"No hay hechos, sólo interpretaciones".
Esta afirmación se ha convertido en un lugar común para concebir la posibilidad de justificar el subjetivismo a ultranza. Desafortunada interpretación, si se atiende a lo que el propio
Nietzsche expone líneas más adelante, y es que, casi siempre divulgada en un contexto que margina su inclusión en el sentido más amplio que la envuelve, la frase pierde así su enfoque. De esta manera, se ha intentado a partir de ella explicar cómo cualquier enunciación de un intérprete tiene validez, tornando de esta manera la hermenéutica en un procedimiento totalmente trivial, concebido como ejercicio para legitimar principalmente la consolidación de quien realiza la interpretación, es decir, el fortalecimiento del sujeto-intérprete.
Sin embargo, los alcances de lo expresado por
Nietzsche apuntan en otra dirección, o al menos, en una que justamente desarticula la pretensión de afianzar el subjetivismo. Es claro que la primera intención contrasta la ingenuidad objetivista de un dato que pueda presentarse y asimilarse como un hecho bruto y mensurable. Centrarse en esta particularidad es la ruta sobre la cual se gesta el afianzamiento del subjetivismo, el cual, al negar la posibilidad de registrar una verdad objetiva, se amplifica en un relativismo desde el que todo es interpretación y nada más. Tal es el sitio en el que se encuentra la recepción común de la frase. Pero lo que
Nietzsche expone da pie a otras consideraciones. Necesariamente hay que reproducirlo en su totalidad.
Contra el positivismo, que se queda en el fenómeno “sólo hay hechos”, yo diría, no, precisamente no hay hechos, sólo interpretaciones. No podemos constatar ningún factum “en sí”: quizá sea un absurdo querer algo así. “Todo es subjetivo”, decís vosotros: pero ya eso es interpretación (
Auslegung), el “sujeto” no es algo dado sino algo inventado y añadido, algo puesto por detrás. ¿Es en última instancia necesario poner aún al intérprete detrás de la interpretación? Ya eso es invención, hipótesis.
Son nuestras necesidades las que interpretan el mundo: nuestros impulsos y sus pros y sus contras. Cada impulso es una especie de ansia de dominio (Herrschsucht), cada uno tiene su perspectiva, que quisiera imponer como norma a todos los demás impulsos.
La lectura del fragmento completo exige distanciarse de su asimilación corriente y obliga a desarrollar una óptica distinta. En efecto,
Nietzsche contrasta el positivismo, pero también el afianzamiento de la subjetividad. Por eso mismo, la peculiar perspectiva según la cual se instaura un absolutismo del sujeto en aquello que designa, estima, opina, valora, no es más que una construcción que efectivamente, contradice el texto mismo. Nada más alejado de él que introducir un sujeto fundante cuya valoración sea lo que predomine. En tanto interpretación, es ésta la que impera, no el intérprete. Siguiendo una línea crítica del empirismo contra el afianzamiento de la subjetividad,
Nietzsche considera como hipótesis insostenible la invención de un sujeto, de un intérprete que esté detrás de la interpretación.
Existen pues interpretaciones, mas no intérprete. O lo que es lo mismo, existen valoraciones emanadas de relaciones dadas a través de las circunstancias que las envuelven, sin que de ello sea concebible la idea de un sujeto fundante que las sostenga. Justamente la consideración de
Nietzsche, al involucrar la idea del perspectivismo, confiere la posibilidad de involucrar muchos sentidos, sin que uno de ellos tenga más relevancia que los demás. Éstos se dan sin la necesidad de involucrar un sentido mayor en la figura de un sujeto del cual se desprenda la enunciación y por supuesto, el fundamento.
Perspectivismo no es pues relativismo. Este último demanda el afianzamiento del sujeto, otra interpretación más que ansía su propio culto, un dogmatismo individualizado. El primero, en cambio, estimula la distención de la carga y el peso que demanda la aparición de un sujeto fundante. Hacia allí apunta el juego, la ironía, la experiencia ligera, el rechazo de todo espíritu de pesadez que tanto promulga
Zaratustra. Los intérpretes demandan un privilegio, las interpretaciones por el contrario, fluyen en el mismo sentido de los juegos fortuitos de donde precisamente surgen como elementos de un mundo carente de sustancias, de verdades, de conocimientos últimos.
Por eso, el
Übermensch, el superhombre nietzscheano, no ha de imponer su autoafirmación, más que eso, afirma la precariedad de una verdad y de sí mismo como verdad, afirma mejor sus rutas, múltiples siempre, despliega sus amplias posibilidades de ser no un dios sino muchos, de ser volátil pasajero entre la ironía y el juego, la transformación y la no permanencia.
Alfredo Abad,
Acerca del fragmento "... no hay hechos, sólo interpretaciones" (Nietzsche), El vuelo de la lechuza 04/02/2019
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