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El azar.
Creo que el azar gobierna nuestras vidas de una forma mucho más importante de lo que pensamos, aunque la mayoría de la gente se resiste a aceptar esta idea.Ello es porque, como decía Ludwig Wittgenstein, encajamos todo lo que perciben nuestros sentidos en un molde predeterminado por nuestro cerebro. Pero las cosas no suelen ser como parecen en muchas ocasiones.El ser humano necesita explicar los fenómenos que no comprende y, por ello, establecer pautas de comportamiento que suelen ser puramente ilusorias. Por ejemplo, un individuo invierte sus ahorros en la Bolsa y luego se arruina. Se casa con una mujer enamorado y se separa a los tres meses. Confía en el diagnóstico de un médico, que más tarde se demuestra que es erróneo.En general, percibimos las cosas como creemos que son y no cómo realmente son cuando se trata de asuntos complejos, que afectan a nuestra vida. Ello también es extensible al mundo de lo físico: decimos que el cielo es azul, pero en realidad el color es una longitud de onda.Casi todo lo que nos sucede en la vida es imprevisible. Hagamos el simple ejercicio de situarnos en nuestra niñez y luego en el presente. ¿Era predecible el desarrollo de nuestra existencia?Se me dirá que este argumento es un sofisma porque el hombre es el resultado de su herencia genética, su familia, su educación y su entorno. Es cierto que todos estos factores son esenciales, pero también son puramente aleatorios. ¿Por qué, si no, dos hermanos pueden ser totalmente distintos?El mismo accidente del MD-82 en Barajas está probablemente motivado por una sucesión de hechos azarosos que desembocaron en la catástrofe. La alteración de uno de los factores de esa secuencia habría podido evitar el fatal desenlace.Desde niños, hemos sido educados en el principio de causalidad y en la idea de que todo lo que sucede a nuestro alrededor es explicable de forma racional. Desde Platón a Hegel y Marx, los filósofos han analizado los fenómenos individuales y sociales como el resultado de unas leyes universales.Este determinismo histórico nos ha cegado sobre lo esencial: esa presencia del azar. La vida existe en la Tierra porque, según los científicos, se dieron unas circunstancias bioquímicas cuya repetición es altamente improbable. El azar jugó también un papel importante en la evolución genética, como muy bien demostró Jacques Monod.Somos, en buena medida, un producto del azar y eso es lo que convierte en tremendamente vulnerable al ser humano. Pero es el azar también el que hace que la existencia humana sea una aventura singular e irrepetible. Tal vez nuestra conciencia sea también un producto del azar, lo que nos plantea serias dudas sobre el alcance de nuestro conocimiento.Son reflexiones a las que he dado muchas vueltas y que posiblemente carezcan de sentido, como casi todo lo que hacemos.
Ocupy Wall Street octubre 2011 |
El sexo en la publicidad |
Imagen subliminal |
Heidegger |
¿Quieres callarte conmigo? -le dijo. Y sin añadir una palabra, fueron felices para siempre.
Andamos estos días comentando en clase las ideas del racionalismo. Esa corriente que ha marcado en parte nuestra evolución cultural, ofreciéndonos como señas de identidad el pensamiento científico, la búsqueda de la certeza y la argumentación como fundamento último de la vida en común. Lo racionales que somos se lo debemos a ellos, a aquellos seres humanos inesperadamente irracionales, supersticiosos, casi místicos y quién sabe si sectarios. Que nadie se asuste por los calificativos: explicar a Descartes es, nos guste o no, bordearlos peligrosamente. Un enfoque en el que apenas había hecho hincapié en cursos anteriores, pero que empujado por la curiosidad de los alumnos sí he tocado ligeramente en estas semanas. También, por qué no decirlo, a modo de provocación: explicar a estudiantes del bachillerato científico que los grandes científicos de la historia tenían también un “lado oculto” puede ayudar a desmitificar la ciencia, y a situarla en un contexto histórico sin el que difícilmente se puede comprender. Tres episodios de la vida de Descartes nos pueden servir para esto: los famosos sueños, su “presunta” pertenencia a los rosacruces y los avatares sufridos por su cuerpo. ¿Acaso no son un cóctel explosivo para una vida “de novela” y no precisamente de tipo científico?
Las anécdotas son de sobra conocidas entre los que han estudiado filosofía, pero quizás no tanto para el gran público. Allá va la primera: si nos fiamos de algunos textos escritos por el propio Descartes, su vocación científica y filosófica habría surgido en una noche fantástica, en la que se sucedieron tres sueños. En el primero, una persona le ofrece un melón en medio de un día de perros, en el que el viento impide cualquier movimiento al autor francés, aunque no así al resto de las personas. En el segundo, pensó ver su habitación ardiendo en llamas y repleta de chispas. Finalmente, en el tercero se topa con una frase en un libro: ¿Qué camino he de coger en mi vida? En el mismo sueño aparece una enigmática respuesta: “Sí y no”. A partir de estos sueños le dio al pensador francés por interpretar que su vida debería orientarse hacia el conocimiento, y por eso se dedicó a la filosofía y la ciencia. Todo muy racional, como se puede ver. Tanto o más como su pertenencia a los rosacruces, que aparece literariamente narrada en el famoso libro de Umberto Eco. El movimiento rosacruz cuidaba el conocimiento y la ciencia, pero no menos cierto es que contaba también con una serie de rituales y conocimientos ocultos a los que no pertenecían al mismo, rasgo que le aleja totalmente de criterios que hoy denominaríamos científicos, como es la publicidad y la posibilidad de compartir. Si algo no es público ni compartible no es científico.
La tercera historieta cartesiana es totalmente ajena al autor, pero le añade si cabe más misterio al personaje. Se trata de las peripecias de su cadaver. Sin entrar a valorar si realmente se murió de frío o envenenado, lo que sí se sabe es que la cabeza fue desprendida del cuerpo, que por otro lado tuvo hasta cuatro sepulturas distintas. Éste es el retruécano de la filosofía: el impulsor del racionalismo llevó una vida nada racional. Cuando le ponemos rostro e historia a las ideas nos damos cuenta de que éstas no son tan puras e inmortales como pudieran aparecer en los libros. El olvido de esta “encarnación” de las ideas hace daño a la propia ciencia y al propio racionalismo. Habrá que ver cómo se escribe en el futuro la historia de la ciencia actual. No se imagina uno a Higgs con sueños reveladores, o a un premio Nobel de medicina dedicándose a organizar sesiones de espiritismo. Sin embargo, no se puede ignorar que la palabra química guarda cierto parentesco con la alquimia o que los ejes cartesianos bien podrían ser una bonita metáfora extraida de sueños peculiares, en los que los rayos centelleantes se entrecruzaban y en el primer cuadrante aparecía representado un melón gigante. La ciencia. Nunca tan separada del mito como nos quieren hacer pensar.
Hello guys! This term we are studying ethical theories. This is the most difficult unit this year, but I think that you will deal with it. On Thursday we are going to learn a bit more about “Virtue Ethics“. This theory was thought for the first time by Aristotle, the Greek philosopher (5th century BC). Let’s do some activities in order to learn more about it:
1. Work in pairs. Read the following website and answer the questions in your notebook.
a) What was the name of the school where Aristotle studied philosophy?
b) Aristotle was the tutor of a prince. Who was that person?
c) For Aristotle, it’s not the same to be a good man than to be… what? Try to explain his point of view using your own words.
2. Work in pairs. Look at the following website and search for the definition of “virtue”. Copy it in your notebook.
3. Work in pairs. Look at the following website and do the activity about virtues.
4. Work in pairs. Choose one of the virtues from the previous activity and look for a quote about it. Copy the quote in your notebook and say yor opinion. (Remember to write the name of the person who said the quote).
5. Work in pairs. Look at this website and do the review activity. Enjoy!
6. (Optional). Send a comment to this article answering these questions: What have you learnt with these activities? Do you like them? Why? Make a suggestion in order to create more activities.
You did it really well. You are really good at Ethics.
Epicur |
El Libro de Job narra la historia de un hombre pío, un entregado siervo de Jehová que mantiene inquebrantable su fe incluso en mitad de terribles desgracias y sufrimientos. Tal es así, que su abnegación asombra a sus amigos y exaspera a su propia esposa, quien llega a estar harta de Job y su conformismo ante las penurias de la vida, diciéndole en mitad de una disputa doméstica: “¡Maldice a tu Dios y después muérete!”. Sin embargo, pese a lo que reza el refrán popular, incluso la paciencia de Job tiene un límite. Son tantos los sinsabores e infortunios a los que tiene que hacer frente que no puede evitar sentirse sobrepasado. Vencido por el desánimo, empieza a lamentar la amarga existencia que se ve obligado a afrontar y en sus momentos de mayor desesperación llega incluso a renegar de Jehová… aunque dado que la narración fue escrita con propósitos aleccionadores, Job termina reconciliándose con Jehová y encontrando un sentido religioso a sus padecimientos.“¿No es acaso una lucha la vida del hombre sobre la tierra? ¿No son sus días como los duros días del jornalero? Como el siervo, el hombre suspira por la sombra. Como el jornalero, suspira por el reposo. Durante meses he padecido calamidades y he recibido por toda recompensa noches de sufrimiento. Al acostarme me pregunto cuándo me levantaré, pero larga es la noche. Así permanezco, repleto de inquietud, hasta el alba. Mi carne está cubierta por gusanos y costras, está mi piel hendida y abominable. Mis días pasaron con la rapidez del tirador de una máquina de tejer y murieron sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo y que mis ojos no volverán a ver el bien. [...] Abomino de mi vida. No he de vivir por siempre, así que déjame, pues resultaron mis días completamente vanos. ¿Qué es el hombre para que Tú lo engrandezcas, para que deposites en él tu corazón, para que lo visites todas las mañanas y en todo momento lo pongas a prueba? ¿Cuándo apartarás de mí Tu mirada? ¿Hasta cuándo no me dejarás tranquilo, no me dejarás de vigilar ni aun cuando trago saliva? Si he pecado, ¿qué puedo hacer por Ti, oh, Guardián de los hombres? ¿Por qué me usas como diana hasta convertirme en una pesada carga para mí mismo? ¿Por qué no apagas mi rebelión y perdonas mi iniquidad? Ahora dormiré en el polvo; si me buscares mañana, ya no existiré” (Libro de Job, Antiguo Testamento)
La paradoja de Epicuro ha sido tratada en épocas posteriores por importantísimos apologistas como Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Martín Lutero y Calvino, o por filósofos de diversa índole como Hume, Kant, Hegel o Leibniz, quien dedicó al asunto su Ensayo de Teodicea; sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal, ensayo que sirvió por cierto para bautizar como “teodicea” toda aquella disciplina filosófica que se ocupa de intentar justificar la existencia de Dios mediante la razón.O Dios quiere evitar el mal y no puede (entonces no es omnipotente), o puede pero no quiere (entonces no es bondadoso), o no quiere y no puede (entonces no es ni omnipotente ni bondadoso), o puede y quiere (pero sabemos que esto es incierto dado que sabemos que el mal existe).O formulada de otro modo, aunque viene a decir lo mismo:a) Dios es bondadoso y omnipotente
pero
b) El mal existePor lo tanto:
— Si el mal existe porque Dios no quiere evitarlo, entonces Dios no es bondadoso.
—Si el mal existe porque Dios no puede evitarlo, entonces no es omnipotente.
…de lo que concluimos que la premisa “a” es falsa.
Las religiones cuyos sistemas de creencias se han visto afectados por el problema del mal, generalmente se han preocupado por hallar en primer lugar una contestación que tranquilice y satisfaga a sus fieles. Sin embargo, estas respuestas “de emergencia” solían ser de naturaleza mitológica y no resultaban nada convincentes para quienes eran ajenos a la doctrina de esa misma religión. En este sentido, algunas de las respuestas más antiguas tendían a intentar “descargar” a Dios de cualquier responsabilidad directa sobre la existencia del mal. Así, para evitar en el creyente la desazón de pensar que Dios —como origen de todo— es también el origen del mal, achacaban el mal a una causa externa a ese Dios. Así, surgen los agentes maléficos que actúan como contrapoder o reverso de la bondad divina, como por ejemplo la figura de Satanás. Sin embargo, esta visión mitológica no resuelve la paradoja, porque sigue estando presente la pregunta: “si Dios no originó el mal pero el mal sigue existiendo por causa de un ente maléfico, ¿por qué no erradica Dios a dicho ente maléfico?”. Muerto el perro, se acabó la rabia.“El padre celestial hace que el sol salga sobre los malvados y sobre los buenos, envía lluvia a los justos y a los injustos” (Jesús, en el Evangelio)
La falta de contingencia entre los actos de un hombre y los premios o castigos que sufre en la vida terrenal precisaba de una explicación más concreta que la simple atribución de recompensas ultramundanas. Toda religión que asuma como necesaria en su dogma una intervención divina en el mundo físico, como sucede con la cristiana (o musulmana, etc.) ha de encontrarle una respuesta a esa falta de contingencia. Quizá la principal es la resumida por San Agustín de Hipona: Dios —en su infinita bondad— creó un mundo repleto de bien, porque en su perfección no podía generar mal alguno. Pero el ser humano eligió darle la espalda a Dios y apartarse del bien, lo cual es el origen de todas sus aflicciones. La visión de Agustín es consistente con la noción de “pecado original”: cuando el hombre renuncia al bien absoluto, se produce como consecuencia la aparición del mal. Sin embargo, esta idea también requería una mayor elaboración, porque planteada así también resultaba insatisfactoria. Por ejemplo: si se produce un terremoto y Dios no lo evita porque el hombre le ha dado la espalda, ¿es que Dios creó un mundo que está repleto de peligros salvo que él decida intervenir directamente para salvaguardar al hombre de ellos? Esto volvería a poner la responsabilidad directa de la existencia del mal sobre los hombros divinos.“Todos somos impuros y estamos infectados por el pecado” (Libro de Isaías, la Biblia)
En la citada idea del pecado original se requería del no creyente un imposible esfuerzo de permisividad intelectual, como lo es admitir la relación entre la desviación moral del hombre y la existencia de males como los terremotos. No existe ninguna relación aparente ente ambos, excepto en las mitologías, así que para el no creyente —o para el creyente intelectualmente más exigente— se precisa otro mecanismo de relación entre Dios y el mal, dado que parecería que Dios es vengativo y permite que el hombre sufra en el entorno hostil de la vida terrena.“El bien puede existir sin el mal, pero el mal no puede existir sin el bien” (Santo Tomás de Aquino)
Decíamos que el pensamiento cristiano de San Agustín y otros propone que ha sido el hombre quien ha renunciado voluntariamente al bien, por causa del pecado original. Pero Dios ha creado al hombre sabiendo que el hombre iba a desviarse del bien, así que Dios sigue siendo el responsable último del mal. Ha de existir una buena razón por la que Dios permita que suceda esto y aun así se lo pueda considerar benévolo.“Algunos ascienden mediante el pecado, otros caen a causa de la virtud” (William Shakespeare)
“El objetivo de la sabiduría debe ser el poder distinguir el bien del mal” (Cicerón)
Las respuestas a la Paradoja de Epicuro que hemos ido describiendo han ido progresando desde una negación de que Dios hubiese creado el mal, hasta la asunción de un paso importante por parte de los apologistas cristianos: admitir —les gustase o no— que Dios permite activamente la existencia del mal en el mundo. Negar esta evidencia resultaría absurdo, pero para seguir manteniendo la creencia de que Dios es bondadoso, que interviene en el mundo físico y que sin embargo permite el mal, habría que encontrar un motivo que explicase esa extraña permisividad. Incluso tan pronto como el siglo II, un apologista tan rígido como Ireneo de Lión planteó esta cuestión, reconociendo que efectivamente Dios ha creado un mundo con el mal dentro de él. Pero Ireneo propuso una explicación: Dios permite el mal porque el sufrimiento es un requerimiento para el crecimiento espiritual del hombre. Muchas grandes virtudes no son posibles sino como reacciones ante el sufrimiento: si no hay dolor, no hay abnegación; si no hay miedo, no hay valentía, etc.“La pregunta de por qué existe el mal es la misma pregunta de por qué existe la imperfección. Pero esta es la verdadera pregunta que deberíamos hacernos: ¿es la imperfección la verdad final, es el mal algo absoluto y definitivo?” (Rabindranath Tagore)
Hemos repasado algunas de las principales objeciones —sobre todo procedentes del cristianismo— al argumento del mal, y como vemos ninguna de ellas ha supuesto una refutación satisfactoria. Existen sin embargo otras respuestas religiosas al problema, aunque ya son incompatibles con el cristianismo: el considerar que Dios sí existe, pero que se muestra indiferente hacia el hombre.“Preferir el mal al bien no está en la naturaleza humana, y cuando un hombre es obligado a elegir entre dos males, nadie elegirá el mayor cuando puede tener el menor” (Platón)
La discusión de la Paradoja de Epicuro ha supuesto siglos y siglos de elaboraciones intelectuales de todo tipo. Por el momento sigue vigente y no se ha logrado ninguna refutación; por no haber, no hay siquiera una respuesta unificada dentro del propio cristianismo, que actualmente sigue siendo la religión más ocupada en intentar disipar el problema. Las consideraciones acerca de la relación entre la bondad de Dios y la existencia del mal han producido un entramado teológico tan complejo (aquí apenas hemos arañado la superficie) que los apologistas cristianos han llegado a contradecirse abiertamente, no ya en nimios detalles, sino en los fundamentos mismos de sus respectivas posturas. Quizá el problema es que la religión —al nivel de sus máximos pensadores, no del creyente de a pie— ha evolucionado mucho menos que en otros asuntos. En otras religiones se le concede menos importancia, en términos relativos, porque no dependen tanto de la idea de un sacrificio divino motivado por el amor absoluto al ser humano. El cristianismo, sin embargo, no ha dejado de darle vueltas al asunto. Lo cual, hemos de decir, ha producido una literatura interesante.—El mal forma parte del plan divino y resulta necesario para un bien superior.
—El mal no forma parte del plan divino, pero es producto del libre albedrío del ser humano.
—El mal es inexistente o ilusorio.
—Dios existe, pero no es bondadoso.
—La paradoja no puede ser resuelta porque el hombre es incapaz de comprender a Dios.
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Estamos esta semana viendo la filosofía moderna de la mano del pensador francés René Descartes. Hemos visto el contexto histórico, el cual está muy relacionado con la Revolución científica, sobre la que os he puesto este vídeo tan gracioso. (Seguro que las presentaciones que estáis haciendo resultan la mar de interesantes).
Si bien iba enmascarado y era muy prudente, lo cierto es que el filósofo francés se atrevió a cuestionarse todo lo que le habían dicho las autoridades y los eruditos. No lo tenía nada fácil, pero al fin y al cabo, un soldado sabe que por una buena teoría también se puede arriesgar la vida. No sería ni el primer filósofo ni el último en jugársela por defender sus ideas. Es lo que tiene la filosofía, es una forma de vida.
Una vez conocidas sus teorías principales, como actividad voluntaria, podéis ver la película The Matrix (1999) de la que tenéis información en este mismo blog. Quienes queráis escribir aquí la actividad comentando las similitudes con el pensamiento cartesiano, dudas, reflexiones, argumentos, etc. podéis hacerlo con el fin de aprender un poco más, intercambiar experiencias e incrementar la nota (lo cual nunca viene mal).
Por último, os dejo los enlaces a otros artículos en los que tenéis sobrada información para hacer bien el examen. ¡Ánimo!, que ya tenemos casi medio curso hecho.
Plazo máximo de realización de la actividad: 16 de Febrero. 21 horas. Dicho día se publicarán todas las respuestas y su corrección.
ANTIGUOS ARTÍCULOS RELACIONADOS
El Roto |
La metáfora del relojero de William Paley es una de las más utilizadas para ejemplificar en qué consiste, a grandes rasgos, el argumento teleológico para la demostración de la existencia de Dios. Cuando en la primera parte hablábamos del argumento cosmológico, podíamos definir ese argumento cosmológico como una fórmula lógica: 1) Todo lo que existe tiene una causa, 2) El universo existe, 3) Por lo tanto el universo tiene una causa. Una formulación que, con algunas pocas modificaciones, ha pervivido durante siglos.“Camino a través de un parque. Supongamos que, de repente, piso una piedra. Alguien me pregunta cómo llegó la piedra allí. Yo podría quizá responder: por lo que sé, la piedra ha estado ahí desde siempre. Y no resultaría demasiado fácil demostrar lo absurdo de esta respuesta. Pero supongamos que he encontrado un reloj sobre el suelo y se me pide que explique cómo el reloj ha llegado allí. Difícilmente diría que, por lo que sé, el reloj pudo haber estado ahí desde siempre. ¿Por qué esta misma respuesta no sirve para el reloj como sí servía para la piedra? ¿Por qué no es tan admisible en el segundo caso como en el primero? Pues porque cuando inspeccionamos el reloj percibimos (y no podíamos descubrirlo en la piedra) que sus diferentes partes tienen una determinada forma y han sido puestas juntas con un propósito. Al observar este mecanismo, la inferencia es inevitable: el reloj debió tener un hacedor. Debe haber existido, en algún momento y en algún lugar, uno o más relojeros, quienes conformaron el reloj con el propósito del que hablábamos en nuestra respuesta, quienes comprendieron su construcción y diseñaron su uso”
“Las consideraciones teleológicas no pueden llevar más allá de la creencia y la esperanza. No proporcionan certeza” (Christian Lange)
Como vemos, la mayor parte de las mitologías sobre la Creación han considerado que el acto de la Creación consistió en imponer orden en el caos, más que en hacer surgir “algo desde la nada”. Esas mitologías suelen ser, pues, mitologías teleológicas más que estrictamente cosmológicas. Son mitos que suponen la existencia de creadores porque observan que el universo está en orden, no porque creyeran que antes del universo presente estaba la nada, como sostiene el argumento cosmológico más propio de pensadores eruditos. El orden es la clave. Para cualquier civilización primitiva, una de las mayores fuentes de fascinación era la jerarquía sistemática que parece imperar en muchos ámbitos de la naturaleza. Llamaba la atención, por ejemplo, el curso regular que siguen casi todos los astros a través del firmamento. Por un lado el sol, que establece los ciclos del día y de la noche, así como las estaciones y en general la mayor parte de los ciclos de la vida. Por otro lado la luna, que condiciona muchos otros ciclos naturales bien conocidos desde tiempos remotos, como las mareas, y que se podía relacionar íntimamente con procesos biológicos humanos tan importantes como la fertilidad y la menstruación. También las estrellas y los planetas siguen un patrón de movimientos que, a primera vista, parece concienzudamente diseñado por un planificador inteligente. De hecho, lo raro era ver cuerpos celestes que no siguieran la norma (meteoritos, cometas) porque la práctica totalidad de la bóveda celeste se conduce según una cuidadísima coreografía. Hasta el siglo XVII no existía una explicación satisfactoria para justificar el fenómeno de estos ciclos celestes, al menos no una explicación que se ciñera exclusivamente a causas naturales. A muchos les resultaba imposible concebir que detrás de ese orden celestial no hubiese un poder sobrenatural, un ordenador o artífice de naturaleza divina. Incluso quienes se resistían a aceptar la idea de la existencia de un creador —ateos siempre los hubo, en todas las épocas, si bien no en abundancia— lo tenían bastante difícil para justificar por qué los astros siguen unos cursos tan regulares en el firmamento sin recurrir a una causa sobrenatural. Es más, cuanto más profundizaba un estudioso en el mundo de la astronomía, más intrincado y delicado le parecía el baile cósmico y más necesaria, por tanto, se le antojaba la necesidad de un Dios inteligente que lo hubiese programado todo. Esta fue probablemente la más temprana idea que podríamos englobar en el argumento teleológico: el orden de los cielos demuestra que una inteligencia ha establecido los patrones que rigen los movimientos de los astros. Posteriormente, se descubrieron otro tipo de patrones en la naturaleza —como el número áureo o “proporción divina”, una supuesta “firma” de Dios en la creación— pero fueron principalmente los cielos el “reloj” que indicaba la presencia de un relojero.”Cuando él, sea cual fuera de los dioses, hubo puesto orden en aquella masa caótica y la hubo reducido a partes cósmicas, empezó a moldear la Tierra como una gran esfera para que su forma fuera la misma por todos lados. Y para que ninguna región careciera de formas propias de vida, las estrellas y las formas divinas ocuparon el firmamento, el mar correspondió a los peces relucientes para que fuera su hogar, la tierra recibió a los animales y el aire recibió a los pájaros” (Ovidio, “Metamorfosis”)”En el comienzo estuvo el gran huevo cósmico. Dentro del huevo había el caos, y flotando en el caos estaba Pan Gu, el embrión divino. Y Pan Gu rompió el huevo y salió, sosteniendo un martillo y un cincel con los cuales dio forma al mundo” (Mitología china)“Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra estaba vacía y en desorden, las tinieblas cubrían el abismo y el espíritu de Dios volaba sobre las aguas. Y dijo Dios: hágase la luz, y la luz se hizo. Vio Dios que la luz era buena, y la separó de las tinieblas. Llamó a la luz día, y a las tinieblas, noche” (Génesis bíblico)
Sería curiosamente uno de aquellos hombres profundamente religiosos quien puso la primera carga de dinamita en los cimientos del argumento teleológico. Isaac Newton fue, para muchos, el mayor científico de la historia. Y lo fue porque aportó una explicación natural a lo que entonces parecía inexplicable: el perfecto orden de los astros. Una explicación que después se haría extensiva a otros muchos fenómenos, permitiendo desarrollar otras muchas explicaciones subsiguientes. Newton proporcionó la llave para abrir muchas puertas en la ciencia. Puertas que, hasta entonces, habían permanecido cerradas.“Yo era como un niño jugando en la orilla del mar, distraído mientras encontraba un guijarro más redondeado o una concha más bonita de lo habitual, mientras el gran océano de la verdad se extendía inexplorado ante mí” (Isaac Newton)
Isaac Newton |
A mediados del siglo XIX quedaban órdenes naturales a los que la gravitación de Newton —y sus derivados— todavía no podían dar una respuesta. Sobre todo el orden biológico, extraordinariamente rico, complejo, intrincado y basado en equilibrios tan sutiles que para la mayor parte de la gente no existía otra explicación posible que la del diseño divino. El creacionismo, la idea de que la vida existía tal y como había sido concebida por Dios en el momento de la Creación, con muy pocas modificaciones posteriores (y de origen artificial casi todas ellas) era todavía el pensamiento imperante. No es que por entonces no existiera ya una corriente de ateísmo y/o agnosticismo filosófico propiciada por los nuevos avances científicos, o que no existiesen ya hipótesis que barajaban el que la vida fuese producto de procesos exclusivamente naturales. Simplemente no había una respuesta satisfactoria para la pregunta “si Dios no creó la diversidad de la vida, ¿cómo llegó la vida a ser tan diversa por sí misma?”“Puedo decir que la imposibilidad de concebir que este gran y maravilloso universo, así como nuestras propias consciencias, hayan surgido a través del azar, me parece el principal argumento en favor de la existencia de Dios. Pero si este argumento tiene realmente algún valor… eso nunca he sido capaz de decidirlo” (Charles Darwin)
Desde el punto de vista de la comunidad científica, el asunto de la evolución de las especies mediante selección natural puede considerarse finiquitado desde hace mucho tiempo. La teoría de la selección natural es la respuesta que se ajusta a las pruebas obtenidas por toda clase de ramas del saber —incluso ramas que no se conocían en tiempos de Darwin— y sin ir más lejos ha sido aceptada incluso por la Iglesia Católica, por más que desde algunos ámbitos cristianos (especialmente protestantes, aunque también hay representantes del catolicismo) hayan surgido supuestas alternativas “científicamente viables” a la selección natural, como la del “diseño inteligente”. El diseño inteligente una actualización refinada de la metáfora del relojero de Paley, que no es tomada en serio por la comunidad científica, aunque haya sectores del público que la defienden, así como algunos notorios apologistas mediáticos. Según esa idea, la mera selección natural no podría explicar la “complejidad irreducible” de ciertos mecanismos biológicos. Quizá algunos recuerden aquel célebre juicio en EEUU donde se pretendía autorizar la inclusión del “diseño inteligente” como teoría científica en el temario escolar: se adujo entonces que el flagelo que utilizan algunas células para impulsarse era un ejemplo de mecanismo que no podría funcionar sino como la suma completa de todas sus piezas, al modo de un reloj, y que no podría haber surgido mediante la evolución por selección natural. Otro ejemplo similar que se presentó es el de la supuesta complejidad irreducible del ojo humano, pese a que Darwin ya consideró en su día esta idea:“Uno ha de contemplar la magnitud de esta tarea para conceder que la generación espontánea de un organismo vivo es imposible. Y sin embargo estamos aquí, creo yo, como resultado de la generación espontánea. Ayudaría el detenernos un momento a preguntar a qué se refiere uno cuando dice que algo es imposible” (George Wald)
El propio Darwin resumía en este párrafo dos de las principales características de su teoría: una, que es una teoría altamente contra-intuitiva y que resulta difícil entenderla empleando solamente el sentido común. Y dos, que su teoría sólo explica cómo las especies pudieron evolucionar desde antepasados extraordinariamente simples, pero que no explica de dónde vinieron esos antepasados, de dónde y cómo surgió la vida misma. La aparición de seres vivos a partir de materia inerte (o “abiogénesis”) es una de las grandes preguntas que la ciencia aún no ha respondido. Sabemos que la materia orgánica básica —los ladrillos para construir la vida— surge con facilidad en el universo. Lo demostró el famoso experimento de Miller en los años cincuenta y por lo que sabemos, la materia orgánica básica podría ser muy abundante incluso más allá de la Tierra y el sistema solar. El problema es que no se sabe cómo esos ladrillos, que aparecen por sí solos en la naturarelza, formaron la primera casa. No sabemos cómo esa materia orgánica se transformó en vida. Y hemos podido fabricar ladrillos en laboratorio, pero no hemos podido fabricar una casa desde cero.“Suponer que el ojo —con todos sus inimitables mecanismos para ajustar la visión a diferentes distancias, para admitir diferentes cantidades de luz, para corregir la aberración cromática y esférica— pudo haberse formado por selección natural parece, lo confieso abiertamente, totalmente absurdo. Y aun así la razón me dice que, si se puede demostrar la existencia de numerosas gradaciones desde un ojo complejo hasta otro muy imperfecto y simple, siendo cada gradación útil a su poseedor; y si las variaciones pueden ser heredadas, cual es ciertamente el caso; y si cada modificación puede ser útil al animal bajo condiciones cambiantes de vida, entonces ya no se puede considerar que sea difícil creer que un ojo complejo y perfecto se haya formado por selección natural, aunque resulte insuperable para nuestra imaginación. El cómo un nervio puede volverse sensible a la luz difícilmente nos preocupa más que el cómo se originó la vida en sí misma, pero debo hacer constar que diversos hechos me hacen sospechar que cualquier nervio sensible puede volverse sensible a la luz, y de modo similar sensible a esas vibraciones más gruesas del aire que producen el sonido”
Salta a la vista lo falaz del razonamiento. Sin embargo, el argumento del “Dios de las grietas” es utilizado con frecuencia, normalmente bajo el contexto de un discurso maniqueo (y por qué no decirlo, populista) destinado más a sembrar la duda sobre la ciencia —para presentar la alternativa sobrenatural bajo una nueva luz— que realmente a dilucidar la cuestión. Se asume que señalando las grietas del conocimiento científico la población creyente o dubitativa tenderá a considerar que una respuesta natural resulta improbable y que, por lo tanto, la respuesta probable ha de ser sobrenatural. Así, cada vez que la ciencia reconoce su ignorancia respecto a una gran pregunta sobre el origen de la vida (o sobre cualquier otro misterio universal), los apologistas del “Dios de las grietas” inciden en esa ignorancia porque saben que, de manera incorrecta pero automática, un buen número de creyentes se sentirán reforzados en su fe.1) Hacemos una pregunta y discutimos qué respuesta es la correcta, si la A o la B.
2) La premisa A no se puede probar de ninguna manera como cierta.
3) Por lo tanto, B tiene que ser cierta.
Esto es, desde luego, incorrecto. De ser correcto podríamos dar por válida prácticamente cualquier afirmación que sea imposible de refutar, por ejemplo: las cuevas de Altamira fueron decoradas por Superman. Probablemente nunca lleguemos a ser capaces de demostrar lo contrario, en cuyo caso —si argumentáramos ad ignorantiam— podríamos considerar que la hipótesis de que Superman fue el autor de las célebres pinturas es una hipótesis aceptable que debería ser tenida en cuenta en la discusión. Pero no consideramos que razonar de este modo sea aceptable; de lo contrario, nuestro cuerpo de conocimientos sería un cúmulo de caóticas posibilidades sin distinción entre lo veraz y lo absurdo. La conclusión de todo esto es que el misterio en torno al fenómeno de la abiogénesis no debería ser utilizado como indicio para reforzar una visión teleológica del cosmos.1) No puede probarse que A es verdadero.
2) pero tampoco puede probarse que A es falso,
3) por tanto, A puede ser admitido como verdadero.
“Si el universo no hubiese sido creado con la más exacta precisión, nunca podríamos haber llegado a existir” (John O’Keefe)
Tomando perspectiva y contemplando el universo como un todo, la existencia de la humanidad resulta intrascendente. No hemos podido dejar huella en el universo que nos rodea ni cambiar su naturaleza; nuestra capacidad de influencia está limitada a nuestro propio planeta y únicamente a nivel muy superficial (porque, en realidad, a escala astronómica somos sólo el equivalente de unos microorganismos que habitan la superficie de una inmensa bola de hierro). Como mucho, también hacemos pequeños e inapreciables arañazos en la superficie de otros mundos, como la Luna, o Marte, o Venus; planetas a donde hemos enviado minúsculas sondas. Pero la verdad es que nuestra presencia tiene una nula incidencia en el universo como conjunto, por tanto difícilmente podemos considerar que esa presencia resulte “importante”. Esta idea resulta tanto más evidente cuanto más reflexionamos sobre las dimensiones del cosmos y el lugar que ocupamos en él.Pero un argumento teleológico sobre la existencia de Dios sólo tiene sentido si se considera que la existencia de la especie humana reviste una importancia universal en sentido absoluto. Que nuestra existencia sea lo bastante importante como para que el universo haya sido diseñado a nuestra conveniencia. Esta es una idea difícil de defender. Uno, por cuestiones de tamaño: el cosmos es inmenso y nosotros apenas ocupamos una fracción infinitesimal de uno de sus innumerables rincones. Dos, por cuestiones de causa-efecto: el que existamos o no tiene, como decíamos, un nulo efecto sobre el conjunto del universo. Tres, por cuestiones conceptuales: no hay motivo alguno para pensar que constituimos un elemento cualitativamente diferente del resto de los elementos que componen el cosmos. Estamos formados de la misma materia, sometidos a las mismas leyes físicas universales. Así pues, ¿por qué nos creemos diferentes? Evidentemente, a nivel puramente individual, pensamos que nuestra inteligencia, nuestra autoconsciencia y nuestra capacidad de asombro constituyen fenómenos notables, de los que disfrutamos en nuestra vida. Características que nos gustan en nosotros mismos y que consideramos debemos conservar. Hacen que nos confiramos una importancia como individuos que se expresa en nuestra filosofía: no nos da igual el no existir. Aquí no discutimos esa idea. No debería darnos igual el no existir y parece positivo que nos tomemos nuestra propia existencia muy en serio. Eso a nivel individual. Porque, como especie, tenemos que admitir la idea de que al universo sí le da igual que existamos. Esto impide que el argumento teleológico se sostenga por sí mismo, ya que se convierte en un razonamiento circular:“Ya conocéis el argumento del diseño: todo en el mundo está hecho para que nosotros podamos habitarlo, y si el mundo fuera un poco diferente, no podríamos seguir habitando en él. Eso es el argumento del diseño. A veces toma formas más bien curiosas. Por ejemplo, se dice que los conejos tienen la cola blanca y eso hace que resulte más fácil disparar sobre ellos. Así que no sé qué opinarán los conejos sobre este diseño” (Bertrand Russell)
Por lo general el argumento teleológico se centra en los detalles científicos, buscando en nuestro conocimiento sobre el cosmos los rastros de esa voluntad diseñadora que le dio origen conun propósito determinado. Pero el argumento pocas veces hace frente a la pregunta: ¿por qué querría una voluntad creadora diseñar un universo en el que pueda vivir el hombre? O dicho de otro modo, ¿por qué iba a molestarse un Dios en crearnos? La respuesta, naturalmente, sólo puede residir en argumentos antropocéntricos: Dios nos creó “para amarnos”, “para que lo amemos”, “para que le rindamos culto”, “para que le hagamos compañía”… existen quizá tantas respuestas distintas como teologías y mitologías religiosas hay en el mundo. Pero todas podrían resumirse en un “Dios nos creó porque somos importantes”. Esto es, finalmente, la clave de todo el asunto. Hemos citado ejemplos como el de la abiogénesis o la afinación precisa del universo como formas modernas de argumentación teleológica. Podríamos citar muchas más, pero por grande que fuera el número de hipótesis presentadas sobre un supuesto carácter teleológico del cosmos, seguiría sin responderse la cuestión básica: ¿de verdad resulta razonable intentar explicar el universo en función del simple hecho de que nosotros estemos aquí y sepamos que estamos aquí? ¿De verdad el que seamos capaces de pensar en nosotros mismos nos hace tan especiales que se requirió construir todo un inmenso universo con el propósito final de que nosotros habitemos una minúscula porción de él? ¿Es el ser humano, sólo porque puede concebir estas ideas, realmente tan importante?1) Creemos que el universo hubo de ser hecho a nuestra medida porque somos importantes.
2) Nos consideramos importantes porque vemos que el universo fue hecho a nuestra medida.
“Todavía está por probar que la inteligencia tenga algún valor para la supervivencia” (Arthur C. Clarke)
"Todos los que no puedan evitar una abyecta pobreza a sus hijos e hijas deberían abstenerse del matrimonio(...) El hombre como cualquier otro animal ha llegado, sin duda alguna , a sus condición elevada actual mediante la lucha por la existencia, consiguiente a su rápida multiplicación ; y si ha de avanzar aún más , tendrá que permanecer sujeto a una severa lucha..(...) Habría una amplia competencia para todos los hombres y mujeres; y los más capaces no hallarían trabas en las leyes ni en las costumbres para alcanzar un mayor éxito y criar el mayor número de descendientes."