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La pitxa un lio (50 sin leer)

 
  • Enlace permanente para 'Quan la vida es converteix en el bé suprem? (Lipovetsky).'

    Quan la vida es converteix en el bé suprem? (Lipovetsky).

    Archivado: diciembre 31, 2014, 11:04am CET por Manel Villar
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    El Roto

    Cuando el ser individual se define cada vez más por su relación con las cosas, cuando la búsqueda de dinero, la pasión por el bienestar y la propiedad son más importantes que el estatuto y el prestigio social, el concepto del honor y la suceptibilidad agresiva se debilitan, la vida se convierte en valor supremo, se debilita la obligación de no perder la dignidad. Ya no es vergonzoso no contestar una ofensa o una injuria: una moral del honor, origen de duelos, de belicosidad permanente y sangrienta, ha sido substituida por una moral de la utilidad propia, de la prudencia donde el encuentro del hombre con el hombre se realiza esencialmente bajo el signo de la indiferencia. Si en la sociedad tradicional el otro aparece de entrada como amigo o enemigo, en la sociedad moderna, se identifica generalmente con un extranjero anónimo que ni merece el riesgo de la violencia. «Posesión de uno mismo: evita los extremos; cuida de no tomar demasiado a pecho las ofensas, pues nunca son lo que parecían al principio», escribía Benjamín Franklin: el código del honor ha dejado paso al código pacífico de la «respetabilidad», por primera vez en la historia, se constituye una civilización en la que no está prescrito mantener desafíos, en la que el juicio del otro importa menos que mi interés estrictamente personal, en la que el reconocimiento social se disocia de la fuerza, de la sangre y de la muerte, de la violencia y del-desafío. Más generalmente el proceso individualista conlleva una reducción de la dimensión del desafío interpersonal: la lógica del reto, inseparable de la primacía holista y que durante milenios ha socializado a los individuos y a los grupos en un encaramiento antagonista, sucumbe poco a poco para convertirse en una relación antisocial. Provocar al otro, burlarse de él, aplastarlo simbólicamente, este tipo de relaciones está condenado a desaparecer cuando el código del honor deja paso al culto del interés individual y de la privacy. A medida que se eclipsa el código del honor, la vida y su conservación se afirman como ideales primeros mientras que el riesgo de la muerte deja de ser un valor, pelearse ya no es glorioso, el individuo atomizado se pelea cada vez menos y no porque esté «autocontrolado», más disciplinado que sus antepasados, sino porque la violencia ya no tiene un sentido social, ya no es el medio de afirmación y reconocimiento del individuo en un tiempo en que están sacralizadas la longevidad, el ahorro, el trabajo, la prudencia, la mesura. El proceso de civilización no es el efecto mecánico del poder o de la economía, coincide con la emergencia de finalidades sociales inéditas, con la desagregación individualista del cuerpo social y el nuevo significado de la relación interhumana a base de indiferencia. 

    Con el orden individualista, los códigos de sangre se abandonan, la violencia pierde toda dignidad o legitimidad social, los hombres renuncian masivamente al uso de la fuerza privada para resolver su desacuerdos. Así se aclara la función verdadera del proceso de civilización: tal como demostró Tocqueville, a medida que los hombres se retiran en su esfera privada y no se preocupan más que de sí mismos, reclaman al Estado para que les asegure una protección más vigilante, más constante de su existencia. Esencialmente el proceso de civilización aumenta las prerrogativas y el poder del Estado: el Estado policial no es sólo el efecto de una dinámica autónoma del «monstruo frío», es deseado por los individuos aislados y pacíficos, aunque sea para denunciar regularmente su naturaleza represiva y sus excesos. Multiplicación de las leyes penales, aumentos de los efectivos y de los poderes de la policía, vigilancia sistemática de las poblaciones, son los efectos ineluctables de una sociedad en la que la violencia es desvalorizada y en la que simultáneamente aumenta la necesidad de seguridad pública. El Estado moderno ha creado a un individuo apartado socialmente de sus semejantes, pero éste a su vez genera por su aislamiento, su ausencia de belicosidad, y su miedo de la violencia, las condiciones constantes del aumento de la fuerza pública. Cuanto más los individuos se sienten libres de sí mismos, mayor es la demanda de una protección regular, segura, por parte de los órganos estatales; cuanto más se rechaza la brutalidad, más se requiere el incremento de las fuerzas de seguridad: la humanización de las costumbres puede pues interpretarse como un proceso que busca desposeer al individuo de los principios refractarios a la hegemonía del poder total, y al proyecto de poner a la sociedad bajo la tutela del Estado.(pàgs. 193-195).

    Gilles Lipovetsky, La era del vacío, Anagrama, Barna 1986
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    Societat de la transparència i societat del rendiment (Byung-Chul Han)

    Archivado: diciembre 31, 2014, 10:52am CET por Manel Villar

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     En la manca de perspectiva no es forma cap ull central, cap subjectivitat central o sobirania. Mentre que els habitants del panòptic de Bentham són conscients de la presència constant del vigilant, el que habiten en el panòptic digital es creuen que estan en llibertat.
    La societat de la transparència segueix exactament la lògica de la societat del rendiment. El subjecte del rendiment està lliure d’una instància exterior dominadora que l’obligui al treball i l’exploti. Ell és el seu propi senyor i empresari. Però la desaparició de la instància dominadora no condueix a una llibertat real, ja que el subjecte del rendiment s’explota a si mateix. L’explotador és alhora explotat. Actor i víctima coincideixen. La pròpia explotació és més eficaç que l’explotació estanya, ja que va acompanyada del sentiment de llibertat. El subjecte del rendiment se sotmet a una coacció lliure, generada per ell mateix. Aquesta dialèctica de la llibertat es troba també a la base de la societat del control. La pròpia il·luminació és més eficaç que la il·luminació estranya, ja que va unida al sentiment de llibertat.
    (“La societat del control”)
    Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia, Herder, Barcelona 2013
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    Exemplarietat i vocació (Javier Gomá).

    Archivado: diciembre 31, 2014, 10:32am CET por Manel Villar

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    Javier Gomá: Conviene distinguir entre los ejemplos reales de la experiencia, que pueden ser positivos o negativos, y la ejemplaridad, que es un ideal, es decir, un deber-ser y en consecuencia, como tal, no existe, no es, no se da en la experiencia, no tenemos contacto sensible con él. Nadie encarna la ejemplaridad porque nadie, en este mundo imperfecto, personaliza la perfección del ideal. Ahora bien, los ejemplos concretos son la vía de acceso a la verdad, y cuando se trata de la verdad moral esto es especialmente cierto. Qué es lo honesto, lo decente, lo recto, lo justo, lo valiente, lo generoso se hace intuible y aprehensible a través del ejemplo personal, aunque no seamos capaces de verbalizar esos conceptos. El ejemplo muestra esa capacidad de hacerse evidente sin necesidad de definirlo. De manera que los ejemplos positivos y negativos que nos rodean constituyen la escuela de nuestra educación sentimental. Y entre esos ejemplos, despliegan particular influencia aquellos que poseen autoridad, como los padres o los docentes. Toda educación consiste en trasmitir un modelo de lo humano, un prototipo de excelencia. Proto-tipo significa sello (typos) originario. Educar es imprimir un sello en el alma de los educandos. Un educador, en el sentido integral del término, es quien, por ser un buen ejemplo de ese sello, sabe replicarlo en los demás. En un sentido más limitado, restringido ya a ciertas disciplinas, un buen docente, a mis ojos, es quien sabe comunicar, no tanto conocimiento, como amor al conocimiento: no historia de la literatura sino amor a la literatura.
    La vocación remite al desarrollo orgánico de un principio interno más que a la reacción frente a estímulos externos. Y, en efecto, no recuerdo haberme encontrado nunca a una persona, real o histórica, que se me haya presentado como un modelo integral y pleno para mí o sobre la que yo me haya dicho a mí mismo: “quiero ser como ella”. Esto no me ha ocurrido. Podría citar a varias personas que me han abierto perspectivas, me han alentado, me han inspirado, me han orientado, me han acompañado, me han ayudado a encontrar mi camino. Pero no una persona que haya sido ella misma mi camino. Aunque a esta constatación le añadiría dos precisiones. La primera, que sí han existido muchas personas, vivientes, históricas o imaginadas, que me han servido de contraejemplo –todos aquellos que me parecía que caían en el patrón del romanticismo- y que han ejercido sobre mí una gran influencia, aunque sea inversa. Representaban lo que no quería. Y en segundo lugar, que en esa búsqueda del propio camino estoy convencido de que, de forma patente o latente, he emulado a otros que antes que yo han intentado lo mismo. Por último, fuera del fenómeno de la vocación, que objetivamente debe considerarse una anomalía vital, la relación maestro-discípulo, una relación en la que el segundo ve en el primero realizado (aunque sea con las imperfecciones propias de lo real) el ideal de humano, es y seguirá siendo la expresión suprema de la educación, como Nietzsche nos recuerda en Schopenhauer como educador: “Tus verdaderos educadores y formadores te revelan cuál es el auténtico sentido originario y la materia fundamental de tu ser”.
    José Luis Coronado, Entrevista a Javier Gomá , INED 21,  28/12/2014
  • Enlace permanente para 'Les raons de la progressiva disminució de la vendetta.'

    Les raons de la progressiva disminució de la vendetta.

    Archivado: diciembre 30, 2014, 10:41am CET por Manel Villar
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    No cabe duda de que el fenómeno de la suavización de las costumbres es inseparable de la centralización estatal; pero no por ello se puede considerar este fenómeno como el efecto directo y mecánico de la pacificación política. No es aceptable decir que los hombres «reprimen» sus pulsiones agresivas por el hecho de que la paz civil está asegurada y las redes de interdependencia no cesan de amplificarse, como si la violencia no fuese más que un instrumento útil para la conservación de la vida, un medio vacío de sentido, como si los hombres renunciasen «racionalmente» al uso de la violencia desde el momento en que es instaurada su seguridad. Eso sería olvidar que la violencia ha sido desde siempre un imperativo producido por la organización holista de la sociedad, un comportamiento de honor y desafío, no de utilidad. Mientras las normas comunitarias tengan prioridad sobre las voluntades particulares, mientras el honor y la venganza sigan prevaleciendo, el desarrollo del aparato policial, el perfeccionamiento de las técnicas de vigilancia y la intensificación de la justicia, aunque sensibles, sólo tendrán un efecto limitado sobre las violencias privadas: lo demuestra la cuestión del duelo, que con los edictos reales de principios del siglo XVIII, se convierte en un delito punible oficialmente con pérdida de los derechos y títulos, y con muerte deshonrosa. Pues bien, a principios del XVIII, a pesar de una justicia más rápida, más vigilante, más escrupulosa, el duelo no ha desaparecido en absoluto, incluso parece que hubo más juicios por duelo que un siglo antes. El desarrollo represivo del aparato de Estado sólo pudo desempeñar su papel de pacificación social en la medida en que, paralelamente, se instauraba una nueva economía de la relación interindividual y en consecuencia un nuevo significado de la violencia. El proceso de civilización no puede entenderse ni como un rechazo, ni como una adaptación mecánica de las pulsiones al estado de paz civil: esa visión objetivista, funcional y utilitarista, debe sustituirse por una problemática que reconoce, en el declive de las violencias privadas, el advenimiento de una nueva lógica social, de encaramiento cargado de un sentido radicalmente inédito en la historia.
    La explicación económica del fenómeno es igualmente parcial, pues resulta igualmente objetivista y mecanicista: decir que bajo el efecto del aumento de las riquezas, de la disminución de la miseria, del aumento del nivel de vida, las costumbres se sanean, es omitir el hecho históricamente decisivo de que la prosperidad como tal nunca fue un obstáculo a la violencia, concretamente en las clases superiores que pudieron conciliar sin problemas su gusto por el fasto con el de la guerra y de la crueldad. No queremos negar el papel de los factores políticos y económicos que, seguramente, contribuyeron de manera decisiva al advenimiento del proceso de civilización: queremos decir que su obra es ininteligible independientemente de los significados sociales históricos que establecieron. La monopolización de la violencia legítima en sí o el nivel de vida determinado cuantitativamente no pueden explicar directamente el fenómeno plurisecular de la suavizadón de los comportamientos. Sin embargo, el Estado moderno y su complemento, el mercado, son los que, de manera convergente e indisociable, contribuyeron a la emergencia de una nueva lógica social, de un nuevo significado de la relación interhumana, haciendo ineluctable a largo plazo el declive de la violencia privada. En efecto, fue la acción conjugada del Estado moderno y del mercado lo que permitió la gran fractura que desde entonces nos separa para siempre de las sociedades tradicionales, la aparición de un tipo de sociedad en la que el hombre individual se toma por fin último y sólo existe para sí mismo.
    Por la centralización efectiva y simbólica que ha operado, el Estado moderno, desde el absolutismo, ha jugado un papel determinante en la disolución, en la desvalorización de los lazos anteriores de dependencia personal y, de este modo, en el advenimiento del individuo autónomo, libre, liberado de los lazos feudales de hombre a hombre y progresivamente de todas las cargas tradicionales. Pero fue también la extensión de la economía de mercado, la generalización del sistema del valor de cambio, lo que permitió el nacimiento del individuo atomizado cuyo objetivo es una búsqueda cada vez más definida de su interés privado. A medida en que las tierras se compran y se venden, que los bienes raíces se convierten en una realidad social ampliamente extendida, que se desarrollan los intercambios mercantiles, el salariado, la industrialización y los desplazamientos de la población, se produce un cambio en las relaciones del hombre con la comunidad, una mutación que puede resumirse en una palabra, individualismo, que corre paralela con una aspiración sin precedentes por el dinero, la intimidad, el bienestar, la propiedad, la seguridad que indiscutiblemente invierte la organización social tradicional. Con el Estado centralizado y el mercado, aparece el individuo moderno, que se considera aisladamente, que se absorbe en la dimensión privada, que rechaza someterse a reglas ancestrales exteriores a su voluntad íntima, que sólo reconoce como ley fundamental su supervivencia e interés personal.
    Y es precisamente la inversión de la relación inmemorial del hombre con la comunidad lo que funcionará como el agente por excelencia de pacificación de los comportamientos. En cuanto la prioridad del conjunto social se diluye en provecho de los intereses y las voluntades de las partes individuales, los códigos sociales que ligaban al hombre a las solidaridades de grupo ya no pueden subsistir: cada vez más independiente en relación a las sujeciones colectivas, el individuo ya no reconoce como deber sagrado la venganza de sangre, que durante milenios ha permitido unir el hombre a su linaje. No sólo por la ley y el orden público consiguió el Estado eliminar el código de la venganza, sino que de una manera igualmente radical fue el proceso individualista el que, poco a poco, socavó la solidaridad vengativa. Mientras que en los años 1875-1885, la tasa media de homicidio por cada cien mil habitantes en Francia se establecía alrededor de uno, en Córcega era cuatro veces superior; la misma diferencia se producía entre el Norte y Sur de Italia, donde se daba una tasa de homicidios igualmente elevada: allí donde la familia mantiene su antigua fuerza, la práctica de la vendetta sigue siendo mortífera a pesar de la importancia de los aparatos represivos del Estado. (pàgs. 190-193).
    Gilles Lipovetsky, La era del vacío, Anagrama, Barna 1986
  • Enlace permanente para 'Transparència unilateral i societat disciplinària (Byung-Chul Han).'

    Transparència unilateral i societat disciplinària (Byung-Chul Han).

    Archivado: diciembre 30, 2014, 10:21am CET por Manel Villar

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    El panòptic de Bentham és una manifestació de la societat disciplinària. Al control panòptic se sotmeten les presons, les fàbriques, els manicomis, els hospitals, les escoles, que són institucions típiques de la societat disciplinària. Les cel·les disposades en cercle al voltant de la torre de control estan estrictament aïllades entre si, ja que d’aquesta manera els ocupants no poden comunicar-se els uns amb els altres. I els murs de separació serveixen perquè tampoc puguin veure’s entre ells. Amb l’objectiu de millorar-los, diu Bentham, són exposats a la solitud. La mirada del vigilant arriba a qualsevol angle de la cel·la, mentre que ell mateix roman invisible per als vigilats. (...) Amb l’ajut d’una tècnica refinada s’aconsegueix la il·lusió d’una vigilància permanent. La transparència només apareix aquí de forma unilateral. Aquesta és la naturalesa de la seva perspectiva, que constitueix l’estructura de poder i domini.
    El projecte de Bentham té una motivació sobretot moral o biopolítica. El primer efecte que pot esperar-se del control panòptic és, segons Bentham, “la reforma dels costums” (prefaci, Panopticon). Com a efectes ulteriors esmenta: “la salut preservada”, “la instrucció difosa”, o bé “els nus gordià de les lleis dels pobres (que no està tallat, sinó deslligat”.
    (“La societat del control”)
    Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia, Herder, Barcelona 2013
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    Comprendre i no transformar.

    Archivado: diciembre 30, 2014, 9:56am CET por Manel Villar
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    El filósofo aspira a ser synoptikós, diríamos con el Platón de la República –trata de llegar a una visión de la realidad que sea amplia, panorámica y compleja a la vez. El problema surge cuando este sujeto se iza hasta esa especie de visión, advierte entonces lo desordenado y deforme del mundo humano, y se propone –¡valiente synoptikós estaría hecho si no!– cambiarlo. (El lugar clásico de esa toma de conciencia, huelga decirlo, es la famosísima undécima tesis de Marx sobre Feuerbach: “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo“). Pero sucede que como individuos conscientes somos capaces de comprender mucho más de lo que podemos transformar, en este opaco mundo nuestro compuesto por totalidades complejas que interactúan entre sí, conectadas por múltiples vínculos y realimentaciones (hemos aprendido a llamar a esas totalidades sistemas complejos adaptativos). Hay en esta asimetría una suerte de impotencia de la razón que aflige especialmente al filósofo synoptikós: comprender males (naturales y sociales) que apenas se podrán cambiar, y sólo si con ese objetivo se lograsen coordinar, y mantener en el tiempo, vastos esfuerzos de acción colectiva –y en muchos casos sólo como resultados imprevistos, laterales, sorprendentes, de otra clase de esfuerzos que perseguían otros fines… La razón ilustrada subestimó enormemente la dificultad de reducir los males que menoscaban la condición humana.
    Jorge Riechmann, visión sinóptica, tratar de comprender, tratar de ayudar, 30/12/2014
  • Enlace permanente para 'Treball contra excel.lència.'

    Treball contra excel.lència.

    Archivado: diciembre 29, 2014, 9:45pm CET por Manel Villar
    El Roto
    Trabajo, trabajo y más trabajo. Cada vez me voy dando cuenta, al compás de los años, que esta tenaz conminación a trabajar encierra un férreo principio de muerte. Trabajar hasta la extenuación, trabajar sin desmayo, imponerse la ética del esfuerzo como la madre de todas las éticas.
    Y, sin embargo, alrededor se contempla a los triunfadores que si, en efecto, han trabajado, deben su gloria especialmente al talento y a la oportunidad. El don y la suerte componen los dos pilares de la excelencia. El trabajo sería un apuntalamiento necesario pero siempre que se tenga algo importante o excepcional que apuntalar.
    Cuando escribí, hace años, El éxito y el fracaso, comprobé  repetidamente en su elaboración que las personas notables y admiradas no debían su altura a haberse dejado la piel sin más sino al brillo particular de su piel y la ocasión de que fuera, a tiempo, bien enfocada. Todos los protagonistas del éxito sin quitarse méritos atribuían a la buena suerte los bienes excepcionales que hubiesen obtenido ya fuera en lo intelectual o en la empresa. 
    Así que, francamente, no hay nada que hacer sin magia. El trabajo te cubre de dignidad  pero la elegancia y la categoría no salen del curro.  . Sin trabajo no hay nada que hacer pero ya se puede hacer hasta el martirio si no eres santo de  la voluntad de Dios. De un Dios  tan azaroso como arbitrario, tan magnánimo para unos y tan cicatero para los otros.  A Dios le gusta el lujo y la belleza y la inteligencia y la creación. ¿Un gran obrero de sol a sol? ¿Un Dios sindicalista? Con esta esperanza en los milagros del  denuedo no habrá nada que valga la pena esperar.
    Vicente Verdú, Trabajar como un burro, El Boomeran(g), 29/12/2014
  • Enlace permanente para 'Creativitat i subjectivitat moderna.'

    Creativitat i subjectivitat moderna.

    Archivado: diciembre 29, 2014, 9:30pm CET por Manel Villar
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    Javier Gomá: La imitación (de un modelo ejemplar) fue quizá el concepto con más fuerza explicativa de toda la premodernidad, ese larguísimo periodo que va desde el origen de la cultura occidental hasta el siglo XVIII. De pronto, en apenas unos decenios de ese siglo, desapareció todo rastro del prestigioso concepto. La imitación de un modelo normativo (Naturaleza, Ideas, Antiguos) fue sustituida, como fundamento de la realidad, por la creatividad, originalidad y autonomía del sujeto moderno, que no imita a nadie. Así lo dice Kant explícitamente en su famoso texto ¿Qué es la Ilustración? Kant pone las bases de la subjetividad moderna en su segunda Crítica, donde expone su ideal del sujeto autónomo, autolegislador, y en la tercera Crítica, donde presenta la que será considerada forma suprema de la subjetividad, el artista genial, capaz de producir reglas en lugar de imitarlas. Cierto que en el siglo XX asistimos a un renacer extraordinario del interés teórico, en multitud de disciplinas, por la teoría de la imitación. Con una novedad: ahora se trata de la imitación moral de personas, vivas, libres y racionales, no de modelos acabados, cerrados y fijos. Pero con todo, el tratamiento contemporáneo de la imitación padece un esencial prejuicio. El presupuesto de todos esos nuevos estudios sobre la imitación es el de que un sujeto adulto, emancipado y racional no imita, de modo que la imitación es achaque de animales, niños, culturas prehistóricas o masas; en suma, de entidades preindividuales o solo parcialmente individuales. Antes había sentado el principio de facticidad, que dice que, de hecho, nos guste o no, todos nos imitamos a todos y que no existen zonas exentas de la imitación. No existe ese Robinson en su isla moral que sueña Kant. De manera que la cuestión no estriba en saber si imitamos o no, pues todos nos imitamos unos a otros inexorablemente, sino en bajo qué condiciones la imitación de otro es un hecho racional, ese juzgar autónomamente la heteronomía de los modelos de ejemplarida.
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      [ined21.com]
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    Creure que som lliures.

    Archivado: diciembre 29, 2014, 11:23am CET por Manel Villar
    Uno de los grandes debates de ahora y de siempre es el del libre albedrío. Según una corriente de pensamiento, el Universo es determinista. Quiere esto decir que el curso de los fenómenos que han tenido y tendrán lugar está predeterminado en virtud de la configuración inicial del Universo y de las leyes que lo gobiernan. Entre esos fenómenos se encontrarían también las decisiones y actos humanos. El punto de vista opuesto defiende la existencia del libre albedrío, la capacidad para planificar el futuro, tomar decisiones de forma libre y consciente, y llevarlas a cabo. Se entiende, claro está, que esas decisiones se toman en ausencia de presiones no razonables que las pudieran condicionar completamente. Y, por supuesto, si existe el libre albedrío también existe la responsabilidad por las decisiones tomadas.
    Al igual que ha ocurrido en otros terrenos –como el de las emociones o el de la ética- también en éste las neurociencias van teniendo cada vez más que decir. No en vano es el sistema nervioso central, o una parte del mismo, el que toma las decisiones. En este debate lo que se contrapone es si somos realmente conscientes de las decisión que tomamos o si, por el contrario, las toma nuestra mente sin que nuestro yo consciente intervenga. A tenor de lo que indican ciertos resultados experimentales, es posible que tomemos las decisiones antes de ser conscientes de ello, aunque también hay resultados que cuestionan los anteriores.

    Este debate no sólo tiene importantes implicaciones filosóficas; también las tiene en el terreno de la ética y el derecho. Si en algún momento se llegase a la conclusión de que carecemos de libre albedrío, deberíamos reformular todo el sistema jurídico penal, sin ir más lejos. De hecho, cuando a las personas se las persuade de que, efectivamente, el libre albedrío no existe, tienen mayor tendencia a hacer trampas y se despreocupan de que los malhechores sean castigados. Ya sea por implicaciones como las citadas o, sencillamente, porque nos cuesta aceptar la idea de que quizás no decidamos consciente y libremente, lo cierto es que creemos con firmeza en el libre albedrío.
    El filósofo experimental Fred Nahmias es una de las personas que más ha investigado en estos temas en los últimos años. En unos experimentos recientes, cuyos resultados ha publicado la revista Cognition, Nahmias dijo a 278 personas que había conseguido averiguar, mediante un dispositivo que registra la actividad cerebral, todas las decisiones que en lo sucesivo tomaría una mujer llamada Jill, incluida la del sentido de su voto en las siguientes elecciones. Pues bien, aunque esas personas no dudaron de la veracidad de la declaración de Nahmias, el 92% dijeron que la decisión de voto de Jill había sido una decisión libre. Se supone que si el aparato de Nahmias era capaz de predecir el comportamiento de Jill, ello era debido a que dicho comportamiento estaba predeterminado, por lo que, de ser cierta la declaración de Nahmias, ninguna de las decisiones de Jill ni, para el caso, de nadie, podían ser decisiones conscientes y libres. Pero esa consideración no influyó en el juicio de la gente.
    No sé si actuamos o no con libertad y plena consciencia. Tiendo a pensar, con Baruch Spinoza, que sólo es posible actuar con plena consciencia y libertad si nos esforzamos por conocer el mundo y conocernos a nosotros mismos. Pero quizás simplemente me pasa lo que a la mayoría, que quiero creer que soy libre, dueño de mis propias decisiones, porque no acepto ser más que una mera circunstancia del devenir del universo, una circunstancia absolutamente predeterminada.
    Juan Ignació Pérez, Quiero creer que actúo libremente, Cuaderno de Cultura Científica, 28/12/2014
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    La democratització de la vigilància (Byung-Chul Han)

    Archivado: diciembre 29, 2014, 10:53am CET por Manel Villar

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    El Roto

    Davant l’inexorable progrés de la tècnica de vigilància, el futurista David Brin ((The transparent society, Nueva Tork, Perseus Books, 1998)) emprèn la fuga cap endavant i exigeix la vigilància de tots per tots, és a dir, una democratització de la vigilància. (...) La utopia de Brindescansa en na des-limitació de la vigilància. Tot flux asimètric de la informació produeix una relació de poder i domini, ha de ser eliminat. S’exigeix, per tant, una il·luminació recíproca. És vigilat no només el de baix pel de dalt, sinó també el de dalt pel de baix. Cadascú lliura a cadascun la visibilitat i el control, i això fins i tot dins de l’espai privat. Aquesta vigilància total degrada la ·societat transparent” fins a convertir-la en una inhumana societat del control. Cadascun controla a cadascun.
    (“La societat del control”)
    Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia, Herder, Barcelona 2013
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    El fracàs de les elits.

    Archivado: diciembre 29, 2014, 10:20am CET por Manel Villar
     Se cambia de año con dos dilemas en carne viva: si los ciudadanos, al votar, tendrán en cuenta sobre todo el viejo binomio entre la izquierda y la derecha, o la contradicción principal se centrará entre las élites y el pueblo. El segundo, la frecuente disfuncionalidad entre la racionalidad política y la racionalidad económica.
    Hace dos décadas que murió uno de los mejores críticos de la sociedad contemporánea, Christopher Lasch, y 19 años de la publicación de su libro La rebelión de las élites y la traición a la democracia (Paidós). En él están pespunteadas muchas de las ideas sobre las élites (y el carácter extractivo de muchas de ellas) que se han repetido en los últimos años en todo el mundo. Lasch desarrolla la tesis de que la democracia está amenazada hoy no por la orteguiana rebelión de las masas, sino por la rebelión de unas élites egoístas que se niegan a aceptar un compromiso con la sociedad y que se aíslan de su entorno. El carácter irreal, artificial, de la política oficial (centrada prioritariamente en aspectos como el déficit, la deuda, los conflictos de identidad...) refleja el aislamiento de quien la protagoniza de la vida cotidiana de la mayoría, así como la secreta convicción de que los verdaderos problemas (el paro, la pobreza de los trabajadores, la reducción de la renta disponible de las clases medias...) son insolubles.
    En el libro citado se ponen abundantes ejemplos de cómo las élites imponen sus ideas, su agenda política, sus criterios y su lectura interesada de la historia a todos los demás. Su poder para suprimir los puntos de vista diferentes les capacita supuestamente para atribuir a su propia ideología particularista el estatuto de verdad universal y trascendente.
    Al análisis de las causas por las que los mercados financieros están ganando la partida al poder político dedica su último libro (El fracaso de las élites. Lecciones y escarmientos de la gran crisis. Editorial Pasado/Presente) el profesor valenciano Manuel Sanchís. Muy conocedor desde dentro del diseño institucional de la Unión Europea (del que dice que nació dañado desde el principio y del que se ha derivado un empobrecimiento severo de muchos ciudadanos, así como una fuerte degradación de la calidad democrática de esas instituciones), Sanchís teoriza la construcción de una Europa a dos velocidades, con avances limitados en los ámbitos político e institucional, pero con barra libre para la circulación de capitales y la unificación monetaria.
    Este desequilibrante sesgo a favor de lo monetario-financiero explica el desencanto que siente mucha gente ante una construcción europea que, en palabras de Hollande (sin duda del Hollande de la primera época), “ha sido diseñada más bien como un gran mercado que como un gran proyecto”, y que “ha acabado representando el liberalismo para los ciudadanos”. Dice Sanchís que la “mirada torva” del europeo hacia sus instituciones se ha convertido en un airado rechazo hacia ese nuevo “despotismo ilustrado”.
    Joaquín Estefanía, Dilemas de 2015, El País, 28/12/2014
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    Estudi de la territorialitat i activitat humana.

    Archivado: diciembre 29, 2014, 9:57am CET por Manel Villar


    D'entrada podem dir que l'espai és, en la tradició filosòfica kantiana, una virtualitat pura. Kant parla en concret d'espai abstracte o espai pur, per referir-se a entès com aquell en el qual, en última instància, tot moviment pot ser pensat. Per a Kant, en efecte, l'espai abstracte o pur no és un concepte sinó un a priori de cualquieespr forma de sensibilitat o percepció del món exterior. Escriu Kant en la Crítica de la raó pura: "L'espai és, doncs, considerat com a condició de possibilitat dels fenòmens, no com una determinació depenent d'ells, i és una representació a priori en la qual es basen necessàriament els fenòmens externs" . El que es tradueix en una regla universal i sense restricció: "Totes les coses, com a fenòmens externs, es troben juxtaposades en l'espai". Per aquest motiu Georg Simmel, recollint aquesta definició de Kant, estableixi les bases per una percepció en clau social de l'espai, a partir de que al capdevall no és altra cosa que "la possibilitat d'ajuntar". Això ho teniu a Simmel, Georg (1977 [1908]). "El espacio y la sociedad", a Sociologia 2. Revista de Occidente, Madrid, pp. 643-740.

    Tot això implica que la noció inicialment abstracta d'espai és objecte d'apropiacions i desenvolupaments singulars per part de cada disciplina que pretengui convertir-la en el seu objecte de coneixement o acció. La dificultat de tractar l'espai més enllà de la seva polisèmia i de l'ambigüitat intrínseca que suposa com a terme, obliga a concretar, és a dir en atribuir alguna qualitat que permeti concretar el seu sentit. Així, com era previsible, les ciències socials treballen un tipus específic d'espai que és el que reconeixen com social. L'espai social és l'espai determinat pel conjunt de sistemes de relacions, característic del grup considerat, o, si es prefereix, l'espai social remetria a com es projecten en el terreny les relacions socials. Aquí seria fonamental que us miréssiu  Bourdieu, Pierre, 1998. "Espacio social y espacio simbólico", a Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Anagrama, Barcelona). En general, teniu Segaud, Marion (2010). Anthropologie de l'espace, Armand Colin, París. 

    L’antropologia al llarg de la seva història lligada a la tradició evolutiva e interdisciplinar, estretament lligada a les ciències naturals ha desenvolupat conceptes amb una clara connotació espacial. Uns exemples serien: àrea cultural,  regió i territori derivat de la geografia cultural i dels estudis etològics, formes d’assentament i residència, etc. Malgrat que en el seu desenvolupament hi predomina allò social sobre allò natural, han estat tractats com a recipients on es troben delimitats certs tipus de comportaments, objectes materials, trets culturals i relacions socials. En cap cas s’han tractat tenint en compte les implicacions tridimensionals dels mateixos, en un sentit dinàmic que faci evident la interrelació espai-cultura.            La primera manifestació d'aquesta sensibilitat antropològica vers l'espai i les relacions entre societat i entorn correspondria a l'escola de l'Année Sociologique, en concret a Marcel Mauss. És ell que va utilitzar el concepte de morfologia social i la relacionà amb les variacions del hàbitat de la societat esquimal, especialment a la diversitat de les formes d’assentament, vivenda i concentració social a l’hivern i a l’estiu, arribant a les conclusions que la concentració hivernal i la dispersió estival dels esquimals al llarg del temps no s’expliquen únicament per factors climàtics sinó per altres canvis en la forma d’agrupament i, en conseqüència, per canvis en la ubicació espacial i tipus de casa. Mauss, Marcel y Henri Beuchat (1971 [1904]) "Ensayo sobre las variaciones estacionales en las sociedades esquimales: un estudio de morfología social", a Marcel Mauss, Sociología y antropología, Tecnos, Madrid, pp. 359-432.

    D'aquesta perspectiva fundadora deriva un dels factors que, segons Radcliffe-Brown (1995 [1955])  i junt a el socioestructural i el cultural, calia reconèixer per a establir l'existència d'un objecte de coneixement en antropologia social: l'ecològic, relatiu al nínxol o entorn físic al que una societat ha d'amollar-se i amollar. La referència d'entrada seria Radcliffe-Brown, A.-R. (1995 [1955]). "Introducción", a Estructura y función en la sociedad primitiva. Península. Barcelona. En bona mesura és d'aquest pressupòsit que es deriva l'antropologia ecològica com una subdisciplina atenta a les relacions entre els essers humans i el seu entorn físic. Una bona introducció a aquesta branca de l'antropologia seria Donald, L. (1979) Antropología ecológica, Barcelona, Bellaterra.            Com una línia específica en aquesta perspectiva, centrada en la relació entre espai i comportament, trobaríem la proxèmia, el corrent que, inaugurat per Edward Hall, va servir per a formalitzar les observacions, interrelacions i teories referents a l’ús que les persones fan l’espai com efecte d’una elaboració especialitzada de la cultura a la que pertanyen. Hall defineix proxèmia com l'estudi de l'estructura de l’espai que fa l'éssser humà de forma immediata, a partir de l’entorn corporal macro espai, que és la distància intermèdia  entre els congèneres i l’organització de l’espai habitable. Hi ha diverses coses accessibles. d'aquesta perspectiva, molt associada a les teories de la comunicació no verbal. Podeu començar per Hall, Edgard T. (1972) La dimensión oculta. México, Siglo XXI. Però hi ha molt més, del propi Hall i d'altres.

    Ja que un espai ho és no perquè hi és, sinó perquè resulta de l'acció social -és a dir, per les trobades entre cossos i objectes que s'hi registren i el produeixen- és espai socialitzat constitueix un territori. Seria més propi parlar d'un antropologia del territori, tal com va fer a Espanya, posem per cas, tota una línia d'investigacions que fa ja algunes dècades. En aquests casos s'imposà parlar més aviat de territori, de territorialitat o de territorialització, per fer al·lusió a un espai socialitzat i culturalitzat, és a dir, també en aquest cas, a l'espacialització de les relacions socials. Aquesta línia teòrica ha tingut diverses expressions la vigència de les quals resulta pertinent subratllar. Per exemple, Fernández de Rota, José Antonio (1984). Antropología de un viejo paisaje gallego, Siglo XXI, Madrid; Sánchez Pérez, Francisco (1990). La liturgia del espacio, Nerea, Madrid. És especialmente important García, José Luis(1976). Antropología del territorio, Taller de Ediciones Josefina Betancor, Madrid. És com una mena de manual. 

    El territori com a substrat espacial necessari de tota relació humana, per així, donar compte que el que qualifica a l’espai per convertir-lo en territori humà és tota una sèrie de delimitacions carregades de formes específiques d’interacció. Les anàlisis a propòsit de l’ús social que els humans fan del territori parteixen de la perspectiva que  analitza l’espai com un territori necessàriament socialitzat i culturalitzat per part de l’individu i de la societat per tal que resulti controlable. Les persones no accedeixen mai a aquest territori directament, sinó a través d’una elaboració significativa que en cap cas està determinada exclusivament per les suposades condicions físiques, de manera que entre el medi ambient natural i l’activitat humana sempre hi ha un terme mig; un cos de coneixements i creences, un patró cultural. És per això que l’espai mai hauria de ser sotmès i reduït a qüestions cartogràfiques sinó que – sempre i quan es vulgui respondre a les exigències empíriques verificables relatives a la realitat humana- s’ha de considerar com un signe, el significat del qual només és comprensible des dels codis culturals en els que s’inscriu. L’estudi de la territorialitat es converteix així en una anàlisi de la dimensió espacial de l’activitat humana. 
    Un altre àmbit en el que podeu treball és el dels entorns construïts. Si us interessa, aquestes són algunes referències: Amerlinck, M-J. y Bontempo, F. (1994). El entorno construido y la antropología: introducción a un estudio interdisciplinar. CIESAS. México; Chadoin, Olivier,  i Claude, Vivianne, comps. (2010). Sociologues et architecture, Espaces et Sociétés, vol III, núm. 142, monogràfic; Maria José Amerlinck, ed. Hacia una antropología arquitectónica, Guadalajara, Universidad de Guadalajara; Moreau, Louis et al. (1992). Anthropologie de l'espace habité, L'Harmattan, Paris.

    Manuel Delgado, Algunes consideracions i bibliografia sobre antropologia de l'espai i del territori, El cor de les aparences, 29/12/2014
  • Enlace permanente para 'La subtilesa carnal de la pintura.'

    La subtilesa carnal de la pintura.

    Archivado: diciembre 29, 2014, 9:17am CET por Manel Villar
    La gran odalisca
    Els qui hem nascut en l’època en què la pintura ha abandonat majoritàriament la representació de la figura humana no podem deixar de sentir una certa nostàlgia del temps en què el cos era el centre de l’art pictòric. En els nostres dies la fotografia i el cinema semblen tenir l’exclusiva d’aquesta centralitat, si bé, a la segona meitat del segle XX, grans mestres com Hooper, Bacon o Freud han continuat reivindicant el lligam íntim entre pintura i corporeïtat. Sóc dels qui creuen que l’exactitud mimètica de la imatge fotogràfica i cinematogràfica mai podrà fer oblidar la subtilesa carnal de la pintura, i que abans o després es produirà el retorn del pinzell a la pell humana. 
    Encara que el paisatge hagi estat molt important en l’art europeu des del segle XVII i que, ja el segle XX, l’abstraccionisme hagi traduït formalment el paisatge interior de l’home, m’atreviria a dir que la figura humana segueix sent l’àncora que dóna raó de ser a la pintura. Potser no estava del tot encertat Miquel Àngel quan confessava que l’única naturalesa que li interessava era el cos humà, però no tinc cap dubte que aquest és l’horitzó prioritari de l’art. El cos humà, i la seva nuesa.
    La representació del nu ens ho diu tot sobre l’estil i sobre la sensibilitat. Perdudes gairebé totes les pintures del món antic, el Renaixement va iniciar l’èpica i la lírica del nu en l’art occidental. Els cossos nus de Botticelli són lírics; els de Giorgione o Tiziano, èpics. Rembrandt i Rubens van continuar l’epopeia carnal de la pintura europea. No obstant això, hi ha un artista, Jean Auguste Dominique Ingres, que sintetitza prodigiosament bé els dos corrents i avança la representació del nu en la pintura moderna. 
    Com ja havia fet a la Banyista de Valpinçon, de 1808, sis anys després a La gran odalisca Ingres elimina tota teatralitat externa per concentrar-se en la llum de la figura femenina. Vol expressar, així, la quinta essència del cos. 
    Rafael Argullol, Nostàlgia i apoteosi del cos, Ara, 28/12/2014
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    El cos, els entorns i les identitats humanes.

    Archivado: diciembre 28, 2014, 1:44pm CET por Manel Villar
    El Roto
    Hay objetos que se integran de tal forma en nuestras acciones que prácticamente se convierten en transparentes e invisibles y sólo su falta o falla los hace presentes. Debemos a Heidegger esta idea, que él consideraba central en nuestra experiencia del mundo, y que recientemente se ha desenvuelto en el debate sobre la mente extendida. Andy Clark y David Chalmers propusieron que ciertos artefactos de los que nos valemos para realizar operaciones mentales, tan habitualmente que parecen incorporarse a nosotros, pueden ser considerados como extensiones reales (con la realidad que son las funciones) de la mente. Ponían como ejemplo la libreta que una persona con alzheimer usa para recordar lo que debe hacer. Se han discutido mucho las condiciones que tendrían que tener las interacciones para ser consideradas parte de la mente pero no me importan aquí los detalles sutiles de esta discusión y sí la idea de apertura de nuestro cuerpo y mente a funciones que se completan más allá de la piel.
    En un cierto sentido, toda la vida consiste en la realización de funciones que se completan más allá de la piel. En el caso de los animales, todas las funciones, desde las cognitivas a las biológicas, se realizan en la interacción con un entorno. Se denominan accesibilidades, o affordances a las características de este entorno. Así, el flujo de campo magnético de la Tierra es lo que posibilita la orientación de las aves migratorias, o la dirección de los rayos solares es lo que permite la orientación de las abejas. El cuerpo es siempre un sistema abierto que se completa con la física y química del entorno. Una característica central de la cultura humana es que, además, produce una apertura del entorno natural. Las capacidades de acción y las funciones humanas cambian al cambiar los entornos culturales y sociales. Nuestras funciones fisiológicas, afectivas y cognitivas cambian al modificarse estos nichos culturales, materiales, humanos, en los que habitamos.

    En las sociedades más complejas los entornos, a su vez, se diversifican: entornos familiares, entornos educativos, entornos de trabajo, etc. Cada uno de ellos contribuye a modelar nuestros cuerpos y almas. La obra de Bernard Shaw Pigmalión, (1913) que casi todos conocemos a través de su versión cinematográfica My Fair Lady, fue una de las primeras reflexiones sobre las posibilidades y peligros de esta modelación cultural de las identidades. Mucho más épica, La máquina del tiempo (1895) de H.G. Wells conjeturó la posibilidad de que las desigualdades del capitalismo condujesen a una diferenciación radical de los humanos en dos especies. La teoría de los campos sociales del francés Pierre Bourdieu, de los diversos espacios de capital (económico, cultural) y del habitus que define las diferentes formas de acción humana, son nuevas aportaciones a esta idea de la doble apertura del cuerpo y del entorno humanos. Todos y cada uno de los cambios técnicos, culturales, económicos y políticos pueden entenderse como modificaciones de estos entornos abiertos. El sociólogo  Richard Sennett ha dedicado varias obras a las modificaciones de identidad que produce el ascenso del capitalismo,  La corrosión del carácter (1998), La cultura del nuevo capitalismo (2006) y otras varias más. Es uno de los autores imprescindibles para entender la cultura material de nuestra identidad contemporánea.

    En  la doble apertura del mundo humano se encuentra un marco metafísico y antropológico para pensar la idea de justicia más profundo que aquél en el que se sitúan la mayoría de las obras de filosofía política, casi todas herederas de una idea humanista y de sociedad demasiado esencialista (en la controversia entre Habermas y Sloterdijk sobre la posibilidad de modificar el "parque zoológico humano" se abrió en parte esta discusión, aunque de manera disparatada, desde mi punto de vista).  El principal punto es el del determinismo que parece implicar la idea de apertura. En muchas discusiones informales de café oigo a mis amigos sostener la inevitabilidad de los cambios técnicos, como si hubiesen leyes históricas que rigiesen las expansiones y contracciones de la cultura. Mucho más peligrosa es la idea de que son las fuerzas del mercado las que deben modelar estos cambios (pues la técnica no sería sino un subproducto de la investigación interesada).

    Una de las visiones deterministas que más me subleva, por lo que me afecta por mis orígenes, es la idea de que las culturas y sociedades rurales están destinadas a desaparecer en los agujeros negros de la urbanización sin planificar. Recorro habitualmente los entornos en los que me crié, ahora yermos y abandonados de todo cuidado, con aldeas vacías, con una población envejecida que vive de sus míseras pensiones, esperando la muerte propia y de la cultura que los crió y me enerva que la idea de destino que heredamos de la religión aún siga dominando la política. También por interés propio, me asombra la candidez con la que se repite que las instituciones educativas deben adecuarse a las necesidades del mercado, como si las necesidades del mercado no dependiesen de las instituciones educativas.

    En fin, ahora que es el tiempo del solsticio de invierno (en este hemisferio boreal), tiempo de rituales de muerte y renacimiento del sol, es tiempo también de volver a recordar, como Lawrence de Arabia, que el destino no está escrito. Que el mundo no es un libro escrito en una lengua oculta sino, en todo caso, un cuaderno en el que escribimos cada día nuestro relato.  Fernando Broncano, Más allá de la piel, El laberinto de la identidad, 28/12/2014
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