-
-
0:18
»
El café de Ocata
Cuando he salido a la Plaza de Cataluña estaba lloviendo. Un paquistaní que estaba al acecho, se me ha acercado a venderme o un paraguas o un impermeable, pero me ha parecido que no llovía mucho. Un calabobos. Así que he decidido ir andando hasta la calle Poeta Cabanyes. Atardecía y las luces de las farolas se reflejaban en los charcos. Por mirarlos embobado me he metido en uno. No hacia frío y la ciudad, bajo la lluvia, es tan distinta a la habitual... Empequeñecen tanto los transeúntes...
Me gusta Barcelona. Aquí se ha desarrollado la mayor parte de mi vida. Si los años de vida cuentan, soy más de aquí que de ningún otro sitio y, sin embargo, no puedo ser sólo de aquí. La infancia pesa tanto en una biografía que todo se escora, de una forma u otra, hacia ella. Se inmiscuye en los sueños del adulto y me temo que puebla los del anciano. Caminar bajo la lluvia significa recuperar, desde la melancolía del adulto, algo de la feliz ingenuidad infantil.
Me he acercado hasta la librería la Central del Raval. ¡Cuánto libro que no me interesa! ¡Cada vez más Foucault! ¡Cada vez más libros de género! ¡Cada vez más heridas identitarias! He salido de allí con las manos satisfechamente vacías. Una experiencia inédita.
Ha parado de llover y como aún tenía tiempo, he ido a la Calders, a saludar a Isabel Sucunza. Más libros y el mismo desinterés. Me ha gustado hablar con ella y he disfrutado del vino que me ha servido. Los libros se han quedado allá lejos.
¿A quién le puedo decir yo, pobre de mí, que estoy leyendo a Manuel Fraga y que llevaba un libro suyo en la cartera? ¿A quién le puedo decir que me están gustando mucho las conferencias que componen El pensamiento conservador contemporáneo, publicado en el 81? Allí he encontrado esta cita de Maeztu: "Un pueblo vive cuando es capaz de integrar a sus herejes". A él lo mataron en el 36, por hereje.
-
-
10:32
»
El café de Ocata
Me cuenta su viuda que en el transcurso de una revisión, a Z. le encontraron un pequeño carcinoma en un pulmón. Nada grave, en estos tiempos. Se planificó una operación que se realizó con éxito. Pero una infección hospitalaria se inmiscuyó en su vida y una neumonía fatal se lo llevó en dos días, sin que los médicos pudieran hacer nada por evitarlo.
Comentamos, emocionados, cosas de él y los dos coincidimos en que últimamente se lo veía relajado, feliz, centrado, sereno, haciendo planes.
Las personas ocupamos diferentes espacios vitales y por eso cuando morimos dejamos diferentes espacios desolados. Las que ocupan mucho espacio vital, dejan ausencias muy grandes. Nada volverá a ser lo mismo, porque cuando vuelva de mis paseos ya no te encontraré en la terraza de ese bar tomando una cerveza.
Cada vez se esponjan más los espacios vitales. Quedan huecos de sentido, vacíos, burbujas de ausencias, terrenos baldíos. Hay que ir aprendiendo a transitar por ese mundo sin dejar de amar la vida.
-
-
8:34
»
El café de Ocata
Me pongo a escribir porque creo que tengo algo que decir, pero con frecuencia en el proceso de la escritura me doy cuenta de que no sé decirlo bien. Mis ideas no son lo suficientemente claras y distintas como para encajarlas con soltura en las palabras.
La necesidad de aclarar las ideas para hacer más diáfana la expresión y para reconocerme a mí mismo en lo que escribo -para asumir ese párrafo como mío- me fuerza entonces a pensar de otra manera lo que creía que era una convicción y a ir más allá de mis supuestos. Y así caigo en la cuenta de que no tenía las cosas tan ligadas como parecía y que, sorprendentemente, no comparto todo cuanto escribo.
Si la verdad, ciertamente, obliga, la incoherencia aún obliga más.
Decía Platón que el pensamiento es el diálogo del alma consigo misma. Posiblemente así sea en el caso de los grandes pensadores, que son capaces de detenerse ante la realidad y darle forma conceptual. Pero en mi caso, para poder pensar conmigo mismo tengo que dar forma escrita a lo que antes de escribir creía que eran mis ideas.
En el esquema que me hago inicialmente, todo está claro, pero es en la escritura, que me obliga a ir paso a paso, donde se pone a prueba mi coherencia.
Digo "mis" ideas como si tuviera un derecho de propiedad sobre las mismas, y resulta que son ellas las que me fuerzan a tirar por aquí o a torcer por allá.
Escribir es ponerse en manos del logos que uno es capaz de gestionar.
-
-
1:05
»
El café de Ocata
Mi amigo Luis Lizásoain, como es un pedagogo serio, de los que investigan y llegan a conclusiones importantes, no es muy conocido en las escuelas. Trabaja tanto, que no tiene tiempo para pendonear en los medios. Pero es un genio. Ha demostrado que el medio social de un centro escolar condiciona, pero no determina sus resultados. Sea el que sea su nivel socioeconómico, hay centros que rinden muy por debajo de lo que sería previsible y, otros, muy por encima. Si el medio social determinase, el resultado de cada centro estaría exactamente en la línea ascendente central. Pero aunque es indudable que esa línea se comporta como una especie de atractor, hay centros que son capaces de escapar de su influencia, para bien y para mal. El profesor importa.
Como Luis Lizásoain es de esos amigos para siempre, me cuida enviándome sutilezas como las de las fotos.
Estoy observando que últimamente los amigos me regalan bebidas, cosa que agradezco con toda sinceridad, pero me mosquea un poco el hecho de que parezca que se han puesto de acuerdo. El señor que me ha traído hoy el paquete con las dos botellas, me ha dicho: "Aquí hay líquido. ¿Qué es, un homenaje que le hacen, o qué?"
-
-
9:19
»
El café de Ocata
Me envía un asiduo e histórico visitante de este café esta imagen con la siguiente pregunta: "¿Cuánto cinismo es capaz de soportar el Antisistema?"
Lo único que puedo contestar, E., es que tanto como el Sistema.
Sloterdijk escribió hace tiempo su
Crítica de la razón cínica -que creo que se ha vuelto a reeditar recientemente- y acertó. El cinismo es uno de los rasgos que mejor desciben a nuestro tiempo.
Diógenes el Cínico era muy querido en Atenas porque convirtió, posiblemente sin proponérselo, el gesto ético en espectáculo y por eso la gente, después de oírlo, podía seguir tan tranquilamente con sus vidas.
El espectáculo es la argucia que elige el Espíritu para mantener en nómina a los indignados.
Lenin, que era un tipo muy listo, ya sabía que a los intelectuales había que ganárselos porque dan juego en el espectáculo mediático, pero en ningún caso había que tomarlos en serio.
-
-
0:43
»
El café de Ocata
Cuando estoy en casa me gusta levantarme temprano, muy temprano. Con frecuencia, aún no ha amanecido. Y sin lavarme la cara vengo al ordenador. Los mails se acumulan y si no los respondo diariamente acaban sucumbiendo en el olvido bajo el peso de los nuevos mails, que llegan en alud. Después intento pasar mis notas a limpio y cumplir con compromisos.
Llevo varios días tomando notas sobre el capitalismo cognitivo, que es de lo que les hablé hace unos días a los miembros del Capítulo español del Club de Roma. Cada vez veo más claro que lo que define nuestro tiempo no es ni la información (“sociedad de la información”), ni el conocimiento (“sociedad del conocimiento”), sino el hecho de que el conocimiento ha adquirido el valor económico que hasta hace poco tenían los llamados recursos naturales. Eso en sí no tendría que ser malo. Incluso podría ser muy bueno. Pero comenzamos a ver que el conocimiento -el conocimiento poderoso- está aún peor repartido que la riqueza tradicional.
No sé si han oído hablar de la “Smart Fraction Theory”. Me parece que comienza a ser muy evidente que estamos asistiendo, en vivo y en directo, a la formación de una élite cognitiva que se caracteriza tanto por acumular conocimiento como por la accesibilidad a los "big data" que ese conocimiento le permite. Pero no era de esto de lo que quería hablar, sino de mi método de trabajo. Todas estas notas que voy escribiendo tienen que ser revisadas, criticadas, ordenadas y pasadas a limpio. En este momento esta cuestión de la élite cognitiva es especialmente importante para mí porque pretendo que el libro en defensa del conocimiento en el que ando trasteando, acabe con un capítulo sobre la relación entre sistema educativo y capitalismo cognitivo.
Y en esto suelen dar las diez o diez y media de la mañana y es la hora de cambiar de tercio. Me ducho, me visto y me voy a mi Plaza de Ocata, a desayunar y a leer hasta el medio día. Con frecuencia ya me tienen preparando algún libro que ha dejado allí el cartero. El de hoy ha sido una gratísima y fenomenal sorpresa, El tesoro olvidado, de Dimas Mas, autor que a veces se pasa por aquí con su nombre de pila.
Ese momento en el que pongo los pies en la calle y respiro hondo el aire nuevo de la mañana, es el mejor del día. El más sensual, el más expansivo y, al mismo tiempo, el más leve, el más liviano, y lo es especialmente en días como hoy en los que el verano anda rezagado y nos regala mañanas luminosas y reconfortantemente tibias... lo justo para que sea una delicia ponerse de espaldas al sol y sentirte inundado de calor. Les parecerá una tontería, pero por ese momento está salvado el día.
Y todavía queda el magnífico café del Petit Cafè.
-
-
0:26
»
El café de Ocata
Pierdo con frecuencia el equilibrio. Mi caída más aparatosa fue la de la semana pasada en la estación de Sants. Me caí por las escaleras mecánicas. Acabé con una rodilla sangrando y el traje roto. Pero cumplí. Di mi conferecia en Madrid.
En marzo me caí en Puebla (México) cuando iba a dar una conferencia. Me caí como suelo caerme, a plomo. Di con la cabeza en el suelo, las gafas salieron rebotadas. La gente vino a socorrerme y querían que me viera un médico. Pero yo les dije que tenía una confertencia que dar. Cogí mis gafas y me dirigí a mi destino. Por la cara que pusieron al verme entrar en la sala de conferencias me imaginé que iba como un Ecce Homo. Pero cumplí. Eso sí, tuve que dar la conferencia sentado. Después me llevaron a la enfermería y me atendió en catalán una médico muy simpática de Vic.
En Madrid me caí un día de mucha lluvia sobre un charco tras resbalar en una alcantarilla.
Hoy he estado a punto de caer bajando del tren.
Lo que me pasa es que, de repente, el suelo no está donde debiera estar.
No me quejo. No me pienso quedar recluído sentado en el sofá frente a la televisión.
Hoy he conocido en Barcelona a un joven de 21 años que lee a Russell Kirk y eso ya ha dado sentido al día. Pero además he cenado con Carme Fenoll y hemos hablado de los ingenieros y la ingeniería del futuro. Es decir, no de cómo será la ingeniería del futuro, sino de cómo los ingenieros consiguen que nos imaginemos el futuro. Los ingenieron son los nuevos profetas. Si el hombre, como decía Ortega, es un ser futurizador, hoy no futurizamos con las imágenes de ideólogos, políticos o artistas, sino con las de los ingenieros.
Tres noticias:
El 14 de noviembre debatiré con Javier Gomá sobre la dignidad en el Círculo del Liceo.
Al dí siguiente, el 15, hablaré en el Club Tocqueville sobre el conservadurismo español en el siglo XX.
Hoy el amigo J.N. me ha enviado una caja con 6 botellas de Moët & Chandon para celebrar nuestros 6 años de amistad.
Creo que merece la pena seguir cayéndose por esos mundos de Dios.
-
-
21:10
»
El café de Ocata
Iba yo a hacer la compra esta mañana y, al cruzar la Plaza Nueva, me ha parecido oír que una madre llamaba a su hijo Leónidas. Así que me he sentado en un banco para confirmarlo y no me he movido de allí hasta que de nuevo lo ha llamado con un sonoro y desacomplejado Leónidas. Hubiera abrazado a esa madre heroica.
Venía yo de hacer la compra esta mañana y, al cruzar la Plaza Nueva se me ha acercado una mujer cuya cara me resultaba vagamente familiar. Sin duda, venía hacia mi. Me ha llamado por mi nombre. Me he detenido un poco perplejo. Quería contarme que su padre acababa de morir. Entonces he caído. Era aquella alumna que tuve hace cuarenta años. Tendría ella 12 años y su padre... Una gran persona.
Hubo un tiempo en que los viejos tenían el buen hábito de morirse cuando tocaba, es decir, de viejos. El niño que yo fui asistía al espectáculo inédito de la vida y veía de lo más normal que los viejos murieran porque eran gente remota y como supervivientes de una cultura desaparecida. Vestían distinto, hablaban distinto, tenían pocos dientes y les temblaban las manos. De vez en cuando, es cierto, se moría alguien joven, de nuestra cultura, y eso era un drama. O se moría una criatura y era como el mundo al revés. Cuando éste último era el caso, las campanas de la Iglesia de mi pueblo no tocaban a muerto, sino a “mortichuelo.”
Ahora la gente de mi edad tiene el mal gusto de morirse como si fueran viejos, supervivientes… etc. Y eso lo cambia todo. El completo espectáculo del mundo se vuelve irónico.
-
-
7:50
»
El café de Ocata
Éste está siendo un año curioso. Tras
La imaginación conservadora, mi intención era dedicarme intensamente a un libro en defensa del conocimiento que espero tener acabado el mes que viene y que, si todo va bien, saldrá en febrero. Pero el hombre propone y el azar dispone. En marzo pasé dos semanas en México, la mayor parte de ellas en Puebla, a la sombra del volcán Popocatépetl, que andaba con las tripas revueltas, y fascinado por los milagros cotidinos de ese país indefinible, romántico y cruel, áspero y tierno, sinuoso y directo..., acabé un libro de aforismos que había iniciado hacía tiempo. Lo publicará de aquí a unos días mi querido amigo, el poeta sevillano Javier Sánchez Menéndez, en esa editorial tan entrañable para mí que es La isla de Siltolá.
En julio, una conjunción de elementos cordiales, entre los que se encontraban mis admirados Luis Solano, de
Libros del Asteroide, y Sergio Vila-Sanjuán, me llevó a dar una conferencia a los editores catalanes en el Forum Edita, titulada "Sin educación, no hay lectura", que ahora -en unos días- publican mis amigos de Plataforma. En noviembre hablaré sobre esta misma cuestión en Santiago, en una convención de editores gallegos.
Aún hay alguna cosa más, también inesperada, y muy especial -relacionada con los pájaros de Ravel-, para comienzos del año que viene... pero esperemos a hablar de ella a tener, al menos, la portada.
Cuando comencé a publicar -siempre estaré agradecido a la Editorial Trotta por abrirme tan generosamente las puertas-, escribía libros muy pedantes, llenos de notas a pie de página y bibliografía, que no hacían más que acallar mi voz, sepultada entre mucha erudición mal digerida. Pero un día descubrí que ya no escribía para mi curriculum, que ya no estaba en ninguna carrera de méritos, que ya no quería demostrar nada sobre mí mismo, sino demostrarme cosas a mí mismo, y me puse a escuchar mi propia voz y a modularla. La edad trae con ella no pocos achaques, pero entre ellos se esconde un regalo inesperado, la libertad. Es un regalo grande y exigente que me está ayudando a redescubrir el mundo y a redescubrirme a mí mismo.
-
-
7:53
»
El café de Ocata
El pasado 24 de septiembre, Miguel Barrero, director de educación de la Fundación Santillana, aseguraba en
El País que lleva 35 años preguntando
“¿Para qué sirve una raíz cuadrada?" Y todavía no ha hallado una respuesta convincente.
Menuda pregunta, ésta de la utilidad.
Si tuviera que borrar de mi memoria todos los conocimientos inútiles… comenzaría por un sueño irrealizable que me acompaña desde que tropecé con él en una página de Moreno Villa:
Pobre me vi entre los pobres, porque yo carecía de virtudes guerreras o cristianas.
Un monje, un día, dedujo, mirándome a la cara, mi origen musulmán. Me llamó y me dijo:
- Tú perteneces a la gente del Sur. Harapiento vas y no estás tullido. ¿Qué oficio practicabas entre los tuyos?
- Señor, nunca tuve oficio. Amaba y leía.
Continuaría borrando la descripción de la incineración de Frida Kahlo que encontré entre los papeles de un antiguo agente de la CIA en México (es que me gusta escarabajear inútilmente entre papeles viejos):
A medida que el cuerpo de Frida se iba acercando a las puertas abiertas del horno, eran las llamas las que parecían acercarse hacia su cuerpo. De repente, sus músculos se contrajeron por el efecto del calor y Frida se sentó de golpe en el carro del crematorio. En ese instante, las llamas alcanzaron su pelo, lo incendiaron y crearon un halo brillante y ardiente en torno a su cabeza. Todo fue repentino, inesperado y completamente aterrador. Los asistentes a la cremación comenzaron a gritar, presas de pánico y salieron en estampida, tropezando desordenadamente unos con otros en su afán de escapar. La horda incontrolable, atravesó gritando las puertas exteriores del crematorio, casi arrancándolas de sus bisagras, y salieron a la calle gritando que Frida estaba viva.
¿Qué utilidad me reporta saber esto?
Borraría la sospecha de que un haiku del inmortal Borges, de 1981, está muy, muy inspirado en una pregunta que el olvidado Antonio Zozaya se hace en El huerto de Epicteto, de 1906:
Borges: ¿Es un imperio / esa luz que se apaga / o una luciérnaga?
Zozaya: ¿... aquel rastro de luz que se enciende, cruza el espacio y va a caer en el infinito del tiempo es un poco de gas que se descompone o un mundo que pasa?
Borraría muchos nombres inútiles, hojarasca que inunda mi memoria, como el de Séneca Pérez, un ácrata derrotado en nuestra guerra, al que, cuando iba a ser fusilado ante los presos en formación, una mano amiga le lanzó a los pies un manojo de cebollas. Si se tiene en cuenta el hambre que se pasaba en la cárcel y que Séneca era vegetariano, este gesto inútil te deja, inútilmente, sin aliento.
Me tendría que olvidar de aquella anarquista llamada Armonía del Vivir Pensado; de Gorgonio Esparza, el matón de Aguascalientes y de sus compinches, el Bigotes y el Pataseca, con los que organizaba peleas a navajazos con las luces apagadas en la pulquería
El hombre libre; del faquir Harry Wieckede que montó un espectáculo en México con su propia crucifixión que le costó la vida y resultó ser un exiliado andaluz al que no se le había ocurrido mejor idea para poder comer.
¿Qué sentido tiene recordar todo esto?
Mandaría al carajo aquello de Larrea: “uno no es más que un balón, recibe patadas de un lado y de otro hasta que alguien un día grita gol.”
Borraría el recuerdo inútilmente doloroso de aquel anónimo huérfano español en Rusia, un niño de la guerra, que, sin dejar de llorar, se negaba a ir a la escuela. Su maestra, Carmen Parga, le preguntó qué le pasaba. El niño levantó la cabeza y le dijo: “Es que me olvidé cómo se llama mi madre, anteayer todavía me acordaba...”
Borraría al inútil de Moderato de Cádiz, de la secta inutilísima de los filósofos, que andaba elucubrando con el Uno, al que tenía por la unidad primera y la Razón Universal. Estando más allá de todo ser, el Uno quiso dar de sí el ser del mundo y separó de su esencia única una parte, retirándose de ella. Así que estamos hechos de inútil añoranza de Unidad y de Razón.
Tendría que eliminar bastantes convicciones inútiles, como, por ejemplo, esa que comparto con las inutilidades de Hilary Putnam y Peter Strawson, que “half the pleasure of life is sardonic comment on the passing show”.
Con relación a la pregunta de Barrero, debería olvidar urgentemente lo que el inutilísimo de Lacan decía del -supuestamente muy útil- pene: que es √-1. Y, sobre todo, debería borrar de mi memoria por completo el espanto que supuso para el racionalismo pitagórico el descubrimiento de que la irracionalidad moraba, como su diástole, en el mismo corazón del logos. Y todo, por culpa de esa insidiosa √2.
Cuando me hubiera desprendido de todo lo inservible, nulo, inoperante, improductivo, infructuoso, inane, ineficaz, inefectivo, ocioso y baldío, entonces lo biológicamente útil impondría sus demandas a lo existencialmente necesario y en ese mismo momento habría dejado de ser un hombre.
En El Subjetivo
-
-
18:52
»
El café de Ocata
Hace unos meses di casualmente con una noticia que informaba que los pescadores de una aldea del norte de Noruega habían encontrado una ballena blanca con un arnés. Inmediatamente pensé en Moby Dick. Alguien, en algún sitio, estaba cabalgando ballenas blancas.
Cabalgar sobre una ballena domesticada es convertir el juego en pasatiempo. Me pregunté si la conversión del juego en pasatiempo domesticado, no era una característica propia de nuestro tiempo.
Desde entonces no dejó de pensar en el juego. Esta mañana he dado la conferencia inaugural de un congreso dedicado al videojuego que se desarrolla en Madrid.
Para no extenderme demasiado, recojo algunas frases de esta conferencia:
- En un videojuego no buscamos nada que sea muy diferente de lo que buscaban los niños de hace cien años cuando se subían a un árbol y se imaginaban ante la pantalla del paisaje natural que eran protagonistas de aventuras fabulosas.
- En todo juego, si es jugado con intensidad, el jugador pasa de la atención, a la expectación y, de esta, a la absorción, que es la antesala de la adicción.
- Como en las viejas posadas castellanas, en los videojuegos, cada uno encuentra lo que lleva consigo.
- Nunca, en toda la historia de la humanidad, se ha jugado a juegos menos violentos que ahora.
- Ningún estudio longitudinal ha mostrado un vínculo entre la violencia y los videojuegos.
- ¿Por qué lo que escandaliza en el marco del videojuego es admitido como cultura cuando parece en un libro?
- Si la ley, como yo creo, tiene por misión hacernos olvidar la naturaleza. Miren lo que se prohíbe: allí asoma la naturaleza que no se quiere ver.
- Lo que debe preocuparnos no son los videojuegos, sino las rodillas infantiles, impolutas, indemnes, sin ningún estigma de la vida. Una infancia que crece sin un arañazo en las rodillas es una infancia sin experiencia de la aventura.
- La vida se parece a un juego Arcade porque cada vez vamos más deprisa, pero siempre vamos más despacio que el juego. No hay posibilidad de ganar. Nuestra vida actual es una experiencia de la derrota cotidiana contra el tiempo. Pero esta vida no ha sido creada por los videojuegos. Los videojuegos se limitan a identificarla.
- La edad media de los videojugadores es de 35 años y va subiendo. El videojuego siempre fue un fenómeno humano y no exclusivamente infantil.
- Lo trágico no comienza con el juego. Es exactamente al revés. Lo trágico cesa donde comienza el juego, aunque sea un juego triste para espectadores tristes, como cabalgar en una ballena blanca con arnés.
- ¿Por qué desde 1980 el juego libre se ha ido reduciendo, año tras año, hasta el punto de que han desaparecido por completo los espacios en los que los niños están viviendo autónomamente sus aventuras, sin la inmediata supervisión de un adulto.
- No culpen al videojuego. Es solo un mensajero.
-
-
10:33
»
El café de Ocata
Me he ido alejando de la televisión. Cada vez me interesa menos lo que veo y no creo que sea tanto un problema de los programadores como mío, que todo me suena a visto y revisto. Me pasa casi lo mismo con el cine. Y con buena parte de las novelas que empiezo y que no consigo acabar (hago una excepción notable con las recomendaciones de mi amiga B., que siempre son certeras). Cada vez leo menos libros nuevos y más libros viejos, porque encuentro en ellos posibilidades de pensamiento que han quedado sin desarrollar en el ogulloso presente. Cada vez me interesa más la historia, especialmente tal como la cuentan sus protagonistas porque todos sabemos que es inevitablemente parcial y, por eso mismo, es más honesta.
Cada vez tengo más ideas para desarrollar, más libros en proyecto. Así que he de ordenarlos bien en fila. Sin embargo, los proyectos son caprichosos y se mueven por la fila un poco a su antojo, de manera que siempre acabo escribiendo el que no era el primero. Y eso está bien.
Cada vez creo comprender mejor a Kant, hoy tan denigrado. Me parece que a él no le importaba tanto encontrar un imperativo moral categórico como responder a la pregunta de cómo ser moral de forma no fragmentaria. El imperativo categórico es la respuesta que encuentra a esta pregunta. A su parecer, sólo el deber puede mantenernos unidos a nosotros mismos. Su pregunta es la mía, su respuesta, si hago caso a mis actos, no. Pero pudiera ser que eso que llamamos prudencia sea el intento de ser moral fragmentariamente sin por ello sentir mucha vergüenza.
-
-
9:35
»
El café de Ocata
Encuentro en el más que interesante libro que ha escrito Jonathan Haidt con Greg Lukianoff, La transformación de la mente moderna (título de claras resonancias bloomianas), un fragmento del discurso que en junio de 2017, John Roberts, presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos, pronunció en la ceremonia de graduación de la escuela de secundaria de su hijo. Lo traigo hasta aquí porque es un magnífico ejemplo de resistencia contra el papanatismo de cierta educación emocional:
“Espero que, de vez en cuando, en los próximos años, os traten injustamente, para que así lleguéis a conocer el valor de la justicia. Espero que sufráis la traición, porque eso os enseñará la importancia de la lealtad. Lamento decirlo, pero espero que os sintáis solos de vez en cuando, para que no deis por seguros a vuestros amigos. De nuevo, os deseo mala suerte de vez en cuando, porque así seréis conscientes del papel que desempeña el azar en la vida y que el fracaso de los demás tampoco es completamente merecido. Y cuando perdáis, como os ocurrirá en algunas ocasiones, que de tanto en tanto vuestro adversario se regodee en vuestro fracaso. Es una forma de que entendáis la importancia de la deportividad. Espero que os ignoren, para que sepáis qué importante es escuchar a los demás, y espero que sufráis el suficiente dolor para aprender a ser compasivos. Desee o no estas cosas, van a ocurrir. Y que saquéis provecho de ellas dependerá de vuestra capacidad de ver un mensaje en vuestras desgracias.”
-
-
4:59
»
El café de Ocata
Suelen comenzar las reuniones hablando de nuestras cosas: qué hemos hecho, con quién, por dónde… Es una introducción frívola a lo serio. Porque, así como la justicia puede ser el fruto de la injusticia, lo serio puede surgir de lo frívolo. Llevamos tiempo reuniéndonos y ha ido cuajando la amistad que nos permite alegrarnos sinceramente de las alegrías de los demás. Ayer faltaba uno que excusó su ausencia y otro que anda estos días contemplando desde la orilla china del río Yalu el paisaje, geográfico y humano, de Corea del Norte.
Tras los prolegómenos, nos ponemos serios y vamos al tajo. Ayer nos esperaba la Res publica de Cicerón tal como es leída por Leo Strauss.
A veces se oyen decir cosas un poco lastimosas sobre la filosofía: que es una intensidad, que lo importante para ella son las preguntas, que es un pensamiento de segundo grado…
Marx, con el humor corrosivo que lo caracteriza, aseguraba que entre la filosofía y el estudio del mundo real media la misma relación que entre la masturbación y el amor sexual.
Kierkegaard, con el humor melancólico del pato domesticado que ve volar en primavera a los patos salvajes, defiende que lo que los filósofos dicen de la realidad es a menudo tan decepcionante como el cartel que puso en su tienda un mercader: "Aquí se plancha". El que llevaba su ropa a planchar, se llevaba un chasco: el cartel estaba en venta.
Y Oscar Wilde, con su humor lapidario, entre cínico y resentido, dejó escrito que la filosofía nos enseña a soportar con ecuanimidad las desgracias ajenas.
Pero nosotros, rodeados de los pinos y encinas de Collserola y, de vez en cuando, del gruñido de algún jabalí, sabemos que la filosofía es otra cosa o, al menos, que es, sobre todo, otra cosa: es la conquista de una perspectiva sobre el mundo en la que Platón, Aristóteles, Jenofonte, Cicerón, Lucrecio, Maquiavelo, Nietzsche… encajan: es la sensación de poder del teórico que ningún hombre práctico comprenderá nunca cuando lo ve tropezar y dar de narices contra el suelo por andar mirando las estrellas. Es lo que decía Pierre Bayle:
"Podría compararse a la filosofía con unos polvos tan corrosivos que, tras haber consumido las carnes purulentas de una llaga, roerían la carne viva y corroerían los huesos, horadándolos hasta los tuétanos. La filosofía refuta, de entrada, los errores, mas, si no se la detiene en ese punto, ataca las verdades, y, cuando se la deja campar a sus aires, llega tan lejos que uno no sabe ya hasta dónde ha llegado, ni sabe ya cómo detenerse".
En realidad, nosotros sí sabemos cómo detenernos. Nos detiene el anfitrión cuando se levanta, se retira a la cocina y aparece poco después con una bandeja de escones, una tetera a rebosar, mermelada y crema. Así, mientras el atardecer se desploma sobre Collserola, nosotros volvemos a hablar, con la boca poblada de sabores caligráficos, del mundo en que vivimos, que es el mundo en el que pensamos más el mundo en el que aprietan los zapatos.
-
-
18:04
»
El café de Ocata
Durante unos meses tuve estos versos de Miguel Torga clavados en la pared, delante de mi mesa de trabajo:
Esperanza.
Quiero que seas
la última palabra
de mi boca.
La mortaja de sol
que me cubra y resuma.
Como en la despedida sólo hay bruma
en el entendimiento
y hasta el aliento traiciona a la voluntad,
grito ahora tu nombre a los cuatro vientos.
Te juro, mientras puedo, lealtad
por toda la vida y en todos los momentos
Ya no están en la pared. Ahora los guardo en mi memoria.
Mi memoria... ¡Si fuera mía…! ¡Si fuera, de verdad, su propietario…! ¡Otro gallo me cantaría! Pero a la memoria, como a la inteligencia y a la salud, se la tiene de inquilina y hay que tratarla bien, para que no se canse de nosotros.
He llegado hace un par de horas de Valladolid. Me gusta Castilla y me gusta la gente de Castilla. Me parece generosa y afable y aún utiliza como la cosa más normal expresiones como "al filo de la medianoche". Cené, de entrada, sopas de ajo. Y, después, todo fue exceso.
Castilla es ese mesón en el que uno siempre encuentra lo que lleva consigo. De ahí la importancia de llegar con el firme propósito de dejar puertas abiertas al partir.
Hablé, entre otras cosas, de la escuela de Villablino, quizás la primera experiencia de renovación pedagógica que se hizo en España. Pero me sorprendió que no la conocieran los profesores que me escuchaban. Por la noche, en los estudios de la televisión de Castilla y León, Lucía Rodil, subdiretora de informativos, me dijo que buscaría documentación para dedicarle un reportaje o un documental.
Me temo que nada nuestro es del todo nuestro (salvo, quizás, la mala conciencia), pero la esperanza es de lo más nuestro.
Esta mañana he salido temprano del hotel para dar un paseo por las calles de Valladolid. El sol iluminaba en diagonal las fachadas de poniente arrancándole luces destelleantes al ladrillo y sombras compactas a los balcones, y al fondo, la torre de alguna iglesia se fundía en el contraluz. He respirado, goloso, el aire fresco de la mañana y con eso ha sido suficiente. -->
-
-
19:39
»
El café de Ocata
Largo paseo con Bruno, 9 años. La tarde era cálida, de cielos de un azul ligeramente enharinado, casi -sólo casi- bochornosa. Ya que nos habíamos quedado los dos en casa, he pensado que lo mejor sería ir a dar una vuelta. Le ha apetecido ir al cementerio y he creído que era una decisión magnífica. Hemos recorrido, cogidos de la mano, las calles flanqueadas de nichos y tumbas modernistas del cementerio del pueblo mientras él me iba comentando todo lo que le pasaba por la cabeza a un ritmo de música de feria. ¡Y válgame Dios, cuánto ha sido! Estaba especialmente dicharachero, extrovertido y se lo veía alegre y confiado, como si estuviera convencido de que el mundo es un lugar que sólo nos puede deparar sorpresas agradables.
Cada vez que saltaba de un tema a otro comenzaba por un "¡Yayo...!" No sé cuántos yayos habré oído, pero difícilmente habrán bajado de los quinientos. Un auténtico bombardeo de escenas desordenadas de su vida. Me ha hablado de las películas que le gustan y de las que no; de los amigos del cole y de las cosas que hacen algunos más valientes que él-"más temerarios", le he puntualizado yo. De cómo los miedos acaban haciéndote ver sombras extrañas cuando te levantas por la noche. De lo que le gusta comer y de que teniendo un purificador de agua en casa se ahora mucho dinero; de su padre, de su madre... me ha explicado con detalle por qué todos los seres vivos somos hermanos y cómo la primera célula llegó a la tierra en un meteorito, de la vida de las tortugas, de que ya no sé lo que te iba da decir, de por qué me gusta enfadar a mi primo... que no le puede mentir a su madre...
Y yo iba feliz, a su lado, aunque me resultaba imposible seguir el ritmo frenético de sus imágenes. Mi velocidad mental no da para tanto.
Uno quisiera preservar a los suyos de todo mal, hacerles de parachoques, de escudo, de blindaje existencial... de trinchera, si hace falta. Pero sólo ellos estan en la primera línea de sus vidas.
Uno querría detener el tiempo o, en todo caso, volver a vivir lo vivido; uno querría... empapada el alma de palabras bajo esta borrasca de comentarios, voy dejando un rastro de bienestar por donde paso.
Pero al volver a casa me entero de que otro amigo ha muerto y de que, al final, parece que Franco acabará donde él quería, en El Pardo.
-
-
21:37
»
El café de Ocata
Comienzo a comprender a aquellos ancianos de mi pueblo que se llevaban las manos a la cabeza al ver que la juventud estaba poniendo todo su mundo patas arriba. Comienzo a comprenderlos porque comienzo a sentirme... aún esporádicamente, es cierto, identificado con ellos.
Si en los sistemas naturales los animales que estorban son expulsados del ecosistema con violencia, en los sistemas culturales el viejo es viejo cuando no espera a ser expulsado para comenzar a irse. Poco a poco se le va retirando aquella admiración con que contemplaba el mundo, ya que cada vez se le antoja más incomprensible. No cabe en las nuevas costuras. Así que se se refugia en el cuartel de. invierno de sus recuerdos, donde se ha refugiado también la lógica ausente del mundo circundante. Se siente, en cierta forma, más próximo a los muertos que a los vivos, porque a aquéllos los comprende más.
Los jóvenes hacen lo que tienen que hacer, vivir su vida, porque además de ser hijos de sus padres, son hijos de su tiempo y su tiempo es suyo. Los ha acogido y les proporciona el sentido que necesitan para vivir acomodados entre las cosas. Entre sus cosas.
El viejo, mientras se retira, mira de reojo al niño que va de la mano del joven y no pude dejar de sentir una cierta solidaridad con los jóvenes a los que no comprende.
Es el retorno de lo mismo.
-
-
17:11
»
El café de Ocata
Hemos roto la sagrada rutina dominguera para dar una vuelta a medio día por el Born y el Pla de Palau. Sí, Barcelona está muy bien, pero demasiada gente yendo de aquí para allá como ovejas descarriadas. En mi plaza de Ocata tengo mi mesa, mi café -exquisito- con un trocito de coca, mis libros y mis viejos conocidos de las mesas adyacentes. Hasta las palomas nos están tomando confianza. Ahora se suben a las mesas y no hay manera de asustarlas. Al menor descuido, te quedas sin coca.
El otro día mi nieto G., de 5 años, vio morir una paloma. Estaba inmóvil en una rama y de repente cayó al suelo sin vida. Entre varios niños le hicieron un digno funeral.
Cuando eres joven ves la rutina como una condena. Necesitas hacer lo diferente simplemente para no hacer lo mismo. Con la edad vas cobrando gusto a la repetición, esa cosa sacramental de los trabajos y los días. La previsibilidad, precisamente porque la sabes inevitablemente provisional, te parece un milagro y que el mismo camarero te sirva en la misma mesa, con los mismos gestos, el mismo café con leche, algo fantástico, extraordinario, homérico. Una gesta de la existencia remontando a contracorriente el tiempo.
Uno vive -entre otras cosas- para ganarse el derecho de tener rutinas y creerse propietario definitivo de una ramita en el gran árbol de la vida.
-
-
21:37
»
El café de Ocata
Lluvia y trabajo.
Debiera dejarlo aquí. Este 21 de septiembre ha llovido y he trabajado. Podría añadir, quizás, que a ratos he adelantado algo y que, como tributo a la meteorología, he hecho lentejas. Pero la mayoría del tiempo he estado dando vueltas a la efigie sin descubrir su enigma, haciendo y deshaciendo, como el burro de Oknos el soguero.
No creo que lo importante sean las preguntas. Lo importante es la respuesta. Se podría decir que la respuesta sólo tiene sentido en relación con la pregunta, pero no siempre es así. Hay veces en que estás en paz contigo mismo y con cuanto te rodea y te domina una sensación de encaje que es la respuesta directa a todas las preguntas posibles. La sobreabundancia de respuesta supera a cualquier pregunta que podamos formular.
Pero esto pasa cuando pasa.
Está en el aire de los tiempos. Hay que hablar mejor de las preguntas que de las respuestas; del fracaso mejor que del éxito; de la emoción mejor que de la razón; y de la imperfección mejor que de la perfección.
Aunque el fracaso se ha convertido en virtud, a mi me pone de mal genio, pero es que igual soy muy raro.
De la emoción estoy cansado de hablar.
Sobre imperfección tengo que decir alguna cosa. Cuando escribí el Elogio de las familias sensatamente imperfectas, estaba pensando en la sensatez. Cuando me preguntan por ese libro suelen resaltar, sin embargo, la imperfección. Aquí el matiz es lo que importa.
El hombre, decía Ortega, admite grados. Esto es poco democrático, pero qué le vamos a hacer. El hombre admite grados. Y así como la perfección no los admite, la imperfección los admite de sobra. Contentarse con ser imperfecto es una memez. Al menos, aspiremos a ser lo menos imperfectos posibles, aunque sólo sea de vez en cuando.
Hay en el aire de los tiempos también una animadversión al principio categórico kantiano. El deber no tiene glamur. Incluso más de un cristiano que no se atreve a poner en cuestión los mandamientos, se desahoga criticando a Kant. Pero aquí, en Kant, sí que son importantes las preguntas. La pregunta que guiaba a Kant no era la de saber cómo hemos de actuar, sino la de la posibilidad de ser morales fragmentariamente.
Sigue lloviendo. Apago el ordenador. Mañana será otro día.
-->
-
-
23:51
»
El café de Ocata
Acabo de llegar de Madrid. Me gustan ese pueblo y sus gentes, sus extravagancias, su aristocracia y su aire plebeyo. Y hoy me ha gustado especialmente el Oratorio del Caballero de Gracia, a donde he entrado acuciado por mis necesidades.
He aprovechado el tiempo que tenía libre por la mañana para visitar un par de librerías de viejo. He vuelto a casa con
La vida de J. Balmes de Benito García de los Santos (1848),
Menéndez Pelayo y sus ideas, de Edmundo Gonzáles Blanco (1930) y los dos tomos (intonsos) de
La voz de un perseguido, de José Calvo Sotelo (1933). El primer tomo está prologado por Antonio Goicoechea y el segundo, por José María Pemán. Los he comprado con la íntima satisfacción de sentirme un raro.
En la comida con el capítulo español del Club de Roma, los que saben -que saben- han pintado un panorama nada halagüeño de la situación económica. Yo les he hablado -que a eso he ido- del futuro de la educación, pero no me he referido a las “competencias del siglo XXI”, sino a las mediciones del capital humano, al "capitalismo cognitivo", a la "Smart fraction theory", a la emergente élite cognitiva y a nuestra carencia de "risk takers". Al salir he visitado otra librería de viejo que tenía fichada desde hace tiempo, pero he decidido que ya había llegado al tope de gasto y he salido de allí sin echar más vacío a mi cartera.
He dicho alguna vez por aquí que se podría hacer una guía de las ciudades de España a partir de sus librerías de viejo y sus libreros. Me reafirmo en la idea. Pero tendría que ser pronto, porque se están cerrando. La librera de la Librería del Prado me ha echado la bronca porque le he confesado que compraba en Iberlibro que, según me ha asegurado, es Amazon. Ya no me he atrevido a decirle que también compro en Amazon. Sin embargo, el argumento que ha empleado me ha dejado inquieto: por cada compra que hago en Iberlibro contribuyo con un pequeño impuesto al erario público de Luxemburgo. ¿Será así? Por si acaso, voy a probar con
uniliber-com.
El miércoles pasado me renové el DNI y el pasaporte. No son dos meros objetos. Nada hay que nos resulte más inseparable que nuestro DNI. Está tan impregnado de nosotros, que es como una prótesis política. Como al verme en el nuevo, me siento extraño y un poco intruso, he decidido llevar durante unos días el viejo, como un ejercicio de transmisión de impregnaciones: "…
et quasi cursores vitae lampada tradunt". El pasaporte también está impregnado, pero de imágenes lejanas, de aviones, autobuses y hoteles; de amigos del otro lado del Atlántico y los Rodopes y de anécdotas. Es una prótesis sentimental. Un pasaporte caducado es el mejor viático para despertar reminiscencias y perderse un rato parsimoniosamente por ellas.
Una vez en casa, me he hecho un bocadillo de tortilla con chistorra para cenar. Eso y un vaso de vino de Toro ha sido mi porción de experiencia felicitaria del día. Gracias a que tenemos un sitio al que volver salimos por ahí a encontrar caminos de regreso.
-
-
20:48
»
El café de Ocata
Tengo muchas cosas que decir, pero no tengo tiempo para decirlas. Mañana me voy a Madrid a presentar ante el capítulo español del Club de Roma mis ideas para solucionarlo todo... o, al menos, alguna cosilla...
Ya contaré.
He estado pensando en iniciar algo así como un "Diario de otoño" que seguiría más o menos el tono de los "Existencialismos" de este verano que hoy se despiden y que ustedes han seguido si han querido. Cuando vuelva de Madrid me pondré las pilas... si tengo tiempo... porque el miércoles me voy a Valladolid y ya me han amenazado con un lechazo.
O sea que a la vuelta... si es que...
Resulta que la vejez me ha traído un regalo excepcional y completamemte inesperado (junto a unos cuantos achaques, es cierto): la libertad de pensamiento. Y parece que lo que digo sobre algunos temas no resulta indiferente.
Por ejemplo: Hoy he comenzado una sección -mensual, que no doy para más- en RNE.
Me pidieron unos amigos religiosos de Madrid un prólogo para un libro con un título que me pareció irresistible y, por lo tanto, que me impedía decir que no: "Pedagogía sacramental". Lo escribí, lo envíé y he estado unos días esperando a ver qué les parecía. Hoy me ha llegado la respuesta: "El prólogo me ha parecido atinado, sincero y profundo. Muchísimas gracias." ¿Y saben qué? Me he sentido feliz.
¡Viva la vida!
-
8:53
»
El café de Ocata
-
-
21:15
»
El café de Ocata
Que el nieto de Pemán te lleva y te trae de Cádiz a Jerez y de Jerez a Cádiz.:
-
-
8:55
»
El café de Ocata
Me gustaría hablar del momento del despertar. De esos segundos en los que emerges de ti mismo y apareces ante el mundo desnudo de verdad (desnudo de ti mismo y de certezas). Pero para poder hacerlo bien, necesitaría vivir esa secuencia completamente despierto, registrando el proceso meticulosamente con mi conciencia.
Se puede intentar hablar con un pelín más de rigor de eso que llamamos espabilarse pensando en lo que nos pasa cuando lo experimentamos en un lugar extraño. Entonces todo ocurre con una cierta lejanía, porque la desubicación es mayor, y, por lo tanto, con un poco más de perspectiva. Lejos de nuestra cama, el despertar tiene algo de reubicación completa.
Lo primero, especialmente cuando hay que desadormecer a las órdenes del despertador a horas intempestivas, es recuperar los mandos. Uno sabe que está despierto, que acaba de despertarse, porque no es completamente dueño de sí, aún no ha espabilado. Cuando estaba dormido tampoco era dueño de sí, pero entonces no lo sabía. Ahora sí. Ahora algo del control de sí mismo aún no le pertenece. El sueño es un tirano caprichoso y no le gusta desprenderse alegremente de sus siervos. Hay que rehacerse. Esa perplejidad inicial que nos saca a la superficie a respirar a la luz de la conciencia, dice mucho de nosotros mismos.
Poco después de despertar nos llegan a la conciencia algunas imágenes de ese arte poético involuntario que es el sueño (la frase es de Jean-Paul Richter). Mientras soñamos no existimos como conciencia que sueña. Lo que existe es nuestro sueño. Al despertar, somos conciencia perpleja que recuerda algo que algo que no era ella, ha soñado.
-
-
9:00
»
El café de Ocata
A mi nieto G. le gusta disfrazarse. Le da igual que haga calor o frío. Si decide ponerse una capa, es imposible frenar al Drácula que hay en él, aunque de un momento a otro puede dejar de ser Drácula para pasar a ser Supermán. Si quiere ser un cruzado, se pondrá sus mallas, su escudo y su espada y no tendrá inconveniente alguno en salir a la calle dispuesto a luchar contra los dragones. Ortega decía que el hombre es un animal metafórico. Viendo a mi nieto, no hay nada más cierto.
Ser metafórico no es ser como otro. Es ser otro. Es ver el mundo desde los ojos de ese otro y, sobre todo, constatar que en ese otro se manifiesta una parte esencial de ti mismo.
Ayer apareció disfrazado de cruzado. Viendo los desgarros que el violento viento nocturno había hecho entre los árboles, parecía, ciertamente, un disfraz de lo más pertinente. ¿Qué nos podía pasar si nos abría paso por las aceras un caballero blandiendo su espada de porespán?
Y, sin embargo, aquel noble caballero, cuando se sentía contrariado, se enfurruñaba, bajaba la cabeza, dejaba caer los brazos y se negaba a dar un paso adelante.
Se ha sentido especialmente contrariado al pasar por delante de la puerta, aún cerrada, del colegio que lo recibe esta mañana como heraldo impasible de la normalidad. La normalidad es ese milagro cotidiano que, a veces, tanta pereza da afrontar.
El cruzado rendido ante la fatalidad confirmaba con su gesto de impotencia la evidencia de que, ante la realidad, siempre estamos en primera línea.
-
-
7:41
»
El café de Ocata
7 de la mañana. Las farolas proyectan sus luces amarillentas sobre las jacarandas arremolinadas por el viento. No se puede decir que haga frío, pero sí fresquito. El horizonte comienza a teñirse de un rosa muy poco homérico. Es un rosa discreto y grisáceo, de día de labor. Parece que hace nada que yo iba a estas horas a la playa a darme un baño para poder ver después el encierro en la tele.
Ayer estuvo Ferran Sáez en la sala capitular del ayuntamiento del Masnou, dando una conferencia sobre identidades en la víspera del 11 de septiembre. Dijo, como suele, cosas interesantes con un tono entre coloquial y erudito que maneja muy bien y planteó una pregunta seria: ¿Son compatibles la nación y la mundialización? Yo respondía indirectamente a esta misma pregunta hace unos días
desde las páginas de El Mundo: "Si los flujos (de mercancías, capitales, personas y nubes tóxicas) son más importantes que las fronteras, la legitimidad de las instituciones políticas está en riesgo".
Con respecto al 11 de septiembre, dos consideraciones.
La primera de Pla, que en un pasaje de su
Cambó y refiriéndose, supuestamente, a un momento concreto del naciente catalanismo, escribe: “...no confiant veure realitzats els seus ideals, tingueren un gran afany en veure’ls pintats”.
La segunda del ambiguo Iliá Ehrenburg. Cuenta en sus
Memorias que en julio del 36, tras la derrota -provisional- de la insurrección militar en Cataluña, se recluyó a los principales insurrectos en el crucero Uruguay, que hacía las veces de cárcel flotante en el puerto de Barcelona. Buena parte de la población pedía la cabeza de los detenidos, pero había algunas buenas personas que proponían en las Ramblas una solución más filantrópica: Había que enviar a los diez republicanos catalanes más inteligentes a dialogar con los militares sublevados a fin de hacerles ver sus errores y convencerlos de que entraran a formar parte de una comuna.
Ya ha amanecido. El cielo, gris y bajo. Dan ganas de volverse a la cama. -->
-
-
9:15
»
El café de Ocata
Amanece. El cielo está encapotado y agresivo. Desde la ventana de mi cuarto veo las frondosas copas de las jacarandás sacudidas por el viento. Es un espectáculo a la vez humilde -por elemental- y hermoso. Cada rama se mueve a su ritmo y el conjunto -la comparación es manida, pero cierta- tiene algo de oleaje. El verde de las hojas ya es un verde cansado, pero el viento aún arranca de la fronda algún verde luminoso y vivo.
Desde que Homero escribiera en la Ilíada que "las generaciones de los hombres son como las hojas del bosque", en Europa no podemos ver una hoja en otoño sin sentir como una punzada de melancolía teñida de moralidad.
El otoño es la estación moral. Comienza con la caída de las hojas y acaba con ese olor peculiar de las castañas asadas. Los años nos han enseñado que siempre huelen mejor que lo que saben, como tantas cosas en la vida.
"Todo paisaje es un estado del alma", escribe Amiel en su Diario. Y añade: "el que lee en ambos queda maravillado de encontrar en cada detalle semejanza".
El otoño es el paisaje del alma melancólica.
Pero si ha de ser moral, el otoño no puede ser sólo melancólico. La melancolía, al fin y al cabo, es ese último mordisco que le damos al bocadillo que nos está sabiendo tan bueno, que, de repente, sólo sabe a memoria.
La moralidad, si se quiere afirmar conscientemente a sí misma, ha de ser más acción que pasión. Por eso Marco Aurelio nos anima a ser dignos y a agradecer que caemos al pie del árbol que nos permitió brotar.
La imagen del nuevo verdor que engalanará el árbol en primavera no tiene por qué ser triste sólo porque nosotros ya no estemos para verlo.
No debe ser triste.
-
-
10:10
»
El café de Ocata
A mí lo que gusta, de verdad de verdad, es que mis hijos y sus familias, al completo, vengan a comer a casa los fines de semana. Me gusta hacer la compra en el mercado con mi carrito destartalado los sábados por la mañana, preparar para todos más comida de la que, estoy completamente seguro de ello, vamos a comer; me gusta que mi mujer me proteste porque "¿A dónde vas, con tanta comida?" Me gusta que la mesa esté llena de platos diversos... incluso echaría en falta una pequeña riña entre los nietos si no la hubiera. Y después, cuando ya hemos comido y llevamos un rato de sobremesa, me gusta retirarme para echar la siesta en mi cuarto y, a ser posible, que me despierte un nieto con la guinda tan dulce de un beso de despedida. Creo que esta es una de las cosas que con el tiempo, cuando se mira hacia atrás, se dice, "aquello era la felicidad". Y también, ¿por qué no decirlo?, me gusta mucho cuando se han ido todos y nos quedamos mi mujer y yo solos y en paz. ¡Qué rico sabe ese primer silencio! ¡Qué bien se está ese ratico antes de que volvamos a hablar de los nietos y de los hijos y del mundo que les espera!
Les revelaré un poderoso secreto: El futuro caduca, pero la memoria queda.
-
-
8:21
»
El café de Ocata
Los milagros de la trivialidad: la maravilla de columpiar a un nieto, porque Dios vive en lo casi anodino, entre columpios.
Escribe Unamuno por algún sitio que si no se salva su perro, tampoco quiere salvarse él, porque no puede imaginarse la felicidad celeste sin que la lengua del alma de su perro lama la mano de su alma. Pues yo no me puedo imaginar el cielo sin un columpio donde columpiar a un nieto.
Estoy columpiando a mi nieto y me veo a mí mismo tomando el testigo del balanceo de las manos que me columpiaban a mí hace ya tanto tiempo. Por otra parte, siento que es mi nieto el que me está columpiando a mí con cada impulso que le doy.
Yo también voy y vengo, asciendo con mi nieto hasta el cielo y vuelvo al suelo para tomar un nuevo impulso que me lance a las nubes, paisaje natural de la imaginación infantil... ¿y senil?
Las nubes de mi infancia en el valle del Ebro las llevo siempre conmigo. Soy nefelibata, como Rubén Darío, e inspector de nubes, como Ramón.
El inspector de nubes lo que inspecciona es la imposibilidad de estabular las nubes... que es lo que están haciendo los modernos educadores emocionales con las emociones.
Sí, las nubes tienen forma de emoción. Por eso son lo más opuesto que hay a los adoquines.
Vuelvo a mi nieto, que he de darle un nuevo impulso.
Los dos estamos encerrados en un bucle de felicidad. Somos una única cosa y nos hemos zampado el mundo en un vaivén. Seguramente debe haber algún nombre en el budismo para esto.
Ayer hablaba de la acción pura y de la emoción pura. Hoy tomo nota de la existencia de acción emocional pura.
-
-
8:30
»
El café de Ocata
Ya hay que dormir con las ventanas cerradas. Hay que arroparse, buscar entre las sábanas el calor que nos falta. Es posible, de nuevo, reencontrarse con la intimidad.
La intimidad es el espacio que hay entre la pasión pura y la acción pura.
En la pasión pura algo que surge de nosotros se apodera de nosotros y nos encierra en nosotros mismos. En la acción pura, algo que nos saca de nosotros nos confunde con la actividad que realizamos.
La pasión pura: el enamoramiento, el duelo... No hay manera de alejarse de nuestras emociones. El mundo se reduce al latido de nuestro corazón.
La acción pura: el juego del niño. La vida entera está en la acción. Nos volcamos en ella. El mundo se reduce al juguete que tenemos entre manos.
Se necesita un espacio intermedio para hacer posible la reflexión serena sobre nosotros mismos que nos permita, por ejemplo, preguntarnos por qué, si conocemos lo bueno, con tanta frecuencia elijamos lo malo.
Tengo que perder peso.
-
-
17:48
»
El café de Ocata
En uno de sus aforismos, Antonio Pérez, personaje complejo donde los haya, escribe: “Los ídolos no gustan de ver delante de sí al escultor que los labró”.
¿Es entonces la creencia algo así como la ignorancia de/en un escultor?
Y en esto me he dado cuenta de que llegaba con una hora de antelación.
Pongamos las cosas en orden. Esta mañana he tenido un gratísimo encuentro con los profesores de un centro educativo, en una casa de colonias situada cerca de Ocata, pero al otro lado de la Sierra Litoral. Me he levantado puntualmente a la hora marcada en el despertador, me he duchado, me he vestido, he hecho un par de cosas más y con el tiempo justo, me he puesto en marcha. A medio camino me he dado cuenta de que el acto comenzaba a las 10:00 y llegaba con hora y media de anticipación. Podía haber vuelto a casa, pero he preferido desviarme para entrar en los pueblos de la Sierra, Òrrius y Dosrius. He tomado un café en este segundo pueblo, he leído un poco y he encajado mi horario real con el previsto.
Ya comienzan las encinas y pinos ha adquirir sus tonos otoñales. Con el sol iluminándolos en diagonal y la carretera vacía, el recorrido ha merecido la pena. Con frecuencia nuestros errores nos corrigen.
Iba pensando en lo que iba a decir y mientras me comprometía a no decir nada que no creyera, me iba preguntando por las certezas que sostienen mis creencias, pero atendiendo a lo urgente, he dejado las preguntas a un lado para disfrutar en paz de la luz de la mañana y del color de las encinas.
Somos el obvio escultor de nuestros errores.
-
-
9:04
»
El café de Ocata
I Escribe Derrida en
La tarjeta postal: "Desde el momento en que lo que te escribo se convierte en literatura, ya no me dirijo a ti y, por consiguiente, falto a ese deber que me ordena que me dirija a ti de forma singular".
IIDerrida se dedica con frecuencia a someter lo obvio a análisis hiperbólicos, con lo cual lo cotidiano tiene que acabar pidiendo perdón por no estar a la altura de lo imposible. Uno se dirige a los demás con los recursos que tiene y entre estos recursos están las frases hechas. Para dirigirme al otro de forma singular necesitaría un idioma singular.
IIITambién cuando me pienso mis pensamientos se convierten en literatura y ya no me dirijo a mí mismo de forma singular.
IVPlatón decía que lo singular es inefable, "álogos", no hay palabras para nombrarlo ni pensamientos para pensarlo.
V
Artículo en El Subjetivo: El enemigo es el enemigo.
-
-
8:26
»
El café de Ocata
I Ha aparecido mi sombrero, el sombrero con el que recorrí el sur de los Estados Unidos y el sur de Bulgaria, el sombrero que lleva prendido en cada milímetro un recuerdo, el sombrero que me perdieron mis nietos. Se había quedado en el castillo de Cardona, sin duda a impregnarse de nuevos recuerdos.IIDías de repasos de prótesis: Oculista, dentista, otorrino. El viejo, como animal con prótesis.IIIProfunda insatisfacción con algunas cosas que estoy escribiendo. No consigo avanzar y cuando creo haber avanzado, resulta que he retrocedido. Sé que escribo mal cuando tengo las ideas confusas, pero para aclararme las ideas tengo que escribirlas. Necesito ver mi confusión sobre el papel. Pero ahora me quedo mirándola como un Narciso acomplejado y no encuentro manera de progresar. Necesito alguna prótesis intelectual. No estoy disfrutando.IVLa naturaleza es tan sabia -ya dijo Aristóteles que no hace nada en vano- que inventó el verano para que los hombres pudiéramos disfrutar de las cervezas. Se acaba el verano y para sacarle todo el gusto a la cerveza se necesita la ayuda, inestimable, ciertamente, de un pincho de tortilla. La cerveza deja de ser “causa sui”. VA punto de comenzar el nuevo curso escolar, leo en Alex Beard (Otras formas de aprender, 2019) que el 40% de chicos y el 35% de las chicas finlandesas reconocen, a los 15 años, que no les gusta la escuela.
-->
-
-
7:40
»
El café de Ocata
IMe encuentro a un amigo del pueblo al que hace tiempo que no he visto. Está sentado con su mujer en la terraza de un bar. Me siento a su lado. Pido un cortado. Hablamos de nuestros hijos, de nuestros nietos, de nuestras cosas y, de repente, mi amigo se me queda mirando fijamente, me pone la mano en el hombre y me dice: "Perdona, pero no sé quién eres. Debes ser amigo mío, porque me hablas con cariño, pero no sé quién eres". Intento reaccionar son normalidad, pero ¿qué es la normalidad en estos casos? Su mujer y yo nos cruzamos las miradas, en silencio. En cuanto puedo le digo mi nombre y cuatro referencias comunes que me parecen decisivas. "Si, sí, me contesta, pero no tengo nada detrás de tus palabras, no tengo recuerdos de nada, pero, si no te importa, la próxima vez que me veas, siéntate a mi lado, porque creo que me aprecias."IIMe invita una poderosa institución internacional que paga muy bien a que hable de A. Les contesto que, de acuerdo, siempre que ellos tengan claro lo que yo entiendo por A. Se lo explico. Respuesta: creemos que tus conocimientos sobre A son mucho más amplios y profundos que los nuestros, por lo tanto, mejor que dejemos la invitación para otra ocasión.III
La imaginacion conservadora sigue con vida.
-
-
9:18
»
El café de Ocata
I Me ha despertado el súbito incendio de la noche, el flash de un rayo inesperado. Me he levantado desorientado. La oscuridad del cielo estaba viva. La tormenta lanzaba fogonazos eléctricos al azar respondidos por un rumor profundo de truenos que parecía salir de la tierra. II No hay tormenta se verano que no me recuerde la cara de desolación de mi madre mirando al cielo, temiendo la granizada que nos podría dejar sin cosecha y, por lo tanto, sin ingresos ni sustento. “Hijo mío -me decía entonces con una voz que era más la de una orden perentoria que la de un lamento-, no seas del campo, que es lo último del mundo”.
III Un día se presentó en nuestra casa el médico del pueblo -el médico, don Ramiro Layana, no el maestro- y le dijo a mi madre: “Gloria, tu hijo vale para los estudios”, que es como se decían entonces estas cosas. Aquel anuncio nos creó no pocos quebraderos de cabeza, porque no era fácil darle respuesta siendo una familia humilde que vivía en un pueblo pequeño. Al final, encontramos un internado económicamente asequible -y caritativo- en el norte de Navarra y fui a despedirme del médico con un nudo en la garganta que no había medicina que curase. IV Recuerdo los primeros meses del internado con un dolor que sé que nunca se diluirá. Todos se reían de mi forma de hablar, porque terminaba los infinitivos en ele ("comel", "venil"...), decía "ahura" en vez de "ahora, "muete" en lugar de "chaval" y cosas así. Y, sin embargo, para mí era evidente que los que hablaban mal eran todos ellos. VPor supuesto, añoraba mi casa. La añoraba especialmente los días de tormenta cuando recordaba las palabras de mi madre mientras apretaba mi frente contra el vidrio de la ventana: “Hijo, no seas del campo, que es lo último del mundo”. Pero me estaba costando hablar bien el español de aquellos extraños.VI Ravel, no me olvido de ti. Ayer pensaba que te trinaban las corcheas lo quisieras o no, que te cobraban vida en el pentagrama y no podían reprimir de vez en cuando un pío en la.
VII Ha comenzado el diluvio. Me voy a la cama.
-
-
10:18
»
El café de Ocata
I Ayer por la tarde se estrenó oficialmente la temporada de las esplendorosas puestas de sol en la playa de Ocata. Lo sé porque yo estaba allí tomando nota de las metamorfosis del cielo sobre Collserola. Ravel es testigo. Justo cuando comenzó el espectáculo, se puso a susurrarme por los auriculares la Alborada del gracioso. Total, tu atardecer no es más que un amanecer para otro.
IIAmiel está hoy demasiado olvidado, pero su Diario Íntimo nunca decepciona. Ayer por la noche me sorprendió diciéndome esto: "Esta noche he experimentado un vacío al entrar en mí mismo".
IIILos días se me hacen cortos. Con 24 horas no tengo suficiente. ¡Quiero hacer tantas cosas! ¡Hay tanto que escuchar, que leer, que escribir, que viajar, que ver crecer y menguar! Con frecuencia al entrar en mí mismo siento un ajetreo, como de casa en traslado. He desmontado la casa vieja, la he empaquetado y he traído todo a la casa nueva, pero no puedo colocar cada cosa en su sitio porque no paran de llegar nuevos paquetes. Estoy permanentemente de mudanza.
-
-
17:39
»
El café de Ocata
Ha bierto la ventana de par en par, confiando en que el destino me enviase el trino de algún pajarillo cercano. Pero el silencio es total, de calma chicha. Las jacarandás de la calle están desiertas y Ocata parece haber enmudecido ante el silencio del genio. Si Dios me hubiese dotado de alguna gracia para el baile, le concedería a la pantalla muda de mi ordenador el honor de un aurresku. Como no es así, me conformaré con libar sobre un hayedo imaginario unas gotas de una copa de izarra que no tengo.
-
9:17
»
El café de Ocata
IAyer, avanzadas ya las 8 de la tarde, cuando volvía a casa después de un largo paseo por la playa que me llevó hasta Vilassar, el mar se tiñó de repente de escamas de salmón. Tal como me oyen (o leen): Con todas las tonalidades del salmón: de las más plateadas y vivas a las más propiamente asalmonadas, con alguna pincelada de bronce bruñido. Y yo escuchaba entusiasmado Ma Mère L'Oye, en las dos versiones que concibió Ravel, para piano y para orquesta y en ambas me pareció un himno a la ternura.
IITodo comienza con el girar de la rueca, interrumpido por el grito de dolor de la hilandera, que se ha pinchado y que yo no sé muy bien si es Mamá Oca o una imagen de las Parcas, aquellas tres mujeres, Cloto, Láquesis y Átropo que guían nuestros destinos hilando nuestras vidas. A ellas les gusta usar lana blanca, pero, caprichosamente la entreveran con hilos de oro o de lana negra, hasta que consideran que ya tienen suficiente y, ¡zas!, con un tijeretazo cortan el hilo de nuestra vida.
III Ma Mère L’Oye se puede escuchar con las Hilanderas de Velázquez en la imaginación y un libro de Perrault bajo el brazo.
IV Estoy buscando pájaros en la obra de Ravel.
V Tras leer Por la concordia, de Cambó, he abierto el Cambó de Pla. Si Cambó te deja con un melancólico mal gusto de boca, Pla es como Lucrecio, que puede decirte las cosas más tremendas poniéndote de vez en cuando una gota de miel en su prosa. Su literatura es alta cocina, y muy sofisticada, acompañada de un porrón de vino más fuerte que exquisito. Pla es un Demócrito que mira con una desconfianza socarrona a todos los Heráclitos del mundo. Heráclito era el filósofo melancólico que cuando miraba al mundo no podía impedir llorar de pena, tanta era su empatía con los males del hombre. Demócrito, que veía exactamente lo mismo, como manejaba el arte filosófico de la distancia, en lugar de lllorar, dejaba traslucir en su cara una sonrisa discreta.
VI En una famosa entrevista televisiva con Soler Serrano, Pla esboza una diferencia irónica entre la literatura castellana y la catalana. La primera escribiría frases “con cola de pez”, es decir, con un añadido estético que barroquizaría el conjunto, mientras que el catalán, más cartesiano y ascético, iría más directo a la faena enlazando, sin artilugios, sujetos, verbos y predicados. La división ha tenido fortuna porque Pla, siendo Pla, establece una diferencia y aquí toda diferencia está muy valorada. Pero, les pongo un ejemplo entre míl y ustedes decidirán. Escibe Pla: “Quan el dia era favorable a l’afinitat, les paraules s’acabaven i passaven les hores completament muts, l’un de cara a la riuada de la rambla, l’altre girat sobre l’interior de la botiga tocada per una llum vacil·lant.”
VIIPla quiere ser objetivo y preciso con todo, y esa voluntad, como es democrítea, es la fuente de su socarronería… en primer lugar, consigo mismo. A veces pienso que Pla es el único catalán capaz de dominar todos los perfiles del humor. Por eso es tan serio.
-
-
8:27
»
El café de Ocata
Nunca en mi vida había sesteado más que en este verano que declina.
¡Y qué felicidad!
Al poco de comer, un calorcillo interno, que nace en la boca del estómago, va avanzando como una marea hasta colgarse de tus párpados con una pesadez rotunda e innegociable.
Cierras, irremediablemente, los ojos y casi oyes el descoyuntarse de todas tus articulaciones, las del cuerpo y las del alma, hasta hacer de ti un rescoldo de algo que busca amparo en la placidez del vacío: no leer, no escribir, no pagar cuentas y vivir como un millonario en la nada encantada.
La siesta es el nihilismo amigo que te anima a abandonarte a la voracidad de la placidez absoluta. Posiblemente sea el resto de algo que ya existía antes de la creación del mundo.
Pero si, al cerrar los ojos, uno se precipita en la paz, al abrirlos, lo recibe un ligero sobresalto que exige unos segundos de rearticulación del yo, de recogida de lo disperso de ti mismo para volver a darle forma antes de estirar la mano y comprobar que la realidad es eso que te espera ahí afuera con sus aristas.
Despertar es sentirte arrojado a la orilla de la vigilia.
Bendita siesta.
Si esto sigue así, quizás en un futuro próximo, pongamos que en dos o tres años, mis siestas durarán todo el verano. Inclinaré la cerviz ante Morfeo a finales de julio y me despertaré con los truenos de las primeras tormentas de despedida del verano. Será mi forma de hacer turismo.
Si el líquido amniótico del cuerpo es el agua calmada del mar infinito en los amaneceres de agosto, el líquido amniótico del alma es la siesta, esa visita a lo indefinido, al “to ápeiron” de Anaximandro, al mundo desmundado, a lo que no fuiste nunca antes de ser algo.Quien sestea, ya me entiende.
-
-
8:26
»
El café de Ocata
I Me ha sorprendido la amplia cogida del
artículo de El Mundo sobre el conservadurismo. Creo que el tono poco habitual de la poco habitual defensa de las ideas conservadoras, ha ayudado. Pero es que el tono, a mi parecer, debiera ser una característica conservadora. No hace falta mucho esfuerzo. Basta con negarse a secundar las groserías con las que recibimos y enjuiciamos las noticias hodiernas. Sin duda los medios no renunciarán al titular hiperbólico, al comentario sarcástico y, sobre todo, a la propaganda. Su papel es congregar al máximo número de lectores en torno a una noticia patra vendérselos posteriormente a un anunciante. Los medios de comunicación son medios de publicidad masiva. No soy tan ingenuo como para pensar que las cosas pudieran ser de otra manera. El terreno de la acción política no es el de la verdad, sino el del simulacro. Precisamente por eso es importante el estilo.
II "Estilo" proviene de "estilete", el punzón que los alumnos de las escuelas antiguas utilizaban para grabar sus textos en sus pizarras de cera. El estilo es, pues, en primer lugar, la caligrafía. Y, en segundo lugar… en segundo lugar el estilete puede ser un arma blanca. De esta forma la usaron los alumnos de San Casiano de Imola. Por negarse a sacrificar a los dioses paganos, los jueces romanos condenaron al maestro Casiano a morir en manos de sus alumnos, que se brindaron entusiastas a hacer de verdugos. Lo desnudaron y le desgarraron el cuerpo con sus estiletes. Alguno hubo que recurrió a la ignominia y escribió distintas frases sobre la piel de su maestro, pidiéndole que lo corrigiera si lo hacían mal.
III
El estilo como pasarela del oprobio. Este es un ejercicio paradójico muy propio de humanos.
IV
Yo crecí en una cultura repleta de santos y héroes. De más santos que héroes, porque no había día que no actualizara el martirologio y soñaba con lo valiente que sería en el trascendental momento en que un poderoso déspota pagano me exigiera sacrificar a sus dioses. Hoy sé que vendería mi alma al diablo para que acorte las ligeras molestias que produce, una vez al año, la higienista empeñada en cuidar de mi boca.Toco ayer,.
V
¿Quién sabe si seremos juzgados finalmente por nuestro estilo?
- ¿Cuál fue su estilo? -nos preguntarán en el día del Juicio final.
Si me hicieran la pregunta en este momento podría contestar algo de este tipo:
- Fui una persona mala que apenas tuvo posibilidades de ser malo de verdad y que cuando tuvo alguna, le dio pereza.
-
-
8:00
»
El café de Ocata
I Lo habitual. Pura mecánica existencial: pasamos agosto quejándonos del verano y en cuanto asoman las primeras lluvias se apodera de nosotros esa melancolía de domingo por la tarde. Tanto empeño en cambiar la realidad y lo que realmente nos gustaría es que la realidad no nos ignore.
II Una vez oí a una madre decirle a su hijo -era la estación de Sants-: “¡Que no vuelvas llorando, te digo! ¡Que me traigas si hace falta su corazón en la mano!” Fue hace tiempo, pero recuerdo con frecuencia la escena. El niño tendría unos 10 años. ¿Se iba o volvía? ¿Era aquel un reencuentro o una despedida?
III Otra vez entré en un bar del rabal barcelonés a hacer tiempo para un asunto que no viene a cuento. Me senté en la barra y pedí una cerveza. Me di cuenta entonces de que me había sentado entre un borracho y una mujer de peso. El borracho, mirando a la copa que tenía entre las manos como si fuera una bola de cristal en la que leía el futuro, le dijo a la mujer: “Oigo desde aquí latir tu corazón. De aquí a una hora me lo comeré”. La mujer se echó a reír con una carcajada escandalosa. Yo cogí mi cerveza y me senté en una mesa, junto a la puerta. No era una amenaza, sino una profecía que no parecía desagradar a la mujer. No me pregunten por qué estoy hablando hoy de corazones.
IV Estoy empantanado con del libro que tengo entre manos. Demasiadas notas. Es difícil ordenarlas todas. La primera es una cita de Tocqueville: “El hábito de la inatención debe ser considerado como el mayor vicio del espíritu democrático”.
V Ayer llovió. Nos vino encima todo el agua que nos negó el verano. Fui al dentista por la mañana y al peluquero del pueblo por la tarde. Y a medio día recibí un paquete de Carlos Goñi y Pilar Guembe con una novela de Carlos, dos botellas de vino y esta camiseta:
El corazón no siempre es un cazador solitario. -->
-
-
7:36
»
El café de Ocata
ISí, sigue haciendo calor, pero es un calor como viejo y cansado. El cielo tiene algo de impuro. La misma naturaleza, agostada, nos advierte que esto se acaba. En la plaza de Ocata se amotinan las hojas secas de los plátanos, heraldos de su propia muerte. Y de nuevo ante la repetición anual de lo biológicamente trivial, el espectáculo de las hojas secas, uno metaforiza. No sabemos vivir en condiciones de absoluta realidad.
IIF. -amigo admirado, intelectual, melómano, e independentista catalán- me envía una foto de la puerta de entrada del cementerio de Roda de Isábena con un cartel que dice: “Después de limpiar los nichos, recojan la basura. Gracias”. “Este rotundo cartel -comenta- bien podría ser el título de un ensayo del último Ciorán. ¿Estás bien? Espero que sí”.
Se inicia así entre nosotros el siguiente diálogo:
- A mí me gustaba mucho -le contesto- un anuncio de los cementerios de Barcelona que decía: “Cementerios de Barcelona. Tan cerca de la naturaleza”. Me parecía un lema propio de Lucrecio. Estoy bien. Trabajo mucho (que es lo que me gusta) y viajo bastante (que me gusta menos, pero tampoco está mal, aunque no sé si el mundo es un lugar muy digno de ser conocido al detalle). ¿Y tú? Una pregunta: ¿Crees que Ravel estaba dotado del sentido de la ironía?
- Extraña pregunta. De Ravel conozco esencialmente las piezas para piano. Me gusta especialmente la célebre Pavana. Las piezas orquestales y de manera especial el Bolero, me interesan muy poco. Seguramente eso se debe a un prejuicio mío: cuando escucho a Ravel pienso en algo así como en un Debussy menor (siempre he ubicado a Debussy entre los grandes). Al leer tu mail he buscado el rostro de Ravel por internet. Sólo recordaba una imagen suya muy circunspecta en la cubierta de un CD. He visto que el resto de retratos son igualmente circunspectos, incluso con una cierta mala leche. Me parece, pues, que de ironía, poca. Subrayo que se trata de un prejuicio facial, no de un análisis musical. Por lo que a mi respecta, de aquí a 15 días sale mi nuevo libro. La salud no me acompaña mucho, pero he decidido no quejarme.
- La salud, amigo, se está convirtiendo para nosotros en el último refugio del pudor. Tengo a Ravel por un genio que sudaba arte, por eso me temo que estaba incapacitado para la ironía, no podía alejarse de su propio sudor.
- Creo que las únicas cosas incompatibles con la ironía son la religión y el sexo.
- Efectivamente y por eso me interesa el caso de Ravel.
- En mi próximo libro tengo escrita esta entrada: “Una corrección al primer Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, hay que componer boleros”.
- A Ravel le hubiera gustado. Te felicitaría. Pero para hacer realidad el aforismo de Ludwig, Ravel compuso el Concierto para la mano izquierda para su hermano, Paul Wittgenstein, que era manco.
III Apostillas.Echenoz cuenta que durante su estancia en los Estados Unidos, a Ravel le gustaba causar viva impresión entre los músicos de la orquestas que dirigía “combinando de modo distinto, de un día para otro, el color de la camisa y de los tirantes: una vez rosas, otra azules”. Cuenta también que a quienes le preguntaban cuál era su obra maestra, contestaba: “El Bolero, desde luego, está vacío de música”.
Vladimir Jankélévitch ha estudiado a fondo la música de Ravel y se refiere varias veces a su humor, aunque de forma singular. Dos ejemplos:
“… l’humour pincé et quelque peu patricien de l’Heure espagnole”…
“… l’humour un peu acide de Ravel”
A mí también me gusta La Pavana. A Jankélévitch, no: “La Pavana no es apenas defendible; sus tres variaciones languidecen un poco y en vano se buscaría en ellas un acento personal”.
Pero lo importante es que en el Ravel de Jankélévitch encuentro lo que ya hallé insinuado en el de Echenoz: la dimensión aérea, alada, más precisamente, de este músico genial: su pasión por las aves y su voluntad de hacer música con sus trinos. Esto me ayuda a completar y perfilar su protagonismo en Mi familia es bestial.
IVHay que proteger como a un tesoro a esos amigos que no votan como nosotros. Es un imperativo de salud política.
-
-
8:32
»
El café de Ocata
I“A veces se arrepiente uno de salir del baño”. Así empieza el
Ravel de Jean Echenoz, literatura,
tout court. La literatura se reconoce porque es un país que se habita de otra manera. No hay forma de saber a priori cuál es esa otra manera de habitar. Cada autor es una forma de habitar de otra manera la literatura. Y si no es así, será un escritor, pero no propiamente un autor.
IIRavel es indirectamente uno de los protagonistas de un cuento largo que hemos escrito mi nieto Bruno y yo titulado
Mi familia es bestial. Se publicará en primavera. En principio lo elegí porque me parecía un gesto de incorrección pedagógica. La música que merece su nombre, como la literatura que merece su nombre exigen un ejercicio de habituación a la forma de habitar el país que te proponen. La sensibilidad literaria o musical no vienen nativamente afinadas. Requieren horas y horas de diapasón. Pero cuando uno aprende a habitar el mundo con uno de los grandes -y Ravel es de los más grandes- todo adquiere otra densidad. La música no se oye. En la música se habita. La literatura no se lee. En la literatura se habita. Y estos habitar te descubren pliegues insólitos del mundo, vetas de vida, filones existenciales.
IIIEl caso es que, tras introducir a Ravel en
Mi familia es bestial, he llegado a intimar con él. Y esto -más la intervención de B., mi ángel de la guardia, dulce compañía que no me desampara ni de noche ni de día- me ha traído hasta el
Ravel de Echenoz. Tras él me espera el
Ravel de Jankélévitch.
IVRavel conducía un camión durante la primera guerra mundial por caminos altamente peligrosos, al alcance de las baterías enemigas. Un día el camión se estropeó y Ravel se quedó a su lado, sin abandonarlo, entreteniéndose transcribiendo el canto de los pájaros, que se habían habituado al estallido de bombas y obuses y no dejaban de cantar desde las ramas de los árboles que, aunque heridos, continuaban en pie.
VB., que es una mujer de izquierdas, me hizo hace unos días una pregunta sobre la situación política española. Le respondí y ella me pidió que desarrollara esa respuesta. Así lo hice, y
hoy la publica El Mundo en su Tribuna.
VIYo tenía un sombrero:
-->
-
-
9:33
»
El café de Ocata
I Dejé a los nietos con sus padres, vine a casa, cogí el bañador, la toalla y las chancletas y me fui a la playa, que está a 200 metros, con la misma ansia con la que un vaquero cargado de polvo y millas va directo al “saloon” a vaciar una botella de whisky. Entré en el agua lentamente, como quien penetra con respeto en el misterio de un lugar sagrado, di cuatro brazadas y me dejé llevar, flotando con los brazos en cruz bajo un cielo protector. “Là, tout n’était qu’ordre et beauté, / luxe, calme et volupté”. ¡Qué paz! Algo en mí se iba diluyendo como un terrón de azúcar proporcionándome una liviandad de ángel. De lo lejos me llegaban de vez en cuando voces de niños, pero no eran los míos.
II Ayer reencuentro con amigos madrileños y repaso general de chascarrillos filosóficos, por ejemplo, el de aquel famoso catedrático de filosofía que se llevaba a sus alumnas a una casa que tenía en la playa para que, entre otras cosas obvias, le hicieran la comida, le fregaran los platos y, de paso, le dieran un repaso a la casa. Una de ellas -lo sé por su propio testimonio-, viéndose a sí misma con el delantal ante la vajilla por fregar, se sublevó diciéndole: “Mira, X, no hay contradicción entre Platón y los platos”. “Sí la hay, le contestó el catedrático, tú, a los platos, yo, a Platón”. “Pues aquí te quedas, con los platos y Platón”. Con lo cual la alumna de la semana siguiente se encontró con doble faena.
III O la del genial J., que en aquellos tiempos en que estaba de moda la teoría del caos, la termodinámica de los procesos irreversibles, la K de Kolmogorov, la estocasticidad y esas cosas, fue invitado a dar una conferencia en el Museo de Dalí en Figueras, ante un puñado selecto de inteligencias patrias, entre ellas, la anterior de Platón y los platos. J. dijo lo que había venido a decir y al terminar de hablar, uno de los presentes, un catedrático de filosofía de gran prestigio, se levantó para celebrar el festín filosófico que acababan de recibir: “¡Qué profundidad! ¡Qué sutilezas!”. Una vez roto el dique de las alabanzas, los que vinieron después, para no ser menos y dejar clara su perspicacia, llevaron las hipérboles laudatorias hasta el ridículo. Así que J. se vio obligado a poner punto final a aquella orgía de ridiculeces revelando que había preparado su conferencia con su “máquina de generación de pensamientos sublimes”. Es decir, con un programa de ordenador que organizaba en frases sintácticamente perfectas una lista del vocabulario más engorroso de Heidegger, Derrida, y demás héroes de la hermenéutica oscura. El ordenador era capaz de generar sentencias como ésta: “El ser que ha hecho del ser su razón de ser, espera el Ereignis gestionando el Gestell, al acecho de un futuro en el que, acaso, la estocasticidad, entendida como “tó autómaton”, pueda abrir las puertas al reencuentro con una casualidad en que lo causal no sea un determinismo falocarnologocéntrico”.
IV Yo imité a J. en circunstancias que no me atrevo a contar, porque están muy vivos los que me escucharon, felicitaron y publicaron mi conferencia.
V Yo tenía un sombrero. Un sombrero que le compré a una india Hualapai en una reserva india de la Devil Dog Road, tras comer unos huevos rancheros que me hicieron desayunar entre lagrimones, por lo que picaban. Pero a mí me enseñaron en casa que nunca hay que dejar nada en el plato. Con aquel sombrero accedí a la mítica Ruta 66. Mi Agente Provocador iba sintonizando emisoras ortodoxamente fieles al rock clásico. Poco antes de llegar a Peach Spring nos vimos rodeados de un grupo numerosísimo de moteros. El más joven había superado los sesenta años, pero se mantenían fieles a sus Harleys y a sus mitologías. Yo no me separaba de mi sombrero. Con él llegué a Mesa Verde, al Valle de la Muerte, a Zabriskie Point, conocí al indio navajo Steve Manel… El otro día se me ocurrió llevarlo a Cardona. Mis nietos se apoderaron de él y por algún sitio de la geografía catalana se ha quedado, porque no ha vuelto a casa. Allá, en el mar, flotando a la bartola, me despedí de él.
-
-
9:34
»
El café de Ocata
I Hemos dado un rodeo para volver a casa. De Cardona nos hemos desviado hasta el monasterio benedictino de Sant Benet de Bages, pero no hemos entrado porque mi nieto Gabriel se ha quejado de que "¡Tanto monasterio, tanto monasterio!" En realidad, era el primer monasterio que pretendíamos visitar, pero hay sitios a los que no hay que entrar nunca de mala gana. Así que nos hemos contentado con un ligero paseo por los alrededores, y la emoción del tañido de las campanas a las 12:00. Hubo un tiempo en que el mundo se paralizaba a esta hora, la del Ángelus.
II ¡Ah, las campanas! Ahora en la ciudades, invadidas por los ruidos, resulta que molestan, pero con su silencio se acalla también un gesto: el de una colectividad mirando hacia algo más sagrado que ella misma y haciendo realidad así un sentido de copertenencia. En la
Imaginación conservadora tengo escrito que me gustan las campanas porque “entre moros no se usan campanas, sino atabales y dulzainas”. Alguno hay por ahí que ha visto un gesto de racismo en estas palabras de
El retablo de Maese Pedro, de Falla.
III De Sant Benet. ampliando el arco de la desviación, hemos ido, tras mirar detenidamente si había cocodrilos en el Llobregat, a Vic, a echar una ojeada a dos lugares singulares. El primero es para mí, uno de los más sagrados de toda Cataluña, la librería de viejo Costa Llibreter. Sabía que a mi nieto Bruno le gustaría. Y así ha sido. Gabriel ha preferido esperarnos en el escalón de la puerta de entrada, porque "¡Tanta librería, tanta librería!". El templo romano de Vic está a dos pasos de la librería, pero nos hemos limitado a echarle una mirada desde la sombra, porque en agosto a mediodía -esa hora criminal para el turista-, la estética se embota bajo el peso de los pies que llevamos a rastras.
IV Hemos comido regular en una terraza, a la sombra y acogidos por un vientecillo delicioso. El camarero, sobrepasado por el trabajo (que en modo alguno era excesivo) nos servía con mejor intención que eficiencia. “¿De dónde sois?”, nos ha preguntado. "¿Y qué hacen aquí, si en este pueblo no hay nada?", ha replicado a nuestra respuesta. Durante la comida, Bruno ha dibujado una máquina para viajar en el tiempo. Tenía de todo: freno, acelerador, embrague, cápsula de energía sinérgica infinita, váter, reloj (obviamente), paracaídas, teléfono de emergencia... y un traje de preservación de la estructura molecular, para garantizar que todas las partes del cuerpo del viajero del tiempo lleguen a su destino al mismo tiempo, no sea que, por ejemplo, hoy llegue el culo y mañana el resto.
V Cardona. Les ha gustado -creo- vivir en un castillo, aunque ha enardecido sus afanes guerreros y se han pasado los dos días matándose mutuamente e inventándose armas indestructibles con las que luchar entre sí. Han admirado las minas de sal, impresionantes, pero a Bruno lo que más le ha llamado la atención es el número de minero muertos. ¡Qué paradoja, pensar que la palabra “salario” viene de sal! Yo me quedo con la imagen de un grupo de niños jugando a toreros con carretones taurinos. Alguno hasta tenía su capa. Recuerdo un anuncio de un pueblo andaluz que hacía publicidad de estos carretones diciendo “Se personalizan para comuniones. Muy ligero, para que puedan manejarlo con cuernos de toros reales”.
VITres poemas de Brautigan
Whenyou wake upfrom death,you will find yourselfin my arms,andI will bekissing you,andIwill be crying.*
IKnew a manwhowas dyingof cancer.He hadthe patienceof a flycaughtin a spider’s web.Whenhe died,he asked,“What time is it?” *
I hate,becausethey are evilas habitual hungerin a child’s stomach,peoplewho tryto change the manthe hunter for truthinto a castrated cowgrazing in te peaceof mental death.
VII Mensaje de B: “Puisque vous avez transmis la citation de Leautaud, je me sens fautive de ne pas vous l’avoir donnée en entier, car elle est bien pire quand elle est complète. La voici: ‘’Je n’ai pas eu d’enfants, dont j’ai toujours eu une horreur sans bornes, leur stupidité, leur cruauté, leur bruit. Lorsque l’enfant paraît, je prends mon chapeau et je m’en vais. Être grand-père.....‘’
-
-
9:14
»
El café de Ocata
I Estoy en el Parador Nacional del Castillo de Cardona, haciendo las maletas para volver a casa en un par de horas. He pasado dos días viendo con qué facilidad mis dos nietos pasan del amor al odio y no niego que ha habido alguna situación en la que he comprendido perfectamente lo que me escribe B. que dice Paul Léautaud: "Être grand-père équivaut pour moi à une déchéance. Quand cela arrive à un de mes amis, je romps toutes relations".
IILa familia es un tobogán gigante, uno no para de subir y bajar. De vez en cuando se queja. Pero ya no sabe vivir a pie plano.
IIILecturas: Poemas de Richard Brautigan en una edición francesa bilingüe titulada Pourquoi les poètes inconnus resten inconnus, con esta dedicatoria: "Para Edna y cualquier otra que pase por allí".
IV Mañana sigo.
-
-
6:53
»
El café de Ocata
-
-
7:48
»
El café de Ocata
I Yo nací -se lo contaba ayer a Armando Zerolo- contra las circunstancias. Mi madre sentía no sé qué molestias y el médico del pueblo le aconsejó que visitara a un afamado especialista de Logroño. Éste, tras examinarla, dictaminó que tenía un tumor que era perentorio eliminar, porque le iba la vida en ello. Pero mi madre se puso en pie y le dijo al médico, con plena seguridad en sí misma, "¡No, no es un tumor, que es un hijo!". El médico intentó convencerla de lo contrario y ella abandonó la consulta con un portazo. Y así nací yo. Armando Zerolo me decía que me debían haber llamado Benigno. Pero me llamaron Gregorio porque ese era el nombre de mi padrino y el del santo patrón de mi pueblo. Este San Gregorio no es ninguno de los magnos Gregorios de la Iglesia, sino el humilde Gregorio de Ostia, que se dedicó, allá por el siglo XI, a limpiar los campos de la Ribera de Navarra y de la Rioja de una plaga de langostas que los asolaba y tenía a la población padeciendo una larga hambruna. Tiene una ermita “chiquitita, chiquitita”, como cantaba Pepe Blanco, en la calle de la Rúa Vieja de Logroño. Cuando dejó los campos limpios, peregrinó a Santiago, en compañía de su discípulo, Santo Domingo de la Calzada.
IICada vez que un médico le diagnosticaba algo, fuese lo que fuese, mi madre nos preguntaba retóricamente en cuanto volvía a casa: "¿Qué saben los médicos?"
IIIMe gusta mi familia. Me gusta la guerra -¡tanta!- que dan mis nietos porque no puedo vivir sin ella y cuando se van de casa dejan un silencio lleno de resonancias ausentes. Me gustan mis hijos y nuestra sociedad de inagotable solidaridad y hasta a veces me gusta un poco estar de Rodríguez para ver a mi familia desde cierta distancia, desde esa justa en la que toma cuerpo lo entrañable.
IVComo decía un filósofo antiguo, la vida es como el hierro, y si no se utiliza, se oxida. No utiliza su vida quien no se la complica. Pienso en el Emérito de mi pueblo, que un día decidió cerrar un ojo para ahorrar vista para la vejez
VLa familia es el lugar en el que con más evidencia se hacen realidad aquellas palabras de Musonio: "Si realizas algo bueno con fatiga, la fatiga se va y lo bueno se queda; si realizas algo malo con placer, el placer se va y lo malo se queda".
VIMe despierto temprano y asisto cada día boquiabierto al espectáculo del alba, pero después de comer caigo como un pájaro muerto en brazos de Morfeo. Este verano me estoy pegando unas siestas homéricas. Recuerdo cuando en la infancia me obligaban a echar la siesta y yo, incapaz de pegar ojo, me levantaba de la cama a hurtadillas y en aquellos ratos en que la casa estaba en silencio y como suspendida en una quietud sagrada, me dedicaba a curiosear por los rincones dispuesto a descubrir en cualquier objeto desconocido la llave secreta de acceso a un mundo imaginario.
-
-
8:37
»
El café de Ocata
IMe repito: De todas las cosas que me han pasado en la vida, la que me ha cogido más desprevenido ha sido la vejez.
IIMi amiga B., a quien estos existencialismos caniculares deben su existencia, me ofrece un consuelo desde París:
IIIY de la editorial Plataforma me envían otro: el último libro de Carlos Goñi y Pilar Guembe, al que he tenido el honor de ponerle un prólogo titulado "Aquí se plancha (y el cartel no está en venta)"
Con Carlos y Pilar tenía que haberme visto este verano en su pueblo, en Obanos, Navarra, pero finalmente no he salido de Ocata-sur-Mer.
IVTu familia sólo en una parte mínima es tuya. Es más bien una prolongación de ti mismo. Los límites de tu yo son los rostros de los tuyos. Por eso cuando intuyes una vaga preocupación en sus caras -tenga o no fundamento- tu misma intimidad queda resentida. La familia es para los padres una unidad patológica.
VRepaso viejos papeles que un día deseché de ciertos escritos publicados. Ahora algunas de esas cosas desechadas me parecen mejores que las publicadas. Uno no puede estar seguro de hacia dónde evolucionará. Ya decía San Agustín que nadie nos conoce mejor que nosotros mismos y sin embargo no estamos seguros de qué haremos el día de mañana. Pero ahora sé que, vaya a donde vaya, con frecuencia lo haré corrigiéndome. Tu biografía también la escribes huyendo de ti mismo. VIAlgún día creí que crecer era aprender a prescindir. No es cierto, Uno sólo prescinde de lo que considera caduco. Y eso no es prescindir, sino hacer sitio.
VIICuenta Josep Maria Espinàs en su
A peu per Mallorca una anécdota que os resumo: Un grupo de ingleses está jugando al póquer. Uno de ellos se atreve a poner en duda el misterio de la Santísima Trinidad y el hecho llega hasta el pastor, que toma buena nota del despropósito. En el oficio del domingo se dirige a los fieles con la máxima dignidad y la más contundente vehemencia: "Me han explicado que uno de nuestros estimados vecinos, durante una partida de cartas, ha puesto en duda el misterio de la Santísima Trinidad. Sólo tengo que recordar una cosa: ¡Cuando se juega al póquer, no se habla!
VIIICallo, pues. Pero antes
les paso este link, que me ha traído un regalo inesperado, especialmente por estar donde está. Platón hablaba de salir de caza de la realidad, pero es la realidad la que no para de darnos caza a nosotros.
-
-
7:48
»
El café de Ocata
ITiñe esta primera luz de la mañana de dorados bruñidos todo cuanto toca. El pueblo es un altar barroco que agradece con la jaculatoria del silencio resplandeciente el nuevo día.
IICicerón en una de sus cartas a Áticus: “Este asunto se ha manejado con la bravuconería de un hombre y la planificación de un niño". Fue escrita el 11 de mayo de 44, o sea ayer, hoy, mañana. No es una crítica, es la descripción de una constante política. Bien podría ser un editorial fijo en la prensa.
III Como es una constante erótica este apasionado epigrama de un amigo de Aulo Gelio, en el siglo II: "Cuando con los labios medio abiertos beso al muchacho y a través de los suyos respiro el perfume de su aliento, mi alma, sufriente y herida se asoma a mi boca, queriendo pasar a la de mi amigo, que parece abrirle paso. Si nuestros labios permanecieran unidos un instante más, mi alma, ardiendo de amor pasaría de mi cuerpo al suyo. Un gran prodigio acaecería, y yo habría muerto".
IVYa ven que hoy estos existencialismos caniculares van de presentes continuos. Añadamos dos apuntes del más moderno de los "antiguos", Platón, que en el diálogo qe estaba escribiendo cuando lo pilló la muerte, las Leyes, dejó escritas estas dos observaciones de una sagacidad imperecedera:
La primera: "De esa recta crianza de placeres y dolores que constituye la educación (paideia) se desvía y pervierte buena parte de los hombres durante el curso de su vida; y los dioses, compadeciéndose del linaje humano, que resulta tan sujeto a miseria, han dispuesto para ellos unos relevos de las penalidades, que son los periodos de sus fiestas."
La segunda: "Pero puesto que nosotros no legislamos ahora, como lo hacían los antiguos legisladores, para los héroes, hijos de dioses según la tradición, sino que somos hombres y legislamos para hijos de hombres, no se llevará a mal el que temamos que alguno de los ciudadanos nos nazca como legumbre imposible de cocer y resulte por naturaleza tan duro que no llegue a ablandarse."
VNo ha entendido nada ni de sí mismo ni de los grandes clásicos el que da por supuesto que, si estos últimos son viejos, han sido superados. Su ignorancia le permite creerse nuevo y, por lo tanto, superior en todo cuanto se refiere a las cosas humanas (pues de ellas estamos hablando). No se le ocurre pensar que los grandes bien pudieron habernos entendido a nosotros mejor de lo que creemos entendernos nosotros mismos. Pero este es el precio que tiene que pagar para seguir creyendo en el historicismo.