Tengo casi olvidada la zoosofía, a la que durante un tiempo me estuve dedicando con deleite en este café. Pero ahora mismo, mientras leía
El escarabajo acecha al águila, de Erasmo, me he encontrado con unas observaciones que corro a traer hasta aquí:
"Es bien conocido por todos que Aristófanes el Gramático en su amor por una joven que vendía coronas, tenía como rival a un elefante, y según Plutarco era un hecho del que todo el mundo hablaba. El mismo autor trata de una serpiente perdidamente enamorada de una muchacha de la Etolia (...). Pero esa leyenda de que un águila se enamoró de una doncella no se la creen ni los más crédulos. El hecho de que el águila fuese escogida para torturar en el Cáucaso a Prometeo, de entre los dioses el mayor amigo de la humanidad, da una idea de hasta dónde llega el odio fatídico que siente hacia los hombres. No obstante, junto a tantos vicios hay algo en ellas digno de encomio: con ser extremadamente rapaces apenas beben, y fornican poquísimo".
Sobre el pasaje de Plutarco:
AQUÍMás sobre elefantes:
Cuenta Claudio Eliano en
La Historia de los animales que a Ptolomeo II le regalaron una cría de elefante que aprendió a hablar en griego, fenómeno extraordinario, porque hasta entonces se tenía por fuera de toda duda que la única lengua que entendían los paquidermos era la de la India. Plinio en su
Historia Natural, alaba a los elefantes porque gustan del amor y de la gloria y poseen cualidades que con frecuencia se hallan ausentes entre los hombres, como la honradez, la prudencia, la ecuanimidad, el culto a los astros y la veneración al Sol y a la Luna. Añade que el cónsul Luciano se ponía a sí mismo de testigo de que un elefante había aprendido a escribir con su trompa la siguiente frase en griego: “Yo mismo he escrito esto”.
En el
Coloquio del conocimiento de sí mismo, doña Oliva Sabuco de Nantes de Barrera escribe lo siguiente: "Cuenta también Plinio que en los tiempos que Roma florecía se ayudaban los romanos, en la guerra, de los elefantes, y llevaban capitanía de ellos por sí; los cuales, por su gran instinto, dice el mismo Plinio que entendían el pregón en la lengua romana, y llegando un día el ejército romano a un gran río, que tenía el vado dificultoso, mandaron pasar los elefantes delante, y el elefante capitán, que se nombraba Ayax, no osando pasar, estuvo detenido el ejército romano gran pieza, en tanto que fue menester pregonar que el elefante que primero pasase el río le harían capitán, y entonces un elefante, que se llamaba Patroclo, osó pasar, y pasó el río, y todos los demás elefantes tras él, y el ejército romano. Y llegados a la otra parte del río, luego Antíoco cumplió lo que había hecho pregonar, quitando al Ayax las insignias que llevaba de capitán, a manera de jaeces y ornamentos dorados, y los mandó poner a Patroclo, por lo cual el Ayax nunca más comió bocado, y a tercero día lo hallaron muerto.”
Un profesor de filosofía les planteo a sus alumnos en un examen esta pregunta: "¿Las apariencias engañan?". Uno de ellos le dio esta lacónica e intrigante respuesta: "No necesariamente, pero los elefantes, sí, mucho".