débiles ser capaces de sobrevivir.
“Las propiedades que sirven para aliviar la existencia de quienes sufren son puestas de relieve e inundadas de luz: es la compasión, la mano afable y socorredora, el corazón cálido, la paciencia, la diligencia, la humildad, la amabilidad lo que aquí se honra, pues estas propiedades son aquí las más útiles y casi los únicos medios para soportar la presión de la existencia.” Nietzsche, Más allá del bien y del mal, §260. pág. 239.
De este modo, mientras que los
valores nobles se asientan en una condición plena y satisfecha de existencia, los
valores reactivos son síntomas de una condición que busca un modo de sobrevivir en un entorno hostil que la supera, un modo de anular por equivalencia de fuerzas una oposición que la consume. Mientras que la
moral de señores es pura y directamente manifestación de una autoafirmación, independientemente de lo que sus acciones deparen en su futuro, la
moral de esclavos es una manifestación de una valoración de las condiciones positivas o negativas de las acciones con respecto a la supervivencia de los
débiles.
Ambos comportamientos, en este sentido, responden a una búsqueda del poder, son igualmente
voluntad de poder; pero uno se realiza según una
estructura formal afirmativa y otro según una
estructura formal negativa. Eso no significa necesariamente que el débil tenga menos fuerza que el noble, sino directamente que no es capaz de ponerla en juego.
“Nietzsche llama débil o esclavo no al menos fuerte, sino a aquél que, tenga la fuerza que tenga, está separado de aquello que puede. (…) La medida de las fuerzas y su cualificación no depende para nada de la cantidad absoluta sino de la realización efectiva.” Deleuze, op. cit., pág. 89.
En toda relación ética se crea una jerarquía en la que el
noble se eleva y el
débil o esclavo se empequeñece porque el primero sabe poner en juego su fuerza y el segundo no.
Miguel Ángel Bueno Espinosa, La voluntad de poder como herramienta de crítica moral. La defensa nietzscheana del hombre autónomo (I), Senderos de filosofia, 17/04/2015