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El debate político no se da entre adversarios que sostienen propuestas alternativas, sino entre enemigos.
«Ni olvido, ni perdón».
¿No os pasa que cuando estudiáis teorías éticas, ninguna os cuaja? La mayoría de ellas me parecen lógicas aunque no esté del todo de acuerdo, y algunas hasta me parecen ingenuas.
Pero no me parecía justo juzgar una teoría ética, porque no sé el valor que tiene hacer una, así que decidí dar a luz mi teoría ética, encontrar por mí mismo lo que está bien o mal, no quiero que mis valores dependan de lo que dice otra persona.
Sin más me armé de valor, e hice mi propia teoría ética, que llevo comentando con mis conocidos des de hace unos días.
Mi teoría consiste en cuatro normas, que están ordenadas según su importancia, siendo la primera la más importante, y siendo la última la menos.
Por lo tanto, un acto es bueno si:
Como habéis visto, todas las normas incluyen que se cumplan dentro de lo posible, no soy optimista respecto a mis normas, porque dudo que se puedan acatar al cien por cien, pero creo que si la sociedad se rigiese por estos principios, la humanidad daría un paso adelante.
Si el mundo se basara en estas normas, yo creo que mejoraríamos en gran manera, porque se generaría una sociedad que velaría por el bienestar y la salud del resto, pero sobretodo, por la humanidad. Y sería más fácil juzgar los actos de lo que lo es ahora. La gente se preocuparía porque todos fueran felices, y crearíamos una especie mejorada y más efectiva de lo que lo es ahora, aunque no sea difícil.
El problema de la sociedad es que precisamente se da demasiada importancia a sí misma, cuando, según mi opinión, lo más importante es la humanidad, es decir, el ser humano como especie. Porque la sociedad depende de la existencia del ser humano, pero el ser humano no depende de manera absoluta de la existencia de la sociedad. Y la sociedad, con su sistema económico que depende de la sobrepoblación y la producción energética contaminante, entre otras prácticas que, a la larga, acabarán perjudicando a la humanidad, más de lo que lo están haciendo ahora.
Obviamente es importante que la gente tenga una vida cómoda y feliz, pero estas condiciones jamás deben interferir con ninguna de las normas anteriores. Por lo tanto, tener una camiseta por 4 euros a costa de que los trabajadores de países en vías de desarrollo tengan una calidad de vida miserable, es un acto condenable, pero no lo es tanto como el matar a gran parte de ellos. Y el matar a gran parte de ellos no es tan malo como el matarlos a todos, o el contaminar su zona para perjudicar a las futuras generaciones, porque esto acabaría con la sociedad, al menos en Bangladesh
Por lo tanto, según mi teoría ética, ser animalista, es lo más estúpido por lo que puedes optar, porque es mucho mas importante velar por la raza humana. En cambio, ser ecologista equivale a la mejor opción, porque garantiza que la raza humana siga pudiendo vivir en la tierra, y por lo tanto perdure.
La última norma está introducida para solucionar algunos problemas éticos muy específicos, pero no voy a profundizar en ella a no ser, que me planteéis una de estas.
El cómo implantar un gobierno basado en esta ética, corresponde a un régimen político un poco radical, que prefiero no explicar, pero que no sería necesario implantar si la gente se concienciase de lo que tiene que hacer, y actuase según una ética racional común, en concreto esta.
Si no habéis entendido bien alguna parte de mi teoría, me gustaría que me lo hicieseis saber, para daros una explicación en caso de que sea necesario. También os agradecería si me comentáis algunos de esos dilemas éticos que, como a todos, os quitan el sueño.
También os invito a intentar crear vuestra propia teoría ética y luego discutir al respecto.
Sin más, también os agradecería que me dierais vuestra opinión.
Saludos, humanidad.
Sólo hay que fijarse en nosotros mismos para detectar las interferencias más habituales en la falta de escucha, que nos abocan a navegar solos y convertirnos en náufragos solitarios en un mundo en el que, paradójicamente, las redes sociales deberían permitir una mejor comunicación. Las interferencias más habituales son la falta de atención por falta de interés, que es cuando deambulamos en nuestros propios pensamientos, mientras las palabras de los demás pasan a convertirse en un mero ruido de fondo. También, es bastante común, la interferencia de nuestras expectativas –lo que esperamos oír– , desde las que reaccionamos con la interrupción o con la indiferencia por lo que nos dicen. Otro caso es el de la desconfianza, que nos conduce a mantener una distancia con el que habla, a quien tememos creer y, por tanto, no escuchamos. En otras ocasiones, tomamos como real lo que hemos interpretado, y señalamos de forma compulsiva aquella frase que creemos que nos han dicho pero que no han hecho, a pesar de que nos repitan que lo hemos oído o entendido mal. Es también visible, en muchas ocasiones, la instrumentalización de los demás para entendernos a nosotros mismos –cuando así nunca lo conseguimos– o cuando nos comparamos a otros para poder salir airosos o derrotados en una ficticia batalla en la que el ego es el principal protagonista. En todos estos casos, no salimos del caparazón egótico y no alcanzamos a comprender que la escucha es relación con el otro, es decir, el ser otros en nosotros mismos. Podemos remontarnos, buscando la causa de esa carencia de escucha en nuestra vida, a la misma tradición filosófica occidental en la que se prioriza el decir sobre el oír, que se traduce, en muchos casos, en la imposición a los demás de un cierto pensamiento y en pronunciaciones verbales totalmente irrelevantes. No hay más que mirar las consecuencias de ello en el ámbito educativo, que es el que más conozco, para validar esta teoría. Pero, en general, podemos aplicarlo a todos los ámbitos de la vida pública y privada, véase el mundo de la política y los efectos nocivos de esta falta de escucha en nuestra sociedad. Por todo lo dicho, reivindicar la escucha en el mundo de hoy, se convierte en una necesidad prioritaria. ¿Cómo podemos desarrollar una escucha más atenta? En la misma pregunta ya viene implícita la idea de que la escucha se ejercita, que es un arte, lo que implica una ascética para “afinar” la capacidad de atender y acoger a los demás. Una de las prácticas necesarias para ello es la del autoconocimiento, de modo que no interfieran prejuicios y creencias limitadas que mitiguen, e incluso anulen la escucha. Es, por tanto, un “entrenamiento” para llegar a un silencio interior o quietud capaz de desatender los pensamientos que ocupan la mente, lo que no es más que la desidentificación de nuestras emociones y creencias. En palabras de Chuang Tzu:Nos han sido dadas dos orejas, pero únicamente una boca, a fin de que podamos escuchar más y hablar menos.
Si no lo hacemos, interpretamos lo que nos dicen en base a estas interferencias, que no son más que los límites de nuestra comprensión. Nuestros temores y expectativas “moldean” a los demás, en el sentido de que, a través de ellas, construimos una interpretación alejada de lo que las cosas son. Por ejemplo, si creemos que los demás saben más que nosotros, reaccionaremos ante ellos a la defensiva o nos esconderemos para que no vean que no sabemos o, por el contrario, si pensamos que nosotros sabemos mucho, no les escucharemos porque creeremos que los demás no nos van a aportar nada que no conozcamos de antemano. Cabe decir que la humildad es un elemento clave para la auténtica escucha: suspendemos lo que sabemos –no lo conocemos todo– para dejar espacio a lo que saben los demás. En la ejercitación de una escucha más profunda es esencial también tener en cuenta que ésta sea una escucha contemplativa, en la que se pretende llegar a la “visión” de la verdad experienciada por todos, más que una escucha indagativa, conceptual o argumentativa. El concepto de la visión está muy enraizado en la filosofía y se vincula a la transformación de la mirada, de una mirada más lúcida y penetrante del mundo. Vemos no solo con nuestros ojos, sino también con los ojos de los demás y, juntos, no sumamos perspectivas, sino que habitamos juntos una visión, que se hace más profunda, con más presencia y realidad. Con esta práctica, nos entrenamos para construir un espacio común en el que los demás son acogidos con todo nuestro ser. Se trata, pues, de la presencia de los demás en nosotros mismos. Por otra parte, también resulta clave la apertura de nuestra afectividad, dejarnos afectar por lo que nos dicen. Abarca, por tanto, todos los sentidos, que se abren a sentir y, por tanto, a escuchar, a atender el deseo de buscar la verdad, lo auténtico y honesto que expresamos en nuestros gestos, palabras o silencios. Resulta proporcional el deseo de escucha con la calidad de ésta. Con ello, nuestra escucha deviene más atenta y selectiva a la hora de acoger, entender y comprender a los demás, mientras que oír implica un acto pasivo en el que nos llegan sonidos externos porque tenemos la capacidad de sentirlos. Escuchamos porque queremos. En esta práctica, aprendemos a desatender el “ruido” que no dice nada, producido por monólogos dogmáticos, algunos disfrazados de pasión o, incluso, de falsas cualidades, que se alimentan de una vanidad ególatra. También nos hacemos indiferentes a los que hablan utilizando palabras de terceros, que remiten la voz de otros y no la propia. La mayoría de la gente no sabe escuchar porque casi toda su atención está ocupada por su pensamiento y no por lo verdaderamente importante: el Ser de la otra persona debajo de las palabras y de la mente. Como dice Pierre Hadot:Si el agua deriva lucidez de la quietud, ¡cuánto más las facultades mentales! La mente del sabio, al estar en reposo, se convierte en el espejo del universo, el speculum de toda creación.
Para acabar, quiero recalcar que escuchar es un arte en el que acogemos a otros en nuestro interior y, por lo tanto, es una expresión sublime de amor. Es un modo de expresar al otro que lo que dice tiene valor, que lo que comunica no cae en el vacío, que tiene interés. Al reconocer esto, el otro se siente aceptado y valorado como persona. Amar es permitir que el otro se manifieste, el deseo de comprender el otro, de acogerlo en su propio sentir, una práctica del respeto, cediéndole el espacio y el tiempo para que se muestre. Y, a medida que nos damos cuenta de que lo que escuchamos no es únicamente la historia de una persona individual, sino la historia de todos nosotros, de la humanidad, se expande una onda expansiva amorosa y una toma de conciencia muy reveladora: el reconocimiento de que la historia de cualquier otra persona también es nuestra historia, aunque nos resulte dura, contraria a nuestros principios e incluso abominable o inaceptable. Esta acción de compartir nuestra verdad implica valentía, por una parte, porque plantea no sólo un cuestionamiento de nuestra propia verdad, sino también que estemos libres de prejuicios en la escucha, para poder interpretar juntos la misma sinfonía que penetra profundamente en la vida, al son de un mismo latido que proviene simultáneamente de todos nosotros. Dejo, estas palabras de Krishnamurti extraídas de su libro Sobre el amor y la soledad, que ilustran a la perfección la relación entre escucha y amor:En el diálogo “socrático” la verdadera cuestión que se trata no es “de qué se habla, sino aquel que habla”.
Usted ve la belleza de un crepúsculo, los hermosos cerros, las sombras a la luz de la luna. ¿Cómo comparte eso con un amigo? ¿Diciéndole: «mira ese cerro maravilloso»? Puedo decirlo, pero ¿es eso compartir? Cuando de veras comparte algo con otro, significa que ambos deben tener la misma intensidad, al mismo tiempo y en el mismo nivel. De lo contrario no pueden compartir, ¿verdad? Ambos deben tener un interés común, deben encontrarse en el mismo nivel, sentir la misma pasión; si no es así, ¿cómo pueden compartir algo? Pueden compartir un pedazo de pan, pero no es de eso de lo que estamos hablando. Para ver algo juntos, lo cual implica compartir, ambos deben verlo, no concordar o disentir al respecto, sino ver juntos lo que realmente es; no interpretarlo conforme a mi condicionamiento o a su condicionamiento, sino ver ambos, simultáneamente, lo que eso es. Y para ver algo juntos, debemos estar libres para observar, para escuchar. Esto significa no tener prejuicios. Sólo entonces, con esa cualidad del amor, existe el compartir.