Artículo aparecido en el diario ARA el 19 de diciembreMi nieto Bruno, que acaba de cumplir 6 años, mi mujer y yo nos hemos pasado tres días haciendo deberes. Aprovechando que yo tenía una charla en Madrid, nos fuimos los tres para allá. El primer deber del Bruno era hacerse cargo de su propia maleta. Se ha dicho alguna vez que viajar con niños pequeños es muy parecida a transferir presos peligrosos de un lugar a otro: no puedes despistarte ni un segundo. Por si acaso, el segundo deber del Bruno era memorizar unas instrucciones precisas y llevar siempre en el bolsillo una tarjeta con nuestros teléfonos.
En mi charla defendí que los hijos (y los nietos) son como los barcos. El lugar más seguro para ellos es el puerto, pero no están hechos para eso, sino para hacer travesías cada vez más largas y expuestas a los caprichos del clima. Crecer es adquirir recursos para saber aprovechar los vientos portantes y capear los temporales. Pero así como un barco no se hace a la mar hasta que no está terminado, las personas nos vamos acabando (siempre provisionalmente) a medida que vamos asumiendo nuestras propias responsabilidades. El premio de la persona responsable es la confianza que se gana entre los que lo rodean. Este era el tercer deber de Bruno: gestionar la confianza que le dábamos para hacer pequeñas compras, elegir su menú en los restaurantes o en el buffet libre del hotel, etc.
Yo participaba en un acto que reunía más de ochocientos padres y para facilitarles su asistencia había un taller de actividades para niños. El cuarto deber del Bruno era participar en este taller aunque no conociera a ninguno de aquellos niños.
El deber más importante de todos era visitar Velázquez en el Museo del Prado. Parece que le gustó, pero no lo entusiasmó (lo que más le gustó fue la llave de
La rendición de Breda). Lo que le impresionó de verdad fueron dos obras inesperadas. Una de ellas, el
Saturno devorando a su hijo, de Rubens, ante el que se quedó clavado. Apretándonos con fuerza las manos, nos preguntó por qué ese señor se estaba comiendo un bebé. Tuvimos que hacer uso de todos nuestros recursos para improvisar una versión del mito que fuera dramáticamente digerible para un niño de seis años y, especialmente, para explicarle por qué la mamá del bebé no lo impedía. La segunda obra que le impresionó fue
El jardín de las delicias. Nada más verlo, se sentó en el suelo y se pasó sus buenos diez minutos contemplándolo en silencio y sin hacernos preguntas.
Como teníamos que caminar mucho tuvimos que desarrollar estrategias para hacer soportables las distancias. Aquí Bruno se encontró con un deber "gamificado", como se dice ahora. Si quería que nos detuviéramos a descansar, tenía que decir una palabra mágica: "Otorrinolaringólogo". A las ocho de la tarde ya estábamos en el hotel: ducha y escritura, ya que había que escribir una lista con las palabras que resumieran lo que habíamos hecho a lo largo del día.
Como puede verse, fue un fin de semana cargado de deberes, pero al abandonar el hotel, Bruno nos pidió que, por favor, nos quedáramos en Madrid un día más. Creo que esto de hacer deberes con los nietos funciona. Bruno superó más que satisfactoriamente las 3 horas de ida y 3 las horas de vuelta en tren. Me parece que la mayoría de nuestros vecinos no se dieron cuenta de su presencia.
Dos comentarios adicionales (20 de diciembre):1. El artículo ha tenido mucho éxito, cosa que me sorprende un poco, porque me temo que no ha sido entendido por los que creen que hacer deberes en casa es discriminatorio. 2. Como todos somos muy abiertos y demócratas, una lectora me corrige y me dice que el artículo está muy bien, pero que el cuadro de "Saturno devorando a su hijo" es de Goya.
Yo, se lo aseguro, estaba allí, con mi nieto.