Carles Martí |
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Camus |
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Vamos cerrando en estos días los contenidos de la que será la primera evaluación, así que a la carrera y algo ajustados terminamos de presentar la filosofía aristotélica con referencias a la parte más práctica de su pensamiento: la ética y la política. Señalando la práctica y la experiencias como los pilares de ambas, suelo detenerme en una idea que hoy se considera casi una provocación y que desde luego resulta políticamente incorrecta: la distancia que establece Aristóteles entre la juventud y la virtud. Si lo queremos en una expresión cruda: un joven no puede ser feliz. El motivo principal alude a la interrogación que preside esta anotación: si la felicidad depende de la virtud, si para ser felices tenemos que ser buenos seres humanos, parece complicado que esta virtud se alcance en una etapa de la vida en la que todavía carecemos de la experiencia necesaria para lograrla. De una forma directa o indirecta, está poniendo Aristóteles sobre la mesa cuestiones sobre la dimensión moral del ser humano que están de plena actualidad. Tanto sobre la naturaleza de al virtud como sobre el modo de conseguirla, aspectos que pasamos a comentar a continuación.
Lo primero, la naturaleza innata de la virtud. Hay quien piensa, y entre ellos quizás se encontraran algunos genetistas y sociobiólogos, que el comportamiento moral está determinado por los genes o, más genéricamente, la naturaleza. Más o menos así lo decía el otro día una alumna en clase: “nacemos buenos o malos, y lo que nos pase después tampoco importa demasiado, no se puede cambiar lo que somos desde que nacemos”. Una idea con la que se sentirían muy cómodos todos los partidarios del determinismo pero que no deja demasiadas oportunidades a la humanidad. La idea no tardó en tener réplica en la voz de una compañera que sin quererlo estaba abriendo espacio para todos los partidarios del predominio de la sociedad, la cultura o incluso la economía: “más importantes que los genes son todas las influencias que recibimos del entorno en el que crecemos. Idea que, si nos alejamos del determinismo, resultaría más cercana al bueno de Aristóteles: no nacemos buenos o malos, sino que llegamos a serlo a lo largo de nuestra vida por medio de la práctica. O si queremos, en plan existencialista: no nacemos buenos o malos, sino que nos hacemos buenos o malos en cada una de nuestras acciones.
La cuestión es que esta idea, que parece tan cercana al sentido común, trae consigo la inesperada consecuencia que apuntaba al principio: un joven no puede ser virtuoso en el pleno sentido de la palabra. Le falta práctica, diría Aristóteles. Otra forma más cotidiana de expresarlo: no ha metido la pata suficientes veces. Porque en eso consiste la virtud: en equivocarse lo menos posible, pero principalmente en aprender todo lo que se pueda de esas veces que nos equivocamos. Como nadie nace enseñado en esto de la vida, vendría a decirnos Aristóteles, es preciso ir aprendiendo de la experiencia, y en este sentido los golpes y las caídas con un camino inevitable, por el que transitan todos, buenos y malos, los que en el mundo han sido. No negaría Aristóteles esa frase que tan a menudo está en boca no sólo de padres, sino también de los profesores cuando hablan de sus alumnos: “Fulanito es buena persona”. Sin embargo, sí incluiría una advertencia: por muy bueno que sea, es probable que se equivoque, porque forma parte esencial de la vida el errar. Una idea que nos resulta hoy poco menos que escandalosa: en el tiempo en el que buena parte de la humanidad aspira a una juventud eterna, cualquier valoración crítica de la misma, por pequeña que sea, levanta sospechas. Quien sabe, quizás porque una primera señal de que no se valora excesivamente la virtud moral sea esa preocupación obsesiva de algunos por parecer, que no ser, jóvenes. Algo que los jóvenes, los que de verdad lo son, tienen que mirar necesariamente como una de las señales más excéntricas del tiempo que nos ha tocado vivir. Enfoque crítico que, por cierto, bien puede ser una señal de virtud.
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Michael Walzer |
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Ciceró |
Estas hipótesis no expresadas explícitamente se suelen llamar hipótesis auxiliares y son cruciales en cualquier caso de razonamiento disconfirmatorio. Tanto es así que, en cualquier situación en la que se usa una teoría para hacer una predicción que resulta ser incorrecta, es posible (de hecho muy probable, como demuestran todos los días los laboratorios de prácticas) que la hipótesis principal esté perfectamente bien y que lo que fallen sean algunas de las hipótesis auxiliares.
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Spinoza |
En este sentido sólo Dios es causa libre –Dios obra por las solas leyes de su naturaleza y sin ser compelido por nadie (E1p17)-- y su voluntad es causa necesaria –La voluntad no puede llamarse libre, sino solamente necesaria. (E1p32)Con esta definición Spinoza se opone a la tradición, esto es, ser libre no es estar indeterminado u obrar sin causa. Spinoza rechaza pues la doctrina de una voluntad libre o indeterminada:Se dirá libre aquella cosa que existe por la sola necesidad de su naturaleza y se determina por sí sola a obrar; pero necesaria, o mejor, compelida, la que es determinada por otra a existir y operar de cierta y determinada manera.(E1d7)
Los hombres tienen la ilusión de ser libres porque son conscientes de sus apetitos, mientras que desconocen las causas que los determinan. No hay una voluntad libre; todas las acciones están determinadas por causas y están sujetas a la ley de la necesidad. Aún la voluntad infinita de Dios no puede llamarse ‘causa libre’, sino sólo ‘necesaria’, porque está determinada por el atributo de pensamiento. De aquí no se sigue que la libertad sea una ilusión, pues uno debe distinguir entre la necesidad interna de nuestra naturaleza y las necesidades externas. Ser libre no consiste en hacer lo que nos venga en gana, sino en guiarse por la razón.En el alma no hay ninguna voluntad absoluta o libre, sino que el alma es determinada a querer esto o aquello por una causa que también es determinada por otra, y ésta a su vez por otra, y así hasta el infinito. (E2p48)[L]os hombres se creen libres por esta sola causa: porque son conscientes de sus acciones e ignoran las causas que los determinan. (E3p2e)
Y precisamente, la diferencia entre pasiones y acciones, entre pasividad y actividad es la diferencia esencial entre lo que Spinozaconceptúa como esclavitud y como libertad:Aparte de la alegría y del deseo, que son pasiones, se dan otros afectos de alegría y deseo, que se refieren a nosotros en cuanto obramos [activamente]. (E3p58)Como la razón no exige nada que sea contrario a la Naturaleza, exige, por tanto, que cada cual […] busque […]lo que le es realmente útil, y que apetezca todo lo que conduce realmente al hombre a una perfección mayor, y, sobre todo, que cada cual se esfuerce, cuanto esté en él, en conservar su ser. (E4p18e)
[V]eremos fácilmente en qué se diferencia el hombre que es guiado por el solo afecto o por la opinión, del hombre que es guidado por la razón. Aquél, en efecto, quiéralo o no, hace lo que mayormente ignora; pero éste no complace a nadie sino a sí mismo, y sólo hace lo que sabe que es primordial en la vida y que por ello desea en grado máximo; y por eso al primero lo llamo siervo y al segundo libre. (E4p56e)
Para Spinoza, la libertad consiste no en actuar gratuitamente, sin causa ni razón, sino, al contrario, en actuar conforme a la naturaleza necesaria del hombre; en obedecer el conatus racional y predeterminado de perseverar en su ser, actuando en conformidad con ‘las ideas claras y distintas’ que muestran la racionalidad universal. La libertad no sería otra cosa que el cumplimiento con la necesidad propia de su esencia humana.El hombre libre en ninguna cosa piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida. (E4p67)
Siempre que se clasifican y ordenan elementos, sean estos químicos o no, cobra gran importancia la nominación. Hay que decidir cómo nombrar a los elementos. Sólo cuando hay una palabra para un objeto, un objeto es un objeto, por decirlo como Heidegger. Con los elementos conocidos de casi toda la vida no había demasiados problemas porque solían venir ya con un nombre asociado, pero con los nuevos había que tomar decisiones sobre cómo nombrarlos. La única norma es de mitad de siglo XX: la IUPAC (la IUPAC es la Unión de Química Pura y Aplicada y es como la FIFA de los químicos) dijo que los metales debían acabar en –io, pero la mayoría de los elementos fueron descubiertos antes de esta fecha y no están afectados por este sufijo. Propongo una clasificación de los nombres de los elementos en cuatro grupos. Estos cuatro grupos son simplemente curiosos y no se nos ocurre ninguna utilidad pedagógica para ellos. Naturalmente muchos elementos quedan fuera de estos cuatro grupos y otros podrían considerarse como pertenecientes a más de uno.Miradlos: aquí, los ladrillos del mundo, alineados en pisos, estantes, repitiendo regularmente propiedades, delatando una estructura más profunda, ya no materia eterna e inmutable, sino historia en las estrellas, rastros de tanteos, edificios de niveles y subniveles, nubes de incertidumbre, flores combinatorias. Venimos de más allá de estas piezas, no sabemos hacia dónde vamos, pero ¡qué gozo haber podido comprender tras ellas la belleza de una lógica del mundo!.
Hablemos, hoy que se celebra el día mundial de la filosofía, de todo aquello que alienta precisamente su destrucción. Y no es que nos pongamos hoy pesimistas: muy al contrario es un sano ejercicio filosófico el apuntar hacia las actitudes concretas que la aniquilan, pues esto nos servirá para señalar también otras formas de vivir y pensar que logran hacer de la vida una experiencia más humana y plena. Pues de esto, y no de otra cosa, se trata en filosofía: vivir de una forma auténticamente humana. Sirva esta lista para desear, no sin sarcasmo en los tiempos que corren, un feliz día mundial de la filosofía a todos cuantos la lean.