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Inevitablement, amb tants anys de crisi i amb tantes portes, tancades van tornant els vells fantasmes. Els morts vivents surten de la tomba (no estaven morts, feien vacances), es reencarnen els vampirs i es torna a confondre el ser d’esquerres amb no dutxar-se i el ser progressista amb ser analfabet.
Catalunya com a nació sense Estat sempre ha viscut en perill de caure en la temptació anarquista; un antiestatisme fet de pura impotència política. D’aquesta temptació n’han sortit coses bones, el que de vegades s’anomena ‘anarquisme fraternal’ (un model d’educació popular, l’ateneisme obrer, la petja de Tolstoi, etc.). Però també n’han sortit coses sinistres, i tipus com el Cojo de Málaga (la FAI, el xuliputisme del Paral·lel, el pistolerisme, l’els morts a l’Arrabassada i l’acabar pixant dins el mar a la platja d’Argelers). Quan l’anarquia més bèstia triomfa, el país pateix una reculada d’anys.
Al voltant d’Ada Colau es pot congriar una tempesta i aviat tindrem problemes si no s’atura a temps el model polític que ella representa. El moviment al seu voltant és l’expressió de la pura impotència i de la frustració que busca dreceres sense entendre no hi ha solucions fàcils per a problemes difícils, ni respostes ingènues que no amaguin totalitarisme i impotència. La vella temptació anarquista, la gresca com a ideologia, la retòrica, els ‘compañeros del metal’ i l’assemblearisme més grotesc són un símbol de decadència política. I no tenen res de progressisme.
Cal reaccionar contra la caricatura de l’esquerra, el totalitarisme assembleari, el ‘echame argo’ i la subvenció per comptes del treball. Cal reaccionar contra els paios que no acaben ni la carrera i ja es creuen que poden donar lliçons. Cal reaccionar contra el llenguatge de la intimidació i el ressentiment. Cal reaccionar contra els professionals del ‘cuentu xinu’, contra tota aquesta gent que sempre té raó però no saben ni fer res, ni deixen fer res.
La renovació de l’esquera no vindrà d’una coalició de fracassats de la vida, d’aventurers polítics i de firaires. Bons, potser, com a símptoma del que no funciona, però incapaços de fer funcionar res.
El que representa Ada Colau ja ho coneixem. I també sabem com va acabar. L’herència de la FAI no ens interessa per a res. Repetir fracassos històrics és d’ases. Espero que ERC, el PSC i ICV ho tinguin clar.
Precisament perquè hi ha crisi, precisament perquè la crisi és dura, cal evitar els camins perdedors.
Para que se dé la selección de grupo se precisa competición entre grupos y algo de coherencia grupal. Diferentes grupos tienen diferentes aptitudes, según la proporción de altruistas que incluyan. Si el 80 % de un grupo es altruista, lo hace mejor que un grupo que solamente dispone de un 20 % de altruistas. De manera que mientras la selección en el interior de grupos favorece el egoísmo, estos grupos con muchos altruistas obtienen mejores resultados. Pero, como es natural, la extensión de la selección de grupos depende de importantes detalles, como la migración y coherencia del grupo. Dicho esto, la selección natural puede de verdad operar a niveles diferentes, desde el gen hasta grupos emparentados hasta especies y quizás incluso más allá.
forges |
Gracias a @RaqueldelaCruz4, ya podemos compartir en la web el examen que los alumnos de las Universidad de Castilla y León resolvían esta misma mañana. En esta ocasión, uno clásico y el último del temario: Aristóteles y Ortega. (ver examen). En unos días, compartiremos una propuesta de resolución.
Hoy empieza la P.A.U. en Castilla y León, así que se estará disparando el consumo de café y estimulantes en la comunidad, que irá de la mano de las valerianas y demás estrategias varias para la tranquilidad. Dominio sobre las mentes y los cuerpos: ahora quiero estar despierto y con la suficiente tensión para el estudio, ahora quiero relajarme antes del examen. Viéndolo desde fuera resulta sencillo denostar esa suerte de tortura a la que se someten los estudiantes antes de los exámenes. Pasarlo en carne propia es otra cosa. Por qué no tomarnos el asunto con un poco de filosofía: menos Red Bull y más Nietzsche. Ahí van cinco ideas del alemán que bien podrían aplicarse a la P.A.U.
Cézanne, Noi amb armilla vermella |
Alguna vez me he topado con la no sé si filosófica cuestión de la fórmula uno y su inclusión, o no, en la categoría de “deporte”. Es una de esas cuestiones aparentemente irrelevantes, pero capaces de despertar auténticos enfrentamientos. No en vano, por debajo de todos los argumentos laten dos actitudes: la de aquellos que disfrutan con las carreras, frente a la de los que se aburren soberanamente cada vez que el ruido de un motor revolucionado suena en la televisión. Es inevitable que en medio de todas estas discusiones no terminen aflorando los dos componentes esenciales del asunto: el hombre y la máquina. De eso va precisamente la película que comentamos hoy: de dos formas de entender el automovilismo mucho antes de que este se convirtiera en un espectáculo de masas. Toda la película gira en torno a una rivalidad mítica entre los aficionados: la de Niki Lauda y James Hunt. Ambos se presentan en la trama como representantes de formas también antagónicas de comprender su oficio: la razón frente a la pasión.
No sé si los seguidores de la F1 podrán encontrar paralelismos en las competiciones actuales, pero Lauda es un tipo obsesionado con los asuntos técnicos. Quitarle peso a un coche puede ser un motivo más que suficiente para ganar un campeonato del mundo. No importa entonces lo buen piloto que se sea, sino más bien todo lo que se haya calculado previamente: desde la aerodinámica al consumo de combustible o la carga del mismo. Correr en un coche es entonces una cuestión de ingeniería. Ganará las carreras, en consecuencia, quien más se acerque a la máquina, a un modo mecánico de plantear las carreras en las que todo viene marcado de antemano: las maniobras, los trazados, las frenadas. Absolutamente todo. Nada queda al antojo de la improvisación. Algo que, por cierto, no es exclusivo de la F1, sino que se va extendiendo a otros deportes. Los entrenadores cuentan hoy con potentes aplicaciones para dibujar tácticas, y la estadística, esa ciencia tan exacta como imprecisa sin una buena interpretación, es una herramienta obligada en todo análisis deportivo. Esa obsesión por el número que puede echarse a perder si el más mínimo detalle se sale de lo planeado: si llueve antes de lo previsto, o si finalmente a las nubes les da por guardarse el agua y has sacado neumáticos de lluvia.
Toda tesis tiene su antítesis. Así ocurrió en la rivalidad entre Lauda y Hunt, y así se puede ver también en la película. Otra forma de vivir el automovilismo y el deporte en general es la del instinto, la pasión, el sentimiento y, por qué no decirlo, la imprudencia. Esa que nos puede llevar a correr en condiciones que terminan poniendo en peligro nuestra vida. Esa que nos lleva a adelantar en la curva más peligrosa, arriesgándolo todo y confiando en que el otro se acobarde y levante el pie. Para salvarse a sí mismo, pero también para perder la carrera. Igual que ocurre con la vida, a veces el deporte no es número, técnica o mecanismo, sino pura irracionalidad. Correr por el puro placer de sentir la adrenalina disparada y de sentir que las posibilidades de morir se equiparan a las de seguir viviendo. Y parece que al final hay que elegir: que el técnico tiende a ser conservador y que el apasionado orina encima de la técnica, llevado por la vieja hybris del ganador, seguro de que todo depende de cuánto estamos dispuestos a arriesgar. Cuánto podemos sufrir durante la partida, cuánto riesgo podemos asumir. Dos estilos de jugar, que son también dos estilos de vida. Como si Nietzsche y Descartes se miraran desafiantes de soslayo, agarrados a un volante en medio de un ruido ensordecedor y con un semáforo a punto de ponerse en verde.