22424 temas (22232 sin leer) en 44 canales
Radiografía de la dislexia
- La dislexia es un trastorno del aprendizaje de la lectoescritura, de carácter persistente y específico, que se da en niños que no presentan ningún impedimento físico, psíquico ni sociocultural.
- Es la causa más común de las dificultades de leer, escribir y deletrear.
- Unos 700 millones de personas, el 10% de la población, son disléxicas.
- Uno de cada cinco estudiantes tiene dificultades para el aprendizaje.
- Menos de un tercio de los niños con problemas de lectura reciben tratamiento específico en las escuelas.
- Afecta a un mayor número de hombres que de mujeres.
- La dislexia tiene un fuerte componente hereditario.
- Los disléxicos ven afectada su coordinación motora, el cálculo mental, la concentración y la organización personal.
- Es habitual que presenten hiperactividad, dispraxia o déficit de atención asociados al trastorno.
- Un estudio de 2012 apuntaba a que los nacidos en otoño que comienzan el colegio a una menor edad presentan un mayor índice de afectación.
- Idiomas como el español, con una fonética más regular, dificultan la detección de la dislexia. En inglés, por ejemplo, donde a una letra le corresponden varios sonidos, el diagnóstico es más precoz.
Un hombre entra en una habitación. Sobre la mesa hay un plato de comida. ¿Cuál será probablemente su primera deducción? Pensará que alguien ha puesto el plato allí, porque que el plato no ha podido llegar a la habitación por sus propios medios. La presencia del plato indica necesariamente otra presencia, quizá no visible, pero no por ello menos cierta: la presencia de la persona que colocó el plato sobre la mesa.“Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias” (David Hume)
Las ideas principales que manejaba la antigua apologética eran argumentos meramente racionales, con un fuerte componente lógico pero con una base empírica más bien endeble. Dado que la ciencia del momento —y para ser justos, tampoco la de hoy— podía responder con seguridad cuestiones como “¿de dónde surgió el Universo” o “¿existe Dios?”, y la información proporcionada por la evidencia empírica a favor o en contra era muy escasa, se buscaba en el ejercicio de la razón una vía para encontrar esas respuestas.“Cuestionad con atrevimiento incluso la propia existencia de Dios. Porque, si Dios existe, debe apreciar más el homenaje que nace desde la razón que el homenaje que nace de un miedo ciego” (Thomas Jefferson)
Leibniz |
— El argumento cosmológico, el cual afirma que la existencia del universo prueba la existencia de Dios, ya que el universo necesita una causa para explicar el por qué de su existencia (si el plato está sobre la mesa, es porque alguien lo puso allí).
— El argumento teleológico, el cual afirma que las propiedades del universo y no sólo su mera existencia prueban a Dios, porque en dichas propiedades puede percibirse la intencionalidad de un diseñador (si el plato es un objeto con una forma determinada, alguien debió diseñarlo de ese modo).
Este último, el argumento ontológico, que viene a decir “pienso en Dios luego Dios existe” es el más abstruso y está demasiado basado en meras construcciones metafísicas como para seguir teniendo cierto sentido en la actualidad. Fue expresado por algunos filósofos —como el musulmán Avicena— pero refinado hasta su máximo esplendor por San Anselmo, quien pretendía lograr una demostración puramente intelectual de Dios, en la que usando solamente la razón y prescindiendo de toda consideración observacional y empírica sobre la naturaleza del cosmos, se llegase a la conclusión de que Dios existe. San Anselmo buscaba una “fórmula apriorística de Dios”. Pero la demostración de que Dios existe solamente porque somos capaces de pensar en él y porque podemos definirlo como concepto, es un ejercicio tan rebuscado que no solamente los actuales apologistas lo ignoran como argumento firme, sino que ya hubo —incluso en épocas pasadas— algunos eminentes teólogos que lo consideraron un mero ejercicio vacuo. Hay que decir que entre los filósofos posteriores a San Anselmo ha habido posturas de todo tipo: desde la abierta defensa que hizo Spinoza y el aprecio que mostró Descartes, al abierto rechazo de Hume y sobre todo de Kant. Pero en resumen podría decirse que a partir del siglo XVIII el argumento ontológico yace clínicamente muerto, aunque quizá algunos de sus razonamientos aún pueden ser usados —aisladamente— con cierto éxito intelectual. Pero, como decimos, el conjunto del argumento ontológico ha sido básicamente desestimado por la Historia.— El argumento ontológico, el cual afirma que Dios debe necesariamente existir debido a las propias cualidades que atribuimos a ese Dios y que su inexistencia, una vez hemos sido capaces de pensar en él, sería un absurdo (el hecho de que consigamos imaginar que alguien puso el plato sobre la mesa, demuestra por sí mismo la existencia de ese alguien).
Este argumento, en su forma clásica, es una de las hipótesis más sencillas sobre la existencia de Dios. Ha tenido diversos nombres, aunque en la actualidad se lo denomina mayoritariamente como en este artículo, y a veces “argumento cosmológico Kalam”. Esta última denominación (“Kalam”) se ha puesto de moda porque una de sus formulaciones básicas podía encontrarse en textos del kalam, una rama teológica medieval de la religión musulmana. La idea de que el universo requiere necesariamente una causa sobrenatural es muy antigua y bajo diversas formas la habían tratado los más importantes filósofos desde Aristóteles y Platón, por lo menos. Pero fue en la Edad Media cuando las exposiciones de este argumento adquirieron su forma clásica, ya fuese en los textos cristianos de San Buenaventura como, muy especialmente, de Santo Tomás de Aquino —el principal y más popular impulsor del argumento cosmológico en occidente— o en los textos del erudito musulmán Al Ghazali, por citar un buen ejemplo en el ámbito del Islam. El auge de las religiones monoteístas produjo una proliferación de grandes apologistas preocupados por demostrar la existencia del ente divino al que rendían culto. Pero, entrando ya en materia, la formulación más sencilla e intuitiva del argumento teológico reza como sigue:“¿Por qué hay algo en lugar de nada?” (Gottfried Leibniz)
1. Todo lo que existe tiene una causa.
2. El universo existe.
3. Por lo tanto, el universo tiene una causa.
Con lo cual el argumento entra en un círculo sin solución. El universo existe, por tanto necesita una causa. Pero esa causa también existe, así que necesita a su vez otra causa. O dicho de otro modo: si el Creador existe, a su vez fue producto de otro creador, llamémoslo Dios II. Pero entonces, si ese Dios II existe, también necesita una causa, que sería Dios III. Que a su vez también necesitaría una causa. Y así con Dios IV, Dios V, Dios VI… hasta el infinito.1. Todo lo que existe tiene una causa.
2. El universo existe.
3. Por lo tanto, el universo tiene una causa, que es Dios.…por lo tanto:4. Dios existe.
5. Si Dios existe, entonces, según la premisa 1, Dios tiene una causa.
6. Si Dios necesita tener una causa, ya no podemos considerarlo como Dios.
Para salvar este considerable escollo en el argumento cosmológico se hizo una nueva formulación, en la que la estructura del argumento permanecía aparentemente idéntica, pero la modificación de sus premisas cambiaba radicalmente la naturaleza del argumento, añadiendo más implicaciones para poder facilitar la misma conclusión:“La única razón para que el tiempo exista es para que no ocurra todo a la vez” (Albert Einstein)
Como se ve, la modificación parece mínima (se sustituye “existir” por “comenzar a existir”) pero el cambio es realmente sustancial y no se responden las preguntas suscitadas, sino que se trasladan a otro nivel. Por un lado la reformulación logra el objetivo inmediato de evitar caer en la trampa de la causalidad infinita, ya que se puede afirmar que “Dios existe” sin que sea necesaria una causa: si Dios nunca comenzó a existir y sencillamente ha existido siempre, ya no se requiere una causa que explique a Dios. Esto se concilia perfectamente con la idea de que una cadena infinita de causas carece de sentido, y por tanto existe una Causa Primera, esto es, Dios.1. Todo lo que ha comenzado a existir tiene una causa.
2. El universo comenzó a existir.
3. Por lo tanto, el universo tiene una causa.
Como puede verse, en esta formulación del argumento cosmológico la primera premisa y la conclusión están diciendo básicamente lo mismo, lo cual invalida el razonamiento. Es aquí cuando comienzan los problemas tanto terminológicos como conceptuales para debatir sobre el argumento cosmológico. Alguien podría decir que el argumento no comete este petitio principii porque no se puede confundir continente (universo) con contenido (todo lo que ha comenzado a existir). Observamos la premisa 1 en aquello que el universo contiene, pero eso no significa que podamos considerar que el universo es igual a todo lo que contiene. Del mismo modo que la botella de cristal no es igual a la leche que contiene. O, por usar otro paralelismo más apropiado, las propiedades del océano como continente no son iguales a las propiedades del agua como contenido. El océano como un todo tiene unas propiedades, pero las gotas —o moléculas— de agua que lo conforman tienen otras.1. Todo lo que ha comenzado a existir tiene una causa (pero el universo contiene todo lo que ha comenzado a existir, por lo tanto podríamos decir que universo es igual a todo lo que ha comenzado a existir)
2. El universo comenzó a existir.
3. Por lo tanto, el universo tiene una causa.Lo cual, en el fondo, podría resumirse en:
1. El universo tiene una causa, por lo tanto
2. El universo tiene una causa.
[Conclusión: para dar por bueno el argumento cosmológico, necesitamos demostrar que el universo ha comenzado a existir surgiendo desde la nada]— Que la leche que la botella contiene sea blanca, no implica que la botella sea también blanca.
Decimos también:
— Que todo aquello que el universo contiene haya empezado a existir, no implica que el universo haya comenzado a existir.
— Que todo aquello que el universo contiene haya necesitado una causa para empezar a existir, no implica que el universo haya necesitado una causa si es que ha comenzado a existir.
En principio, decir que “todo lo que ha comenzado a existir” tiene una causa parece razonable. Es más, está perfectamente apoyado por la observación e incluso por la ciencia, salvo que nos metamos en terrenos de física cuántica —que la mayoría de nosotros no entendemos e incluso algunos físicos cuánticos aseguran no terminar de entender— pero, por el bien de la discusión, demos por bueno que en nuestra experiencia sensorial conocemos esta verdad: nada aparece sin una causa. Más allá de las sorpresas que tenga que darnos el oscuro campo de lo cuántico, digamos que no hay nada en la naturaleza de lo que sepamos que ha surgido por las buenas sin una “razón suficiente”, como diría Leibniz. Volvamos a ver el argumento, formulándolo esta vez de una nueva forma:“Lo que se recibe en algo, se recibe al modo del recipiente” (Santo Tomás de Aquino)
Pero como decíamos, el primer problema es que estamos atribuyendo al continente (universo) las propiedades del contenido (lo que observamos dentro del universo), ya que la premisa 1 proviene de la observación, pero nunca hemos observado nada que no pertenezca al universo o no esté dentro de él. Es cierto que todo lo que observamos en el universo y de cuya existencia conocemos un principio, ha tenido una causa siempre y en cada caso. Pero de ello no podemos deducir que —si el propio universo hubiera comenzado a existir— se le pudieren aplicar los mismos parámetros causales que a su contenido. Sólo porque la leche es blanca, no podemos extender las propiedades a aquello que la contiene. Esto es, no podemos decir que la botella también es blanca… aunque debido a la transparencia del vidrio nos pueda dar la impresión de que sí lo es.1. Todo cuanto hemos observado comenzar a existir tiene una causa.
2. El universo comenzó a existir.
3. Por lo tanto, el universo tiene una causa.
Pero dado que la teoría científica no afirma que el Big Bang o la singularidad fuesen el principio “de todo”, sino sencillamente el inicio del estado actual de nuestro universo, usar el Big Bang como demostración de la segunda premisa del argumento cosmológico constituye una incorrección. No sabemos qué hubo antes del Big Bang y tampoco conocemos la verdadera naturaleza y origen de esa “singularidad” (más allá de su concepto matemático), así que no se puede hablar del Big Bang como de un verdadero inicio de todo lo que existe, sino como una expansión de algo que ya existía pero que no sabemos exactamente qué era. Así pues, nos encontramos con un problema tanto terminológico [¿qué entendemos como “universo”, a) el cosmos tal y como lo conocemos ahora o b) también cualquier cosa que hubiese antes del Big Bang?] como epistemológico (¿realmente puede demostrarse que el universo, incluso entendido como “todo lo que alguna vez ha existido incluso antes del Big Bang”, haya tenido un comienzo?). Para salvar la validez del argumento cosmológico, la cuestión terminológica podríamos arreglarla llegando a un consenso sobre qué significa exactamente cada término. Sería así:1. Todo lo que ha comenzado a existir tiene una causa.
2. El universo comenzó a existir, porque así lo prueba que conozcamos su principio, el Big Bang.
3. Por lo tanto, el universo tiene una causa.
Sin embargo, esta formulación puede prescindir de la idea de una causa sobrenatural, ya que existen posibles explicaciones naturales para el fenómeno del Big Bang (por ejemplo, el colapso de un universo anterior y otras que se manejan). Así pues, la causa primero del universo podría haber sido, por ejemplo, otro universo. El concepto de Dios no entra necesariamente en la ecuación.1. Todo lo que ha comenzado a existir tiene una causa.
2. El universo tal y como lo conocemos hoy comenzó a existir, porque así lo prueba que conozcamos su principio, el Big Bang.
3. Por lo tanto, el universo tal y como lo conocemos hoy tiene una causa.
Si saltándonos todas las posibles objeciones damos por bueno que la nada existió alguna vez, que el universo surgió de la nada, que por lo tanto tuvo un principio y que dicho principio necesitó una causa, podemos intentar asumir —por los motivos que enumeramos más arriba— que dicha causa es necesariamente inmaterial, intemporal y omnipotente. Así pues, tenemos una causa eterna (Dios) y un efecto temporal (el universo). Pero de nuevo nos encontramos con una falacia lógica, la del “alegato especial”, en la que uno de los elementos involucrados en el razonamiento está exento de las características que forzosamente atribuimos a los demás elementos. Es decir: si atribuimos al universo la necesidad de un principio, ¿por qué no se la atribuimos también a Dios? Y ciertamente el argumento cosmológico necesita de este alegato especial para mantenerse en pie, así que la justificación de que Dios sí puede ser eterno mientras que el universo no puede, se convierte en un punto clave cuando consideramos la cuestión.“Aristóteles y Newton creían en el tiempo absoluto. Es decir, ambos pensaban que se podía afirmar inequívocamente la posibilidad de medir el intervalo de tiempo entre dos sucesos sin ambigüedad, y que dicho intervalo sería el mismo para todos los que lo midieran, con tal que usaran un buen reloj. El tiempo estaba totalmente separado y era independiente del espacio. Esto es, de hecho, lo que la mayoría de la gente consideraría como de sentido común. Sin embargo, hemos tenido que cambiar nuestras ideas acerca del espacio y del tiempo” (Stephen Hawking)
Pero sigamos ejerciendo como “abogados de Dios”. Supongamos que nos estamos equivocando en el análisis, lo cual es siempre muy posible, y supongamos que el tiempo sí existe, que las objeciones al argumento cosmológico que hemos hecho hasta ahora son inválidas y que el universo tuvo efectivamente una causa sobrenatural completamente ajena a él. ¿Por qué llamarla Dios?“La idea de que Dios es un enorme hombre de raza blanca con una larga barba que está sentado en el cielo y llevando la cuenta de la muerte de hasta el último gorrión, es ridícula. Pero si por Dios uno se refiere al conjunto de leyes físicas que gobiernan el universo, entonces claramente ese Dios existe. Aunque es un Dios emocionalmente insatisfactorio… no tiene mucho sentido rezarle a la ley de la gravedad” (Carl Sagan)
by Jeff Christensen |
Sense disciplina no hi ha desig. El desig anàrquic i voluble no és desig, és caprici. (p 17).
La fortalesa de la societat civil descansa en gent capaç de fer un pas endavant al servei de la comunitat. (p 116).
El fracàs de la cultura ve quan necessitem coses que ens omplin de sentit, en lloc de ser capaços nosaltres mateixos d'omplir de sentit les coses. (p 124).
Un mestre hauria de preguntar-se si prepara per integrar o refusar les assignatures ocultes que els alumnes trobaran fora de les aules, impartides per mestres també ocults. (p 136).
Il·lustració de J. R. Casas |
Humboldt representa aquí la posición de un teórico enfrentado a la desconfianza de la ignorancia. Lo ridículo resulta ser ahora la sospecha que muestra un funcionario de la policía imperial ante la pacífica actividad de observar el firmamento. Los papeles se invierten: el realismo pasa a ser patrimonio del teórico y el tradicional sentido común de un hombre corriente se convierte en algo risible. La venganza de la teoría se ha consumado. El mismo contraste que aparece en otro suceso similar: el pasaporte que le permitía viajar por las colonias españolas contenía la celosa advertencia de que le estaba permitido «servirse con plena libertad de sus instrumentos y realizar observaciones astronómicas en todas las posesiones españolas». ¿Desde cuándo han de darle a uno permiso los poderosos para mirar al cielo? La perplejidad ante lo nuevo toma diversas formas a lo largo de la historia, pero todas tienen el mismo tono: el sorprendido adopta un tono de soberanía sobre una realidad de cuyas dimensiones no tiene la menor idea.Hace algunos días llegó aquí un alemán llamado Humboldt, enjuto, de pequeña estatura, de aspecto insignificante, pero importante [...] Aunque le recibí con el respeto que es debido, tengo que advertir que esta persona me parece sospechosa y muy peligrosa. Desde el principio no me ha gustado [...] Nunca ha honrado con el respeto que se merecen a las supremas personalidades oficiales de la ciudad y se ha dedicado a conversar con polacos y otros delincuentes políticos que están bajo mi custodia. Me atrevo a informar de que no he dejado de prestar atención a estas conversaciones con delincuentes polacos, sobre todo desde que, después de hablar largamente se fue con ellos hasta la cumbre de una colina que domina la ciudad. Hasta allí transportaron una caja y sacaron de ella un instrumento que tenía el aspecto de un gran tubo que, a mí y a todo el mundo, nos parece ser un cañón. Después de haberlo fijado sobre tres patas, lo dirigió directamente a la ciudad y todos se le acercaron y miraron para ver si apuntaba correctamente. Dado que lo considero de un gran peligro para la ciudad (pues es completamente de madera) he ordenado de inmediato a la guarnición, compuesta de un suboficial y seis soldados, que apunten con sus armas hacia ese lugar, que no pierdan de vista a los alemanes y que observen sus intrigas. Si la bellaquería traidora de ese alemán confirma mis sospechas, entregaremos nuestras vidas por el Zar y la santa Rusia.
Probablemente los “escépticos” más distinguidos de la cultura científica contemporánea serían reconocidos en el mundo antiguo como filósofos dogmáticos. Para poner algunos ejemplos de sobra conocidos, Carl Sagan, Richard Dawkins, o James Randi son escépticos con respecto a la astrología, el creacionismo o la parapsicología, pero ninguno ha cuestionado nunca la capacidad de la ciencia natural para alcanzar juicios (“dogmas” en el sentido originario) verdaderos. Bien al contrario, son justo estos “dogmas” y teorías los que les permiten desmarcarse rigurosamente de las opiniones pseudocientíficas.Por una serie de derivaciones históricas y filosóficas que exceden el contenido de este libro, la Iglesia católica realizó una traducción muy libre del término griego dogma. Para la Iglesia, dogma identifica aquellos postulados que deben ser creídos sólo porque así lo ordena la autoridad eclesiástica. Por tanto, jamás deben ser sometidos a debate, a examen, a demostración empírica o a cualquier variante de pensamiento racional. Dogma, para la Iglesia, es una verdad absoluta revelada por Dios que no es susceptible de ser discutida. A partir de aquí, el adjetivo dogmático adquiere connotaciones -al menos par la población con escasos conocimientos de filosofía- relacionadas con la superstición, la intransigencia, religión, irracionalidad, autoritarismo e, incluso, pedantería. Como antónimos de dogmático o dogmatismo tenemos flexibilidad, escéptico, sencillo e incluso racional o científico.
La intolerancia de los teólogos contra las supersticiones aumentó dramáticamente a partir del siglo XVI, sobre todo a causa de la reforma protestante, asfaltándose el camino hacia lo que mas tarde se llamaría “secularización” y “desencantamiento”. Con su insistencia en una sociedad racionalmente organizada, basada en una piedad austera y menos sacramental, la cultura reformada fué haciéndose cada vez más intransigente contra las formas consideradas “entusiastas” e irracionales de religiosidad (de ahí que las más histéricas cazas de brujas prendieran preferentemente en los países protestantes del norte, mucho más intolerantes con la irracionalidad que los católicos). Como explica Charles Taylor, y en su momento se lamentaban los críticos católicos, el “deísmo providencial” protestante contribuyó (aunque no de forma intencional) al desarrolló del racionalismo, del naturalismo y aún de la impiedad, en mayor medida quizás que los naturalistas griegos, vindicados a partir del renacimiento, y aún más que el desarrollo de la misma ciencia moderna experimental con su promesa de ir plus ultra de la ciencia y mentalidad medievales.¿Qué posibilidad se le deja a Dios, dueño de los astros y de los hombres, para juzgar los actos humanos, sometidos a la fatalidad astral? “No son las estrellas -dirán, quizás- quienes deciden a su arbitrio tales acontecimientos, con el poder recibido, naturalmente, el Dios supremo, ellas no hacen más que cumplir puntualmente las órdenes divinas al tomar esas fatales determinaciones.” En este caso ¿habrá que atribuir al mismo Dios lo que nos pareció indigno de la voluntad de las estrellas? (…) Concedamos que no hablan con propiedad y que deberían tomar de los filósofos su lenguaje a la hora de predecir lo que creen encontrar en las posiciones astrales: ¿Qué es lo que sucede, que nunca han podido explicar por qué en la vida de los mellizos hay tal diversidad en sus actos y sus resultados, en sus habilidades, en los honores recibidos y demás circunstancias de la vida humana, incluso en la misma muerte, hasta el punto de que se encuentran casos mucho más parecidos en este aspecto entre extraños que entre los mismos gemelos, separados al nacer por un insignificante espacio de tiempo, y concebidos los dos en un mismo instante, por un sólo acto de sus padres?
font |
Operación 1 (el cubito que se derrite): imaginemos un cubito de hielo y pensemos cómo se puede derretir en las próximas dos horas, mientras juagamos un par de rondas de póquer con los amigos. Intentemos imaginar la forma del charco resultante.Operación 2 (¿de dónde salió el agua?): imaginemos un charco de agua en el suelo. A continuación, intentemos reconstruir en nuestra mente la forma del cubito de hielo que en cierto momento pudo ser. Pensemos que es posible que el charco no proceda de un cubito de hielo.La segunda operación es más difícil. (…)
Descartes |
Sin embargo, aun aceptando todo esto hay algo que es necesariamente, y esto que sigue siendo —en una vida/sueño apoyada sobre sentidos falibles y expuesta a espíritus engañadores— es el sujeto concreto, el «yo». No puedo dudar de que yo dudo. Ahora bien, yo no soy simplemente una cosa que existe: en el ego hay ante todo pensamiento. No diremos entonces «soy, luego existo», sino «pienso, luego existo». He ahí la unidad de la inteligencia y lo real, presentada en su esquemática desnudez. El hypokeímenon o sujeto aristotélico, lo que servía de apoyo a cualesquiera determinaciones, es precisamente un pensante individual y finito, un cogito.a) En primer lugar, la extrañeza de lo sensible, donde se percibe un marcado contraste con Aristóteles. Los sentidos no sólo pueden sino que tienden a inducirnos a error, y cualquier dato proveniente de ellos carece de certeza absoluta. En realidad, no vemos lo que miramos, porque «ver» en sentido estricto debe reducirse a construir en la mente (como sucede con la suma de 2 y 2), y lo empírico nos llega dado, hecho ya.
b) En segundo lugar, si bien podemos distinguir al durmiente del despierto, es imposible distinguir la vigilia del sueño. La misma idea inquietante anima una famosa obra de Calderón, y Descartes sólo encuentra como remedio a su incertidumbre el hecho de que (despiertos o soñando) los ángulos de un triángulo suman dos rectos siempre, por ejemplo.
c) Puede por último, haber un genio maligno, un demonio inteligente que haga vacilar incluso esas certezas, y que se complazca engañándonos, haciéndonos creer que las cosas son cognoscibles, o que hay existencia en general.
Esta operación de hallar una certeza absoluta ha suscitado —junto con la síntesis buscada— la cuestión del solipsismo (reclusión en nuestro interior), que ya no abandonará la filosofía hasta nuestros días. La forma de esquivar tal reclusión parece sencilla afirmando que lo que realmente sucede dentro de cada uno son ideas, pues si bien el mundo puede no existir, es indiscutible que poseemos ideas sobre un mundo. Con todo, el propio planteamiento de la duda metódica y el ego determina una decisiva transformación en las ideas. Recordaremos que en Platón eran géneros eternos y autosubsistentes —determinaciones puras— hacia las cuales se elevaba la inteligencia a partir de lo sensible, y que el demiurgo del Timeo (como los dioses del Fedro) producían el mundo «contemplándolas», por ser ellas anteriores y superiores a todo lo demás. Con Descartes, en cambio, las ideas son modos del cogito, «representaciones» mías. Los cuerpos —y aquí aparece la tesis «moderna»— no nos son conocidos por la sensación, porque entre ellos y nuestra mente se interpone la estructura de la mente misma. En apoyo de esto dice Descartes que a veces nos duele un miembro hace largo tiempo amputado, y que la certeza de poseer un cuerpo es siempre algo posterior a la certeza de pensar.«Por pensar entiendo todo lo que sucede dentro de nosotros con la participación de nuestra conciencia, siempre y cuando seamos conscientes de ello; por tanto, también la voluntad, las representaciones y las sensaciones son lo mismo que el pensamiento».
La alquimia, ¿ciencia o conciencia?Kuhn establece en su libro La estructura de las revoluciones científicas que el deber del historiador de la ciencia es en primer lugar establecer por quién y cuándo se descubrió un hecho o teoría científica actual y distinguir el “conjunto de errores, mitos y supersticiones que impidieron una acumulación más rápida de los componentes del caudal científico moderno”. ¿Pertenece el estudio de la alquimia a esta segunda labor? ¿Fue la alquimia un impedimento para el avance científico?En aquel campo sobre todo, las opiniones de los doctos contrastaban con las del vulgo. El mago era a un tiempo aborrecido y reverenciado por el común rebaño que le atribuía poderes inmensos. El universo llamado mágico se hallaba constituido de atracciones y repulsas que obedecían a unas leyes aún desconocidas, pero no necesariamente impenetrables para el entendimiento humano. […] El gran mérito de la magia y de la alquimia, su hija, era el postular la unidad de la materia, hasta tal punto que algunos filósofos del alambique habían creído poder asimilar ésta a la luz y al rayo. […] En cierto sentido, todo era magia.
Y es que la alquimia era eminentemente experimental, se basaba en la observación de la naturaleza y se dirimía con el ejercicio de la Razón. Como vemos, compartía las bases del método científico. Y para ir desarrollándose se apoyaba en la lectura de otras obras alquímicas, que fueron perdiendo su oscurantismo con la expansión que trajo la imprenta. En definitiva, ya en la Edad Moderna los propios alquimistas luchaban contra la imagen del alquimista obsesionado por el oro, la cual tiempo después los escritores románticos potenciarían creando el tópico, el que ha llegado reforzado hasta nuestros días.Con razón el grabado ha sido calificado como uno de los más bellos de la obra, por la serenidad que produce la escena de una noche clara, con el alquimista provisto de bastón, lentes y linterna, siguiendo los pasos de una mujer […]. Esta figura es una alegoría de la Naturaleza, que debe ser una guía del sabio, a la que aluden el bastón, los lentes y la linterna simbolizando la razón, la experiencia y la lectura.
Los iatroquímicos dejaron atrás también las oscuras expresiones y el misticismo propio de la alquimia más esotérica. Sin embargo continuaron dividiendo el mundo en los cuatro elementos aristotélicos, a los cuales se les añadió la Quinta Esencia, cuya búsqueda por otro lado acabó desarrollando la técnica de la destilación.Gastar tiempo en hacer oro viene a ser lo mismo que trabajar en la oscuridad y yo encuentro que la Alquimia es un arte sin arte, que comienza en la mentira, termina en la pobreza y su fin es mendigar.
También en el Quijote aparecen menciones a las panaceas curativas o aguas de virtud, por no hablar del bálsamo milagroso de Fierabrás, licor por el cual hasta Sancho renunciaría a su ínsula, capaz de dotar de inmortalidad a quien lo bebiera; compuesto de romero, aceite, sal y vino. Por supuesto, también recurre Cervantes a la alquimia (y sus procesos, desvelando un conocimiento particular de los mismos) como recurso literario con el que construir descripciones, metáforas y alegorías de multitud de situaciones y objetos.Debió de venir a manos de quien no supo conocer ni estimar su valor y, sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo, debió de fundir la mitad para aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo esta que parece bacía de barbero, como tú dices. Pero sea lo que fuere, que para mí que la conozco no hace al caso su transmutación, que yo la aderezaré en el primer lugar donde haya herrero.
En el plano de las ideas, este Zenón aún marcado por la escolástica y que reacciona contra ella, a medio camino entre el dinamismo subversivo de los alquimistas y la filosofía mecanicista que iba a tener para ella el inmediato porvenir, entre el hermetismo que coloca a un Dios latente en el interior de las cosas y un ateísmo que apenas osa decir su nombre, entre el empirismo materialista del práctico y la imaginación casi visionaria del alumno de los cabalistas, se apoya igualmente en auténticos filósofos y hombres de ciencia de su época.
La más rabiosa actualidad rema a favor de un autor cuya lectura y difusión se ha revitalizado en los últimos tiempos. Me estoy refiriendo a H.D. Thoreau, un pensador norteamericano del que se hablaba muy poquito hace unos años, pero cuyas obras están experimentando un auténtico renacimiento, pues son varias las ediciones que están viendo la luz en poco tiempo. El motivo fundamental, quizás: los diferentes movimientos de desobedencia civil y crítica al estado, que han convertido a Thoreau en uno de sus inspiradores. Fenómeno tan curioso como la indiferencia del mundo académico hacia su figura: aunque la memoria es quebradiza, no recuerdo que su nombre saliera en las clases de licenciatura. Algo que tampoco es difícil de entender después de haberme acercado a alguno de sus textos, empujado principalmente por la curiosidad, el eco social y la efervescencia editorial. Así que hoy quisiera recomendar la lectura de la que pasa por ser la más importante de ellas: Walden.
Walden no es una novela, pero tampoco es un ensayo. Llamarlo autobiografía sería exagerado: recoge tan solo dos años de la vida de su autor. Conclusión: estamos ante un texto verdaderamente extraño, que mezcla lo autobiográfico con consideraciones de tipo cultural, político, económico y filosófico. Las circunstancias en las que fue redactado son bien conocidas: el autor se fue a vivir a una cabaña en el bosque durante dos años, aislándose así de la sociedad y tratando de llevar una vida sencilla, entregada a las necesidades más elementales y al disfrute de la naturaleza. La experiencia despertó tanta curiosidad en su tiempo, que Thoreau se animó a escribir esta obra, en la que mezcla a partes iguales sus vivencias durante aquellos dos años de soledad y reflexiones de todo tipo que le asaltaban a cada momento. Con estas leves pinceladas es fácil imaginar qué nos ofrece Thoreau al menos en lo filosófico: encendida defensa de la vida natural, alejada de los lujos y las sofisticaciones, y una exaltación de la naturaleza, a la par que una crítica de la sociedad y la cultura de su tiempo.
La lectura de Walden hoy oscila entre la sonrisa y la interrogación. La sonrisa viene provocada por la ingenuidad, quizás pretendida, que destilan algunos de sus párrafos. Nos presenta una naturaleza idílica, capaz de proveernos de todo cuanto necesitamos, y cuestionando muy seriamente algunos de los rasgos que la sociedad de su tiempo, y la de hoy, llamarían “progreso”. Una vuelta al entorno que, por otro lado, resulta hoy imposible. Una crítica que a menudo se extiende hacia estas iniciativas naturalistas: ¿serían sostenibles y aplicables para una mayoría significativa de la población mundial? No obstante, esto no impide que surja permanentemente la interrogación: ¿tendría el suficiente valor el lector correspondiente para seguir los pasos de Thoreau? No es su libro un manual de supervivencia o una guía para adaptarse al bosque, pero sí un testimonio vivo de que, al margen de que sean generalizables o no, es posible vivir de otra manera, romper que obligaciones sociales, culturales y económicas y dejar que la sencillez sea la marca permanente de nuestro tiempo. Y ahí dónde la obra de Thoreau adquiere también una dimensión claramente filosófica, si de alguna forma entendemos que esta va inseparablemente unida a la vida.
Monument en memòria de Benjamin a Pot Bou |
Breve biografía
Walter Benjamin nació en Berlín en 1892, en cuya universidad estudió, así como en las de Friburgo y Berna, donde se doctoró con una tesis sobre el romanticismo alemán.
A su vuelta a Berlín y una vez truncada su carrera académica, trabajó como crítico literario y traductor. Influido por Bloch y Luckács, asumió posturas marxistas.
Desde 1933 vivió exiliado en París, adonde se había mudado ante el empuje del nazismo en Alemania. Huyó de la ciudad a mediados de junio de 1940.
Se trasladó a España con idea de embarcar hacia EE UU. En Portbou, se suicidó con morfina. Un monumento recuerda su paso por la localidad gerundense.
La primera parte de la Obra de los pasajes es el séptimo de los 11 volúmenes de las obras completas, cuya edición está llevando a cabo Abada a partir de la publicada en Alemania por la prestigiosa Suhrkamp Verlag, en edición de Rolf Tiedemann y Hermann Schweppenhäuser (con la colaboración de Theodor W. Adorno y Gerhom Scholem).
font |
La balena franca, o balena dels vascos |